JANE AUSTEN SE LUCE por sedacala

Portada de ORGULLO Y PREJUICIO

He terminado «Orgullo y prejuicio» con un balance claramente favorable, sorprendente, habida cuenta de la poca fe que había puesto en la tarea. La razón de tal falta de expectativas, era la sospecha de que sus doscientos años le podrían pesar demasiado a alguien que, como yo, lee la novela por el puro placer de leer, más que por un afán didáctico de conocimiento. En mi caso, tal temor venía avalado por la lectura de «Sentido y sensibilidad», novela en la que encontré virtudes —que no niego—, pero con una trama ligera, quizá, más propia de épocas anteriores, que me dejó frío y que no fui capaz de tomar en serio por más que intenté ponerme en situación; es decir, me pareció un enredo superficial e intrascendente. Esa es la razón que explica que me haya sorprendido mi propio éxito leyendo «Orgullo y prejuicio».
Cuando se trata de situar la obra de Jane Austen, hay que fijar bien las características de la sociedad en la que vivió y en la que están inmersas sus novelas. Se trata de los primeros años del siglo XIX, en los que Napoleón intentaba dominar Europa y la estética neoclásica aún estaba de moda. La sociedad inglesa, como cualquier otra, venía de una economía agrícola y ganadera, pero empezaba ya a ponerse en marcha el proceso de industrialización, que, en pocos años y gracias, entre otras cosas, a la ventaja que suponía el dominio del mar y la ampliación de su imperio, cambiaría radicalmente la economía productiva del Reino Unido. Era por tanto, una sociedad próspera, por más que la mayor parte de su población sufriese por la injusta distribución de la riqueza, y consecuentemente, por una radical división en clases. En esquema, podríamos decir que la aristocracia, en lo alto de la pirámide poblacional, se enriquecía al amparo de la corona; que la burguesía, formada por propietarios, profesionales, oficiales de la milicia, clérigos y comerciantes, se situaba en un nivel intermedio; y que en el estrato más bajo y más numeroso, trabajadores del campo, obreros de la incipiente industria y sirvientes formaban la clase que cargaba con el peso del trabajo más duro, a cambio de una remuneración que apenas permitía subsistir. Los miembros de la burguesía tenían rango de caballeros, si bien con pocas expectativas de trasvase social hacia una aristocracia a la que, comprensiblemente, aspiraban, y a su vez, con el mínimo contacto posible con una clase trabajadora con la que procuraban no mezclarse más allá de lo imprescindible. Ahí, en el seno de esa burguesía es donde vivió Jane Austen y ahí es donde ambientó sus novelas, con algunas apariciones de miembros de la sociedad aristocrática, pero, en la que jamás aparecen como personajes, sirvientes o miembros de las clases bajas.
Para asimilar correctamente las novelas de Jane Austen, conviene conocer el papel que ocupaba la mujer en aquella sociedad. En los estratos más bajos, las mujeres estaban obligadas a trabajar como el que más, sin apenas privilegios derivados de su condición femenina. En cambio, en la burguesía y la aristocracia, ostentaban la condición de damas y su papel, aparte de la perpetuación de la especie, era el de hacer grata la existencia a sus familiares varones en el ámbito doméstico, dedicándose al dibujo, al piano, a ciertas manualidades, a aprender francés, y por supuesto, a la organización doméstica y social de la casa, dejando en manos de los hombres cualquier otra actividad exterior, donde su presencia no se consideraba pertinente. Obviamente la posición fundamental era la de esposa, lo que implicaba que pescar marido fuera el objetivo prioritario en la vida de cualquier mujer. Una vez cumplido ese objetivo, tenía la felicidad a su alcance y obtenerla sólo dependía ya del cónyuge y de la salud. Naturalmente, hoy nos preguntamos cómo podía llegar a influir el sentimiento amoroso en este proceso de búsqueda de un buen consorte que condujese a la felicidad posterior, y la sensación que queda, tras leer este libro, es que era un objetivo deseable, pero muy difícil de cumplir, dadas las numerosas trabas que se interponían en una relación entre sexos coartada por la restrictiva moral imperante. En las dos novelas mencionadas, los personajes se mueven por impulso de la racionalidad y las convenciones sociales, el amor sólo es un extra a conseguir en casos especialmente favorables, deseables pero extraordinarios, en los que los demás factores, posición social, medios de vida etc., se hubieran conseguido conjugar sin mayor problema.
El lector de la novela pensará inicialmente al leerla, que la obra es un producto propio e inseparable de su momento y de su escenario histórico y que si aquella sociedad no hubiese sido como era, la novela no podría haber sido, como es. Sin embargo, creo que esto siendo en parte cierto, no lo es del todo; y lo digo, porque el acierto de su trama le posibilita trascender del entorno que antes he descrito y adquirir una dimensión casi intemporal, que igual podría haber dado lugar a una comedia de Shakespeare, como a una novela de Henry James. Su armazón argumental tiene tanto sentido que se presta óptimamente al análisis de la psicología de los personajes según las costumbres y criterios propios de cada sociedad, lo mismo se trate de la época de la reina Isabel I, que de los años del psicoanálisis freudiano. Esa es, según yo veo, la principal virtud de esta novela, un argumento tan equilibrado que se adapta a cualquier escenario temporal, a pesar de que su carácter, en apariencia, es el genuinamente propio de la época de Jane Austen.
Donde veo la mayor diferencia entre las dos novelas mencionadas de Jane Austen, es en la composición del argumento; en «Sentido y sensibilidad», la notoria trivialidad de los enredos hacía que las facultades de la escritora quedaran limitadas al ámbito de las farragosas e intrascendentes relaciones sociales que, a mi modo de ver, no iban más allá de un tono de comedia ligera y superficial. En cambio, en «Orgullo y prejuicio», una construcción argumental sólida y equilibrada, y la apoyatura del enredo en valores universales e intemporales, son los factores definitivos que abren el campo a un óptimo lucimiento de la escritora aguda, sutil y analítica, que aquí sí puede sacar provecho a su reconocida destreza en el tratamiento de los personajes.
Se observa claramente en ambas novelas, la absoluta transposición de costumbres y modos de ser de su mundo particular sobre la mentalidad de sus heroínas de ficción; no cabe duda de que sus personajes están inspirados en ejemplos muy próximos en su vida, y su propia familia debía tener bastantes puntos en común con los Bennet de la novela. Lizzy, la protagonista, es una joven con múltiples cualidades que podríamos sintetizar en dos fundamentales: inteligencia y carácter. La inteligencia, le permite tener una idea clara de su papel en la vida y así ser capaz de dilucidar lo que le conviene con sensatez y buen juicio; el carácter, le facilita la tenacidad necesaria para conseguir su objetivo sin dejarse enredar en cuestiones accesorias. Ambas características otorgan un atractivo especial a su personalidad que le permite, sin ser guapa, atraer y enamorar. Sabedora de sus cualidades, tiene muy claro que no se va a casar con el primer cretino que se lo proponga, por más que pueda considerarse un buen partido, y comprende perfectamente que el logro de la felicidad a la que aspira pasa por conseguir, si no el amor, sí al menos, una cierta comunidad de sentimientos con el candidato a marido.
Otra cualidad de la autora, es la habilidad con que conduce la transformación de la mente de Lizzy, de su prejuicioso arrebato inicial en adelante; no cabe duda de que el personaje femenino es el que tiene más fuerza y es el que realmente está sometido a las tensiones que definen el título de la novela, es decir a los prejuicios suyos y al orgullo de él. El personaje de Darcy, es más pasivo, en el sentido de que se limita a sentir y actuar al dictado de los arrebatos de ella, dejando el leitmotiv principal, que es, detestar el orgullo y protagonizar los prejuicios, en manos de Lizzy, lo que, de alguna manera, hace notar que está ahí la influencia femenina a los mandos del proceso creador. Su habilidad para resaltar los deseos y las inquietudes íntimas de sus personajes, es especialmente atractiva, en una época en la que la novela aún no había adquirido su mayoría de edad como género. Cualquiera que lea, como casualmente estoy haciendo yo ahora, «Moll Flanders», una novela noventa años anterior a ésta, apreciará la diferencia, abismal, que hay entre ambas, entre la sencillez básica, aunque excelente, de la narración de los hechos que hace Defoe, y la atractiva complejidad del discurrir de las mentes que Jane Austen desvela, desarrolla y analiza, de una manera que anticipa claramente lo que daría de si, en materia de creación novelística, el incipiente siglo XIX.
La escritura de Jane Austen se absorbe con suma facilidad; su texto es sencillo a pesar de que se entrega en sus diálogos a la elaboración de razonamientos encadenados, propios del lenguaje educado de aquella época. Quizá su rasgo más singular sea el humor sutil, con el que se ejercitan algunos de sus personajes en un acertado equilibrio entre la ironía que gastan y la seriedad de los asuntos que suelen tratar. Destaca en ese sentido Mr. Bennet, el padre, que es un hombre de escaso carácter, al contrario que su hija Lizzy, que quizá por eso, es su preferida y es con la que mejor relación mantiene. Se trata de un hombre abrumado por su doble condición de esposo de una mujer ridícula y de mente vacua, y de padre de cinco hijas casaderas, que pone muy poco entusiasmo en acometer las obligaciones que tal condición le exige (casarlas) y que gusta de expresar su desencanto con frases plenas de sarcasmo, de ironía, y en definitiva, de un delicioso humor inglés.
No quiero terminar la reseña, sin tocar el tema de un posible aliento feminista en la novela. Ni en «Sentido y sensibilidad», ni en «Orgullo y prejuicio», observé una actitud especialmente activa en dicha materia; tal vez aquel momento histórico no fuera aún el propicio, o tal vez el temperamento de Austen no era el adecuado para promover esas actitudes; lo cierto es, que el mensaje que se desprende de su lectura es más bien conservador y los atisbos de regeneración que alguien pueda apreciar en su obra son, en mi opinión, de elemental sentido común y no afectan exclusivamente a la mujer, sino a cualquier persona a la que una sociedad injusta y clasista, como aquella, pudiera poner en aprietos.
La estética del momento, aunque ya por poco tiempo, era absolutamente neoclásica, y por lo tanto, dominada por el equilibrio y la sensatez; el romanticismo estaba cerca, pero aún no había irrumpido y cuando lo hiciera las modas cambiaron y la novela también, y cuando, a su vez, el sarampión romántico desapareció, casi con tanta fuerza como había venido, la novela se adentró por los caminos de un realismo que nos proponía la auténtica faz de las cosas, descarnada y sin tapujos, y es entonces, cuando la sensibilidad del lector estalla ante el ímpetu de los sentimientos desbocados. Quiero decir con esto, que las historias de Jane Austen, por mucho que entusiasmen, como ha sido aquí mi caso, no dejan de ser historias amables, ubicadas en la tranquilidad y el sosiego de la campiña inglesa, con personajes preocupados por su futuro, que actúan con la mayor racionalidad que sus caracteres les permiten, y que generalmente suelen acabar bien. O sea, parece faltarles como ingrediente que redondearía (para mí gusto) el producto literario, un punto, o dos más de intensidad y desgarro de los sentimientos. Pero bueno, eso sería adelantarse a los tiempos y aún faltaban unos cuantos años para la llegada de las hermanas Bronté y de Mr. Dickens.

Escrita hace 9 años · 5 puntos con 5 votos · @sedacala le ha puesto un 9 ·

Comentarios

@Tharl hace 9 años

Una reseña buena y comedida, Sedacala. Evidentemente Austen está en mi whislist, y la acabaré leyendo, pero me da un poco de pereza, y no creas que me animo del todo al leerte. Desde luego, cuando me anime lo haré con edta obra.
Un abrazo amigo

@Faulkneriano hace 9 años

Va de escritoras británicas, Mr. sedacala. Ordene, según sus preferencias, a Charlotte Bronte, Jane Austen, Emily Bronte, Elizabeth Gaskell, George Eliot. A Mary Shelley no la menciono porque me supongo su opinión.

Hale, ya tiene trabajo, además de escribir reseñas tan magníficas como ésta.

N.B. A mí también me gusta más Orgullo y prejuicio que Sentido y sensibilidad, aunque, como ya dije, tiendo a confundirlas todas.

@sedacala hace 9 años

Tharl, me sabe un poco mal recomendarte cosas que luego no te gustan (Mann), así que nada, déjate llevar por lo que te pida el cuerpo.

Pues sí, Mr. Faulkneriano, como bien dice usted, va de escritoras en inglés; ya al final de la reseña que escribí sobre “La cabaña del tío Tom”, comenté algo parecido y mencioné los nombres que vos habéis indicado, añadiendo los de Louisa May Alcott y Harriet Beecher Stowe, y aún después hubiera añadido el de Edith Wharton. Es decir, un auténtico regimiento literario y femenino. Y ya puestos a organizar por orden de excelencia, mi dictamen sería: George Eliot, Charlotte Bronté, Ellizabeth Gaskell, Jane Austen, Emily Bronté, y Edith Wharton. A la autora de “Mujercitas” no la he leído y Harriet Beecher Stowe, juega en Segunda División. En realidad, no me gusta hacer clasificaciones en materias, como ésta, no mensurables, que para eso están las carreras de caballos, de ciclistas o de personas, pero lo que si le digo, Mr. Faulkneriano, es que el primer puesto de esa clasificación que acabo de indicar, no me plantea ninguna duda; las demás podrían haber ido en cualquier otro orden según el pálpito momentáneo, pero Eliot es la que más me gusta.

@Tharl hace 9 años

Bueno Sedacala, no sería justo por mi parte responsabilizarte de mi decisión de leer a Mann, y mucho menos de que no me gustara. Además que una decepción de vez en mucho sería un bajo precio a pagar por descubrimientos como El corazón de las tinieblas. Así que, por favor, no dudes en seguir recomendándome libros.

Por mucho que respete y valore la opinión de una persona, rara vez (salvo la presión de un regalo o de un libro que se me ha “prestado” en contra de mi voluntad), leo un libro por la recomendación de alguien. Más bien me formo una imagen previa del libro que voy a leer a partir de los múltiples comentarios leídos y escuchados de los autores, webs y amigos a los que valoro, matizada por lo que se de ellos, y, a partir de ahí, según me apetezca más o menos y la disponibilidad del libro, lo leo o no, en un momento u otro. Claro, que muchas veces es una reseña o algún comentario que leo por aquí lo que me decanta finalmente a coger un libro que ya rondaba por mi mente o lo que me vuelve más receptivo a todo lo que escuche de ese libro y/o autor a partir de ese momento.

En el caso de Mann se junto un análisis que leí de Harold Bloom, con tu reseña, los comentarios de todos, las valoraciones de la ficha, la opinión de mi padre y el alto estatus general que tiene la novela. Vamos, que os debéis sentir todos terriblemente culpables :P.



La literatura victoriana es una de mis asignaturas pendientes. No leí más autoras inglesas que las Brontë, entre las que me decanto por Emily. Curiosamente, la siguiente autora que más me atrae es George Elliot.

@sedacala hace 9 años

No es por corregir, que a mí me da lo mismo, sino por informar; Eliot es un seudónimo y se escribe con una sola ele.

@Faulkneriano hace 9 años

Coincido con Vd, Mr. sedacala, al pensar que Eliot es la mejor del grupo. Yo pondría a Austen por encima de Gaskell, aunque todavía no conozco a la autora de Norte y Sur todo lo bien que quisiera, Wharton, aparte de yankee, es terriblemente irregular.