ZAMA. UNO DE LOS GRANDES por Guille

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Empecemos por lo fácil. La novela tiene una prosa extraordinaria, original, que me ha sorprendido primero y seducido completamente después. Tardé algo, no mucho, en acompasarme a su ritmo, en acostumbrarme a su estructura de frases y párrafos, en disipar mi confusión al atacar ese texto que, narrado en primera persona, parecía un diario donde los acontecimientos se iban superponiendo unos a otros sin ligazón aparente, escenas sueltas, algunas pequeños relatos en sí mismos, que poco a poco me iban descubriendo al narrador y protagonista del relato, Don Diego de Zama, y transmitiéndome el color y la textura de su discurso.

“Yo era un tenaz fumador. Una noche quedé dormido con un tabaco en la boca. Desperté con miedo a despertar. Parece que lo sabía: me había nacido un ala de murciélago. Con repugnancia, en la oscuridad busqué mi cuchillo mayor. Me la corté. Caída, a la luz del día, era una mujer morena y yo decía que la amaba. Me llevaron a prisión.”

Siguiendo con la parte fácil, la trama versa sobre un asesor letrado que en un largo y entrecortado soliloquio nos relata la espera a la que se ve obligado sufrir en una ciudad de segunda de la América colonial hasta que el rey se avenga a concederle su anhelado destino en donde poder reunirse por fin con su mujer. Esa larga espera, complicada con problemas económicos y cosquilleos retozones…

“Esa noche soñé que por barco llegaba una mujer solitaria y sonriente, sólo para mí, necesitada de mi amparo, que se confiaba a mis brazos y mezclaba con la mía su ternura. Pude precisar su rostro, gentil, y un vello rubio que le hacía durazno el cuello y me ponía goloso.”

…, enfrenta a este hidalgo de medio pelo consigo mismo, obligándole a encarar culpas y autodecepciones. Zama es un Oblomov antipático, incapaz de encauzar su vida…

“Ahí estábamos, por irnos y no.”

… y siempre presto a salvar su culo aunque ello conlleve descarrilar la vida de los demás.

Ese enfrentamiento con el hombre que en realidad es deviene en corrupción, en un agua estancada que propicia el nacimiento de todo tipo de bichos malsanos que, en un medio como es la pobreza, las penurias económicas y el fracaso en sus empresas, se desarrollan con prontitud deviniendo en delirio y fiebres que confieren al relato un cierto tono onírico.

“Me pregunté, no por qué vivía, sino por qué había vivido. Supuse que por la espera y quise saber si aún esperaba algo. Me pareció que sí.”

Y aquí viene la parte más difícil. La sintaxis del lenguaje que obliga muchas veces a releer en busca de más puntos de apoyo y que a medida que avanza la degradación del protagonista se va volviendo más y más lacónico hasta hacerse en ocasiones oscuro de tan condensado; la mezcla que termina produciéndose de ensueños, desvaríos y alucinaciones con esa realidad siempre sospechosa tanto en cuanto la conocemos a través de los pensamientos del infeliz protagonista; el simbolismo y el uso de imágenes que recorren toda la novela y que mi pésimo bagaje cultural me impide abordar la interpretación con seguridad: todo ello, digo, me hace sospechar que muy posiblemente no haya mas que arañado parte de lo que la obra lleva dentro… y ¿sabéis una cosa? Eso también es parte del éxito que la novela ha tenido conmigo, aunque lo principal haya sido, naturalmente, la forma en la que me ha encandilado su peculiar estilo.

“Europa, nieve, mujeres aseadas porque no transpiran con exceso y habitan casas pulidas donde ningún piso es de tierra. Cuerpos sin ropas en aposentos caldeados, con lumbre y alfombras. Rusia, las princesas… Y yo ahí, sin unos labios para mis labios, en un país que infinidad de francesas y de rusas, que infinidad de personas en el mundo jamás oyeron mentar; yo ahí, consumido por la necesidad de amar, sin que millones y millones de mujeres y de hombres como yo pudiesen imaginar que yo vivía, que había un tal Diego de Zama, o un hombre sin nombre con unas manos poderosas para capturar la cabeza de una muchacha y morderla hasta hacerle sangre.”


A pesar de las inmensas ganas de seguir leyendo al autor, dejaré que transcurra un tiempo prudencial para dar tiempo a mi inconsciente a que trabaje el texto y me vaya preparando para poder abordar con más soltura las otras dos novelas que completan la edición del libro: El silenciero y Los suicidas. Aunque no debería preocuparme mucho el tema; como el propio autor comentó dijo una vez:

"Resuelva de una o más maneras, igual o distinto a mí, quien me lea. Que el libro no termine con la lectura de la letra, que lo mío sea un estímulo de aptitudes creadoras de los otros y, a su merced, vaya más lejos de donde yo pude llevarlo."

Escrita hace 10 años · 0 votos · @Guille no lo ha votado ·

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