OTRO MALOGRADO FIN DEL MUNDO por EKELEDUDU

Portada de LAS PUERTAS DEL INFIERNO

Las intenciones son, o pueden ser, buenas, o al menos inofensivas; pero siempre alguien tiene que mandarse una cagada, y en este caso los que se la mandan son dos parejas de casados, los Abernathy y los Renfield, que provistos de cierto libro de conjuros hallado por azar en una librería efectúan cierto ritual en el sótano de la casa de los mentados, en el número 666 de la avenida Crowley (Hmmm.... ¿No encontraron mejor lugar para vivir?)Ocurre esto en la localidad inglesa de Biddlecomb, en la noche de un 28 de octubre. No fue, seguramente, la mejor idea que podrían haber tenido: la ceremonia consigue abrir progresivamente un portal a nuestro mundo tomando para ello energía del Gran Colisionador de Suiza (que si mal no me acuerdo, formaba parte de la trama de ÁNGELES Y DEMONIOS, de Dan Brown, así que va en camino de convertirse en sí mismo en toda una estrella literaria) , a muchos kilómetros de Bibblecomb. Y dicho portal planean usarlo las huestes infernales, comandadas por el mismísimo Gran Malevolente, para infiltrarse en nuestro mundo y destruirlo, haciendo así realidad, aunque bastante a destiempo, las profecías de Nostradamus, los mayas y tantos otros. Por lo pronto, los mismos cuatro tontos que realizan el ceremonial quedan, digamos, poseídos (aunque ésta no sea la palabra exacta) por espíritus malignos.

El problema es que, ya en esa condición, los cuatro sujetos resultan ser casi tan chapuceros como en su estado previo de mortales cualunques: esa noche, ya desde antes del inicio del ritual, merodeaba en los alrededores del domicilio de los Abernathy un muchachito de apariencia tan insignificante como la de Harry Potter antes de su ingreso en Hogwarts pero que, a diferencia de éste, carece de poderes mágicos. El muchachito se llama Samuel Johnson, tiene unos once años, un perro llamado Boswell y enormes ganas de festejar Halloweenantes de tiempo: fue precisamente el famoso "truco o trato" lo que, en principio, lo ha llevado hasta la puerta de los Abernathy, siendo expulsado por el dueño de casa, pero permanece en los alrededores, y así avizora que allí está ocurriendo algo raro, y de qué se trata. Cuando se lo cuente a su madre, por supuesto, ésta creerá que su vástago está bajo la influencia de la inminente festividad, aunque cuando ella más tarde debe rendirse ante la evidencia, de todos modos mantiene por momentos cierta flema inglesa, como cuando pregunta qué hace una calavera alada volando en su casa, al parecer sin que ello le produzca más asombro o emoción que si de una vulgar cucaracha se tratara. Como sea, en ese momento no le cree ni medio, pese a lo cual Samuel no parece exactamente desamparado: los seres malignos que han suplantado a los Abernathy y los Renfield, ya lo hemos dicho, son absolutamente incompetentes, por lo que deben estar agradecidos que se trate de un niño o no de Rambo o Terminator. Y encima, para desgracia de ellos, Samuel pronto se hará de un aliado sobrenatural, un demonio llamado Nurd que tampoco es muy impresionante que digamos, pero aportará su granito de arena.

Absolutamente desgolletado, el argumento de LAS PUERTAS DEL INFIERNO es menos importante que su curioso estilo, irónico y, en su primera mitad, lleno de notas al pie de página, muchas de ellas insólitas, desopilantes y absurdas. Alguna podría tener su razón de ser, y hasta recuerdo vagamente una proponiendo algún acertijo que sólo me trajo un descomunal dolor de cabeza (y cuya solución directamente me mareó). En lo personal, ésa me pareció la parte más interesante del libro, y más meritoria de lo que podría imaginarse, ya que logró hacer comprensibles, para un servidor, conceptos científicos hasta entonces sumamente enigmáticos (mientras tanto ya los olvidé de nuevo, pero ya es todo un logro que en ese momento pueda haberlos entendido). La obra, por lo demás, contiene unos cuantos homenajes; ya alguien habrá recordado que el apellido de los imprudentes esposos Renfield es también el del loco que comía moscas, arañas y otros manjares por el estilo en DRÁCULA, de Bram Stoker; hay también una avenida Lovecraft, etc.

Si para los adultos este libro no resulta demasiado profundo, sino apenas entretenido (y hay que decir que se insinúa una posible continuación, lo que ya me parecería excesivo: creo que no da para tanto), habría que ver, sin embargo, si parte del público infantil, al que inicialmente estaba destinada esta obra, no se sentirían sin embargo identificados con Samuel, un chico cuyo padre se ha marchado de casa y que de repente tiene que hacer frente al fin del mundo. Quizás antes de tildar de superficial a este libro tendríamos que tener en cuenta que para muchos chicos de la vida real y de la misma edad, el hecho de que un padre se marche de su hogar puede ser un fin del mundo al que deba enfrentarse antes de descubrir que, como Apocalipsis, resulta tan poco serio como el que aquí nos trae John Connolly, el autor, más conocido por sus novelas policíacas de Charlie Parker.

Escrita hace 10 años · 0 votos · @EKELEDUDU le ha puesto un 8 ·

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