¡SE ÑO RI TAES CAR LAAA TA..! por sedacala

Portada de LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ

Larga, sí señor. Muy larga, pero muy intensa; así es esta novela. No creo que el que la lea piense que está leyendo una obra maestra de la literatura, porque su prosa es el paradigma de la simplicidad y su carácter próximo al folletín hará impensable colocarla junto a las novelas americanas más prestigiosas del siglo XX. Pero, ¿qué importancia tiene todo eso, para el que ha estado casi tres semanas dándole vueltas y vueltas al endiablado carácter de Scarlett O´Hara? Yo creo que tiene poca importancia, y en todo caso que nos quiten lo bailado; el hecho de que «Lo que el viento se llevó», no esté junto a la mejor literatura, no impide que sea una magnífica novela; como magnífica es también la película homónima que ofrece la posibilidad de leer y ver la imagen del personaje, sin el esfuerzo adicional de tener que inventársela. Para hacer el análisis de la novela, conviene fijarse en dos bloques claramente diferenciados. El primero lo componen los cuatro personajes principales. Son imprescindibles para hacer la valoración de la novela, porque las claves de su entidad como obra literaria están en su génesis y en el manejo de sus personalidades. El otro bloque lo constituye el cúmulo de información adicional, imprescindible para la adecuada composición del trasfondo de la trama.
Empezaré primeramente por ello. El contenido del bloque es el siguiente.: El escenario político, que es el Estado de Georgia integrado dentro de la Confederación de Estados de América, nombre oficial del grupo de estados secesionistas. El escenario físico, que se reparte entre la emergente ciudad de Atlanta y la zona de los condados de Clayton y Fayetteville, a unas veinticinco millas al sur, donde están Tara y las plantaciones vecinas. El entramado social, formado por los propietarios de la vecindad del condado y por un ramillete de personas representativas de la ciudadanía de Atlanta. Y por último, el espacio temporal, que está descrito en el relato de los cuatro años que dura la guerra de Secesión, más una larga y penosa posguerra a lo largo de otros ocho años más. Todo eso aparece en la novela. Pero lo más importante, es saber lo que todo eso significa. Margaret Mitchell busca un objetivo, que es crear en el lector una imagen lo más fiel posible de lo que aquel conglomerado de cosas significaba para los georgianos; aquello era su modo de vida, pero también una aproximación a un mundo maravilloso, feliz e idealizado en el que los sureños creían vivir como en un prolongado letargo del que alguien habría de venir cruelmente a despertarles. La importancia de conocer estas cosas, es decisiva para obtener un resultado preciso de la novela, mucho más, que la que pueda lograr cualquier espectador de la película.
Mitchell cuenta con trazos admirativos cómo es el idílico ambiente anterior a la guerra. Georgia, contemplada a través de sus palabras, parece la Arcadia feliz. Pero después viene la guerra, y su ferviente exaltación de la causa confederada y su tono patriótico, van paulatinamente dando paso a la ponderación a que obliga una realidad, amarga y alejada del optimismo oficial. Y llega por fin, el largo y complicado periodo de la posguerra, en el que mezcla la frustrante sensación de derrota, con el orgullo siempre latente y con las penurias propias de una sociedad machacada por la guerra y por sus consecuencias. El planteamiento de la autora es, invariablemente adicto a la causa confederada, lo que convierte la novela en la historia de los perdedores contada por uno de ellos; pero así y todo, su condición de derrotados no les hace renunciar ni a su orgullo, ni a la esperanza de resucitar, antes o después, aquel mundo prebélico tan idealizado.
Tiene su aquel, a día de hoy, leer la historia contada desde el punto de vista de los que en el pasado, tildamos de «malos de la película», no de la película «Lo que el viento se llevó», sino de todas aquellas películas que retrataron la contienda civil americana, dando por entendido que su posición favorable a la esclavitud, relegaba a aquellos sudistas de antiestéticas guerreras grises, al poco honroso papel de «malos» y entendiendo que, además, defendían la posición de los terratenientes ricos y poderosos del sur, que desde una óptica alejada en lugar y fecha, sólo podían producir un evidente rechazo de cara al juicio de la Historia.
Pero es así como está planteada la novela, y leyéndola nos hemos de acostumbrar a cosas que, hoy, consideramos taxativamente incorrectas; véanse si no, las muestras de desprecio hacia los yanquis por antiesclavistas, o la sincera convicción de que en el sur se trataba bien a los negros, o la degradación posterior de éstos por no saber hacer uso de su reciente libertad, o la calificación del Ku Kux Klan como una causa noble y patriótica. Ahora bien, se ha de reconocer, aun no gustando el posicionamiento ideológico de la autora, que la exhaustiva plasmación a lo largo del libro de multitud de datos sobre el entorno geográfico, histórico y social y sus puntuales explicaciones y comentarios, configura el mecanismo idóneo para explicar, y en parte justificar, la actitud de los personajes y para poner los hechos novelados en relación con la realidad histórica de su época; y ello, pese al enfoque partidista, normal y explicable, en un ciudadano del sur. Paso ya pues, a hablar de sus protagonistas.
Esta es una novela de personajes; todo lo que ocurre, es consecuencia de sus singulares caracteres. Y el primero, Scarlett O´Hara. La novela se basa en ella. Su carácter es determinante para el desarrollo del argumento, que con ella empieza y con ella termina mil páginas después. A lo largo de ese recorrido, nos muestra su carácter fuerte y de marcados rasgos: el egoísmo, el orgullo, la falta de escrúpulos y un genio de mil demonios, que en conjunto dan como resultado una jovencita malcriada, pero a la vez seductora por su tenacidad, su coraje y por una vitalidad y alegría exultantes. En fin, un terremoto de señora. Su primo Ashley Wilkes, es lo contrario: culto, refinado, discreto, considerado, y también, pusilánime, vacilante y en definitiva, absolutamente falto de carácter. Pero se convierte en objeto de la devoción de Scarlett y ese hecho desencadena el conflicto. Rhett Butler aparece en la fiesta que hay al principio de la novela y ya no deja de aparecer periódicamente en la vida de ella. Enamorado, fascinado, o simplemente encaprichado, tanto da; el caso es que mantienen una relación fugaz, intensa y ardiente, porque sus caracteres, fuertes los dos, parece que, en alguna forma se complementan. Su rol de cínico y su actitud chulesca y autosuficiente, avientan siempre la duda sobre su falta de escrúpulos; pero, profundizando, vemos que predominan en él las cualidades, pues es equilibrado, inteligente, elegante, decidido, burlón y tierno cuando quiere serlo; su mayor defecto, quizá sea su escasa templanza con el alcohol. Y falta Melanie Hamilton, la bondad personificada hasta el éxtasis; parece boba, pero no; sólo, que es muy buena ella. Y ese talante bondadoso es a causa, o a pesar, que nunca se sabe, de su personalidad hogareña, comedida, pacata en todo lo referente a la moral y las costumbres, y siempre, rocosa e inamovible en sus convicciones, lo que le confiere al personaje mucha más consistencia de lo que se podría suponer viendo desatentamente la película.
En la creación de estos cuatro personajes reside la fuerza de la novela. Scarlett tiene a su primo en el punto de mira y Melanie es tan buena, que es perfectamente capaz de comprender los sentimientos escondidos del tipo duro y despreciable que aparenta ser Rhett, que, en justa reciprocidad, siente veneración por ella. Así que, el huracán de pasiones cruzadas que se teje y se desteje en la novela es denso y bien elaborado, desarrollado y explicado por Margaret Mitchell, con una locuacidad fácil y con la prodigiosa mente que se requiere para poder tramar y gestionar todo este torrente de sentimientos que fluye durante tantas páginas, sin dejar en ningún momento de tener sentido, y por tanto, arrastrando al lector sin que éste tenga que hacer ningún esfuerzo para ello.
Este libro, no sé si de manera intencionada, o fortuita, nació con vocación de ser la gran epopeya de los Estados Confederados de América, y acabó siendo la base sobre la que se cimentó la más célebre película que se haya filmado nunca, pero, que yo no había visto de un tirón, hasta ahora. Viéndola ahora, después de leerla, compruebo que la excelente adaptación de los actores a sus papeles es tan buena que parece que hubieran venido al mundo con la misión específica de participar en la película. Desde que vi a Vivien Leigh en el papel de Blanche Dubois en «Un tranvía llamado Deseo» y también en ambiente sureño, me enamoré de su camaleónica personalidad. Borda el papel de Scarlett O´Hara, y no sólo porque encaja en sus características, sino porque actúa con el oficio propio del actor curtido en el teatro. Los rasgos consecutivamente duros y blandos del personaje, exigen poder expresar de seguido, maldad, bondad, resentimiento y ternura y ella cumple con ese objetivo. Los otros tres actores, encarnan bien sus papeles, pero no tanto por sus actuaciones excepcionalmente buenas, sino por la identificación de los actores con los personajes. En particular, parece como si Margaret Mitchell hubiese adivinado que Gable iba a hacer el papel de Rhett Butler, por la coincidencia que hay entre los rasgos físicos del actor y la fisonomía que describe en sus páginas. Leslie Howard daba bien el papel por su rostro lánguido y su porte elegante y espiritualmente anémico, pero a sus 46 años aparentaba más edad que los, aproximadamente treinta, del joven descrito en la novela. Olivia de Havilland, sí fue una perfecta Melanie y su gesto bobalicón, tanto o más lánguido que el de su marido en la ficción, encajaba perfectamente en el perfil del texto, con unas maneras a mitad de camino entre una matrona romana y una dama del Ejército de Salvación.
Me resultaría incomprensible reseñar «Lo que el viento se llevó» y no dedicar el último comentario a tocar el tema racial. Margaret Mitchell, escribió su novela entre 1926 y 1936. La esclavitud, abolida tras la guerra de Secesión, ya no existía, pero el problema de la desigualdad y de la ausencia de derechos civiles de la población de origen africano en los Estados Unidos, no sólo estaba vigente, sino que no se llegó a resolver hasta la década de los años sesenta del siglo XX. Esto se aprecia perfectamente en el texto, en el que las ideas segregacionistas no sólo no se denuncian, sino que se expresan como la cosa más natural del mundo. Incluso, se trata de justificar el sistema imperante en el sur, aduciendo la cínica idea de que es, bajo la esclavitud, donde mejor pueden estar los negros. Los personajes de raza negra que aparecen, tienen un tratamiento sistemáticamente peyorativo; o son medio imbéciles como Prissy, o son unos peligrosos canallas que asaltan mujeres blancas, o son unos cascarrabias como Mammy.
Hay un detalle en el libro, que refleja bien la conciencia paternalista de los ciudadanos del sur y la segregacionista de los del norte. Cuando Scarlett, en su intento de hacer negocios con los militares yanquis, se ve obligada a tomar el té con sus esposas, éstas tienen auténtica curiosidad morbosa por ver que dice una sudista de la esclavitud; ella elude diplomáticamente definirse, pero cuando una joven madre del norte, le pide referencias para contratar alguna niñera que cuide de su hijo (pensando en una mujer blanca), Scarlett inocentemente le habla de una negra para hacer ese trabajo (era lo habitual en el sur); oyendo su respuesta, la yanqui se escandaliza diciendo que jamás permitiría que una negra tocase a su hijo. Así que sale de la reunión asombrada de que los del sur, carguen con fama de negreros, mientras que las yanquis, teóricamente antiesclavistas, no conciben que mujeres negras cuiden de sus hijos.
Es decir, el libro quiere transmitir la idea de que en la Confederación se trata bien a los negros, aunque se admita que esto ocurre, sobre todo, en el caso de sirvientes que trabajan en la casa, considerándoles en tal caso, con una condición intermedia entre criados y parientes, como es el caso de Mammy, la negra oronda que la cuida desde que nació (Hattie McDaniel fue la primera persona de color premiada con el óscar, de mejor actriz secundaria). Esto podría llegar a creerse aun con múltiples matices menos favorables, pero tal idea no se sostiene en las plantaciones, donde sólo es concebible un trato a los negros próximo a cierta humanidad, si iba envuelto en grandes dosis de paternalismo, lo que para desgracia de muchos, tampoco debía ser muy frecuente. Todo esto, trae a colación «La cabaña del tío Tom», libro que se tuvo por alegato contra la esclavitud, que se menciona expresamente en las páginas de «Lo que el viento se llevó». Publicado antes de la guerra por la escritora del norte H. B. Stowe, tuvo un éxito editorial sin precedentes en el mundo hasta aquella fecha y fue, en alguna medida, el desencadenante de la propia guerra. Lo cierto, es que Margaret Mitchell escribió esta novela en unos años (1939) en los que el tema racial estaba muy lejos de estar resuelto (léase si no El corazón es un cazador solitario, de Carson McCullers, que es de 1940 y también en Georgia) y que los modos de vida y las costumbres, aún no habían evolucionado, siendo más parecidos a los de 1865, que a los del momento actual. Esa, creo yo, es la razón por la que los comportamientos de Scarlett, son asimilados por el lector actual, con mayor simpatía que antes. Su desprecio por las anticuadas normas de conducta vigentes entonces y su atrevimiento en saltarse las convenciones sociales, crean una corriente de simpatía hacia ella por su comportamiento moderno y feminista. Uno tiene la intuición de que Mitchell pudo haber creado ésta, su única novela, con la intención de dar publicidad a toda la herencia histórica de los estados del sur, en unos años en los que las heridas de la guerra debían estar ya cicatrizadas, apoyándose para ello en la exhaustiva documentación de que disponía y en los datos transmitidos oralmente por sus padres o abuelos. Pudiera haber en ello un deseo de reivindicar la singularidad, que dentro de los Estados Unidos tenía el sur, como sociedad predominantemente tradicional, católica y rural, en contraposición a la del norte, avanzada, protestante e industrial; y también como una manera de simbolizar, a través de la tozudez de herencia supuestamente irlandesa de Scarlett, una trayectoria desquiciada, con un cierto paralelismo entre su propio recorrido personal y el de la Confederación.
Resumiendo, diría, que para un lector que, como yo, no había visto entera la película pero que, obviamente, tenía suficiente información sobre ella, la lectura de la novela supone la sorpresa de encontrarse frente a una historia pasional, que va mucho más allá de lo simplemente pasional. De ahí lo de la sorpresa, porque, no es sólo, como yo erróneamente esperaba, una historia de pasiones, sino que en ella lo sentimental se funde con el trasfondo que refleja la situación política, militar, social y racial en el sur durante y después de la guerra, hasta el punto de adquirir una importancia vital, que hace necesaria e imprescindible su lectura para situar correctamente lo pasional en su contexto. Viendo atentamente la película se puede uno aproximar a ese trasfondo, puesto que es un film excelente y muy largo, pero que aprovecha perfectamente su gran metraje en la labor de contar cumplidamente la historia. Pero, acceder a su lectura es otra cosa; éste debe ser uno de esos casos emblemáticos que reflejan las diferencias fundamentales que hay entre el cine y la literatura. La película es extraordinaria, más aún si tenemos en cuenta que se rodó en el ya lejanísimo 1939. La novela sin embargo, siendo buena, no lo es en ese grado superlativo. Bueno, pues a pesar de la extraordinaria calidad de la película y de que la imagen y la música —excelente ésta por cierto— pueden compensar en buena medida la ventaja que la mayor extensión le concede al libro, a pesar de ello, la historia como tal, es mucho más satisfactoria, leída, que vista en la pantalla. O al menos, así lo veo yo.

Escrita hace 10 años · 5 puntos con 4 votos · @sedacala le ha puesto un 8 ·

Comentarios

@Tharl hace 10 años

Grandísima reseña, Sedacala. Nunca había tenido curiosidad por éste libro, sí por la película, que aún no la he visto. Tras leerte he decidido ver la película sin falta, pero no estoy tan convencido con el libro… 1000 páginas son para pensárselo.

Haces énfasis en el tema racial como un punto conflictivo que puede suscitar suspicacias del lector actual por la actitud partidista de la escritora. Pues justo es eso lo que más me atrae para leerme el libro. Pero 1000 páginas son para pensárselo.
Es necesario y siempre enriquecedor, leer el relato de los silenciados perdedores. Y los estados confederados no perdieron solo la guerra, perdieron la razón. En las guerras civiles, y la de secesión más que ninguna otra, suelen enfrentarse dos formas de vida opuestas, de valores distintos, y en este caso, sistemas económicos y sociales radicalmente diferentes.
Tengo la impresión de que todos los abordajes de EEUU a su guerra civil aspiran a convertirse en Grandes Relatos, y son casi siempre, sobre todo actualmente, propagandísticos o biempensantes y políticamente correctos. Los más aspiran a ser un relato fundacional absolutamente maniqueo del Sur, y los menos, son evocaciones nostálgicas del paraíso sureño perdido. Prefiero los segundos, al menos suelen ser más sinceros en su subjetividad, no suelen aspirar a ser una verdad incuestionable y cuentan con talentos como el de Ford.
En España sabemos bien lo difícil que es abordar una Guerra Civil sin caer en el maniqueísmo. Lástima que no tengamos un Ford.

@sedacala hace 10 años

Ya voy entendiendo tu punto de vista; te interesa más, precisamente por ser el relato que hace uno de los perdedores de la guerra; y ya de paso, aprovechas para establecer un cierto paralelismo entre la guerra de Secesión americana y la española, pero no lo haces así porque creas que ambos casos sean homologables, sino porque desde tú punto de vista la perspectiva del perdedor tiene siempre un mayor atractivo por razones, casi siempre, impregnadas de romántica subjetividad. Bueno, pues puede ser que tengas razón, quizá, literariamente hablando, dé más juego esa actitud del perdedor, o del que glosa la pose del perdedor, que, claro está, es mucho más patética.

Lo que pasa es que, aunque reconozco que es verdad eso que dices, a mí en este caso, me pesa mucho más la objetividad cierta de que eran los ganadores de la guerra los que tenían la razón de su parte. Y por otro lado, la cuestión racial hace otorgar la razón a los vencedores porque suprimieron la esclavitud, pero no toda la razón, porque la anécdota que cuento en la reseña pone en evidencia que el racismo estaba en ambas sociedades, la del norte y la del sur. La diferencia es que en el sur se consideraba como algo intrínsecamente perteneciente a su mundo y era inconcebible ponerlo en duda, mientras que en el norte la polémica creada por los representantes de las religiones protestantes, había calado en la sociedad y creado el convencimiento de que la esclavitud era moralmente inaceptable. Pero, segregacionistas eran unos y otros.

En cuanto a lo temible de la lectura del libro por las 1000 páginas, lo puedo comprender, pero no lo comparto. En realidad fue Mayte la que me metió a mí la idea en la cabeza cuando leí su reseña hace ya tiempo y comprendí que la cosa podía merecer la pena. Es cierto que quizá hay un bache sobre la mitad del libro en que empiezas a dudar, pero no es muy profundo y se sobrepasa, y luego sigues con mucho interés hasta el final.

Lo que sí tengo claro, y así lo recalco al final de la reseña, es que para que esta historia se haga plenamente satisfactoria, es necesario leerla. Lo otro es CINE, así con mayúsculas, y como tal también es plenamente satisfactorio. Pero es otra historia diferente, es… una película.

@Faulkneriano hace 10 años

La película la podemos ver cuando queráis. Total, una vez más... Yo pongo las cervezas. Ahora, la novela... como que no.

@Tharl hace 10 años

Mmmm, creo que no me expresé muy bien. Me interesa la opinión del que perdió la razón en la guerra, cuando son sinceros, por el hecho de que suelen ser testimonios acallados y despreciados. Pero me quejaba de la pobre calidad que tienen, sobre todo en la actualidad, las películas sobre la guerra de secesión o la esclavitud. Suelen ser biempensantes y maniqueas, dicen lo que el espectador espera oír, sin ninguna ambigüedad y con una falsa objetividad. Por eso prefiero las películas que al menos abordan el tema reafirmando su nostalgia y subjetividad. Y por eso también sacaba a coalición el caso de España. A falta de ver “La vaquilla”, no conozco una sola película sobre la Guerra Civil Española que este a la altura de, por ejemplo, Misión de audaces. Solo se salvan algunos libros (Requiem por un campesino español, escrito desde el punto de vista de un campesino ni de un bando ni de otro; y un cuento de Sciascia, desde el punto de vista de un soldado italiano en las filas fascistas).

En cuanto a la Guerra de Secesión, yo también creo que hay que diferenciar el racismo con la abolición de la esclavitud y que en este caso no tuvo nada que ver lo uno con lo otro. Incluso iría más lejos y me preguntaría hasta qué punto la abolición de la esclavitud fue causada por la polémica ideológica o solo como una estrategia más para hundir la potente economía y modo de vida del sur y afianzar el poderío del norte. Además de ganarse el apoyo de Europa, a lo mejor.

Recientemente he encontrado en Vargas Llosa un tratamiento de este tipo de temas que es el que me gusta. En “La guerra del fin del mundo”, la abolición de esclavitud y sus consecuencias es una cuestión de fondo constante, junto al enfrentamiento entre Bahía (el equivalente al Sur de Estados Unidos) y el equivalente del Norte. Vargas Llosa rechaza, gracias a los múltiples puntos de vista y una escritura sincera, todo maniqueísmo, y evoca maravillosamente lo que debió de ser la esencia, incomprensible para nosotros, de estos libertos. Leyéndolo uno es incapaz de situarse a favor de los “sureños” o “norteños” o de los yagunzos, solo siente un terrible vértigo y desolación por la imposibilidad de una comprensión mutua.

Bueno, por el momento voy a ver la película. Hay relatos que me gustan más cuando son CINE que en papel.

@sedacala hace 10 años

Bueno la verdad es que yo me referí a la película, porque me parecía impensable hablar del libro y no decir nada de una de las películas más famosas; pero yo no quería hablar de cine, porque insisto, a riesgo de ser pesado, que no me chifla el cine y que yo lo que quería era hablar de un libro que se llevó al cine por su espectacular éxito como novela, independientemente de que después el film superara todos los records de la novela premiada con el Pulitzer. Y yo lo que digo es que el libro está muy bien, y que la historia que se cuenta en el libro, se entiende mucho mejor leída que vista en la pantalla, por más maravillosa que sea la película. ¿Qué no le interesa a nadie? Eso es otra cuestión. Nadie puede negar que ver “Lo que el viento se llevó” es imprescindible para un cinéfilo. En cambio, leer la novela del mismo título no es imprescindible para ningún lector. Yo, no siendo cinéfilo, disfruto bastante con el ejercicio de comparación entre las obras literarias y sus adaptaciones al cine (las buenas) y por esa razón he visto esta peli, después de leer este libro, como hice hace poco con “Orgullo y prejuicio” o como hice en su día con “Rebeca”. Como verás, hablo de pelis “superconocidas”, ¿de qué otras podría hablar un “no cinéfilo”? Y en esa línea, te diré que me hablas de “Misión de audaces” como si cualquiera hubiera de conocerla, y sí, es cierto que la conozco, pero de milagro, es decir, porque alguien de mi familia cuando yo tenía ocho años decidió llevarme a ver “una del Oeste” o quizá, “una de John Wayne”, no sé, no me acuerdo; lo que sí sé es que hicieron muy bien en llevarme porque me gustó mucho. Claro que no fui capaz de apreciar ese tratamiento que, en ella, le dio Mr. Ford al asunto ese de los perdedores de las guerras que era la razón de que tú lo mencionases; y no sé cuántas pelis sobre la guerra civil española podrían estar a la altura de Mr. Ford, aunque sospecho que pocas. Pero quizá “La vaquilla” podría ser una de ellas, yo, que sin ser cinéfilo, me arriesgaría a aventurar la idea y aquí Berlanga anduvo muy fino.