INSPIRACIÓN DEMONÍACA por sedacala

Portada de DOKTOR FAUSTUS

Han sido muchas las obras que, a lo largo del tiempo, han tratado la leyenda del hombre que pacta con el diablo y la más conocida de todas es el Fausto de Goethe. La novela Doktor Faustus, es la versión con la que Thomas Mann, quiso acercase a este tema y fue escrita en su exilio californiano durante la segunda guerra mundial. No se trata de una novela convencional, al contrario, es una obra muy especial por su estructura biográfica, por su abundante contenido específicamente musical, y por las numerosas connotaciones simbólicas que contiene y que relacionan su contenido con cuestiones de música, filosofía, religión, además de con los hechos de carácter bélico más relevantes de su época.
Desde el momento final de esta historia y narrando en primera persona, un amigo del músico alemán Adrián Leverkühn, hace un repaso retrospectivo de la vida de éste, desde la infancia hasta una madurez que coincide con el final de la segunda guerra mundial. La lectura de esta novela provoca en el lector sentimientos contrapuestos a lo largo de toda su lectura. El autor crea una historia de ficción, que, sin embargo, en muchos momentos se confunde con la realidad de la Alemania de la época; por ello, a veces, el lector duda si lo que lee son hechos reales o inventados, pero pronto se adapta a discriminar el carácter de cada cual. Algo parecido ocurre con las ciudades donde nace y vive, hasta que la oportuna consulta revela que son imaginarias. Una vez encarrilada la narración, se van desvelando los personajes que acompañan al protagonista en las distintas fases de su vida, sus estudios de adolescente, su trayectoria universitaria, o sus primeras decisiones sobre su futuro profesional. En la novela no sólo figuran los sucesos más destacados de su vida, Mann intercala entre ellos, fases discursivas, en las que el narrador se extiende en razonamientos y reflexiones sobre múltiples materias, en particular sobre las que son disciplinas docentes en los estudios del protagonista. Son fases que utiliza para hacer múltiples análisis y disertaciones, fundamentalmente sobre historia, música, teología, y filosofía, siempre en relación con el estudio y la disección del carácter germano y con su fecunda eclosión a partir de la Unificación de Alemania.
Thomas Mann, es uno de los escritores que más he leído, por adaptarse especialmente bien a mi particular capacidad de asimilar lo que leo. Bien, pues a pesar de ello, cuando me adentro en esta novela, acabo encontrando fases en las que me entran unos deseos irreprimibles de saltarme páginas, viendo cómo se encela con determinados temas. Son fases del libro que pecan de una tremenda complicación, haciendo que su mensaje caiga en la aridez y en el tedio; son los mencionados pasajes discursivos, en los que Mann lleva demasiado lejos su entusiasmo con ciertos temas y se adentra por terrenos demasiado farragosos para cualquiera que no sea un especialista en esas materias. En realidad es una cuestión de medida, porque con su extraordinaria capacidad para desarrollar cualquier asunto, el libro se sigue perfectamente durante una gran parte de sus páginas; tan sólo bastaría que hubiese sopesado mejor los momentos más duros para aligerarlos, evitándose así caer en excesos que no aportan nada a la obra en su conjunto y que, llevados tan lejos, sólo parecen responder a un regodeo del autor hasta límites que la mayoría de los lectores considerarán innecesarios. En ese sentido son especialmente difíciles de asimilar los contenidos referidos a temática musical, en los que trata sobre autores muy conocidos, especialmente Bach, Beethoven y Wagner, pero también sobre otros que lo son mucho menos, o que son totalmente desconocidos; también trata sobre cuestiones puramente técnicas, como el análisis de algunas obras concretas, o el de determinados instrumentos y sus dificultades para los solistas, y ya no digamos, cuando se interna en el campo teórico de la composición, planteando cuestiones de armonía, acordes, contrapunto, canon, melodía y mil cosas más que se salen de lo que puede seguir un profano, por más que le guste la música clásica. Tan es así, que hubo de aclarar en una nota de las primeras ediciones del libro, el hecho de que pasajes bastante amplios de éste, fueron en su totalidad escritos por Theodor Adorno, un musicólogo alemán amigo suyo, que aceptó su encargo, pero que posteriormente le requirió para que reconociera públicamente su autoría.
En cualquier caso el texto del libro es, como casi siempre ocurre en los libros de Thomas Mann, de una extraordinaria calidad, y quizá en este caso el hecho sea aún más meritorio, en función de las especiales dificultades que, como acabo de indicar en las páginas anteriores, plantea el tema del libro. A pesar de ello, consigue mantener página a página, suficiente tensión narrativa como para llevar la mente del lector como agarrada de la mano, sin permitirle despistarse y sin dejar de tener la sensación de estar leyendo un texto de una gran significación. Luego, en los momentos críticos o culminantes de la trama, el interés y la sensación de calidad suben aún más el tono hasta llegar a producir auténtica emoción, derivada, no sólo de las circunstancias emotivas de la trama, sino también de la constatación de estar leyendo una prosa dotada de una envidiable capacidad intrínseca de emocionar.
En este punto se podría inquirir: ¿pero, hay muchos momentos en que la trama adquiere esa dimensión emotiva y culminante, o el libro se desenvuelve con un ritmo sosegado y exento de emoción, como parece derivarse de su planteamiento? Esta pregunta debo contestarla admitiendo que, efectivamente, algo de esto último hay, sobre todo si se tiene en cuenta la amplia extensión del libro, porque, esos momentos culminantes se sitúan en las fases más intensas de la trayectoria personal del protagonista que, por aventurar una cifra, quizá supongan un sesenta por ciento de su paginado. Siendo así, es cierto que dichos momentos álgidos son escasos y están concentrados en el último tercio del libro, lo que puede convertir la lectura de la otra fase menos intensa, —el cuarenta por ciento restante— en una labor que requiere esfuerzo y determinación, aunque siempre compensado con la lectura de su excelente prosa.
¡Pero ojo!, basándome sólo en lo expresado hasta aquí, quizá no estaría ahora recomendando este libro, ni siquiera, probablemente, escribiendo su reseña. Lo que me anima a escribirla y a recomendar su lectura —con la lógica salvedad de que se asuman estos temas— es su contenido simbólico en cuestiones como el carácter de la nación alemana, su historia musical, su tradición filosófica, y su trayectoria militar desde la creación del Estado alemán en el siglo XIX, hasta la gran hecatombe de 1945. Son cuestiones que Mann introduce en su novela sobre el mito de Fausto, quizá, para ampliar y potenciar así su contenido, y quizá también, por su interés en hablar de todo ello en una encrucijada histórica en la que estos temas eran de candente actualidad, además de tremendamente polémicos y controvertidos.
Me limitaré a enumerar: El personaje de Adrián Leverkühn, pretende ser un alter ego de dos personajes reales, uno, en lo musical, el compositor austriaco Hugo Wolf, especializado en lied (canción alemana) y hombre de temperamento desequilibrado; y dos, en lo filosófico, de Friedrich Nietzsche, el célebre escritor y pensador de personalidad depresiva y enorme influencia en su época. Aparte de esas referencias, se sugiere de manera subliminal en el texto, que el conocido contubernio característico del mito de Fausto, en el que alguien ofrece su alma al diablo a cambio de unos determinados y extraordinarios favores, se desarrolla también en una dimensión colectiva, promovido, nada menos, que por el conjunto de la nación alemana (impelida por sus dirigentes) que disfrutaría así de su mayor momento de gloria, aunque con la delimitación temporal del plazo acordado, tras el que todo se viene abajo sintiendo la caída como mucho más dura. Naturalmente, se trataría de un símil que el autor aprovecha para reflexionar y hacer todo tipo de consideraciones sobre la realidad alemana, especialmente en el periodo de entreguerras, aunque también en periodos anteriores.
¿En que se concreta esa parte de la novela que dedica a tratar sobre estos asuntos? En mi opinión, todo lo relacionado con el nacionalismo alemán, —que es de eso de lo que hablamos— es la parte más interesante de la novela y el autor la trata con su estilo característico, lo que quiere decir que, además de su calidad como escritor, plantea el asunto con unos recursos que son muy suyos y que vemos repetidos en sus otros libros. Sus protagonistas, por ejemplo, suelen tener una característica muy alemana: la ambición por triunfar, el deseo irrenunciable de luchar denodadamente hasta obtener el éxito. Los personajes masculinos, sin embargo, tienen otro rasgo que les señala: son ambiguos, es como si su personalidad se escapase por alguna fuga invisible impidiéndoles definirse de una manera clara, a veces esa ambigüedad es sexual, pero no siempre. En cambio las mujeres suelen ser de personalidad fuerte, su feminidad triunfa a través de la rotundidad y el carácter, no a través de la delicadeza. Y el niño, cuando existe como personaje, es el ángel tierno, el efebo delicado y bello, y de maravilloso carácter. Estos rasgos son recurrentes en algunos protagonistas suyos, lo que no quiere decir que todos sus personajes respondan a esos esquemas, al contrario, su variedad permite demostrar que los estereotipos que a veces se manejan —con excesiva alegría— hablando del carácter de los pueblos, pueden ser tremendamente inexactos, además de injustos. Al hilo de estos conceptos surgen algunas dudas; veamos: El narrador de la novela, como dije al principio, es un amigo de la infancia del compositor que sigue en contacto con él a lo largo de su vida, ¿es posible que sea también el trasunto del propio Thomas Mann en el sentido de que la ideología que se esconde tras las palabras del narrador del libro coincida con la de su autor? No sería nada raro dado que es habitual que los escritores viertan contenidos autobiográficos entremezclados con los de ficción. Y como una ramificación de esta pregunta diría también: ¿La ambigüedad de Leverkühn —que la tiene— habría de hacerse extensiva también a la toma de posición ante el nazismo del propio Thomas Mann?
Si me hago estas preguntas u otras similares, es porque el lector de la novela se va a encontrar también con motivos sobrados para planteárselas a consecuencia de la reiterada —a lo largo del texto— insistencia en lo mismo: la extraordinaria valía de los músicos alemanes; o de los pensadores alemanes que llevaron la filosofía a sus más altas cimas; o la lucidez de Lutero que ya en el siglo XVI supo despejar las tinieblas del Catolicismo romano; o la eficacia y la determinación de la milicia prusiana que enseñó a ingleses y franceses el funcionamiento de un ejército; o la brillantez en todos los órdenes de los científicos e intelectuales teutones; y por supuesto, la presencia de los hombres y las mujeres alemanes que siempre conjugaron en su espíritu y en sus cuerpos, los ideales de perfección y belleza heredados de la Grecia antigua. Y cuando, por una serie de desgraciadas circunstancias —en las cuales ellos no creían tener culpa alguna—, el tratado de Versalles les llevó a la ruina y a la humillación, nadie, como el pueblo alemán, hubiera sabido superarlo en tan poco tiempo hasta el punto de darle totalmente la vuelta a la tortilla. Es decir, que el mensaje contenido en el libro es germanófilo hasta decir ¡basta! Pero Thomas Mann lo desequilibra favorablemente exponiendo también lo contrario, es decir, a que extremos de ignominia y desvarío llegó el pueblo alemán conducido por un nazismo envenenado de soberbia y orgullo, un poco en la misma manera en que Mefistófeles envenenó la mente de Fausto (Leverkühn, en este caso). Este es el esquema de partida del libro; mi duda, y aquí es donde entra lo de la ambigüedad que decía, es que no estoy convencido del todo de que ese desequilibrio a favor, que se pretende al introducir los conceptos contrarios al nacionalismo, suponga un mea culpa sincero que garantice que lo que fueron desvaríos de un orgullo culpable, no se vuelvan a repetir en el futuro. Así que leyendo esta sucesión de conceptos contrapuestos, me quedo un poco mosqueado y dudo de la sinceridad de un mea culpa que me parece desganado, como si renegase de todo aquello, mucho más, por la obligación que impone la derrota, que por auténtico convencimiento de que aquel régimen fuese de inspiración demoníaca.
Así que la profesión de demócrata convencido de Mann, formalmente queda a salvo, su enfrentamiento con el nazismo fue real y lo demuestra su exilio y acogida en los Estados Unidos durante la guerra. Pero así y todo, yo mantengo un poco de mosqueo fomentado por la querencia a la ambigüedad que muestran algunos de sus personajes y que él mismo se encarga de exhibir cuando se lanza a hablar sobre la situación de su país. Sirva también como ejemplo de su ambigüedad, el hecho de que en sus libros aparece como el más simpático de los narradores, haciendo gala de la fina ironía que contienen sus libros, para luego, en la realidad de su vida privada, demostrar, como han indicado con imparcialidad sus biógrafos, que fue un tipo soberbio y engreído hasta extremos difícilmente compatibles con la afabilidad que parecen destilar sus escritos, ¿Cómo fue posible esa labor de ocultamiento y disimulo de su auténtica faz? Pues lo fue, por la ambigüedad calculada que, ayudado en su formidable habilidad como escritor, distribuyó entre los personajes de sus libros, y también en su propio personaje, no sólo en lo privado, yo sospecho que también en lo público.

Escrita hace 10 años · 5 puntos con 4 votos · @sedacala le ha puesto un 7 ·

Comentarios

@Tharl hace 10 años

Muy interesante tu crítica Sedacala. Tanto por tu minucioso análisis del libro como por las delicadas observaciones sobre Mann. Es una alegría volver a leerte por aquí.

Tengo actitudes muy contradictorias hacia la cultura alemana, y más aun su literatura. No leí un solo libro o autor de esta lengua que me haya maravillado y, por lo general, me parecen bastante faltos de sentido del humor. Claro, que tampoco he leído a más de 5 autores… Y en cine tienen a Fassbinder… Y no hablemos de su música o filosofía…
Por eso cada vez tengo más ganas de leer a Mann. El otro día andaba pensando por qué libro suyo empezar y, ciertamente, el que más me apetece es La montaña mágica. Solo me asusta la cantidad de páginas… Después de leer tu reseña me queda claro que Doktor Faustus es mejor una vez que ya conozca al autor.
Tengo la impresión de que todas las novelas de Mann son voluminosas, muy “germanas” y aspiran a la “novela total”, ¿es cierto?

@sedacala hace 10 años

Veo Tharl, que el interés que te pueda haber suscitado esta reseña es, más que por el tema del Fausto en sí, por el atractivo de ponerlo en relación con el auge del nacionalismo alemán desde la Unificación en el XIX, hasta el fatídico año 1945. Eso es lo que, en el fondo, se ventila en la novela y lo que la hace verdaderamente atractiva; pese a ello, mi valoración, ateniéndome a cuestiones puramente literarias, es de sólo un 7. Si además introdujese valores históricos, filosóficos, o de cualquier otro tipo, mi valoración subiría al 8 o incluso al 9, pero he preferido reflejar sólo mi estimación como novela y esa no pasa del 7.
He optado por publicar esta reseña, en un intento por poner en valor ese carácter del libro que consiste en tocar muchas teclas a la vez, a pesar de saber que Mann es un autor poco frecuentado por estos lares. En este libro se entremezclan tantos temas, que pueden ser definitivos a la hora de crear expectativas para aquellos a los que el autor no les atrae por sus temas habituales. Sé que hay personas a las que les repele el tema de la segunda guerra mundial, pero creo que son muchos más los que les entusiasma; por alguna razón que desconozco es un tema con un irresistible atractivo a pesar de su dureza; quizá sea su relativa cercanía, o un cierto morbo por conocer los motivos de tanta perversidad concentrados en un régimen aplaudido por (casi) todo un pueblo.
En cuanto a lo que dices referido a las obras literarias en lengua original alemana, es muy curioso, porque yo tengo que decir justamente lo contrario. Los nombres de Mann, Roth, Zweig, Böll, Grass, o Musil, para mí son sinónimo de lectura fácil y gratificante. A Hesse, en cambio, no le cojo el punto, no sé por qué. Pero en general son autores con una forma de expresarse que sintoniza mucho con lo que a mí me gusta.
Para empezar a leer a Mann, yo te aconsejaría un orden coincidente con el cronológico de sus novelas. Los Buddenbrook fue la primera y le concedieron el Nobel por ello. Pero es cierto, que La montaña mágica es su novela más redonda, también más innovadora y que se aproxima bastante al concepto ese de “novela total” que intuyes. Aun así, Los Buddenbrook, dentro de sus coordenadas de novela convencional, también aspira a esa idea globalizadora. No te asustes por el número de páginas porque si te gustan, te parecerán pocas. Si no te gustan, es ya otra cuestión.
Saludos.

@Faulkneriano hace 10 años

Bienvenido, sedacala, a esta tu casa, donde aún queda mucho sitio para tus estupendas reseñas.

Doktor Faustus pertenece al pasado, en todos los sentidos.

En primer lugar, es una novela simbólica, de claras resonancias ideológicas y políticas, inseparables de esos tiempos dominados por una guerra tan horrible que había echado de Alemania al alemán por antonomasia, no por ser judío ni comunista ni demás “grupos de riesgo” (me imagino la intachable genealogía de los Mann) sino por no soportar la vulgaridad de los nazis y su obscena prepotencia. Una novela simbólica, como Eusmewil o Sobre los Acantilados de Mármol, de otro paisano no menos ilustre, Ernst Junger, que, a diferencia de Mann, no sólo se quedó sino que se fue, por segunda vez, a la guerra.

En segundo lugar, es una obra sobre la creación artística. Y para este melómano confeso, la creación por antonomasia era la musical. Alguna vez declaró: «Desde siempre he amado con pasión la música a la que considero en cierto modo como el paradigma del arte. He considerado siempre mi talento como una especie de capacidad de creación musical, y concibo la forma artística de la novela como una especie de sinfonía, como un tejido de ideas y una construcción musical». En su versión para el cine de Muerte en Venecia, Visconti, que era más listo que el hambre, convirtió a von Aschenbasch en compositor y no en escritor, como en la novela: ya puestos, se daba un aire a Gustav Mahler.

Las novelas simbólicas sobre la creación artística no interesan a casi nadie. Por eso decía que eran cosa del pasado.

Pocas cosas recuerdo de esta novela elegante, glacial, casi ultraterrena, leída cuando uno, por joven, era idealista y fiaba más de la inteligencia (de ahí, quizá, mi entusiasta nota). Recuerdo el carácter atormentado del protagonista, más parecido (en lo musical) al dodecafonista Schoenberg (emigrado, por cierto, a los Estados Unidos, como Bertolt Bretch, Fritz Lang y tantos otros intelectuales alemanes) que al desgraciado Hugo Wolf. Recuerdo la prodigiosa narración por persona interpuesta (ese Serenus Zeitblom con el que yo me identificaba tanto), una de las más notables de la literatura del siglo pasado. Recuerdo al joven Eco, sobrino de Leverkhun, al que imaginaba, no sé por qué, como un Tadzio más desarrollado. Recuerdo las discusiones musicales, ¿polifonía o armonía?, tan arduas como las disquisiciones teológicas y filosóficas de La montaña mágica (que no escribió Adorno) Recuerdo al profesor tartamudo de Adrian y las menciones a la espiroqueta pálida, tan típicas de ese tiempo, la causante de la sífilis. No es mucho para novela tan extensa, que refleja, con ambición descomunal, el fin de unos tiempos más amables, aniquilados por la demoníaca intervención del nazismo.

El hijo mayor de Mann, Klaus, contaría algo de esto en Mephisto, ambientada en el mundo del teatro. El padre sería tan insoportable y desagradable como apuntas, sedacala, pero era mejor escritor.

@Tharl hace 10 años

De los autores que comentas, Sedacala, solo leí a Zweig y a Hesse. Suma Goethe, Durrënmat y Kafka y tendrás toda la narrativa alemana que he leído. Muy poca. Pero suficientes para formarme el prejuicio de ser una literatura “simbolista” muy ligada al pensamiento (alemán), con largas oraciones (esa terrible sintaxis alemana) y mucha filosofía (alemana) detrás. Casi podría decirse que en las antípodas del naturalismo y minimalismo que cada vez me gusta más. Hay dos autores que quiero leerme en esta lengua y en los que tengo las más altas expectativas: Doblin y Mann.

Igual que me imagino a Goethe, y en especial su Fausto, como el último gran autor de una época, el canto de cisne de una forma aristócrata de concebir la literatura y la vida; a Mann, y su Montaña mágica, me lo imagino como el llanto de despedida de otra sociedad y literatura, una clase intelectual capaz de vivir de sus rentas y dedicarse al estudio que aun aspiraba a ser grandes humanistas y a escribir grandes historias y la novela “total”. Por eso me atraen tanto ambos autores. A ver si esta impresión tan influida por Harold Bloom resulta ser cierta.

En lo que a música se refiere, soy bastante torpe; pero de momento me interesa prácticamente todo lo que se ha comentado del libro en la reseña y los comentarios. Las partes de Adorno me van a quedar bastante grandes, pero deben ser interesantes. Era otro tipo listo, como Visconti, también un gran melómano y, creo que, director ¿de ópera?

He echado un vistazo a lo que la wikipedia dice de Ernst Junger. Parece un personaje interesante.

@sedacala hace 10 años

Sí, todo lo que dices es cierto. Pero también lo es, que cualquiera que lea tu reseña pensará que se refiere a otro libro distinto del que he reseñado yo, desde el momento en que haces hincapié en aspectos del libro completamente diferentes de los que lo hago yo. Está bastante claro que Mann creó la novela con una intencionalidad centrada en el tema de la creación y concretamente en la musical. Y también veo claro que tú, cuando lo leíste, te mantuviste en esas coordenadas que impuso él de partida. Yo no; cuando leo, no me gusta someterme a ningún tipo de premisa previa; leo con la mente lo más abierta a cualquier posible reacción que la lectura suscite en mi mente y si mi mente me lleva por otros derroteros distintos a los supuestamente previsibles, la sigo sin ninguna cortapisa. El enfoque de este libro basado en un análisis brutalmente exhaustivo del proceso de creación artística, digamos que me interesa poco, por sí mismo no me atrae. Pero, en este libro hay cosas muy claras. Una, que su autor es un extraordinario escritor, yo diría que con capacidad para convertir el proceso de creación literaria en algo casi musical o parecido a una sinfonía, como insinúas tú. Otra, que la ubicación temporal en una época y un país como Alemania, ya de entrada, es muy sugerente. Y por último, el análisis del posicionamiento político del propio autor, al que ¡ojo! Yo no le encuentro ni insoportable, ni desagradable, como dices, si es que me tengo que atener a lo que extraigo de sus libros; al contrario, me parece un estupendo narrador, el más simpático de ellos, decía en la reseña. Pero sabemos, recuerda como le pone Marías en su libro Vidas privadas, que fue un cínico y un ególatra.
Como digo en la reseña, lo que más me interesa del libro son dos cosas: una, su extraordinaria capacidad como escritor, la otra, todo lo relacionado con Alemania como fenómeno a lo largo de la primera mitad del siglo XX. La primera de ellas, le sirve para dar forma a la novela en que trata del mito de Fausto, como excusa con la que abordar el proceso creativo en el mundo del arte. La segunda —lo de Alemania—, es la que sirve para que la novela no se quede en una simple pirueta sobre algo tan teórico y tan glacial como tú decías, y sobre todo, tan pasado de moda. Yo soy uno de los entusiastas, que decía antes, a los que les fascina el tema de la segunda guerra mundial, tema que para mí, nunca llegará a estar pasado de moda.

La verdad Tharl, es que me olvidé de Döblin al que también leí en “Las dos amigas y el envenenamiento”, que me gustó y en Berlín Alexanderplatz, que me dejo desmoralizado por ser de esas novelas modernas que lo descolocan todo, haciendo que me perdiera irremisiblemente; escribí luego una reseña explicando malamente lo inexplicable.

Mi experiencia con las traducciones del alemán, es que de ellas resulta un castellano especialmente claro y ordenado, mucho más que del inglés. Kafka, del que también me olvidé, es otro ejemplo de esto último. Los líos que pueda crearte el praguense, se derivan de los conceptos que maneja, no de su lenguaje.

@sedacala hace 10 años

Corrección de lo que no dije, o de lo que dije mal dicho, en el comentario anterior: Primero, va dirigido a Faulkneriano, y segundo, quise decir: tú comentario, no tú reseña.