OMNISCIENTE Y OMNIPOTENTE por Tharl

Portada de CIEN AÑOS DE SOLEDAD

No se puede negar, independientemente del gusto personal, que “Cien años de soledad” es una creación realmente maravillosa. Es la historia de una casa, una estirpe, un pueblo, América Latina y el universo, confundidas en una inmensa fábula donde todas las historias se difuminan y confunden por capricho del tiempo en la casa familiar de un pueblo llamado Macondo cuando el mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo. Una novela total que sale bien parada de su desmedida ambición.

El tiempo lineal de la historia moderna, la historia de América Latina, se enfrenta al tiempo circular de los mitos del hombre. Desde el paraíso perdido precolombino se encuentran en Macondo el clasismo criollo de después, las terribles guerras civiles, la neocolonización capitalista y la lucha de clases con la fundación de los patriarcas del génesis, las plagas bíblicas, la ascensión de la virgen, el diluvio y, finalmente, en un excelente final, el apocalipsis. El resultado es esa rueda que de tanto girar se ha desgastado hasta que su rueca gastada en espiral es vencida por el tiempo lineal de la Historia y todo lo escrito será irrepetible desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tienen una segunda oportunidad sobre la tierra.

Las víctimas de este girar desgastado son los Buendía, condenados a revivir las mismas tragedias, con las distorsiones ineludibles del desgaste del tiempo, generación tras generación de Aurelianos, José Arcadios, Remedios y Amarantas. Es en ellos donde la fábula se hace humana y se entrega a digresiones sobre la soledad de la muerte, la Soledad ineludible y la soledad compartida del amor.


Admiro la capacidad de condensación de García Márquez y su mayor creación de la novela: el narrador-demiurgo capaz de jugar con el tiempo a su antojo, adelantando y retomando acontecimientos como una excelente costurera que, sin pretender esconder las costuras, juega con todos sus hilos con la habilidad de Cloto; replicando y reflejando deformados acontecimientos de generaciones pasadas en las futuras, con la magia y la habilidad de un laberinto de espejos hechos de hielo; convirtiendo lo mágico en cotidiano gracias a un cuidado manejo de hipérboles y graduales preparaciones. Impresiona cómo Márquez logra hacer de la novela un inmenso tapiz temporal a descifrar en múltiples niveles sin dejar de ser, en su hermenéutica, diáfano como el agua. El éxito (o el fracaso) de “Cien años de soledad” se debe a este narrador omnisciente y omnipotente, un demiurgo que cifra de forma lineal pero con cabriolas temporales la condensada historia de los Buendía cifrada en los manuscritos de Melquiades.


Y sin embargo, más que el inmenso subtexto, más que las ambiciosas alegorías y digresiones de Márquez, lo que yo disfruto en su novela -además de pasajes puntuales como el final de los 17 Aurelianos, la huelga, el viento final, la unión de los últimos Buendía, etc.- es la sensibilidad al narrar el drama humano de los Buendía. De todos los aciertos de “Cien años de soledad” me quedo con la inmensa compasión que siente García Márquez hacia sus personajes, su traviesa ironía, sus juegos burlones, y su sensibilidad para tratar con naturalidad todos los temas de la vida, sin importar tabúes o la carga violenta, sexual o escatológica; sin negar a la vida lo que por derecho la pertenece. Es en estos aspectos íntimos, menospreciados por la crítica más interesada en los grandes propósitos del autor, donde un lector como yo, que sigue mirando de reojo a Chéjov recién guardado en la estantería, se pierde y disfruta de la humanidad destilada en las más de 500 páginas. Es también, en estos aspectos meramente humanos, donde la mediación de un dios narrador, por fabuloso que sea, me resulta irritante. Se interpone entre mí y sus criaturas y me condena a contemplar su drama desde las gradas. Salvo momentos puntuales, la empatía se desvanece, la inmensa galería de seres humanos se confunde, la magia se desvanece y leo impulsado tan solo por el buen hacer de este portentoso narrador.


“Cien años de soledad” tiene calidad de sobra para disfrutarla más allá de estas nimiedades, pero quien acuda, como yo, tentado por su hermoso título -qué don tiene este hombre para condensar sus novelas en pocas palabras- y su archiconocido comienzo o final, bajo la promesa de una magia irresistible, corre el riesgo de salir decepcionado.

Es curioso, pero como dije en otro lado, fue en “El amor en los tiempos del cólera”, tal vez una novela más íntima y menos ambiciosa, donde sí sentí la magia y el calor de García Márquez y no en su proclamada “obra maestra”. En ambas existe la misma ternura, compasión y comprensión hacia los personajes; la misma ironía; la misma ausencia de prejuicios y tapujos al hablar absolutamente de todo lo humano; las mismas obsesiones –el incesto, la soledad, el tiempo, la sociedad e historia latinoamericana…-, etc. Y sin embargo, lo que en el narrador de “Cien años de soledad” me resulta frío por estar absolutamente mediado por el narrador, a quien se ve demasiado preocupado en cuidar cada puntada de su ambicioso tapiz; en “El amor en los tiempos del cólera” me resulta cercano e íntimamente humano. Lo experimento en primera persona, no en tercera, como un mero observador.

Escrita hace 10 años · 4.8 puntos con 6 votos · @Tharl le ha puesto un 8 ·

Comentarios

@Guille hace 9 años

Una obra difícil de reseñar, como toda obra mítica mil veces analizada, como todo clásico del que soy incapaz de hacer ni una sola crítica en contra. Por eso, Tharl, te agradezco la oportunidad que me das de suscribir, prácticamente palabra por palabra, tu muy buena reseña.

Únicamente matizaría tus últimas palabras diciendo que a mí me ha gustado algo más que a ti. Esa frialdad a la que aludes no me ha afectado tanto aunque entiendo a lo que te refieres y es por eso que no he llegado a darle el sobresaliente. Sin embargo, intuyo que, con el tiempo, estos Cien años de soledad ganarán en mi aprecio y conseguirán su sobresaliente. Esta obra tiene un algo especial; es una auténtica biblia poblada de dioses que son hombres y de hombres que son dioses, donde se funden la propia historia del ser humano y sus muchas miserias con sus mitos, sus leyendas, esto es, con sus deseos, sus miedos, sus nostalgias ancestrales y sus aspiraciones inalcanzables, y narrada de la única forma en que yo creo que podía serlo.

P.D. También comparto contigo la valoración que haces de El amor en los tiempos del cólera.

@Tharl hace 9 años

Vaya Guille, pues me alegro de que esta vez estemos de acuerdo en nuestras posiciones no del todo entusiastas con un clásico. Yo también pensé que el libro ganaría en mi memoria, pero no ha sido el caso. Espero que sí lo sea en el tuyo. Como bien dices Cien años de soledad es una auténtica Biblia (como los Miserables, por cierto jeje) y yo no cambiaría nada. Ni una coma. Concedo a todos los admiradores de la novela, que son legión, que está narrada del mejor modo posible para sus contenidos. Y desde luego García Márquez era un narrador excelente.
Y sin embargo una cosa no quita la otra...

Un abrazo amigo y muchas gracias por tu comentario, ya me había olvidado de esta reseña.

@Guille hace 9 años

Todavía es pronto para decirlo, pero si no termina ganando con el tiempo tampoco pasa nada.

En cuanto a la Biblia y Los Miserables, también tienes tu parte de razón, aunque en el caso de Gabo la asocio más al antiguo testamento donde los dioses son parecidos a los hombres y no como en Los miserables, más cerca del nuevo testamento donde los hombres son como dioses (y también con su respectiva y cuestionable carta a los corintios).