SOL Y SOMBRA por sedacala

Portada de NORTE Y SUR

Antes de exponer mi opinión de la lectura de Norte y Sur, debo hacer una pequeña introducción de este libro y de su autora, a sabiendas de que sus nombres no son tan sonoros ni conocidos, para la mayoría, como puedan ser los de Dickens, Austen, o las hermanas Brontë, por citar sólo a los autores ingleses más célebres de mediados del siglo XIX.
Quizás, dentro de los círculos literarios, el nombre de Elizabeth Gaskell, está más ligado a la biografía que escribió sobre la vida de Charlotte Brontë que a sus propias novelas, pero lo cierto es que su reputación, como escritora, gana adeptos en los últimos tiempos. Nació en 1810, dos años antes que Dickens y seis antes que Charlotte Brontë, que, por lo tanto, eran prácticamente coetáneos suyos. Su obra se reparte entre novelas dedicadas a la vida en el medio rural, y otras situadas en las ciudades industrializadas del Reino Unido. Si bien en Norte y Sur se comparan ambos modos de vida, el desarrollo central de la novela se localiza en una población dedicada a la industria textil en el Norte de Inglaterra y los conflictos que trata son los derivados del proceso de industrialización en el siglo XIX. La novela hizo su aparición por entregas, en el semanario que dirigía Charles Dickens en 1854, y se editó como libro completo al año siguiente. Se da la circunstancia de que ambos escritores mantenían por entonces una amistad, que al parecer se enfrió un poco desde el momento en que la novela de Dickens, Tiempos difíciles, publicada también en 1854, pasó a entrar en competencia directa con Norte y Sur a consecuencia de tratar ambas, exactamente, el mismo tema: la influencia de las nuevas condiciones del trabajo industrial, sobre la vida de las personas. Lo cual, en mi caso, es bastante revelador por haber leído Tiempos difíciles hace muy poco y por haber sacado de su lectura la conclusión de que Dickens muestra en ella sus debilidades con claridad meridiana. Como novelista, es decir, como creador de tramas y, sobre todo, de personajes increíbles, Charles Dickens, era inigualable; esto, no lo pongo en duda ni siquiera en esta novela. Ahora bien, a veces, deberíamos tener la capacidad, de determinar la hipotética línea roja hasta la que somos capaces de llegar, pero, que jamás deberíamos traspasar, y él no tenía esa capacidad, o, al menos en esta ocasión no la tuvo. En Tiempos difíciles, aborda el conflictivo tema del trabajo de la clase obrera y la organización en sindicatos para hacer frente a los abusos de los patronos. En ese ambiente, crea una historia muy propia de su estilo habitual y con unos personajes genuinamente suyos, que dejados caer en Coketown (la imaginaria ciudad del carbón), chocan abiertamente con las tensiones características del mundo sindical que son tratadas con una ligereza y una superficialidad impropias de un autor de su categoría, que se encuentra así metido en una novela en la que el asunto central flojea desde sus cimientos, afectando también inevitablemente a la trama típicamente dickensiana, que baja muchos enteros al estar contaminada con el endeble tratamiento del mundo proletario que la rodea.
Bien, pues tras este largo preámbulo, paso ya por fin a hablar de Norte y Sur, la novela que nos ocupa. Se podría, razonablemente, sospechar que, afectada por unos condicionantes similares a los de Dickens, Elisabeth Gaskell habría incurrido en su novela más industrial, en problemas similares a los de su colega. Pero sorprendentemente no es así, porque ella acierta a darle a la novela el enfoque adecuado, ni más ni menos. Esto no significa que ella avance ni un ápice en la solución de los problemas que plantea la lucha de clases, ni que su tratamiento sea políticamente parcial o imparcial a favor de un bando u otro, ni que pretenda dar un enfoque técnico a su visión del asunto, muy al contrario, su planteamiento es humilde y no pretende aportes técnicos, ni sentar cátedra al efecto, ni nada parecido. Simplemente ocurre que, al igual que un fotógrafo con su objetivo es capaz de enfocar correctamente cualquier objeto, Gaskell enfoca la imagen del conflicto sindical y la tensión entre patronos y obreros, con absoluta nitidez, con claridad, con naturalidad y sin las distorsiones, frívolas y ciertamente ñoñas, que introduce Dickens sin pararse a valorar bien su alcance. Por tanto, podremos juzgar si una novela es mejor que otra, cual tiene mejores personajes, o cual expone con más habilidad los sentimientos de sus protagonistas, pero, lo que no admite ni la más mínima duda, es que el tema de la lucha social, tan de actualidad en aquella época de estallido de la revolución industrial en Inglaterra, está perfectamente tratado en Norte y Sur, y deficientemente tratado en Tiempos difíciles.
Por lo demás y dejando ya un poco de lado el tema obrero, la autora puede perfectamente inscribirse en el grupo que formaban los autores ya mencionados y algunos otros, como Emily y Charlotte Brontë, William Thackeray, Wilkie Collins, Charles Dickens, y también George Eliot; y en cuanto a Norte y Sur, a mi modo de ver puede equipararse con Cumbres borrascosas, Jane Eyre, David Coperfield, o Middelmarch, que son quizás las que más me han gustado, especialmente, esta última que cito.
Es difícil, sin embargo, explicar cuales son los atributos que hacen que mi juicio sea así de positivo y de tajante. Decir que la leí a una velocidad fulgurante a pesar de sus 550 páginas, no es un argumento que, por sí sólo, convierta a una novela en una maravilla, aunque da una pista muy clara de por donde van los tiros. Pero hace falta mucho más que una simple trama bien urdida, para conseguir que un libro sea excelente, hace falta también que esté bien escrita; en esta cuestión de su escritura, tengo que decir que su estilo es sumamente personal; no es sólo que demuestre una fácil destreza en la narración, ni que cumpla con este requisito correctamente. Por el contrario, advierto una cierta rigidez, en algunos momentos, y una no excesiva soltura en los diálogos que proliferan por sus páginas como lo hacían en las de cualquier cualquier autor de su época, pero, no en exceso, como a veces ocurre con otros. Lo que quiero expresar con lo que estoy diciendo sobre su escritura, es que tiene un sello especial, una marca de la casa, que hace que, al leerla, se identifique perfectamente como suya. ¿Cuál es ese sello, o qué lo caracteriza? Pues yo creo que es una sabia combinación de esa leve rigidez, que he insinuado, con una inmensa capacidad para expresar sentimientos, para no dejarse nada dentro; ambas cosas fundidas permiten a su texto transmitir con la máxima eficacia todo lo que su cabeza ha concebido.
El trabajo realizado en la creación de sus personajes es soberbio, a la altura de los mejores de Dickens desde los papeles principales hasta los secundarios. Concretamente, en el caso de la pareja protagonista es espectacular la complejidad de los caracteres de Mr. Thornton y de Margaret Hale que, cada uno en su mundo, deambulan por las páginas de la novela como personajes perfectamente definidos hasta los recovecos más retorcidos de sus diferentes personalidades.
Queda por hablar de su trama, ya dije antes que la leí muy rápidamente, lo que quiere decir que su organización es muy buena y semeja una estructura en la que todo encaja con facilidad y con precisión, no hay pies forzados, no hay flecos sueltos o no encajados del todo. Cuando se lee, se tiene esa sensación de perfección arquitectónica, que es la que te arrastra de un tirón hasta el final. Es evidente que en un análisis ulterior tranquilo y detenido, podríamos encontrar algún detalle que pudiera considerarse como indicio de debilidad, pero serían muy pocos y muy pequeños y si menciono este extremo es nada más que para explicar porqué no le adjudico un diez y me dejo de tonterías.
Querría, por último, hacer un cierto esquema de la significación de este libro. Cuando se lee un libro importante, uno de esos que han trascendido a su alcance inicial y se han convertido en iconos de una época o de su autor, se aprecia que, aparte de satisfacer al lector con una historia bien resuelta y bien contada, han tenido una trascendencia especial por haber encarnado o enaltecido unos determinados valores, ideas, o maneras de vivir. En este caso, se podría suponer que el libro pone en valor la vida sosegada del campo, comparada con la vida atropellada de la ciudad, y efectivamente, algo de eso se recoge en el libro, pero no es lo más importante. Otro tanto, se podría decir sobre el problema de la lucha de clases en el mundo cerrado de la urbe fabril y malsana. Y aún más que el anterior, este tema se debate también en la novela, pero tampoco llega a ser el meollo de la cuestión. Estos dos asuntos, el de la dualidad campo-ciudad, y el de la tensión obreros-patronos en el marco de un mundo hostil e insalubre, se tratan en la novela y además de manera central, sobre todo el segundo, y harán probablemente que la novela sea recordada en la mente de muchos lectores, pero el auténtico asunto principal, el que su autora colocó en el origen de su entramado novelesco y al que le quiso dar la máxima importancia, fue el de buscar la manera de compatibilizar una forma de pensar y de ser rígida, austera, consecuente, integra y todos los adjetivos parecidos que uno pueda imaginar asociados a la moral imperante en la sociedad inglesa del siglo XIX, con las debilidades que, implícita e inevitablemente, lleva acarreado el dejarse llevar por los sentimientos personales, es decir, por el amor. Esa es la auténtica clave de la novela, como hacer compatibles un comportamiento íntegro con las debilidades a que obliga el hecho de amar, y es una clave magníficamente desarrollada. De manera que si al tema campo-ciudad, y al tema de la supervivencia en el mundo industrial, le añadimos el debate amor-integridad moral, debemos convenir en que la novela, no sólo es magnífica literariamente hablando, sino que además está apoyada en unos cimientos muy sólidos.
En definitiva, que la valoración que hago de esta novela es máxima y a la altura de las mejores. Había leído ya a modo de acercamiento previo a su obra, una novela denominada La prima Phillis, que me había gustado, pero, de características y alcance mucho más modesto, con lo que mi valoración no llegó al entusiasmo como ha ocurrido ahora. Después de hablar de la forma en que está escrita, de las características de sus magníficos personajes, y de un argumento de extraordinaria organización y encaje de los hechos, sólo me queda decir que a todo eso se suma algo que está presente en esos tres aspectos de la novela analizados individualmente, pero, también en el conjunto visto como un todo; ese algo, es difícilmente definible pero yo lo aprecio muy bien, cada vez que leo atento sus páginas, cada vez que me veo afectado por los sentimientos contrapuestos de los personajes, cada vez que me sumerjo en la aventura que era vivir a mediados del siglo XIX, o cada vez que, leyendo, me veo metido en alguna de aquellas escenas de tensión espeluznante, en las que sus protagonistas se debaten por adoptar la actitud más adecuada pero los nervios alterados por una intensa presión y la emoción subsiguiente, no les dejan, como tampoco me dejan a mí, traspasado por la conmoción que en esos momentos se desprende de su lectura. ¿Se puede pedir más cuando se lee un libro, que dejarse llevar por la exaltación que nos transmite su autor? No, para mí es el paradigma de una lectura plenamente satisfactoria.

Escrita hace 10 años · 5 puntos con 4 votos · @sedacala le ha puesto un 9 ·

Comentarios

@Faulkneriano hace 10 años

Excelente reseña. La empiezo esta misma noche, en la bonita edición de Alba, y luego hablamos.

@Faulkneriano hace 10 años

Tengo hacia esta novela sentimientos encontrados. De un lado, encuentro, como tú, que su arquitectura dramática es sólida y eficiente, aunque el final no deje de adivinarse. El diseño de los personajes es primoroso: el self made man Horton (cuya madre, por cierto, me recuerda a la madre del Magistral en La Regenta, aunque menos dura e insensible), el dubitativo y débil reverendo Hale y su mujer, el obrero Higgins (con el que la autora se muestra menos segura, aunque está bien tratado), el erudito Mr. Bell, la prima Edith (ligeramente tonta) y finalmente Margaret Hale, todo una criatura de ficción: hermosa, elegante, refinada, moralmente intachable, justa, enérgica y con un toque de pasión que no le viene nada mal y la aparta de la condición de heroína anémica de las novelas del XIX, sólo pendiente de sus amoríos. La prosa es elegante y cuidada, con ocasionales atisbos de monólogo interior, casi siempre a final de capítulo (no siempre muy logrados, todo hay que decirlo), metáforas justas, a veces muy potentes, episodios novelescos bien trabados. Una historia de amor, finalmente, de lo más original (Horton me recuerda, en su tosquedad caballerosa, al capitán Brandon de Jane Austen) y algunos datos insólitos (como la disidencia del pastor anglicano Hale o la rebelión de Frederick contra su capitán, que lo convierte, salvadas las distancias, en un apátrida parecido al Magwitch de Grandes esperanzas)

De otro lado, una exuberante profusión de citas poéticas, episodios que rozan un tanto lo inverosímil (me refiero, sobre todo, al asedio de la casa del patrón por los huelguistas y su extravagante solución final, que dice mucho de Margaret pero le hace un flaco favor al diseño realista de una huelga que, hasta ahí, estaba muy bien definida), un cierto exceso de sentimentalismo, demasiadas muertes concatenadas, algunos hilos argumentales mal aprovechados (el episodio de Frederick, por ejemplo, está en el borde: de un lado, introduce un elemento de conflicto entre los dos protagonistas, pero, de otro, no sirve para hacer progresar la acción) La descripción del Norte industrializado, aunque en el fondo bastante certera (de las relaciones entre capital y trabajo al papel de los mercados, ocupa una parte muy pequeña de la narración, lo que me ha supuesto una cierta desilusión (eso si, el Milton de Gaskell es bastante más realista que el Coketown de Dickens, que no oculta su carácter estilizado e irreal) La mención al personaje que se suicida en dos palmos de agua sucia llenos de colorante y es llevado a su caso sobre una puerta, chorreando agua sucia, es digna de nota.

La autora es muy sutil en el dibujo de las relaciones sociales de la clase acomodada: detecta en el capitán Lennox cierto parasitismo y en su hermano Henry demasiada ambición, pero se guarda mucho de mostrarlo abiertamente; tampoco su tía Shaw y su prima Edith escapan muy bien libradas (la historia matrimonial de Edith es una constatación de lo que Margaret NO quiere para sí). Procura ser justa en su descripción de las clases populares: los pobres, por el hecho de serlo, no son buenos ni malos. Algunos, como Phillips, son inteligentes y dignos oponentes de comerciantes y clérigos; otros, como su vecino cargado de hijos, es irracional y grosero en sus sentimientos. También las gentes de Helstone, allá en el añorado Sur, están lejos de lo idílico, como muestra la vuelta de Margaret a la rectoría en el tramo final de la novela, para mi gusto las mejores páginas de la novela, por lo que tienen de superación de la nostalgia y decidida voluntad de encarar el futuro (no se olvide que Margaret es un personaje complejo)

En realidad, como bien dices, sedacala, la novela no enfrenta a la industria y al campo, ni siquiera a cierta clase rentista, poseída de pujos nobiliarios, que se alimenta (aunque esto no se diga) del trabajo de los campesinos, con la clase de los toscos comerciantes ayunos de modales pero más imperiosos que se nutre del trabajo de los obreros, sino que transita terrenos más morales que socioeconómicos, resultando finalmente una historia de amor que concilia dos visiones de la vida un tanto diferentes. Pensándolo bien, y a la vista de lo escrito, son más las fortalezas que las debilidades de esta novela sólida (eso sí, un punto por debajo de las que citas), así que vamos a subirle una estrellita, y que haga compañía con su ocho a Tiempos difíciles.

Que me he enrollado en exceso es evidente, pero la Gaskell lo merece.