LA BELLA Y LA BESTIA CRETENSE por EKELEDUDU

Portada de EL DÍA DEL MINOTAURO

Nos encontramos en una de las etapas más oscuras de la historia de Grecia: la invasión de los aqueos a la Península Balcánica. El rey cretense Minos ha enviado a dos de sus hijos adolescentes, Thea e Icaro, a la mansión de Vathypetro, unas diez millas al sur de Cnosos, en la creencia de que allí estarán más seguros. El aspecto de los hijos en cuestión es bien extraño, aunque hermoso a su manera, y esa rara apariencia es producto de un mestizaje: su desconocida madre era justamente una desconocida habitante de los misteriosos bosques cercanos a Vathypetro, donde moran misteriosas criaturas semihumanas, las Bestias. Entre ellas, por supuesto, el minotauro. La bella Thea les teme más que a los aqueos; en el caso de su hermano Icaro, el caso es justamente al revés.

Mal que le pese a Minos, los aqueos llegan hasta Vathypetro conducidos por un tal Ayax. Los jóvenes príncipes empiezan dándose a la fuga, pero ante la disyuntiva de adentrarse en los bosques o dejarse capturar, optan por esto último, a instancias, por supuesto, de Thea. Pero cuando Ayax demuestre ser más bestia que las propias Bestias, habrá nueva fuga y, esta vez sí, un encuentro con las Bestias y, en primer lugar, precisamente con el minotauro en cuestión. "Probablemente, la fábula griega del minotauro es una tardía y torpe versión de mitos antiquísimos, la sombra de otros sueños aún más horribles", escribía Borges en EL LIBRO DE LOS SERES IMAGINARIOS, pero eso porque no conoció a este minotauro, que se llama Eunostus, y que se parece notablemente a esos grandullones buenazos y pacienzudos de ésos que uno conoce, y a los que, sin embargo, conviene no joder demasiado, porque cuando se enojan no hay rincón del mundo donde se esté a salvo. Es forzudo, tosco y querible, y se enamora inmediatamente de Thea aunque, de puro acomplejado, mantenga en secreto ese sentimiento. Por ese amor, soporta estoicamente lo que superficialmente parece ser un intento de adecentarlo por parte de ella. pero que huele a tentativa de adormecer hormonas que despiertan. Mucho más sincera es la actitud de Icaro, que hace de Eunostus su ídolo. La actitud protectora del minotauro hacia el chico, para qué negarlo, enternecería hasta a una estatua. Y protección es justamente lo que precisan ambos príncipes; porque Ayax, a no dudarlo, no se quedará de brazos cruzados dejando que los fugitivos se rían de él en el bosque. Al contrario: volverá a la carga decidido a escarmentar, esta vez, también a sus aliados.

Thomas Burnett Swann, autor de esta pequeña y agradable novela que fue finalista del Premio Hugo, basó unas cuantas novelas suyas en la mitología griega, entre ellas la llamada TRILOGÍA DEL MINOTAURO, de la que en castellano, hasta dónde sé, sólo se consigue este volumen. Esa temática resulta muy novedosa en medio de tanta obra no siempre talentosa repitiendo siempre lo mismo: hechizos, magos malvados, monstruos, héroes sombríos, etc. En el caso específico de EL DÍA DEL MINOTAURO, el mayor acierto es, por supuesto, el propio minotauro, que inmediatamente se mete en el bolsillo a lectores de tres a ciento cincuenta años. Ante él, uno se vuelve un poco como Icaro, lleno de admiración y afecto ante ese grandote pacífico que hará morder el polvo -por descontado- a los gloriosos guerreros aqueos, llenos de ínfulas y brutalidad.

En el extremo opuesto, el de los desaciertos, se debe admitir que en el relato hay ciertos saltos argumentales -pocos, por suerte, sólo recuerdo dos- que resultan demasiado bruscos. En un momento, Thea está intentando escurrirse entre los brazos de Ayax, igual que la gata entre los de Pepe Le Pew, y en el siguiente huye con su hermano por el bosque, sin que quede claro cómo llegaron allí, burlando la vigilancia de los aqueos, por ejemplo.

Y decididamente, el Prefacio, que comienza bien (muy bien, de hecho) se viene abajo en su segunda parte. Lo firma un arqueólogo ficticio, y el inicio es una descripción exacta de desafortunadas realidades de la arqueología cretense: se conservan pocas tabletas de arcilla escritas en la llamada escritura lineal B -la única de las cuatro escrituras cretenses descifradas hasta el momento, y que para colmo parece que ni siquiera es estrictamente cretense, sino helénica-, y esos pocos escritos no informan de hechos históricos ni legendarios sino, más bien, cotidianos y aburridamente prosaicos. En ese contexto, nuestro arqueólogo ficticio, T. I. Montasque, nos habla del hallazgo de un rollo de papiro cuyo contenido sería, precisamente, el texto original de EL DÍA DEL MINOTAURO, del que éste sería una adaptación para el gran público. Todo cuento chino, por supuesto, pero es un recurso que ya usó, por ejemplo, Peter S. Beagle en su cuento LA NAGA (incluido en uno de los dos volúmenes, no recuerdo cuál, de la antología HOMENAJE A TOLKIEN), que se presentaba como una especie de apéndice perdido de la HISTORIA NATURAL de Plinio el Viejo, y cuando está bien hecho, como en el caso expuesto, logra difuminar un poco la frontera entre fantasía y realidad. Pero Thomas Burnett Swann va demasiado lejos cuando hace que el ficticio arqueólogo y sus no menos ficticios colegas crean a rajatable en el contenido del papiro y, por ende, en la realidad de minotauros, centauros y otros seres mitológicos. ¿Científicos serios... y creen en esas cosas, sin pruebas contundentes que las avalen? Vamos...

Escrita hace 10 años · 5 puntos con 1 voto · @EKELEDUDU le ha puesto un 8 ·

Comentarios