TODOS HUMANAMENTE FALIBLES E IMPERFECTOS... AUTOR INCLUIDO por EKELEDUDU

Portada de LOS MITOS DE LA HISTORIA ARGENTINA

Felipe Pigna, qué duda cabe, es muy prestigioso como historiador, habiéndose solicitado su colaboración para distintos programas televisivos, entre ellos UNIDOS POR LA HISTORIA, que condujo junto a Pedro Angel Palou García y emitió History Channel. Sin haber leído su currículum ni un mísero reportaje que le hayan hecho, parece evidente que tiene una mentalidad política de izquierda, lo que no está mal en principio ni es descalificativo para su obra; de hecho, yo mismo, teniendo que elegir una identificación política (y no la tengo), prefiero la izquierda, que al menos aboga por los de abajo. Pero la forma de abogar es importante, y en el caso de Felipe Pigna o cualquier otro historiador es directamente fundamental, porque ya no es cuestión de izquierdas o derechas, sino de contar los hechos tan desapasionadamente como sea posible o de, al menos, no permitir que el pensamiento político distorsione los hechos. Creo que Pigna no siempre ha tenido ese cuidado en sus obras (al menos en las dos que he leído, es decir, ésta y su segunda parte). No hay duda, por ejemplo, de que las culturas indígenas fueron, incluso en sus peores aspectos, mucho mejores que lo que sobrevino después, durante la infame colonización europea, que arrasó con ellas a sangre y fuego. Pero es un error tremendo idealizar demasiado a esas culturas, porque basta con que un detalle sea falso o al menos inexacto, para que alguien aproveche para tildar a Pigna de charlatán (cosa que no es, decididamente) y ponga en duda su argumentación íntegra. Así, frases como TODAS ESTAS CULTURAS RESPETABAN AL RESTO DE LOS SERES VIVOS resultan poco felices, por cuanto cada uno de esos pueblos estaba rodeado de otros que también eran seres vivos, y sin embargo, no siempre se respetaba. De hecho, los imperios azteca e inca precisamente fueron imperios porque conquistaron a otros haciendo uso de las armas, y esto es algo que pocos, por no decir nadie, se atreverían a negar. Volvemos a insistir en que los europeos resultaron peores, y que no estamos descalificando a los indígenas, pero también insistimos en que toda idealización excesiva es contraproducente, en especial cuando los idealizados son seres humanos y, por lo tanto, tan falibles e imperfectos como uno mismo. Más grave todavía es la forma en que, a sabiendas o no, fomenta la lucha de clases. Seguramente siempre la hubo y la habrá, eso no lo inventó Pigna, pero una vez más, hay que tener cuidado con la forma en que se hace. Sí a instar a los más humildes a reclamar sus derechos, no a fomentar odios monstruosos y exacerbados de los desposeídos hacia quienes tienen todo, o al menos demasiado. Decimos esto, porque leyendo a Pigna da la impresión de que él creyera que una oligarquía se ha confabulado para contar la historia argentina a su manera y mantener bajo engaño al pueblo. Que la historia argentina ha sido deformada, no lo pongo en duda, pero sólo por unos cuantos historiadores que tampoco complotaron para hacerlo, sino que, individualmente, tacharon las partes que no les gustaban, reinterpretaron lo que quedaba y lo difundieron. Que a la aristocracia (o la oligarquía, como se prefiera) esa versión les haya gustado, la hayan creído cierta y ni se molestaran en cuestionarla, es creíble también, y diría también que ahora que empieza a aflorar la otra versión (gracias precisamente a investigadores como Pigna, hay que reconocerlo), al menos a unos cuantos de estos aristócratas (u oligarcas) no les haga ninguna gracia que ésta exista, y menos aún, que pueda llegar a ser verdadera. Esto es buen motivo para insistir en que la verdad, cualquiera que sea, De ahí a que una camarilla se haya puesto de acuerdo para deliberadamente engañar al pueblo (lo que generaría odios, plenamente justificados si fueran ciertos, pero peligrosísimos si no lo fueran), hay, evidentemente, mucha distancia. Por otra parte, si los aristócratas cometieron el error, muy conveniente (también hay que admitirlo) de creer a ciegas la versión más acorde a sus intereses, peor fue el de los demás, que también creímos a ciegas esa versión por estupidez, ignorancia o lo que sea, sin cuestionarla ni siquiera porque era la menos conveniente a nuestros intereses. Y Pigna insiste muchas veces, a lo largo de su obra, en hacer la distinción entre aristocracia y pueblo raso, pretendiendo privar a la primera, parece, del derecho a ser tan humanamente falibles e imperfectos como cualquier otra persona, indígenas incluidos. Así, por ejemplo, leemos en el último capítulo de este libro: "El desprendimiento, el desinterés y la abnegación son virtudes que nuestras 'familias patricias' dicen admirar en los demás, aunque no forman parte de su menú de opciones". ¿Se ha enterado Pigna de lo que decía Cristo, cientos de años antes de que existiera una oligarquía argentina, de ver la viga en el ojo propio, de practicar lo que se predica, etc.? Y no lo digo por él. Lo que quiero decir es que, si Cristo ya hablaba de estas cosas tantos años antes, es que esas cosas no empezaron con las oligarquías en Argentina, y que exigir a los demás, o alabarlas si ya existen, cualidades que uno no se molestará en poner en práctica, es algo típico del Homo Sapiens, sin importar su clase social. ¿O acaso somos todos tan buenos amigos, por ejemplo, como pretendemos que otros lo sean con nosotros? ¿Acaso los demás somos expertos en cultivar las bellas virtudes que, exactamente como los aristócratas tan denostados por Pigna, ensalzamos en los otros, cuando aparecen? Ni hablar. La verdad es que todo el pueblo argentino es un reverendo asco, si bien, echando un vistazo a ciertos programas extranjeros (CHEATERS, OPERACION RESCATE, etc), nos queda el consuelo de que en otras partes los seres humanos son tan encantadoramente repugnantes como acá.

También llama la atención que un revisionista como Pigna no se haya enterado, después de tanto tiempo, que el retrato que sus pares europeos se han formado de Lucrecia Borgia no coincide en lo más mínimo con el comentario que él le dedica en el primer capítulo: "la famosa envenenadora". Felipito, ¡hace muchos años que los historiadores coinciden en que la pobre Lucrecia no fue uno de los malvados de la película de los Borgia sino, por el contrario, la primera de las víctimas, un instrumento de las intrigas políticas de su padre y su hermano, y si vos la investigaste y llegaste a una conclusión opuesta, cosa que dudo, al menos podrías haberlo indicado en una nota al pie de página!

Había que decir todo esto, porque simpatizantes e incluso fanáticos o cuasi fanáticos, a Pigna no le faltan, y conviene instar a la moderación. Dicho todo ello, sin embargo, conviene reafirmar que la competencia de Pigna como historiador no está en duda, que constantemente cita sus fuentes (y esto ya es mucho más de lo que otros colegas suyos podrían decir), que sus declaradas intenciones son nobles, que también él tiene derecho a ser tan falible e imperfecto como cualquier otro ser humano, que si no le dejamos pasar sus errores es porque no lo creemos idiota y mucho menos malintencionado y sabemos que podría corregirse y, sobre todo, que creemos plenamente en los conceptos esenciales de su investigación, aun cuando podamos diferir en muchos casos en la interpretación de los mismos, como ya se ha visto. Este es el primero de una serie de libros revisando hechos y personajes de nuestra historia; creo que hasta el momento son cuatro (no descartemos que haya, o pueda añadirse en el futuro, alguno más), todos ellos con el mismo título que éste y añadiendo el número ordinal que corresponda. Los temas de este primer volumen corresponden a los inicios de nuestra historia, desde la llegada de Colón (quien no habrá arribado a nuestras tierras, pero que, evidentemente, inició, con sus actos, la existencia de una "historia argentina" hasta la Revolución de Mayo y las biografías de algunos de sus protagonistas, Don Manuel Belgrano incluido. Los títulos de los capítulos son marcadamente agresivos (por ejemplo: "Las invasiones españolas, más conocidas como el 'descubrimiento de América'), pero no mentirosos; porque mal que nos pese, por seguir con el ejemplo citado en el paréntesis, eso fue lo que hicieron los europeos: invadir. Cualquier otra palabra sería un eufemismo inadmisible, tanto más cuanto que todavía hay poblaciones aborígenes que luchan por sus derechos, y si no llamamos las cosas por su nombre; si no hacemos hincapié en que, efectivamente, de una invasión se trató, tales derechos pierden vigor y quizás hasta se esfuman, lo que sería muy conveniente para otros actuales invasores, como Benetton, constantemente en conflicto con los mapuche por usurpar tierras de éstos.

El libro es ameno e interesante. La pregunta del millón: ¿cuán útil es? Me temo que nada en absoluto, pero no por culpa del libro mismo, ni de Pigna, sino por las mismas razones que una tijera perfectamente afilada podría no cortar: hay que tomarlos en nuestras manos, lo mismo a la tijera que a nuestros conocimientos de historia y todos los derechos que podamos tener. Esos derechos vienen acompañados de obligaciones aburridas o poco gratas, y además, ¿para qué molestarnos en acciones razonables y concretas, si es mucho más cómodo protestar, protestar y solamente protestar acerca de cómo está el país, y ocasionalmente "arreglar" el susodicho, y por qué no el mundo, en alguna ocasional charla de café?...

Escrita hace 11 años · 0 votos · @EKELEDUDU le ha puesto un 7 ·

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