LA OBLIGADA CRUELDAD DE LA HISTORIA por EKELEDUDU

Portada de UN EJÉRCITO DE NIÑOS

Corre el año 1212, y no vamos a decir que la Humanidad fue cuerda y pacífica alguna vez, pero ese año parece estar exagerando. La cruzada contra los cátaros castiga el sur de Francia; en el Sacro Imperio Romano Germánico, luchan güelfos contra gibelinos; en España, combaten cristianos y musulmanes; en Roma, el ganso de Inocencio III azuza a la cristiandad contra los herejes; y en Inglaterra, Juan sin Tierra, parece tener ganas de crear impuestos hasta por respirar. En Inglaterra se inicia precisamente la trama de esta novela que genera sentimientos encontrados y a la que, aclarémoslo de entrada, fue muy difícil decidir qué puntuación asignarle.

Decíamos que la trama se inicia en Inglaterra. Juan sin Tierra la ha emprendido contra el Gremio de los Merceros, en coincidencia con un nuevo y nefasto ataque cristiano contra una judería londinense. En ese escenario, el barón Thorne decide cruzar el Canal de la Mancha para entrevistarse con el rey Felipe Augusto. Siendo segundón de la nobleza, alguna vez fue a la Cruzada con Ricardo Corazón de León, una experiencia que no le dejó la mejor de las impresiones, pero no gozando de los favores de la primogenitura, algo tenía que hacer para sobrevivir, y optó por el comercio. No corre la mejor de las suertes, porque forma parte del mismo Gremio que ahora persigue Su Majestad. Así que se va a Francia junto con su soñador e impetuoso hijo Roger, de catorce años, y al tutor de éste, el hermano Harolde, que cuenta con veinte. Pero lleva también a otro muchacho, Jonathan, de quien no tardaremos en descubrir lo que imaginábamos: es judío. De lo que, al principio, no estará al tanto Roger, y mucho menos Harolde. Puesto que éste mismo fue en otro tiempo un joven desvalido que contó con el socorro del barón, la cosa no resulta tan llamativa, y en todo caso, cada uno tiene sus propias preocupaciones, una de las cuales es la matriculación de Roger en la Universidad de París. Estas son las intenciones del barón, pero no las de Roger, cuyos ímpetus guerreros encuentran muy aburrido eso de estudiar, lo que generará varios conflictos entre padre e hijo. Sin importar quién gane, Jonathan siempre perderá, aun cuando su condición de judío no haya salido todavía a la luz.

La cosa se complica, porque en París un jovencito de baja extracción, Stephen de Troyes, anda voceando que Dios lo ha elegido para dirigir una cruzada integrada por niños, que logrará lo que los adultos no lograron: recuperar el Santo Sepulcro. Stephen es un delirante que sostiene, entre otras cosas, que las aguas se abrirán para él y sus seguidores como ante Moisés y el Pueblo Elegido en su camino a Tierra Santa, pero en aquellos días se creía firmemente en este tipo de disparates, y como es muy elocuente, consigue poner a muchos de su parte, máxime cuando acontece algo que podría calificarse como milagro macabro, que aparenta avalar sus palabras. De más está decir que Roger quiere plegarse a la dichosa cruzada, pero su padre no quiere permitírselo. Pero el barón no está de suerte; cuando en audiencia con Felipe Augusto no obtiene lo que ha venido a solicitar y Roger se fuga de la universidad a la que recién ha ingresado, marcha con todo su grupo hacia Colonia, donde espera encontrar parientes de Jonathan y obtener de ellos alguna recompensa, pero encontrará en cambio que también allí hay un niño, Nicholas, predicando una cruzada infantil. Al barón no le termina de convencer el asunto, pero, harto, decide finalmente permitir que Roger se pliegue a la cruzada, acompañado por Harolde y Jonathan. Será mala cosa, entre otras razones, porque por el camino se han cruzado con un tal Frizio, con quien han tenido algún conflicto legal, que derivó en la pérdida, por parte de Frizio, de un hermosísimo caballo llamado Mirage, ahora propiedad de Roger. Frizio, decididamente un mal bicho, planea vengarse, recuperar a Mirage y de paso hacer algún dinero, y ve en la cruzada infantil la oportunidad de hacer triplete.

Antes de seguir, vale la pena hablar un poco del autor, de quien resulta extraño que se haya traducido a nuestro idioma esta novela suya y no la más famosa (no necesariamente la mejor), THE PRINCE OF CENTRAL PARK, dos veces adaptada al cine (prefiero la primera, de 1977) y convertida también en un musical de Broadway. En una breve nota preliminar, él detalla la naturaleza de sus investigaciones para esta novela, y en qué medida se vio obligado a rellenar lagunas. Me tomé el trabajo de cotejar esta obra con la HISTORIA DE LAS CRUZADAS de Steven Runciman, y parece que en este aspecto su trabajo es irreprochable.

Por lo que hace a los personajes de su novela, están bien delineados, no se comportan de forma absurda, pero no logran enganchar de entrada. Por ejemplo, del barón Thorne, cuarto hijo (¡ni siquiera el segundogénito!) de una familia de nobles, resulta creíble que habiéndose desengañado de la guerra haya optado, inteligentemente, por dedicarse al comercio. Que Roger, impetuoso como todo adolescente, malditas las ganas que tenga de estudiar y prefiera en cambio la acción y el combate, también es lógico, como también que, por parte de su difunta madre, haya heredado cierta credulidad ante cualquier asunto de fe. Eso no los hace interesantes, sin embargo, y el único que no resulta rutinario (fuera de Frizio, a quien no contamos, por ser el malandra de la historia), aunque más no sea sólo por su reciente tragedia, el modo en que la soporta y el misterio que inspira a los de su entorno, es Jonathan. Los demás no sólo empiezan resultando algo sosos, sino además, con la sola excepción del barón, unos soberanos idiotas.

Pero cuando Roger se pliega a la cruzada, junto con otros, la cosa cambia. Porque, desgraciadamente, la Cruzada de los Niños fue un hecho real, una de las mayores vergüenzas de la Cristiandad. Por más que muchos supieran que aquellos muchachitos irreflexivos seguramente marchaban hacia la desgracia, ¿qué sensatez podía pedírseles, con el pésimo, deplorable ejemplo que ya habían dado sus mayores, dirigiéndose hacia sus propias cruzadas en nombre del Señor y siempre bajo pretendidos auspicios milagrosos? La Cruzada de los Niños no tuvo un buen final, y Evan H. Rhodes está constreñido por la Historia a respetar el cruel desenlace de semejante locura. Y uno, que lo sabe, empieza a ver a los cruzados infantiles bajo una nueva luz, y siente piedad anticipada por casi todos ellos. Ya deja de importar que sean aburridos, incluso idiotas: van hacia un desastre seguro, y a la compasión inspirada por esta certeza, sigue el cariño.

Se debe agradecer a Rhodes que, más allá de verse obligado a respetar los hechos y la lógica, que la muerte no haga distinción de buenos y malos, al menos no se regodee en todo lo malo, y haga que en medio de tanta desgracia, como a menudo suele suceder en la vida real (a Dios gracias!) valores humanos. Por lo demás, es innegablemente meritorio, por parte suya, desarrollar una historia acerca de sucesos que la literatura no ha tratado muy a menudo (de hecho, es la única novela que conozco sobre la Cruzada de los Niños) y que dudo, incluso, que sean muy conocidos por el gran público. Pero esta novela, sea como sea, rompe el corazón del lector, señal de que es buena, pero no me pidan que le ponga un 10, y paradójicamente no porque los personajes no resulten interesantes al principio, o porque las descripciones no nos trasladen al mundo medieval con la misma eficacia de, por ejemplo, LOS REYES MALDITOS, de Maurice Druon. En este caso, asumo toda la culpa de no otorgar el máximo puntaje porque el final, aun pudiendo haber sido mucho peor, de todos modos es tristísimo: el que corrieron todos esos miles de niños que, con toda inocencia, prestaron oídos a lo que resultó un canto de sirena.

Escrita hace 11 años · 5 puntos con 2 votos · @EKELEDUDU le ha puesto un 8 ·

Comentarios

@Faulkneriano hace 11 años

Buena reseña, ekeledudu.

Sobre este asunto hay al menos dos novelas, una que no conozco, de Peter Berling, autor que no es precisamente de mi gusto, y otra que sí que he leído y me ha gustado mucho, La cruzada de los niños, que Marcel Schwob (tu compatriota nikkus le conoce bien) escribió a fines del siglo XIX, que tiene una prosa de alta densidad, muy, muy bella. El episodio, desde luego, es apasionante, y dice mucho de una Edad Media que nunca deja de sorprendernos. El librito de Schwob suele publicarse con otro de poca extensión, Vidas imaginarias. Ambos son más que recomendables.

Saludos.

@EKELEDUDU hace 11 años

Ah, muchas gracias por el dato, muchachito.

@lucero hace 11 años

Muy interesante y muy buena la reseña. Miré y en la biblio tengo el texto que menciona Faulk, Vidas imaginarias y ahora le voy a dar una ojeada. En cualquier caso hay que disponerse a leer algo tan cruel, aunque uno sepa que cruel y despiadada es la vida .

@EKELEDUDU hace 11 años

Seguramente tenés razón, pero hay que elegir el momento, al menos. Cuando uno no está con todo el ánimo en alto, mejor dejarlo para otra ocasión. Contame luego qué tal te pareció VIDAS IMAGINARIAS, al menos de ojeada. Saludos.

@lucero hace 11 años

Las leí, EKELEDUDU. Fijate en la reseña que le hace nikkus. Comenté ahí. Saludos.

@EKELEDUDU hace 11 años

Ah, muchas gracias. Saludos también para vos, Lucerito.