EXPLORADORES por sedacala

Portada de LAS MINAS DEL REY SALOMÓN

Las minas del Rey Salomón (Henry Rider Haggard, 1885)

La verdad es que los libros de viajes del siglo XIX, especialmente los ambientados en África, se parecen mucho entre sí, da igual que se trate del Dr. Livingstone en el lago Victoria, del periodista Stanley por el río Congo, de Mungo Park por el río Niger, o de los conocidos Burton y Speke en busca de las fuentes del Nilo. Todos ellos cuentan historias similares, con protagonistas de mentalidad parecida, y sucesos que tienen mucho en común y que, todos ellos, resultan fascinantes.

Sin embargo la novela que toma como asunto principal las aventuras de este tipo de exploradores, es un subgénero que no se empezó a desarrollar hasta los años finales del siglo XIX, siendo Henry Rider Haggard, uno de sus iniciadores y “Las minas del Rey Salomón”, de 1885, una de sus primeras novelas. Bien por ser la primera, o por sus propias cualidades, lo cierto es que se convirtió rápidamente en uno de los iconos del nuevo género, y cuando el cine empezó a disponer de las condiciones técnicas necesarias para realizar este tipo de películas con espectacularidad, inmediatamente la adaptaron. Stewart Granger fue un Quatterman (el protagonista y cazador profesional) bien adaptado al personaje de la novela, Deborah Kerr en cambio, no tenía tal adaptación sencillamente porque no había mujeres en los papeles principales de la novela; los cineastas perpetraron un cambio de identidad y sexo en el personaje de Sir Henry, que pasó a ser una mujer que buscaba a su desaparecido marido. De esa forma convirtieron lo que solo era un viaje de aventura, en otro con romance incluido, pensando que no sería posible hacer una película de éxito sin papeles femeninos.

Volviendo a la novela, hay varios asuntos interesantes en el argumento; uno deellos es el objetivo del viaje; viajan para encontrar al hermano de Sir Henry, pero también movidos por la ambición (encontrar unos diamantes); luego se topan sin querer con todo un hallazgo: una auténtica cultura perdida con orígenes en la antigüedad pre-cristiana; lo que, en cierto modo, podría llevar a hablar de otro subgénero: “Viajes a mundos perdidos”. Hay antecedentes; en “La narración de Arthur Gordon Pym” de 1838 de Edgar Allan Poe, ocurre algo parecido, incluso, alguna novela de Verne toca el tema africano, como “Cinco semanas en globo” de 1863, o “Aventuras de tres rusos y tres ingleses” de 1872. Pero son novelas en las que ni hay un interés geográfico especial, ni hay búsqueda como tal; si descubren algo es porque se lo encuentran mientras viajan por razones completamente diferentes, en tanto que en “Las minas del Rey Salomón”, el objetivo inicial del viaje es buscar y encontrar. En las novelas de Verne está, como siempre, el leitmotiv técnico (el viaje en globo), o el científico (investigación geodésica), y en la de Poe, es el simple azar el que lleva al descubrimiento. Ya en 1912 apareció la serie de novelas sobre Tarzán, de Edgar Rice Burroughs que, realmente, sólo tiene en común con esta novela el escenario ecuatorial y salvaje del África subsahariana. En casi todas estas novelas, hay una noción constante de gusto por viajar y por curiosear, lo que conlleva rasgos muy peculiares que cito, por si consigo convencer a alguien de su extraordinario atractivo.

Todas ellas entran en el grupo de libros de viajes, y por tanto, tienen las características propias del “road movie”, es decir, de aquel tipo de películas que alternan episodios acaecidos durante la marcha, con otros que se desarrollan en las paradas, más o menos largas, que se intercalan. En la literatura, se encuentran también ejemplos paradigmáticos de ese esquema, desde “El Quijote”, hasta “Moby Dick”, pasando por “Almas muertas” de Nikolai Gogól, o la mucho más moderna “On the road” de Jack Kerouac. Es una fórmula atractiva para el lector por introducir una noción de movimiento continuo, que le hace sentir la ilusión de que viaja mientras lee; además el obligado cambio de escenario mejora la agilidad de la trama, habituando al lector a unos cambios que se esperan con impaciencia.

Son historias que refuerzan el espíritu de superación del ser humano, que no vacila en enfrentarse a los tremendos obstáculos que, uno tras otro, van apareciendo en el camino y que, además, es capaz de hacerlo con un ánimo favorable y, sobre todo, con el firme convencimiento de saberse con posibilidades reales de éxito. Esto crea en el lector un deseo de apuntarse en cierta medida a esos objetivos de los personajes, y de compartir con ellos el orgullo y la satisfacción del objetivo cumplido.

Además hablan de viajes relativamente recientes. No estamos hablando ni de la Edad Media, ni del Renacimiento, ni siquiera de la Ilustración, tan solo han transcurrido 133 años desde la publicación de este libro, lo que, en términos de historia, no es mucho tiempo. Esta relativa cercanía en años, hace que también haya proximidad en costumbres, medios de comunicación, avances científicos, armas, y otras cosas parecidas que nos colocan emocionalmente más próximos a Quatterman, de lo que estaríamos del capitán Cook, de Cristóbal Colón, o no digamos, de Marco Polo. Si viéramos en una exposición objetos de esta época, nos parecerían sacados del desván de nuestros abuelos, mucho más que antigüedades de museo, de lejanísimos antepasados.

Una consecuencia favorable de todo ello, es que permiten al lector compartir sensaciones con el descubridor; como, por ejemplo, disfrutar de la emoción de ser el primero en acceder a territorios desconocidos; o satisfacer la curiosidad de saber qué hay más allá de ciertos límites geográficos; o sentir el miedo a encontrar obstáculos que pongan en peligro su vida sin tener una idea clara de cómo superarlos; claro, que el lector lleva ventaja, porque puede compartirlo todo sin salir de casa ni jugarse el tipo, como lo hace el protagonista.

Otro de sus atractivos es el hecho de que en nuestras mentes actuales el siglo XIX suele aparecer con un halo de romántica nostalgia entendida como la sensación impregnada del recuerdo de un tiempo pasado, por la cual se reviste a los personajes tenaces y luchadores que realmente fueron, de un carácter digno de héroes míticos. Los antes mencionados, Burton, Speke, Livingstone, Stanley o, en este caso Quatterman, adquieren esa categoría y resuenan con fuerza en nuestro subconsciente. En fin, que todas estas cosas, convierten a esta novela, y a otras como ella, en lecturas fáciles y entretenidas.

Pero, está claro que los años no pasan en balde, y hoy encontramos en su lectura elementos que están muy enfrentados a lo actualmente correcto. Uno de los mensajes, hoy claramente contraindicados, es la falta de conciencia ecológica. La despreocupación con que los protagonistas disparan sin el menor escrúpulo a cualquier animal salvaje que se les ponga a tiro por pura diversión, o con la débil excusa de ser fieras terribles, o sencillamente para enriquecerse, no encaja bien en los criterios de la mayoría de las mentes actuales. Otro de los aspectos molestos, es el racismo latente en el trato de los hombres blancos con los nativos; se observa también en esto una especie de coartada del blanco que basa su discriminación hacia el negro en un frío análisis, según el cual, aun siendo el negro un ser humano, cualidad que no se le niega, lo es de una calidad inferior a la del blanco, sobre todo por su menor aptitud para las actividades intelectuales para las que, supone, no está dotado. Así que lees y comprendes, que la actitud de los protagonistas con respecto a la caza, o el trato que reciben los indígenas, sean sirvientes o sean salvajes, resulta absolutamente inadmisible a día de hoy.

Las cualidades literarias de la novela son correctas, con un argumento atractivo y bien planteado con arreglo a los clichés del género, aunque hay que reconocer que juega con elementos sencillos, que en algunos casos pecan de previsibles, o repetitivos. Con su texto, pasa algo parecido, es de una sencillez proverbial si bien cumple su misión de manera eficiente, que es, indudablemente, lo más que se le puede exigir. Así que las razones que deben llevarnos a leer esta novela, son o de tipo sentimental y romántico, por el encanto que tienen para muchos, entre los que me encuentro, o simplemente de puro entretenimiento. Este último objetivo lo sigue cumpliendo perfectamente, a pesar del tiempo transcurrido desde su publicación, y en cuanto a lo otro, lo afectivo, satisface plenamente a los que siempre fuimos aficionados a este género, y lleva a curiosear un poco en los gustos y las inquietudes del público lector de cuatro o cinco generaciones atrás, permitiendo saber en qué se entretenían nuestros tatarabuelos en sus ratos dedicados a la lectura.

Escrita hace 11 años · 5 puntos con 4 votos · @sedacala le ha puesto un 7 ·

Comentarios

@Tharl hace 11 años

Buena y completa reseña, Sedacala, como de costumbre.

Me gustan las historias de aventuras, pero más que leerlas las he visto en la gran pantalla. Creo que las aventuras de que hablamos pertenecen a un tiempo y espacio muy concreto entre finales del XIX y la IIGM, por tanto el colonialismo estaba a la orden del día. De hecho creo que es esa visión colonial caracterizada por una condescendiente atracción por lo incivilizado y primitivo -lo “exótico”-, uno de sus características esenciales y motivos de existencia. De todas formas hablo más por suposiciones, oídas, intuición y algunas películas que por propias lecturas, ya me corregirás si ando muy desencaminado.

Hoy en día pocos coincidirán con visión de estos libros, como el racismo latente que comentas, pero creo que si no nos ponemos dogmáticos, esto -que en una novela actual sería deleznable- las da, irónicamente, cierta gracia exótica. Evidentemente, yo no me considero racista, ni machista, ni ninguno de esos -istas, pero en algunas novelas (y películas) se muestran con tal inocente y descarada naturalidad, como si fuera lo más normal del mundo (y lo era), que me hace sacar alguna sonrisa. Será por simple gozo de la provocación anacrónica. Y al fin y al cabo conocer y dialogar con las formas de pensar de quienes estuvieron antes que nosotros nunca viene mal.

@lucero hace 11 años

No he sido muy lectora de novelas de este género, sedacala, pero has refinado tus dotes de persuasión, que me dan ganas de emprenderla con Haggard. Y también me resulta esclarecedor tomar contacto con un modo de pensar y ver el mundo que hoy resulta anacrónico, racista, discriminador y otros calificativos de última generación. Ponerse a prueba con lecturas que lo abordan con tanta naturalidad, nos pone en un ejercicio de valoración personal...
Esa mirada romántica y hasta ingenua es tan contrastante con la literatura actual, que arranca sonrisa. Gracias sedacala, un placer, como siempre.

@sedacala hace 11 años

El margen de tiempo que abarcamos, casi engloba todo el siglo XIX y, probablemente, apenas podría estirarse hasta el descubrimiento del Polo Sur por Amundsen en 1.911, de las ruinas de Machu Pichu por Hiram Bingham, en el mismo año, o hasta el hallazgo de la tumba de Tutankamon, por Howard Carter en 1.922, y cito estas fechas por ser quizá los últimos hitos de la era de los descubrimientos, y por aquello de buscarle unos limites, aunque realmente no sean necesarios. Y es verdad que hay una conexión lógica, o quizá incluso obligada, con el colonialismo, entendiendo éste, no como algo inevitable sino como algo circunstancialmente presente. Tienes razón, en que aparte de todos los “ismos” peyorativos que se nos puedan ocurrir, el planteamiento de estas novelas está trazado con un descaro tan natural y tan ingenuo, por que todo eso era de lo más natural entonces y lo más ajustado a la mentalidad de la época, y ahora solo cabe constatar esa circunstancia.

Efectivamente Lucero, el punto de partida de la decisión de leerlo, sólo puede ser un enfoque romántico; y digo romántico, por que nos lo parezca por las referencias particulares que cada lector tenga, y que pueden provenir del cine, de otros libros, o de un conocimiento documentado del momento histórico, en razón de la cultura de cada cual.

Ejemplos tontos: Cuando yo era pequeño, hacía una colección de cromos que venían en las tabletas de chocolate “Elgorriaga” que compraba mi madre; cada cromo de aquellos, traía la efigie de un descubridor africano (véase Livingstone, por ejemplo) y al lado una imagen de la selva africana correspondiente (el lago Victoria, con algún cocodrilo por ahí). No os podéis imaginar, la ilusión que me hacía coleccionar aquello y los sueños que despertó en mi imaginación sobre futuros viajes. Otro ejemplo, y este ya más generalizado, ¿os acordáis de Memorias de África, con Streep y Redford paseando su palmito por las sabanas de Kenia, con el fúsil al hombro, él, y su sombrerito, ella, bajo las embriagadoras notas de la, increíblemente bien ambientada, música de Mozart?

Es necesario, referirse a este tipo de cosas para poder entender la fascinación que el asunto despierta sobre muchas personas, aunque comprendo que a otros les gusten mucho más las novelas de George R. R. Martin. Por ejemplo.

Gracias chicos.

@Faulkneriano hace 11 años

Buena reseña, sedacala. Se agradece que se saque del relativo olvido a las novelas "coloniales", como ya las llamo, algunas muy estimables. Rider Haggard es un excelente escritor de aventuras, con un estupendo sentido del ritmo; mejor que Verne o Salgari, pero más limitado en sus temas. Las minas... debe mucho al histórico reino zulú de Chaka y sus descendientes, que tantos problemas dio a los británicos en el este de Africa. Las descripciones de batallas son magníficas y el libro se beneficia de cierto halo fantástico que es más visible en Ayesha (o Ella, como se traduce a veces en España), una extraña conjunción de fantasía pura y aventuras africanas muy de mi gusto. El personaje de Quatermain (inspirado en un cazador real, un tal Frederick Selous) pertenece por derecho propio al imaginario de las novelas de aventuras: he leído varias obras protagonizadas por él y son muy, muy entretenidas.

No creo que sea un libro especialmente racista: el joven Umbopa, que acompaña a los expedicionarios, es un personaje verdaderamente principesco, de una enorme dignidad y prestancia. Tampoco había que pedir peras (políticamente correctas) al olmo (imperialista)