DESAFIANDO A LA AUTORIDAD por EKELEDUDU

Portada de JINETES REBELDES

La figura del bandido justiciero no es fácil de definir o de encasillar ni, ya que estamos, de digerir. Es evidente que este tipo de individuos surge como producto de atroces desigualdades sociales que las sucesivas autoridades legítimamente constituidas no se dignan nivelar o atender, cosa que vienen a hacer ellos por medios poco ortodoxos y saliéndose de los términos de la legalidad. Por supuesto, esta descripción nos remite instantáneamente a Robin Hood, aquel noble anglosajón que, según la leyenda, se puso de parte del pueblo oprimido por la nobleza normanda, y que robaba a los ricos para dar a los pobres. Esto último puede hacerse desinteresadamente, por considerar que así se reparan, al menos parcialmente, ciertas injusticias; pero también podría tener una finalidad más demagógica y menos altruista, la de comprar la complicidad del pueblo, que en lo sucesivo protegerá a su benefactor de todos aquellos que lo persigan, hostiguen o critiquen. Esto nos lleva al otro extremo, con Pablo Escobar Gaviría, el tristemente célebre líder del Cartel de Medellín, de quien se dice que era generoso en lo material con los humildes, sin que esto bastara ni por un segundo para exonerarlo por sus múltiples crímenes: narcotráfico, homicidios varios y hasta esa excentricidad de importar a Colombia hipopótamos que hoy se multiplican y amenazan el ecosistema local, y quién sabe qué otros delitos de los que uno no tiene la menor noticia. Lo que por supuesto no quita que, si semejante sujeto logró comprar la complicidad y buena voluntad de buena parte del pobrerío, ello sólo fue posible precisamente porque, una vez más, las injusticias sociales de su país le consiguieron el favor de muchas personas más que dispuestas a dejarse comprar. Para esa gente, Escobar Gaviría fue también una especie de Robin Hood, aunque en lo personal opinemos que esta versión de Robin Hood era de muy baja estofa. Por otra parte, "el enemigo de mi enemigo es mi amigo", según suele decirse; y por lo tanto, a veces ni siquiera se precisa de esta demagogia para que las simpatías populares se vuelquen hacia el perseguido por la autoridad. Incluso es innecesario que el gobierno de turno sea exactamente tiránico o despótico con los más necesitados; con que sea abúlico alcanza. A veces, algunos de estos renegados han sido santificados, ya que no por la Iglesia Católica, sí por devociones populares.

Desde sus mismos inicios históricos -e incluso desde antes de su independencia de España-, la Argentina fue siempre, por desgracia, un país donde marginalidad jamás faltó. Es algo que debemos "agradecer" al enanismo mental de la aristocracia porteña y sus grotescas tendencias europeizantes, tan caras a los intereses de las potencias del Viejo Mundo. No imagino qué respeto pueden haber sentido los europeos de pura cepa hacia tan serviles lacayos; por el contrario, me viene a la memoria el que sí despertó en las hermanas Postlethwite, hijas de un comerciante inglés establecido en Corrientes, el famoso Andresito, hijo adoptivo de Artigas y denodado defensor de las libertades como aquel. De dicho respeto da fe José Andrés Carrazzoni en su libro LA EPOPEYA DEL INDIO ANDRESITO, que ya hemos comentado anteriormente.

Y muy respetables son, por cierto, estas huestes de forajidos que al galope nos salen al encuentro desde las páginas de JINETES REBELDES, de Hugo Chumbita, donde vemos reaparecer, no tan casualmente, al ya mentado Andresito; algo lógico, teniendo en cuenta las desaveniencias que él y su padre adoptivo tuvieron con los asnos que mandaban desde Buenos Aires por aquella época. Junto a ellos aparecen muchos otros, que quizás no en todos los casos sean los buenos de la película pero, con seguridad, tampoco serán los malos. En todo caso, todos ellos serán más respetables y más carismáticos que un Rivadavia, un Alvear o cualquier otro payaso aburguesado y vendepatria, cuyos máximos logros son haber dado su nombre a unas cuantas calles y avenidas. Próceres como los ya mentados Artigas y Andresito, caudillos federalistas como el Chacho Peñaloza o Facundo Quiroga, caciques gauchos como Yanquetruz, Sayhueque y los Pincheira, legendarios matreros como Juan Moreira, el Gato Moro y Hormiga Negra y, por fin, bandoleros santificados por el pueblo como Isidro Velázquez, Vairoleto o el archiconocido Gauchito Gil (quizás lo único censurable del libro es la dificultad para saber, en algunos casos, dónde terminan los hechos y dónde empieza la leyenda. Del Gauchito Gil, por ejemplo, tengo entendido que ni siquiera hay certezas de que haya existido, pero Chumbita no dice una palabra al respecto). Antes y después de pasar revista a todos ellos, se analiza la figura del bandido justiciero y se analizan sus motivaciones y las razones que posibilitan su aparición y obstinada lucha, y vale la pena mencionar aquí que Eric Hobsbawm, un reconocido investigador de este tema, incluyó algunos ensayos de Chumbita al reeditar su obra BANDITS; en tanto que el cantautor León Gieco abrevó en Jinetes rebeldes para componer su tema BANDIDOS RURALES.

Pero, sobre todo, lo más destacable son las extraordinarias historias de esos hombres y mujeres de los que nos habla Chumbita, y cuyo coraje sin igual fascina incluso a quienes no sentimos particular reverencia por el coraje, y los hace trascender muy por encima de los ilustres mediocres que tanto los despreciaron, e incluso de carniceros racistas inexplicablemente elevados a los altares, como Sarmiento.

Escrita hace 11 años · 5 puntos con 1 voto · @EKELEDUDU le ha puesto un 10 ·

Comentarios

@lucero hace 11 años

Buenísima reseña!!!! La figura del pistolero (delincuente, le llamo yo) está muy arraigada en la cultura argentina. Basta andar por la ruta y ver las tolderías rojas del gauchito (grrrr)!!!! Has despertado mi curiosidad y busco en mi biblioteca qué tengo de Chumbita y es El enigma peronista.... voy a hojearlo.
Bueno que apuntas el hecho de ser referenciado por Eric Hobsbawn.
Vos sí que cargás artillería para calificar a nuestro maestro!!

@EKELEDUDU hace 11 años

Gracias. Se hace lo que se puede.