UN DIVERTIMENTO INTELIGENTE por Faulkneriano

Portada de LA SOLEDAD DE CHARLES DICKENS

Vaya por delante que no suelo leer este tipo de novelas: primero, porque no suelen cuidar mucho las formas (literarias) y preocuparse obsesivamente del argumento (que no lo es todo, ni mucho menos, en la literatura); además, suelen ser muy extensas, lo que tampoco es una ayuda. He hecho una excepción con ésta por dos cosas: porque trata de Charles Dickens y Wilkie Collins y porque de Simmons conocía ya Hyperion, que es una buena novela de ciencia ficción y tiene un interés añadido por intentar emular al Chaucer de los Cuentos de Canterbury e incorporar a la trama la vida (y muerte) de Keats, aunque no sea el gran clásico que algunos pregonan.

La soledad... trata de los cinco últimos años de la vida de Dickens y tiene la virtud de mostrar con efectividad el lado más oscuro y menos amable del escritor. Hace poco leí la extensa biografía que le dedica Peter Ackroyd y ya encontré muchas zonas de sombra en la vida de este escritor al que tanto admiro. Ello me permite comprobar que Simmons ha hecho bien su trabajo de acopio de documentación, pero una novela es algo más que esto. En realidad, como dicen muchas reseñas de esta obra, el protagonista es Wilkie Collins, del que no estoy, por el contrario, nada informado. La novela, y hay que empezar por ahí, se lee sola y es enormemente entretenida.

Confronta a los dos grandes escritores ingleses de mediados de siglo XIX (con permiso de Thackeray y de algunos más), metidos de hoz y coz en sus propios infiernos: de una parte, la crueldad de alguien que teje una broma monumental; de otra, la envidia y el odio enfermizo del que se reputa inferior. Dejo al lector averiguar quién es quién, aunque podrá sospecharlo. La extensión de la novela es algo desmesurada e incluye todo tipo de lances, alumbrando un Londres fétido, sombrío (el que aparece, por cierto en Nuestro común amigo, sobre la que se arroja insospechada luz) lleno de fumaderos de opio y ciudades secretas.

Un Wilkie Collins embrutecido por el opio, febril, incapaz de distinguir entre la fantasía y la realidad, con una historia familiar y sentimental tan extraña como la de sus novelas (con amante titular disfrazada de ama de llaves y otra oficiosa y escondida con la que tiene varios hijos; no menos, por cierto, que Dickens y su extraña relación con Ellen Ternan y su distante amor por sus hijos descarriados) es el poco fiable narrador, a cuestas con sus obsesiones: una mujer de piel verde y dientes amarillos que deambula por su casa, un extraño ser capaz de devorar criadas que vive en la clausurada escalera de servicio y, sobre todo, el Otro Wilkie, una presencia verdaderamente escalofriante (aviso para navegantes: ¿se han fijado ustedes en las mucha duplicidades de los personajes de las obras de Collins?). Simmons cuenta y no acaba sobre La mujer de blanco, Armadale, La piedra Lunar y Marido y mujer. También sobre los últimos escritos de Dickens y especialmente sobre la ronda de lecturas que, según muchos biógrafos, le llevó a la tumba (otro misterio: ¿por qué Dickens se complacía una y otra vez en ponerle cuerpo y voz a sus personajes, especialmente en los pasajes más truculentos como la muerte de Nancy a manos de Sykes de Oliver Twist, observando con agrado cómo las damas del público se desmayaban y los hombres salían pálidos y con los ojos desencajados, al tiempo que él se retiraba medio muerto al tren o al hotel?)

Luego, claro, está Drood.

No es una biografía, no es una obra de terror, no es una oscura fantasía londinense, o quizá sea todo eso y más, un divertimento inteligente animado por una idea brillante: los horrores a los que los se asoman los escritores en su lucha contra la página en blanco, contra la vanagloria, contra el olvido

Escrita hace 11 años · 5 puntos con 6 votos · @Faulkneriano le ha puesto un 7 ·

Comentarios

@lucero hace 11 años

Hermosas palabras finales las de tu reseña, Faulk. Batalla ganada, por cierto, en el caso de Dickens y de Wilkie Collins. Es cierto lo que rescatas sobre la duplicidad de los personales de Collins : me recuerda a Mr Ablewhite en La piedra Lunar, de reciente y gozosa lectura.