EL VALOR DE LA VIDA: LO QUE NO SUPIMOS ENTENDER por EKELEDUDU

Portada de LOS HUMANOS, LAS ORQUÍDEAS Y LOS PULPOS: EXPLORAR Y CONSERVAR EL MUNDO NATURAL

Jacques-Yves Cousteau fue sin duda el hombre que acercó el océano a la Humanidad. Antes de él, las profundidades constituían un mundo prácticamente inaccesible para la especie humana, que lo imaginaba poblado por monstruos. A través de una serie de inventos y exploraciones, él las exhibió como lo que eran realmente: un mundo de subyugante y enigmática belleza. Cousteau amó ese mundo y, por lo mismo, siempre que lo supo en peligro bregó por protegerlo.

De correr riesgos, por cierto, él supo mucho. Por eso este libro suyo, escrito en colaboración con la periodista Susan Schiefelbein, comienza describiendo cómo su propia noción de peligro y por cuáles motivos valía la pena arriesgarse fue cambiando con el paso de los años y la experiencia. En su más temprana juventud, fue tan irreflexivo, alocado y temerario como cualquier otro muchacho que desconoce su humana vulnerabilidad. Pero cuando las vidas de otros hombres empezaron a depender de que sus decisiones fueran acertadas, se volvió más cuidadoso.Este tramo del libro, a la vez historia de vida y lección de vida (y adviértase la constante insistencia en la vida), se lee con enorme entusiasmo. Se siente uno retrotraído a tiempos en que la tribu entera, en una atmósfera de absoluta reverencia, se congregaba en torno al más anciano para empaparse de su sabiduría. Y en este caso, ese respeto se incrementa a través de la certeza de que el anciano en cuestión es todo un guerrero que por haber vivido mucho y muy intensamente y haber visto de cerca varias veces a la muerte, personalmente o a través de otros, aprendió como ningún otro el valor de la vida en general y en particular la de cada hombre que tenía a su cargo. Nosotros, en su lugar, diríamos que somos responsables por esas vidas, pero él afirma que es un privilegio cuidar de ellas, convirtiendo en un inmenso honor lo que aparentemente sería una pesada carga.

Por desgracia, al embriagante, sublime sabor inicial de esta obra, sobreviene en seguida un trago amargo, sensación que prevalecerá hasta vaciar la botella, y lo malo es que es necesario bebernos hasta la última gota. Porque Cousteau nos obliga a enfrentarnos con una realidad que hiela la sangre: los problemas ecológicos que aquejan al planeta son infinitamente más graves de lo que creemos. Por supuesto, Cousteau hace hincapié en los mares, que casi se volvieron su hábitat natural, pero extiende su advertencia al mundo entero, con todos los ecosistemas que encierra.

En lo que hace al océano, al hablar de catástrofes ecológicas sin duda pensaremos en los derrames de petróleo. Hasta eso sería lo de menos: lo más grave, según Cousteau, es lo que él llama "saccage", el saqueo sistemático, inescrupuloso y exhaustivo de los recursos naturales hasta dejarlos agotados y amenazando incluso la futura supervivencia de nuestra especie. Para todas y cada una de las objeciones que se intentaran oponerse a su alerta roja, él tiene respuestas: se efectúa la "saccage" en nombre de un pretendido progreso humano que en realidad no es tal, sino sólo el beneficio económico de unos pocos individuos ya inmensamente ricos; esa explotación no contribuye significativamente, ni mucho menos, a paliar el hambre mundial; personas de escasos recursos, cuyas familias han dependido del mar durante generaciones para subsistir, no sólo son los primeros perjudicados por la saccage sino que, además, desempeñan el rol de chivos expiatorios a la hora de buscar culpables.

Cousteau dirige sus más furibundos truenos contra los más poderosos gobiernos del planeta y los grandes intereses económicos, pero quede en claro que el hombre de la calle, en todo esto, es cómplice silencioso. No es que Cousteau ponga el grito en el cielo también contra él, pero con calma suelta frases en las que palpita nuestra propia culpa. Es en vano tratar de persuadirse de que nada podemos hacer, de que no tenemos influencia, porque en otros casos esa influencia se hace sentir, a veces por motivos tan baladíes como un incremento salarial que en realidad no necesitamos, pero igual deseamos; no obstante, en palabras del autor, "...con cada extinción de una especie, con cada destrucción de un paisaje, con cada corrupción de una masa de agua, la gente se da cuenta de que la vida es menos agradable, pero luego descubren que la desolación no es la muerte, que pueden sobrevivir, y por fin se acostumbran adaptándose a una calidad de vida más baja... La vida empeora, pero al menos continúa...".

Las artimañas a las que recurren los poderosos para mantener la apariencia de que todo está bien y poder continuar impunemente con la "saccage" son múltiples, y una más sucia que otra. Denunciadas en este libro, revuelven las tripas de pura ira e indignación. Y nosotros somos tan soberanamente cobardes en nuestro autoengaño, que no reaccionamos ni en nombre del futuro de nuestros hijos -yo no tengo ninguno, pero me incluyo igual-, y tampoco dejamos de traerlos al mundo para que al menos no tengan que sufrir las consecuencias de nuestra inacción.

Por supuesto, ya lo hemos dicho, Cousteau era un guerrero, y su prédica se vuelve arenga para enardecer ánimos con miras a entablar batalla en defensa de la vida. En todo momento deja puertas abiertas a la esperanza; pero la coautora, Susan Schiefelbein, señala que desde la muerte de Cousteau varias de esas puertas se han cerrado, lo que no significa que todo esté perdido. Pero a no dudarlo: lo estará. Nosotros no somos guerreros, sino sólo seres mentalmente pequeños e insignificantes, sin entrañas para defender lo que de verdad importa, sin sesos para discernir cuáles deberían ser nuestras prioridades y sin corazón para tratar de evitar tan triste porvenir a los hijos y nietos a los que decimos amar. Un asco, en suma. Personas como Dian Fossey, Joy Adamson o el propio Cousteau, por citar sólo algunos, defendían el valor de la vida en todas sus formas, pero la diferencia crucial entre ellos y nosotros es que nosotros ni siquiera vivimos realmente, apenas existimos. Sólo falta que, formalizando el hecho, nos extiendan la correspondiente acta de defunción a nombre del Homo Sapiens, extraña criatura que desperdició su existencia viendo "Gran Hermano", entreteniéndose con juegos de computadora que le permitían ser en la ficción el valiente que no era en el mundo real y estresándose por nimiedades en vez de luchar por problemas graves. En cierto modo, es una suerte que Cousteau falleciera antes de la publicación de este libro: se ahorró la amargura adicional de constatar que no sólo sus advertencias fueron ignoradas sino que, además, la existencia misma de la obra es casi ignorada.

Por último: la gente de Editorial Ariel se ha apuntado en otras ocasiones numerosos aciertos; pero en este caso, por no publicitar debidamente una obra tan necesaria ni lanzar alguna edición más accesible económicamente, debemos decir, sin rodeos, que se han diplomado de asnos. Y lo que es peor, en una asignatura fundamental: CUIDADO DEL MUNDO EN QUE VIVIMOS.

Escrita hace 12 años · 5 puntos con 1 voto · @EKELEDUDU le ha puesto un 10 ·

Comentarios

@lucero hace 12 años

Excelente reseña EKELUDUDU, y que poco interés hay en estos temas. Jacques Cousteau, a partir de su muerte, prácticamente desapareció de los programas de la tele y los lanzamientos editoriales. Cierto es que la tecnología de algunos canales (Discovery y Nat Geo) han hecho que sean "antiguos".

@EKELEDUDU hace 12 años

Gracias. Igual, creo que a él no le importaría esa devaluación póstuma de su celebridad; lo doloroso seguiría siendo, para él, que siga descuidándose el planeta. Se debe admitir que hay documentalistas que también hacen hincapié en la preservación ambiental, pero no son más exitosos que Cousteau.