DORIAN GRAY, ETERNO ESCLAVO DE SUS PALABRAS Y DE SU ALMA por EKELEDUDU

Portada de EL RETRATO DE DORIAN GRAY

Creo innecesario hacer una presentación formal de Dorian Gray, ese joven que contemplando un retrato de sí mismo, obra maestra de su amigo el pintor Basil Hallward, se maravilla de su propia apostura física y formula en voz alta el insensato deseo anhelo de que sea el retrato, y no él, quien se marchite bajo el peso de los años. Hay personajes, entre los que cabría mencionar a Frankenstein, el doctor Jeckyll y Míster Hyde o Tarzán, cuya historia arraiga muy profundamente en los temores y anhelos del subconsciente humano. En el caso de Dorian Gray están el anhelo de la eterna juventud, el poder inherente a los poseedores de la belleza física y la corrupción que acaba degradando a éstos como a cualquier otro detentor del poder. Porque el deseo de Dorian no tarda en hacerse realidad. El mismo comprueba un aterrador cambio en la expresión de su propia imagen plasmada en el retrato, en cuyo semblante aparece ahora una mueca cruel después de que Dorian se mostrara especialmente insensible con una joven actriz a la que venía cortejando y a quien, de pronto, decide abandonar. Uno pensaría que, en tales circunstancias, Dorian procuraría cultivar la virtud a fin de que el retrato en cuestión, ya que condenado a envejecer, al menos no lo haga en forma tan monstruosa. Pues no. Su apostura física le gana mucha popularidad y es difícil resistirse a la vanidad que invariablemente trae aparejada esta circunstancia. Como a menudo hacemos con nuestra propia conciencia, Dorian ocultará el cuadro fuera de la vista de los demás e incluso de él mismo, bajo un lienzo y en un cuarto permanentemente cerrado. Pero tanto secretismo no impide que el Dorian al óleo siga envejeciendo. Sin duda no es sólo el mero paso del tiempo lo que va afeándolo poco a poco, sino todos los signos de la degradación moral que se hacen cada vez más patentes en el rostro de esa monstruosidad que es, ni más ni menos, su alma atrapada en la tela de un pintor.

Infinitamente menos conocido para el lector que Dorian, Lord Henry Wootton, uno de los personajes secundarios de la novela, ostenta un cinismo que no puede menos que hacer sonreír al lector y es también, en cierto modo, quien desata el drama, cuando conversando con Dorian sus palabras hacen que éste termine amando demasiado su propia belleza inmortalizada en el retrato pintado por Hallward.

La edición que tengo en mi biblioteca incluye un prólogo de Francisco L. Cardona que es, me parece, largo e innecesario en gran medida. No es que no arroje algún dato de interés, como que la primera versión de esta novela tenía sólo trece capítulos. Pero la verdad, últimamente da la impresión de que para ciertos críticos la homosexualidad de un artista es el epítome de su talento. No sólo en lo concerniente a Wilde; últimamente, cuanto se escriba sobre Leonardo Da Vinci, por ejemplo, parece girar sobre la presunta homosexualidad de éste. En ese sentido, el prólogo de Cardona es más de lo mismo. No es que sea un dato que haya que ocultar, pero... ¿vale la pena insistir tanto sobre el tema? ¿No tiene algo de voyeurismo eso de recalcar una y otra vez las inclinaciones sexuales de un autor cualquiera? ¿Sería EL RETRATO DE DORIAN GRAY una obra menos lograda si su autor hubiera sido heterosexual? En fin...

Escrita hace 12 años · 3 puntos con 3 votos · @EKELEDUDU le ha puesto un 10 ·

Comentarios