EL APOGEO DE LA NIVOLA por sedacala

Portada de NIEBLA

Parece ser, que Unamuno estaba cansado de tener que sujetarse a unas reglas estrictas en el proceso de creación de una nueva novela. Y, se le ocurrió crear un género nuevo. Lo bautizó como nivola. Realmente, no inventó nada. Simplemente su carácter inconformista le llevó a salirse por la tangente de la narrativa al uso en España, creando de paso una novela muy diferente.

De Unamuno leí ya SAN MANUÉL BUENO MARTIR y LA TÍA TULA, y en ambas me llamó la atención una prosa fácil que tiene al lector permanentemente atrapado. No son lecturas que aparenten tener recursos en su trama para arrastrar así al lector, debe ser su manera de escribir la que consigue ese efecto de arrastre. Pero esto, que también se da en NIEBLA, no es la característica más notable de su prosa en esta novela. Lo llamativo en ella es que Unamuno pone en boca de su personaje un lenguaje desenfadado y coloquial de manera casi permanente. Augusto---el protagonista---, se expresa como lo haría sí hablase con un amigo de toda confianza; pero no sólo lo hace así cuando habla con amigos de toda confianza, también cuando cuenta las ideas que bullen en su mente. Realmente la novela recurre mucho al diálogo como sistema para contar la historia, tanto sí es interior en su mente, como sí se trata de auténticas conversaciones. Yo diría, que todo el libro está planteado como un diálogo continuo de principio a fin, unas veces hablando consigo mismo, otras muchas en sabrosas conversaciones con el matrimonio que está a su servicio, con sus novias, con la familia de éstas, con sus contertulios del casino, muchísimas las entabla con su perro, e incluso al final también se enrolla con Don Miguel, su propio creador y por tanto aquel que decide lo que él mismo hace, saliendo de ahí una charla muy interesante y muy reveladora de las ideas que movieron al autor a escribir el libro. Lo cierto es que ese estilo conversacional tan ligero, en un autor que tenía conceptuado como serio y severo, me resultó sumamente sorprendente, haciéndome a veces pensar que estaba leyendo a Ramón Goméz de la Serna o a Enrique Jardiel Poncela. Y no exagero, valgan como muestra dos pequeños ejemplos sacados de la primera página del libro:

“Y al recibir en el dorso de la mano el frescor del lento orvallo frunció el sobrecejo. Y no era tampoco que le molestase la llovizna, sino el tener que abrir el paraguas. ¡Estaba tan elegante, tan esbelto, plegado y dentro de su funda! Un paraguas cerrado es tan elegante como es feo un paraguas abierto.”

Díjose así y se agachó a recogerse los pantalones. Abrió el paraguas por fin y se quedó un momento suspenso y pensando: “y ahora, ¿hacia dónde voy?, ¿tiro a la derecha o a la izquierda?” Porque Augusto no era un caminante, sino un paseante de la vida. “Esperaré a que pase un perro —se dijo—y tomaré la dirección inicial que él tome.”
En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto.

Como se puede apreciar, es cómico, y no serio, que un señor que sale a la calle por la mañana, al llegar al zaguán del portal, conciba tales reflexiones. Sin embargo que nadie se piense que este libro es una especie de vodevil. No, no, el lenguaje y el tono utilizados son ligeros, lo que hace su lectura más amena; pero sigue estando ahí el trasfondo reflexivo y filosófico permanente de su autor. Una cosa y otra cohabitan con desenvoltura, el tono distendido está ahí todo el tiempo, pero mantiene las dudas y las preguntas que todo ser humano se hace alguna vez sobre la vida y la muerte. Además, ese empeño en plantearse cuestiones existenciales, no entra de sopetón en la novela, no; entra suavemente y va aumentando según evoluciona ésta, desde un comienzo más ligero hasta un final en el que se desencadena el clímax definitivo.

La novela, o nivola, cuenta las cosas que le pasan a Augusto Pérez, hombre corriente pero de economía desahogada, cuyas rentas le permiten vivir sin ocupación alguna. Joven y soltero, sus criados se ocupan de sus cosas, sin tener que preocuparse más que de ir al casino a relacionarse con alguno de sus amigos. Esta situación le hace vegetar, más que vivir, en una especie de limbo, sin quebraderos de cabeza pero sin esperar nada interesante de la vida. Los hechos que se desencadenan a lo largo de la novela, aunque inicialmente triviales, acaban por complicarse, sacándole de ese estado vegetativo en que se encontraba y amargándole la existencia de una manera inaudita.

En cualquier caso, es un libro interesante por lo que tiene de innovador y de personal, se lee muy fácilmente, y ayuda a profundizar un poco en la psicología del ciudadano español de los primeros años del siglo XX, en los que se da un cambio de mentalidad con respecto a la propia de los últimos años del XIX. Es algo así como si los españoles al cambiar de siglo, doblasen una esquina entrando en un céntrico y animado barrio llamado modernidad. Esa modernidad desconcierta a muchas personas que se sienten desubicadas. Las causas de ese proceso de inadaptación paulatino, podrían ser, el devenir histórico de los acontecimientos, los cambios sociales que se producen con la incipiente industrialización y las novedades científicas y tecnológicas que se acumularon en esas fechas. Hay que pensar, que al ferrocarril que ya tenía cincuenta años de existencia, se unieron entonces los automóviles, que disputaban constantemente el espacio urbano a las caballerías; los aviones, que empezaban a surcar los cielos por encima de sus sorprendidas cabezas; el teléfono y el telégrafo que reducían las distancias entre las naciones; el cinematógrafo, que creaba un mundo inmenso de posibilidades de ocio; la radio…, en fin, un mundo nuevo. Todo esto modificó drásticamente la forma de vivir de las personas; sobre todo de las clases medias y altas con mejor acceso a todo ello. En este caldo de cultivo, los planeamientos existencialistas tan queridos por Unamuno, y puestos sobre el tapete aquí, son sin duda el quid de la novela. Claro que es habitual referirse a Unamuno como miembro indiscutido de la generación del 98, y ya se sabe que uno de los factores que se supone aglutinó a éste grupo, fue el pesimismo derivado de la crisis por la pérdida de los últimos restos de las colonias españolas y la guerra con EEUU. Pero, en los años en que Unamuno escribió esta novela, dicho pesimismo había quedado ya en el olvido, más todavía por los ciudadanos corrientes que por los políticos, y las preocupaciones ---guerra europea, cuestiones sociales, avances de todo tipo---, eran ya de otro estilo.

Por el contrario, los sucesos violentos de los años treinta en España, cambiaron totalmente la manera de pensar de los españoles a partir de 1936. NIEBLA se publicó en 1914 y Unamuno murió en diciembre del año 36, dos meses después de haberse enfrentado de manera gallarda y suicida al general Millán Astray en un acto público en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, de la cual era rector.

Escrita hace 12 años · 4.4 puntos con 7 votos · @sedacala le ha puesto un 8 ·

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