SOBRE LA MISOGINIA ECLESIÁSTICA por EKELEDUDU

Portada de LAS CUATRO MUJERES DE DIOS

Enemigos y simpatizantes de la religión, el cristianismo y la Iglesia Católica coinciden en que Jesús estaba lejos de ser misógino y que, incluso, trataba con gran respeto a las mujeres, según puede verse a través de los Evangelios; pero el helenismo había llevado a Judea buena parte de las ideas griegas, entre ellas un ostensible menosprecio por la mujer. Y Pablo, un gran difusor del pujante cristianismo, se nutrió por desgracia de estas ideas, que acabaron por prevalecer por encima de las del propio Jesús. Con el tiempo esas ideas fueron agravándose. Hiciera lo que hiciera la mujer, siempre estaba mal. El ejemplo que debía seguir la mujer era el de María, la eterna Virgen; y sin embargo, se esperaba de las mujeres que tuvieran hijos, lo que requiere del sexo, retrotrayéndose a Eva: la gran tentadora y culpable de la caída de Adán (desde siempre fue importante para el varón tener a la mujer cerca para echarle la culpa de todo). Sobre este punto Tertuliano, en particular, parecía tener fobia declarada hacia las mujeres, a las que llamó el portal del Diablo. No era más que un fanático, pero ideas como las suyas hicieron escuela, y pusieron a la mujer entre la espada y la pared respecto al sexo, como respecto a tantas otras cosas.

Guy Betchel nos habla aquí de las cuatro imágenes que la Iglesia Católica se formó de la mujer. Podía ser una santa, como la Virgen María (aunque los requisitos para ser una santa eran muchos, y parecía que a la mujer se la canonizaba a regañadientes), pero de cualquier manera, hasta la mejor de las mujeres guardaba en su interior otras tres: una puta insaciable que seguía los caminos de Eva, una bruja malévola discípula de Satán y dispuesta a todo para traer la ruina al género humano, y una tonta a la que era necesario explicarle qué era lo más conveniente para ella a fin de que no cayera en errores. Betchel analiza cada una de estas cuatro imágenes, la puta, la bruja, la santa y la tonta, y fustiga duramente a la Iglesia Católica cuando debe hacerlo, como al hablar de las incontables mujeres que murieron en la hoguera acusadas de brujería. Efectivamente, la Iglesia hizo cosas muy espeluznantes, por todos conocidas. Pero más adelante Betchel, en un noble acto de equidad, admite que todas las grandes religiones han soslayado a la mujer y han cometido actos de barbarie -no sólo respecto a la mujer, sino en general-. En sus conclusiones analiza, incluso, la postura de la Iglesia respecto a temas tan polémicos como el aborto y admite que, más allá de la suerte que corra la fe católica, no es obligación de la Iglesia consentir a todo lo que los fieles le piden, y que siempre tendrá derecho a opinar, aunque no a imponer. Afirma que así como hay un derecho a la no religión, hay un derecho a la religión, y que los fieles católicos son libres de aceptar lo que la Iglesia trate de imponerles, si desean hacerlo. Esa imparcialidad en tiempos en que las polarizaciones respecto a la religión y la fe son tan habituales, es de verdad un gran mérito.

La obra, por supuesto, se apoya en una frondosa bibliografía que el autor cita al final. En medio de tanto acierto, descubrimos sólo un punto criticable, una interpretación que hace el autor de una cita del capítulo 11 de los proverbios. Escribe Betchel en la página 218: "...La mujer arreglada y engalanada era tan ridícula como un anillo de oro en jeta de puerco, según los Proverbios..." En realidad, la cita en cuestión reza: "Anilla de oro en jeta de puerco; tal es la mujer bella, pero sin seso". Es decir, no condena a la belleza en sí misma, sino sólo a la que no viene acompañada de inteligencia. Betchel, Betchel... ¡Hay que leer mejor! No importa, un solo error no disminuye la calidad de una obra. Pero esperemos que no se hayan filtrado otras interpretaciones inexactas de las que no tenemos la menor noticia.

Escrita hace 12 años · 0 votos · @EKELEDUDU le ha puesto un 10 ·

Comentarios