GEDGE: NO MUY FIABLE, PERO ENTRETENIDA por EKELEDUDU

Portada de LA DAMA DEL NILO

Hatshepsut, la protagonista de esta novela ambientada durante el Imperio Nuevo egipcio (1550-1069 A.C. aproximadamente) era hija del faraón Tutmés I (o Tutmosis I, como se prefiera) y hermanastra y luego esposa del sucesor de éste, Tutmés II. A la muerte de este segundo Tutmés, el trono debería haber sido ocupado por un tercer rey del mismo nombre, por ese entonces apenas un niño, pero Hatshepsut se proclamó Faraón en su lugar y detentó el poder durante más de dos décadas. Los historiadores creyeron durante años que se trataba de una usurpadora, aunque ella pretendiera haber sido elegida como heredera del trono por su padre Tutmés I. El hecho de que su hijastro, el postergado Tutmosis III, hiciese borrar el nombre de Hatshepsut de cuanto monumento e inscripción se hallase a mano, parecía certificar su rencor hacia la mujer que lo había mantenido tanto tiempo apartado del poder. pero ¡oh, sorpresa!, ahora se ha descubierto (o se cree haber descubierto, al menos) que dicha persecución del nombre de Hatshepsut no tuvo lugar al inicio del reinado de Tutmés III, sino más tarde, y que no obedeció a rencores, sino simplemente al deseo de hacer olvidar el precedente de que, en contra de lo decretado por las leyes egipcias, una mujer había sido Faraón.

Ahora bien, LA DAMA DEL NILO es anterior a dichos hallazgos, por lo que no es sorprendente que Pauline Gedge describa cargados de tensión los últimos años del reinado de Hatshepsut, ya en pugna con su hijastro por el poder. Mucho más extraña es la versión poco ortodoxa que da de ciertos hechos, y que no es imputable a la poca investigación histórica. Así, Gedge supone que realmente a Hatshepsut su propio padre la había designado sucesora, en contra de lo que presumen los investigadores, quienes creen que se trata de una patraña que ella había urdido en un intento por legitimizar su reinado. También, en base a ciertas representaciones artísticas, la presenta dirigiendo personalmente a sus tropes en combate, mientras que la versión oficial es que dichas representaciones son simbólicas.

Podríamos afirmar, entonces, que LA DAMA DEL NILO tiene poco de novela histórica, más allá de que la mayoría de sus personajes efectivamente haya existido. Pero aquí hay un pequeño problema: al menos en los casos antes expuestos, Gedge no inventa nada, sólo interpreta la evidencia de un modo distinto al de los expertos. Y sucede que estos mismos expertos afirmaban ayer muchas cosas, de muchas de las cuales se retractaron ayer, mientras que hoy se retractaron de otras afirmaciones de anteayer y de muchas retractaciones de ayer; y mañana vendrán retractaciones de afirmaciones que hicieron ayer, anteayer y hoy, antes de nuevas retractaciones que vendrán seguramente pasado mañana. Sólo sé que nada sé, afirmaba el filósofo con toda justicia y honestidad. Se harán nuevos descubrimientos, y muchas cosas sobre el antiguo Egipto que tan seguras parecen actualmente, en el futuro podrían no serlas; así que, después de todo, ¿con qué fundamento podemos decir que Gedge falsea realidades históricas, sin estar seguros de cuál fue esa realidad? Como mucho podemos decir, y esto es más lógico, que la versión que da del reinado de Hatshepsut hoy se considera en general poco probable, pero sin duda no del todo imposible.

Eso en cuanto al carácter histórico de LA DAMA DEL NILO. Yendo a otra cosa: ¿entretiene este libro? Sí, y mucho; de otro modo, quizás ni hubiera valido la pena extenderse tanto sobre lo otro. De hecho, estamos aquí ante una magnífica novela romántica, muy recomendable por lo tanto, sobre todo, para el público femenino. Gedge idealiza los atractivos físicos de los personajes centrales, de manera que no sólo Hatshepsut es una mujer de increíble belleza, sino que además unos cuantos de sus ministros son apuestos y musculosos, y varios de ellos están perdidamente enamorados de su Faraón femenino. Con alguno de ellos se producirá el inevitable romance.

En cuanto al público masculino, disfrutará de esta novela en la medida en que se sientan fascinados por mujeres temperamentales y enérgicas como indudablemente tuvo que serlo Hatshepsut. Ese es precisamente mi caso, y por eso disfruté esta novela, pero debo admitir que, tratándose de ficción histórica ambientada en el antiguo Egipto, sigo prefiriendo otras obras, caso de AKHENATÓN, de Naguib Mahfuz, o ese imperecedero clásico que nos legó Mika Waltari, SINUHÉ EL EGIPCIO.

Escrita hace 12 años · 4 puntos con 1 voto · @EKELEDUDU le ha puesto un 7 ·

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