EL CIRCO ROMANO: VIOLENCIA, HORROR, EXCITACIÓN Y ANESTESIA DE MASAS por EKELEDUDU

Portada de BREVE HISTORIA DE LOS GLADIADORES

Asunto bastante paradójico éste de los gladiadores -término que originalmente significaría espadachín, ya que proviene de gladius, espada-: por un lado, la mayoría de ellos eran esclavos, y en principio no hay para un ser humano estado más degradante que el esclavitud, que lo equipara a un vulgar bien de uso. Y por añadidura, estos esclavos en particular tenían grandes posibilidades de morir combatiendo en la arena para diversión del populacho -incluidos los patricios y el mismo César- de Roma. El célebre Espartaco, aquel gladiador que lideró contra los romanos una formidable revuelta de esclavos que los tuvo en vilo durante dos años, tenía todo esto muy en claro, y tenía también su dignidad muy en alto; y por ello se negó a denigrarse. Por otro lado, las habilidades que permitían a un gladiador sobrevivir una y otra vez tras cada combate eran muy admiradas y, mal que nos pese, admirables. Sin duda ya no lo es tanto el hecho de que esas habilidades, en el caso de un esclavo, fueran obligatorias, pues la renuncia no estaba entre sus opciones. Sin duda tampoco lo es el vedetismo de tantos hombres libres de poco o ningún seso, que se convertían en gladiadores por mero afán de figurar. Y definitivamente no sólo no es admirable, sino que es directamente repudiable, la creciente efusión de sangre exhibida durante los juegos -llamémoslos así- circenses, que fue cebando a la chusma espectadora, anestesiándola a la violencia y creándole una perversa, monstruosa adicción que le hacía exigir siempre algo cada vez más fuerte, más impactante, más truculento -hecho éste que convirtió a tales juegos en groseras orgías de sangre, violencia y baja estofa, preparándolos para su inminente final-. Pero aun así, esas habilidades sin duda hacían soñar a cientos, miles de espíritus apabullados por su propia y real o imaginaria mediocridad y que ante estos espectáculos vivían un poco a través de los campeones de la arena, igual que, en la actualidad, tantas personas intentan escapar de su gris realidad viviendo a través de alguna estrella del deporte, la música o el cine. Y en este sentido, si lo pensamos, quizás el gladiador esclavo que se jugaba la vida en la arena, que nada tenía que perder, era más libre que muchos de sus espectadores subyugados y atenazados por los miedos y angustias de su propia psiquis; pues hay muchas formas de esclavitud. Esto, quizás, es lo que en la actualidad a muchos nos sigue atrayendo de los gladiadores, salvo a los eternos sádicos que siempre hubo y habrá, y que parecen enloquecerse hasta el paroxismo con la idea de la sangre, la muerte y las vísceras al aire. Porque como dice el autor, los combates de gladiadores ya no existen, pero el populacho que acudía a verlos, ahora se regodea, por ejemplo, en la contemplación de crueles accidentes automovilísticos.

Y es que se derrumban los Imperios, avanza el progreso tecnológico, pero la ética y la moral quedan lamentablemente estancadas. Y así es como en las páginas de BREVE HISTORIA DE LOS GLADIADORES encontraremos que demasiados males de hoy en día existían ya en tiempos del Imperio Romano: certámenes preparados o cuyo resultado era comprado; la utilización del deporte y el juego como métodos para distraer al vulgo, la pésima costumbre de arrojar basura al estadio, la adicción al juego y las apuestas; el exterminio sistemático de animales; incluso la violación de prohibiciones como la de poner carteles en tal o cual lugar. Todo eso ya existía en la antigua Roma, lo que no deja mucho margen para esperanzas en lo que hace al género humano.

Daniel P. Mannix, renombrado y laureado periodista y escritor fallecido en 1997, nos hace llegar a estas conclusiones un tanto deprimentes mientras cuenta en detalle la historia de los gladiadores y el circo en general, con descripciones a menudo rayanas en lo cinematográfico. Nos asombraremos con las dimensiones de algunos anfiteatros y, sobre todo, de la infraestructura del Coliseo, que incluía múltiples tramoyas y una increíble coordinación para mover cada una de ellas a su respectivo turno; casi como si asistiéramos a ellos, leeremos acerca de luchas entre distintos tipos de gladiadores o carreras de carros; nos enteraremos de cómo buenos emperadores fueron poco queridos por su apatía o rechazo directo a los juegos circenses y por no proveer debidamente de ellos a las masas. Sabremos en qué circunstancias surgieron y cuándo y por qué tuvieron lugar los últimos juegos circenses -en este último caso, pasando por la tragicómica historia del acaudalado Symmachus y sus infortunios como patrocinador de dichos juegos en su época de decadencia-. Y sobre todo, aprenderemos en detalle a qué grado de crueldad y locura llegaban las exhibiciones circenses... En definitiva, dispondremos de un amplio caudal de información, por mucho que se nos diga que se trata de una historia "breve".

Antes del cuerpo principal del libro vienen sucesivamente un prólogo a cargo de Juan Antonio Cebrián, una introducción de Michael Stephenson y una nota del autor. El prólogo de Cebrián -conocido divulgador de asuntos históricos- es cuando menos lógico, pues el libro forma parte de una colección presentada por él, e intitulada precisamente Breve historia-; la introducción de Stephenson -ex Director Editorial del Club del Libro Militar- resulta en cambio prescindible. Pero lo que es interesantísimo y decididamente recomendable es la nota del autor, donde describe las a veces curiosas fuentes a las que recurrió para escribir esta obra.

Escrita hace 12 años · 0 votos · @EKELEDUDU le ha puesto un 9 ·

Comentarios