Da la impresión que Christopher Tolkien ya no sabe qué más hacer para seguir explotando post mórtem el talento y la creatividad de su ilustre padre, el glorioso J. R. R. Tolkien, autor de esas joyas llamadas EL SILMARILLION y EL SEÑOR DE LOS ANILLOS. Así, en CUENTOS DESDE EL REINO PELIGROSO, que reúne cinco cuentos del mentado, al menos tres ya habían sido publicados antes, lo que vuelve al libro, en gran medida, innecesario. Pero de vez en cuanto a Tolkien (hijo) parece ocurrírsele una buena idea, y el libro que nos ocupa es una de ellas. Es cierto que se trata de una historia muy, muy conocida por todos aquellos que ya disfrutamos previamente de EL SILMARILLION, de donde ha sido tomada directamente para ser narrada aquí con más detalle, pero eso no significa que no sea aún más bella y apasionante, como el ala de una mariposa que, tras un primer examen valiéndose sólo de los ojos, pasa a ser observada a través de la lente de aumento del microscopio.
Estamos en la Tierra Media durante la Primera Edad. Húrin es un Hombre muy joven que, como tantos otros de su raza y como tantos Elfos, lucha contra las huestes de Morgoth, el primer Señor Oscuro, cuya mayor preocupación es, de momento, averiguar la ubicación del Reino Escondido de Turgon, que se propone destruir. A ese Reino casi no llegan forasteros, y quienes lo hacen, ya no pueden irse: dentro de sus fronteras han de permanecer, y sólo pueden decidir si lo harán vivos o muertos, pues Turgon no quiere que Morgoth tenga forma de descubrir dónde se levanta el Reino Escondido hasta que llegue el momento oportuno. Sin embargo, por una gracia especial, ha hecho una excepción con Húrin y su hermano Húor, traídos al Reino Escondido por unas águilas. A ellos, que se ganaron el amor de Turgon, éste les permite partir, aunque con los ojos vendados y bajo juramento.
Por desgracia, toda precaución es poca, o aquí terminaría esta historia; y a Morgoth le llegan informes acerca de estos dos hermanos que han estado en el Reino Escondido y se les permitió salir de él. Sobreviene entonces la Batalla de las Lágrimas Innumerables, durante la cual Turgon y Húrin se encontrarán por última vez, luchando de nuevo contra las huestes de Morgoth. Durante la misma Húrin es capturado y llevado luego ante Morgoth, quien, con engañosas promesas primero y bajo amenazas después, intenta sin éxito hacerle revelar el paradero del Reino Escondido. Húrin no sólo no lo complace sino que, además, se muestra burlón y desafiante ante el Señor Oscuro... y pagará ese coraje con un precio terrible: Morgoth lo obliga a sentarse en un sitio alto en su fortaleza de Angband. Desde allí contemplará Húrin la ruina y el dolor de todo aquello que le es amado, comenzando por su esposa Morwen y sobre todo sus hijos, Túrin y Niënor. Morgoth y sus secuaces se asegurarán de que los hados de éstos sean muy, muy, muy aciagos... y de que Húrin los conozca y que, en cambio, ignore todo aquello que podría serle de consuelo.
Al hablar de los secuaces de Morgoth tenemos que destacar al verdadero malo del libro (no es que Morgoth no lo sea, pero él figura poco aquí): el dragón Glaurung, sin duda uno de los villanos más siniestros y carismáticos que hayan salido de la imaginación de Tolkien. No se trata sólo de que tenga muchos y muy afilados dientes y garras y una cola capaz de hacer temblar la tierra cuando la esgrime a modo de arma, sino de que es destructivo incluso cuando sólo habla, como si el veneno de sus colmillos impregnara sus ironías y sarcasmos. Con este monstruo se encontrarán los desventurados hijos de Húrin, y en más de una ocasión, como si fuera el símbolo encarnado de su propia ruina. O ellos lo matan, o él los matará a ellos.
LOS HIJOS DE HÚRIN es la historia de una desesperanzada lucha contra el Mal y la adversidad, una lucha condenada a terminar en fracaso, pero una lucha valiente y, por lo tanto, tan digna de respeto, o quizás más, que cualquier otra que pueda verse coronada por la victoria. Es, también, una muestra de cómo a veces los hombres nos obstinamos en permanecer fieles a algunas decisiones mucho más allá de lo admisible, cuando ya ha quedado demostrado que nos equivocamos e incluso cuando nuestra tozudez pone en peligro, no sólo a nosotros mismos, sino también a otros. Es, ante todo, una historia de Tolkien: enorme, gloriosa y trágica. Y quizás con esto ya esté todo dicho.
Eso sí, por Dios, que alguien calle a su hijo. ¡Qué manera de parlotear sobre cosas que no le interesan a nadie, lo mismo antes de la historia propiamente dicha que después!... Aunque quizás venga bien, después de todo. Por las noches, antes de dormir, podemos leer a Tolkien padre y luego, si no podemos dormir, leemos a Tolkien hijo, que es soporífero garantizado.
Escrita hace 13 años · 4.3 puntos con 3 votos · @EKELEDUDU le ha puesto un 10 ·