EL OTRO DOSTOIEVSKI por Faulkneriano

Portada de POBRE GENTE

No conozco a Dostoievski tanto como se merece. Es sin duda uno de los escritores mayores de un siglo XIX en que la nómina de grandes novelistas no es precisamente pequeña, pero, a veces, es víctima de su propia reputación y llega a asustar a más de un lector, temeroso de vérselas con la leyenda. Me explico. Con el tiempo me da la impresión de que hay dos Dostoievski: uno, ambicioso, monumental, discursivo, tremendamente sombrío, hábil buceador de la naturaleza humana en todas sus manifestaciones, agotador en su intensidad, en su alto voltaje narrativo: el de Crimen y castigo, Los hermanos Karamazov o El idiota, para citar sólo las novelas suyas que conozco bien. Otro, íntimo, recoleto, cultivador de la media distancia, distendido y hasta jovial en ocasiones, no menos perspicaz pero mucho menos amedrentador en su pretensión de lograr una novela total: es el caso de Noches blancas, El eterno marido, El pequeño héroe, Humillados y ofendidos o El cocodrilo.

No nos engañemos: es el mismo autor, poseedor de una de las voces más reconocibles de la literatura, atento a la pobreza dolorosa, al dolor y a la dignidad humana, exaltador del sentimiento delicado y, a la vez, de la sombría explosión de la pasión, de la violencia y de la muerte, todo en la misma página. Pobre gente es su primera novela: me emociona leer al joven autor (23 años) cuando afrontaba su entrada en el mundo ilusionante de la literatura, el primer éxito, los parabienes del crítico Belinski, antes de las deudas, la enfermedad, la cárcel, el destierro, la vida errante, las desilusiones. El título es casi programático: de pobres gentes están llenas las novelas del autor, y ésta no es, claro, una excepción. Pero, junto al patetismo del protagonista (sus botas agujereadas, sus botones claudicantes, sus muchas mortificaciones en el trabajo, sus tímidos paseos por San Petersburgo buscando un prestamista, su silencioso amor por Varenka, sus recaídas en el alcohol) y las tristes existencias de los otros personajes de su entorno (el estudiante enfermo y su tragicómico padre, el padre de familia en espera de una sentencia que nunca parece llegar, la misma Varenka, enfrentada a la soledad y a la falta de amor sin entender muy bien por qué) hay lugar para la primavera, para un momentáneo optimismo, para la solidaridad entre los humillados y ofendidos, para la burla (el pasaje de los gustos literarios de Makar y su concepción de la literatura es delicioso) Es el universo de Dostoievski que aflora (el lector atento encontrará muchos apuntes desarrollados en sus novelas mayores) en esa segunda manera de la que hablaba más arriba: más intima, menos definitiva.

Está luego la cuestión de la estructura: nunca he gustado de la novela epistolar, pero el joven autor se sustrae al mecanicismo propio de esta fórmula y se asiste a un intercambio de cartas entre el cuarentón Makar y la huérfana Varenka (qué tiempos aquellos en que las gentes se escribían aunque casi podían contemplarse desde la ventana)que tiene la viveza de lo inmediato, la urgencia de los sentimientos. La anotación final de Makar es tan ingenua como conmovedora. Y todo en 200 páginas, en la bonita edición de Alba, la editorial que más ha hecho por los autores decimonónicos en este país: bendita sea y ójala se forre. Los clásicos menores son a veces casi más deliciosos, como una fruta de temporada.

Escrita hace 13 años · 4.9 puntos con 8 votos · @Faulkneriano le ha puesto un 7 ·

Comentarios

@Nastenka hace 13 años

A buen "orador"...nunca le faltan palabras..