EL DEMONIO DE LOS CELOS por Hamlet

Portada de OTELO

Otra formidable obra maestra más de la incomparable pluma de Shakespeare . Leer o releer, como es el caso, a Shakespeare no es tan sólo volver a descubrir con asombro y placer la incomparable fuerza, dramatismo y lirismo que poseen sus textos si no también su eterna e inamovible actualidad. ¿Por qué? Pues sencillamente porque Shakespeare es capaz de alumbrar en forma de diálogo o monólogo sentimientos, vicios y virtudes, inquietudes, y yo no sé que más aspectos inherentes a la condición humana, convirtiendo sus obras en un magistral compendio de lo humano. De ahí que Shakespeare nunca pase de moda y que sus obras, con más o menos licencias por parte de los directores teatrales, sigan siendo las más representadas en el mundo. Incluso su amigo, el también formidable dramaturgo Ben Jonson, en un ejercicio de clarividencia, dijo de él: “no es de un siglo, sino de todos los tiempos”. Yo incluso diría, jugando con la cita de vinculación universal de Terencio (Homo sum, humani nihil a me alienum puto) , que soy humano, y por tanto nada de lo Shakesperiano me es ajeno.
Por otro lado aún no he encontrado un autor, quizás salvando a Goethe, que contenga tantas frases brillantes en una sola página. Uno se da cuenta que es tarea vana pretender subrayar aquellas frases más notables en obras como la que me ocupa, si no se quiere acabar con el libro prácticamente subrayado en su totalidad. Las frases de Shakespeare, por ejemplo las de éste, su Otelo, son magistrales no por alumbrar verdades si no por engendrar belleza. Es impresionante, de entre la cantidad de formulas posibles para expresar cualquier cosa, como este genio inglés siempre encuentra la más perfectamente bella.
Centrándome más en Otelo, decir que es una mayúscula y apasionante representación del poder terrible de los celos y de como estos pueden prender hasta en el más noble y confiado de los hombres, para perdición de la más fiel de las mujeres.
Una de las novedades (destacable en su época) que introduce Shakespeare en esta obra es la de colocar a un moro como fuente de las más elevadas virtudes y a un veneciano como el mayor de los villanos. Una inversión que es muestra de nuevo, no tan sólo de su espíritu cosmopolita y aventajado, si no también de la universalidad de su discurso. No obstante, pese a las diferencias entre uno y otro, ambos son igualmente humanos y eso hace que tanto uno como el otro sean al tiempo víctimas y ejecutores (no exentos por ello de responsabilidad) de los celos más infundados. En definitiva, Shakespeare muestra hasta las últimas consecuencias el poder destructivo de ese mal que aqueja a los hombres (incluidas las mujeres) y lo hace, como siempre en sus tragedias, sin el menor asomo de piedad para con sus personajes, ofreciendo al lector o espectador (en el caso de que se vea su obra representada) una catártica experiencia de la que no se sale de vacio.
Sin extenderme más, aunque materia hay como para extenderse, terminaré esta reseña como no podía ser de otra forma citando al “dulce cisne del Avon”, y para más narices en boca del mefistofélico Iago. Que cada uno saque sus conclusiones.

“Aunque comprometido a todo acto de leal obediencia, no estoy obligado a descubrir lo que los esclavos son libres de ocultar. ¿Revelar mis pensamientos? Pardiez, suponed que son viles y falsos -¿Cuál es el palacio en que no se introducen alguna vez villanas cosas? -. ¿Quién tiene un corazón tan puro donde las sospechas odiosas no tengan sus audiencias y se sienten en sesión con las meditaciones permitidas?”

Escrita hace 13 años · 4.8 puntos con 4 votos · @Hamlet le ha puesto un 10 ·

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