Sinopsis
De los cinco colosos que sustentan el edificio de la gran novela realista francesa (Stendhal, Balzac, Flaubert, Zola y Proust), el penúltimo ha sido durante el siglo XX el menos leído y el más cuestionado. Ya Gide se dolía del hecho en una anotación de su Diario: “Considero el descrédito actual de Zola como una monstruosa injusticia que no honra a los críticos de hoy en día. No ha habido novelista más personal ni más representativo”. Tal negligencia contrastaría con el papel central que jugó Zola en su propia época como chef d’école del movimiento naturalista (aglutinando a su alrededor a colegas como Maupassant, Huysmans o Céard) y con la enorme influencia que sus ideas y su obra tuvieron en otras literaturas coetáneas; en particular, sobre la española y catalana. En efecto, narradores del fuste de Pardo Bazán, Clarín, Galdós y Blasco Ibáñez absorbieron a su modo las teorías deterministas defendidas por el francés en su manifiesto La novela experimental (1880) y, en Catalunya, Narcís Oller recabó de él un prólogo militante para su relato La papallona. El naturalismo zolesco irradiará también hacia Estados Unidos y Rusia, y la complacencia en la descripción de lo bajo y ruin se reflejará lo mismo en los novelones de un Thomas Wolfe o un Frank Norris que en los amplios frescos sociales surgidos al calor de la Revolución de 1917. Qué duda cabe, en todo caso, de que la posteridad de Zola se ha visto lastrada, a partir de su muerte en 1902, por la voluntad programática que recorre su ciclo de ficciones y que lo lleva a querer insuflar en sus tramas un espíritu de observación análogo al de la ciencia.
La tierra es una de las 20 novelas que forman el ciclo de los Rougon-Macquart y no precisamente de las más leídas ni reeditadas. De ambiente rural y poderoso argumento, traza todo un arco de pasiones elementales en la región de la Beauce, un tanto desgajada de Plassans y París, los dos ejes centrales del ciclo.
Todavia no hay ninguna reseña.