Sinopsis
En el espejo de Estados Unidos la vida ya no es una película de Frank Capra ni un dibujo de Norman Rockwell. Los paisajes, las calles y las habitaciones son ahora quizá las mismas pero mucho más sucias, más destartaladas y sin gente que sonría. La iconografía que amueblaba el sueño americano mantiene hoy su brillo cuando se refugia en la falsedad del diseño pero se ha vuelto polvorienta y triste cuando pretende evocar la verdad.
En una América pobre y violenta, surge, crece y madura el narrador de La ley del Hueso, la última novela de Russell Banks, un escritor realista en la línea de Mark Twain y John Steinbeck, autor de una importante obra literaria en la que destacan Aflicción, de 1989, y Como en otro mundo, de 1991, ambas publicadas en nuestro país por Anagrama; en ellas, Banks ha desarrollado conflictos provocados por la desolación y la tragedia, con unos personajes que intentan escapar del dolor de una vida agresivamente rutinaria. Banks te atrapa y te emociona porque considera que los acontecimientos, por muy impactantes que sean, sólo importan en tanto que modifican sentimientos y remodelan o destruyen almas.
Todas sus características positivas están presentes en La ley del Hueso pero, en contra de lo que pudiera parecer por las declaraciones del mismo autor o de los artículos promocionales que han aparecido en la prensa, ésta es una novela profundamente optimista. Ciertamente, este viaje iniciático transcurre por una América marginal entre basura y droga, entre violentos moteros y colgados vegetativos, pero Banks ha elegido como narrador a un muchacho de 14 años, que es una perfecta composición del pícaro contemporáneo, entendiéndose "pícaro" en su sentido literario más estricto pues continúa con fidelidad la línea que inició Lazarillo de Tormes y trajo hasta el siglo XX el Huckleberry Finn de Mark Twain; hay también, lo que es inevitable en toda novela de aprendizaje, reflejos del Holden Caulfied de J. D. Salinger.
El pícaro de Russell Banks se llama Chappie, alias "el Hueso", un mal estudiante que no recuerda a su verdadero padre, que odia a su alcoholizado padrastro y que no acierta a comunicarse con una madre débil a la que adora. Hijo, pues, de una familia representativamente casposa, de una clase media degradada, decide huir de casa iniciando un viaje interior hacia la edad adulta a la vez que otro exterior que le llevará hasta Jamaica, acompañado de adictos al crack, niños abandonados y corruptores de menores. Chappie encontrará a su pícaro maestro y mentor en la figura de un viejo rasta, un personaje muy bien dibujado, de fuerte entidad, que, como un ángel de la guarda le conducirá hasta su padre, hasta la iniciación sexual y hasta el fin de ese sueño o pesadilla llamado infancia.
Chappie es portador de las cualidades esenciales del pícaro: inteligencia y el don de un instinto extraordinario de supervivencia. Huele el peligro, es observador y crítico, y muy permeable al aprendizaje de las destrezas de la vida propias del que nada tiene. Así mismo, es fundamentalmente bondadoso y posee una tabla de valores muy firme y consecuente. Banks refuerza incluso la pureza de su personaje conectándolo con los nativos americanos por medio de un corte de pelo a lo mohawk y de ciertas fantasías que el chico se monta sobre su origen; el recurso es aceptable aunque no lo es tanto el que este pícaro de hoy mismo sea tan políticamente correcto: se escandaliza ante cualquier atisbo de homofobia, no soporta las muestras de racismo y es feminista hasta no sorprenderse de las conductas lésbicas. Puro como un niño y tan correcto como un adulto universitario; sí, hay algo que chirría en este héroe de 14 años y es que el código moral de la corrección política puede manchar de falsedad literaria a una criatura en tantos aspectos tan diestramente inventada. Pero a pesar de que en este cuerpo de niño marginal se transparente la mente de un escritor cincuentón, la ironía y el suave sentido del humor que empapan de frescura el monólogo de Chappie hacen que el lector se crea toda la perplejidad con que él desnuda la vida. Un estilo fluido, muy suelto, que utiliza la jerga juvenil con control, contribuye a una lectura muy fácil y placentera. La traducción de Isabel Ferrer es espléndida.
Juan Marín. Publicado en El País / Babelia. 18/05/1996
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