NOVELISTA NATO por Faulkneriano

Portada de MARIDO Y MUJER

Este hombre es un novelista nato. Quizá no sea muy sutil, ni un gran constructor de personajes, ni, desde luego, un profundo conocedor del alma humana; no es tan ambicioso ni tan redondo como su amigo Dickens, ni tan buen estilista como otros insignes victorianos pero... ¡vaya tramas que se le ocurren!

Combinar en una novela los peligros del deporte (todo un handicap a la hora de atraer lectores de este siglo convencidos hace décadas de las excelencias de sudar) con las trampas legales del matrimonio no parece, en principio, muy atractivo; meter a sus personajes en un verdadero callejón sin salida para después sacarlos, con harto trabajo y no pocas licencias narrativas, de las dificultades es a veces demasiado fatigoso para el lector moderno. Pero... ¡vaya autoridad la suya!

Con un pie siempre en el folletín, sometido a la tiranía del libro grueso (por eso de la novela en tres volúmenes, que tanto pesó en la literatura inglesa y contribuyó a imponer las 600 o 700 páginas como mínimo), con incómodas voluntades aleccionadoras y discursos morales que a veces empañan algo la narración (sus diatribas contra el deporte, que surgen más de su clara hostilidad hacia la actitud indolente de los linajudos universitarios que de otra cosa), la novela no es la mejor de sus obras pero es de lo más representativa de sus modos de fabular, con argumentos tan inverosímiles como absorbentes que atrapan al lector a las pocas páginas (pocas veces puedo justificar, como en este caso, lo justo de la expresión)

Hay un cierto bache en la tensión narrativa cuando la amenaza se perfila claramente y lo que falta es buscar remedio, y personajes un poco romos y desesperantes (lady Lundie y su cortejo, por ejemplo) pero la novela, como ejercicio fabulador, sostiene, pese a sus extrañas fobias, a su aire anacrónico, a lo previsible de algunas situaciones (sobre todo cuando se conocen los modos de Collins), toda su vigencia y entrega al lector al gozo de la peripecia.

Todavía le quedan arrestos al autor para regalarnos, a cien páginas del final, la abracadabrante historia de la cocinera muda, que no sólo le ayuda para trazar un interesante paralelismo con la sujeción conyugal en las clases bajas sino para introducir en la novela cierto halo fantástico y preparar el final, esa especie de asedio con la sombra del asesinato planeando todo el tiempo, aunque el desenlace no sea, ni mucho menos, el esperado. Y pensar que hace veinte años la obra de Wilkie Collins conocida en España se reducía a dos novelas (La dama de blanco y La piedra lunar) que le convertían, además, en un autor "policíaco"... Su obra es ingente, desigual, sin la punta de perfección común entre los grandes novelistas del siglo de la novela, pero muy recomendable. Así lo han entendido, supongo, los lectores de estos tiempos, rendidos a una "narratividad" que es el signo de los tiempos y que Collins, sin tantas alharacas, practicó siempre, de la manera más natural.

Escrita hace 13 años · 0 votos · @Faulkneriano le ha puesto un 7 ·

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