SABOR AGRIDULCE por Guille

Portada de MADAME SOLARIO

Tras terminar su lectura, uno, con su particularísimo gusto, achaca gran parte del éxito que parece tuvo este libro a todo lo que lo rodeó en su momento y que es precisamente lo que más se suele resaltar en esas pocas reseñas que están recogidas en la web de la propia editorial: una novela escrita por una mujer de la época en la que aparecen temas tales como el incesto, el suicidio, el adulterio, la inmoralidad o amoralidad, la corrupción y la endogamia que sostenía aquella indolente alta sociedad de primeros de siglo, no editada hasta cuarenta años después de que fuera escrita y cuya autoría no se llega a conocer hasta un buen puñado de años más tarde.

Esas reseñas, que parece que se han copiado unas a otras, o todas a la sinopsis que de ella hizo su editorial, también resaltan los mismos aspectos de la obra: un mundo a punto de desaparecer, el canto del cisne de la aristocracia europea, referencias al Gatopardo, a Henry James, citando el encendido elogio que Marguerite Yourcenar hizo a la novela, y llegando incluso a calificarla de obra maestra o de novela de culto. A todo ello añaden un poco de su trama y un mucho de la vida de la autora y solo una o dos reseñas dicen algo más sobre la novela en sí.

¿Y qué opino yo de la novela en sí? Resumiendo, la primera parte y casi toda la tercera me han parecido notables; la segunda, con un brusco cambio de estilo narrativo, más deslucido y confuso, enfrió significativamente mi entusiasmo; y las trascendentales escenas finales de la segunda y tercera parte me han parecido, simplemente, mejorables.


El principio de la novela promete. Una prosa muy de principios de siglo, elegante, morosa, detallista, con esos personajes tan educaditos, tan sujetos a protocolos, etiquetas, ataduras; con esos individuos e individuas tan clasistas, tan políglotas, tan ociosos, tan peinaditos, tan de mano desmallada que deja en la superficie del agua del lago Como una levísima estela mientras la tarde declina lentamente y solo se oye el sonido que hacen los remos en las chumaceras. Y un personaje principal, Madame Solario, que, a través de los ojos de un joven enamorado en la distancia, nos llega enmarcada entre un misterioso y deslumbrante encanto y una sospecha de mujer manipuladora y fatal.

En la segunda parte, el estilo de la prosa se vuelve deslucido, atropellado, con cambios bruscos en el hilo narrativo, escenas confusas, diálogos que parecen inacabados o incompletos o que simplemente se nos hurtan y la información que nos proporciona, y que es la función que desarrolla en la obra esta segunda parte, nos llega de forma fragmentada y no siempre clara. Ya no es el enamorado Middleton quien nos guía, sino el hermano de Madame Solario, un personaje este que, queriendo, no puede ser un nuevo Vizconde de Valmont, y para el que le falta inteligencia, madurez y perversidad y le sobra rabia, impaciencia y una más que sobrevalorada estimación de sus capacidades.

Con el nuevo punto de vista, la ambigüedad del personaje de Madame Solario se agudiza. De algo cercano a una mujer fatal en la primera parte llegamos a una sin sangre en la segunda; de alguien que parecía maniobrar los hilos a voluntad, aunque su objeto se nos sustrajera, pasamos a una persona manejada por su hermano sin oposición alguna; de una mujer misteriosa e inalcanzable vamos a encontrarnos con una mujer sin atractivo alguno más allá de su belleza.

En la tercera parte no se aclara la bruma que rodea a Madame Solario aunque sí se nos da la clave de su personaje y de la novela. Aquí, volvemos a ser guiados por el platónico enamorado, un apasionado cazador de gestos, de miradas, de movimientos imperceptibles cargados todos de intenciones, preguntas no formuladas y respuestas solo adivinadas, en un universo y una época donde cada acto tiene su protocolo y cada actitud un mensaje. El detalle necesita tiempo, y el relato vuelve a la lentitud de la primera parte, aunque esa mano desmayada que dejaba la estela en el agua ahora trajina, nerviosa y descuidada, aunque apenas lo parezca, en el arreglo de su pelo mientras los ojos ora se pierden en la lejanía, ora acechan y temen cualquier movimiento extraño, conformando una atmósfera de tensa y permanente espera. Y la espera tiene su recompensa, aunque esté muy alejada de la calidad que gran parte del relato prometía. Tanto la escena final del libro como otra, también trascendental, en el final de la segunda parte, me parecen muy deficientes, dejando un sabor agridulce en el lector, al menos en el que suscribe estas palabras.

Escrita hace 9 años · 4 puntos con 2 votos · @Guille le ha puesto un 7 ·

Comentarios

@Faulkneriano hace 9 años

Ni idea de esta escritora. Me suelen gustar estas historias. Lo que cuentas, Guille, me recuerda, por lo de la antigua Europa fashion, a otra novela de otra aristócrata, Sybille Bedford, titulada Fragmentos de vida, que me gustó mucho. Con varias diferencias: Bedford la escribió en su vejez, en 1989, y la acción se sitúa en la Costa Azul, pero en la década de los 20, todo igual de glamouroso. Por lo que a mí respecta, certifico que la tal Bedford es una prosista de primera clase.

@Guille hace 9 años

Pues descubrimiento por descubrimiento, porque yo tampoco conocía a la Bedford. Me apunto la sugerencia.

Esta novela, ya digo en la reseña que está bien, pero que bajo mi criterio y particular gusto es irregular, con partes notables (primera y tercera, aunque sobre esta última también hay que decir que el punto de vista adoptado, el mismo que el de la primera parte, está muy forzado, aunque es algo que se puede perdonar), con otra más floja (la segunda) y con un par de escenas trascendentales que me descolocaron.

Pese a todo, se disfruta.