GENTES DE MAL VIVIR por sedacala

Portada de LA BUSCA

Ambientada en el Madrid de los años finales del siglo XIX, «La busca» es la primera novela de la trilogía: «La lucha por la vida», completada después con «Mala hierba» y «Aurora roja». Con ella, Baroja se propuso sacar a la luz la atmósfera que se vivía en los barrios más deprimidos, adoptando para ello un estilo duro y descarnado.
Formalmente, la novela tiene unas características extremadamente simples. Cuenta la adolescencia de Manuel, el hijo de una viuda que trabaja como cocinera en una pensión, durante los tres o cuatro años que transcurren, desde que viene del pueblo hasta que se convierte en un adolescente que deja atrás la pubertad. Baroja lo trasmite de manera deshilvanada, sin que lo que pasa en cada capítulo guarde relación con lo que pasa en otros, como si los capítulos fueran pequeños episodios independientes; la única conexión entre ellos, es la presencia de Manuel y de algún otro personaje que vuelve a aparecer de vez en cuando. Así se mantiene, prácticamente, hasta un final en el que, a punto de liquidar el último capítulo, expone con cuatro frases su tesis, formula sus conclusiones y finiquita la novela.
Conocía las críticas en las que se le achacaba un manejo tosco de la gramática, pero no lo aprecié ni en «Las inquietudes de Santhi Andía», ni en «El árbol de la ciencia»; en realidad algo sí noté, pero tan imperceptible que me parecieron rasgos propios de la manera de hablar el castellano en el Norte. En «La busca» esto cambia, apreciándose incorrecciones sintácticas que, más que molestar, sorprenden. Pero es un defecto fácilmente olvidable, porque su prosa, sencilla a la vez que atractiva, tiene la capacidad de traerse al lector a su terreno para ahí trasmitirle su historia de un modo tal que la siga aunque no quiera. Por lo demás, la utilización de la jerga popular y barriobajera es omnipresente y en ella se mezclan el lenguaje de germanía de rufianes y vagabundos con el habla propia del casticismo madrileñista, tan usada, y tan desgastada, por sainetes y zarzuelas. Julio Caro Baroja, en el prólogo del libro, dice que el autor empieza a escribir desde la trastienda de la panadería Viena Capellanes, heredada por su familia, lo que le ofreció la posibilidad de tratar con el público y poder así conocer bien el lenguaje de la calle.
Baroja, se vuelca en la descripción de los espacios físicos en que se mueven sus personajes; se aprecia, lo mucho que valora que la imagen que se configura en la mente del lector, se corresponda bien con la realidad del escenario. En lo personal, fue un hombre de temperamento escéptico, influido por un ideario nihilista y agnóstico, que no ocultaba, y que deslizó nítidamente a través del protagonista de «El árbol de la ciencia». Tal pesimismo le hizo descreído, y le llevó a acentuar una visión desalentadora de las cosas: las calles embarradas, las corralas insalubres, los solares llenos de basura y suciedad, o las apestosas tascas, focos de alcoholismo y delincuencia, son asunto principal de su descripción y de su denuncia. Se emplea en ello a fondo y con los términos más agresivos para la sensibilidad de un lector que, forzosamente, recibe el mensaje y se pone en situación. Su tono recuerda mucho la complacencia con que Zola, se aplicaba a estos menesteres con su conocida tendencia naturalista.
También menciona Julio Caro, en el prólogo del libro, el desagrado que le produce a su tío ver la condescendencia con que Galdós trata la sociedad de Madrid en «Fortunata y Jacinta»; y al hilo de ello, voy ahora a comparar las clases bajas madrileñas, tal como se reflejan en la novela de Galdós, con las que aparecen en «La busca». Jacinta queda al margen, porque su matrimonio la convierte en rica y le permite vivir holgadamente, pero Fortunata, sobrevive como se lo permite su humilde origen y los demás personajes están en niveles intermedios entre ambas, formando parte de una modesta clase media, en la que se aprecian las limitaciones de acceso al bienestar que padecía aquella burguesía en permanente situación de estrechez. Galdós, fiel a su adscripción realista, describe ese estado de cosas, de manera prolija pero, sin hurgar demasiado en ellas y sin juzgarlas; prefiere que las conclusiones las saque el lector. Consecuentemente en el mundillo de Galdós hay de todo: familias acomodadas que disfrutan sus casas del centro, otras más modestas que viven en los pisos de los ensanches, y las más pobres que sufren las corralas del extrarradio; en ellas, cada cual hace su vida, mejor o peor, y Galdós lo cuenta con estilo característico. En «La busca», sin embargo, el lector encuentra un texto seco y conciso, en el que los personajes visitan poco el centro de la ciudad; el escenario constante es el extrarradio Sur comprendido entre el puente de Segovia, por el Oeste, y la estación de Atocha, por el Este, es decir, el reducto que acoge a los más pobres, ese es el que le interesa a Baroja.
Quien haya vivido, como es mi caso, en el centro de Madrid hace cincuenta años (1964), sabe bien que la línea que forman las calles de Segovia, Magdalena y Atocha, constituía una frontera física que de Oeste a Este separaba la ciudad en dos zonas: al Norte de esa línea el centro y los ensanches, al Sur de esa línea los barrios bajos, sórdidos, y convertidos en terreno controlado por gentes de mal vivir. Todavía en 1964, sesenta años después de la publicación de la novela, si un chico de doce años, como yo, cruzaba aquella frontera, se metía en Lavapiés, en el Rastro, o en las Vistillas, con clara conciencia del riesgo asumido por entrar donde no debía; tal vez exagere algo, porque era una sensación más que un riesgo real, pero puedo asegurar que era una sensación compartida por muchos madrileños.
Hoy, los años han cambiado aquellos barrios; algunos por la llegada de inmigrantes (Lavapiés), otros por pasar a ser objetivo turístico (las Vistillas) y los demás por convertirse en zonas de viviendas de alto precio, como en las rondas de Toledo, de Segovia y de Valencia, que aparecen en la novela como extrarradios enfangados o polvorientos, y que ahora son barrios modernos con pisos caros.
Resumiendo, eran barrios miserables y Baroja ambienta «La busca» en ellos, porque allí vivían los desheredados de la sociedad, lo que en aquellos tiempos era decir, absolutamente desheredados, o sea, miserables. Su esquema incide en que la miseria no era sólo física, también moral, y que las posibilidades reales de caer en la delincuencia, el vagabundeo, o el mal vivir, eran muy altas para cualquier residente por la pésima catadura moral de un alto porcentaje de su población. Allí los chicos caían con facilidad en las malas amistades; las mujeres, jóvenes o adultas, estaban permanentemente tentadas por el recurso a la prostitución; y las tabernas, completaban el panorama llevándolos a todos, hombres y mujeres, por el destructivo camino del alcohol. Con esto, no es que Baroja pretenda decir que todo el mundo allí anduviese en tales términos, pero sí, que todas estas lacras proliferaban, haciendo muy altas las posibilidades de los residentes de caer en ellas. Nada de esto incomoda a Galdós, porque él ubica su novela donde le conviene, en función de la trama que tiene en la cabeza, en los barrios bajos, o en Pontejos (a dos pasos de la Puerta del Sol), donde vive la afortunada y rica Jacinta. A Baroja, en cambio, no le da lo mismo; Baroja sabe lo que se cuece en los barrios bajos, sabe de las penurias que allí se sufren y ello le parece razón más que suficiente para recrear su novela precisamente allí; conoce aquel mundo miserable y no quiere ocultarlo sino airear su sordidez, para que clame al cielo y golpee las conciencias.
El planteamiento barojiano tiene un cariz divulgativo, pero no con ánimo agitador, ni revolucionario, sino de un pesimismo escéptico, que busca llevar a los lectores al convencimiento de que, en condiciones de extrema penuria, el ser humano puede caer en un comportamiento depravado y abyecto, tirando por el camino del vicio, del delito o, en el mejor de los casos de la picaresca, para escapar de su situación. Este es un análisis de la cuestión social, que se aleja de los supuestos marxistas y de sus esquemas basados en la existencia de clases, y se aproxima a un enfoque del comportamiento del hombre como individuo que reacciona con violencia al verse acuciado por un entorno agresivo; es decir, que establece un análisis prácticamente antropológico. Desde tal perspectiva, sus puntos de vista no son considerados subversivos; al revés, es lógico que el poder vea en la novela un enfoque que, simplemente, resalta que la maldad es algo propio de la naturaleza humana y más viejo que la tos.
Por otro lado, la situación del grupo social que vivía en estos barrios era tal, que sus habitantes, con frecuencia, no sólo carecían de escrúpulos o moral sino también de la más mínima conciencia de clase. Por eso decía, que su intención está mucho más próxima al naturalismo que a cualquier intento de agitación proletaria. La trama constantemente se recrea en las penosas y desmoralizadoras vicisitudes que pasa el protagonista, enseñándonos cómo, por mala que sea su situación, al día siguiente empeora y cuando creemos que ya no lo puede hacer más, tozudamente, vuelve a empeorar y así sucesivamente. También lo hace, cuando expone la crueldad inaudita que uno de sus compinches utiliza en sus fechorías, sólo por el puro placer de hacer daño y por si no fuera bastante, jactándose de ello y presumiendo de maldad. En comparación, Manuel, nuestro protagonista, no es perverso; ahora bien, en la práctica, está tan sujeto como el otro, a la ley de la selva. De hecho, el objetivo del novelista al plantear las cosas como lo hace, es preguntarse cómo reaccionará este joven, inquieto y rebelde, aunque sin malos instintos, ante las enormes dificultades con que se tropieza, ante la maldad que ve continuamente a su alrededor y ante la desesperanza que le produce la certeza de que no hay salida a su situación. La duda de cuál será la reacción de un ser humano acuciado y abandonado a su suerte en una sociedad tan despiadada, es la incógnita que se plantea en la novela, y para despejarla no hay más remedio que llevar su lectura hasta el final. Lo que tampoco supone ningún esfuerzo porque, como decía, Baroja lleva suavemente al lector de la mano, mientras lee.
Para finalizar debo decir que he comparado en esta reseña el Madrid que Baroja describe en esta novela, con el que contempla Galdós en la suya, pero la comparación es, únicamente a efectos urbanos y sociológicos. Desde un punto de vista literario la comparación estaría desequilibrada; «Fortunata y Jacinta» y «La Regenta», fueron las mejores novelas españolas de del último cuarto del siglo XIX; «La busca», en cambio, es una novela pequeña, fácil de leer, y muy interesante por el tema que trata, pero muy sencilla desde un punto de vista puramente literario.

Escrita hace 9 años · 5 puntos con 4 votos · @sedacala le ha puesto un 7 ·

Comentarios

@Faulkneriano hace 9 años

Mi antigua afición por Baroja (he perdido la cuenta de las novelas suyas que he leído con los años) me anima a comentar La busca, una de sus mejores obras (aunque no la mejor) quizá con menos precisión que tú, pero sí con más entusiasmo, nacido, claro, de la admiración.

Es esta novela muy física, con descripciones ajustadas, muy impresionistas, resueltas con eficaces notas paisajísticas, resueltas, eso sí en breves párrafos. Como bien dices, describe Madrid como lugar de contrastes:

“El madrileño que alguna vez, por casualidad, se encuentra en los barrios pobres próximos al Manzanares, hállase sorprendido ante el espectáculo de miseria y sordidez, de tristeza e incultura que ofrecen las afueras de Madrid con sus rondas miserables, llenas de polvo en verano y de lodo en invierno. La corte es ciudad de contrastes; presenta luz fuerte al lado de sombra oscura; vida refinada, casi europea, en el centro, vida africana, de aduar, en los suburbios”.

Son las afueras el verdadero escenario (anticipándose, por cierto, al Pasolini tan amante de las borgatas romanas o barrios periféricos); en el caso de Galdós es el centro, el viejo Madrid. Tengo claro que es de Baroja de donde saco mi extraña afición a los desmontes, a los márgenes de las ciudades, donde el campo comienza a asomar. Y no es la única diferencia entre ambos novelistas. Cierto que Galdós incorpora toda clase de tipos populares a sus novelas, de clase baja (Misericordia es un buen ejemplo, y muchas páginas de Fortunata y Jacinta) pero Baroja incorpora el lumpen puro y duro de maleantes, prostitutas, ladrones y gente que anda, como el título del libro, a la busca. Galdós es realista; la Pardo Bazán, naturalista. Baroja es otra cosa: la novela, de 1904, es de una sencillez y una modernidad pasmosa. A Baroja le tocó lidiar en un territorio literario sin ismos, incorporando lo mejor de la novela rusa y francesa (sus favoritas) a un ambiente y una tradición rabiosamente españolas, en un tiempo en el que la literatura, sin reglas fijas, estaba en pleno cambio.

Su sencillez es extraordinaria. Este que suscribe, que se muere por las complejidades sintácticas y estilísticas de Joyce, Proust o Faulkner, no puede por menos que elogiar la difícil naturalidad con que el vasco despoja diálogos y descripciones de toda retórica, en párrafos breves y extraordinariamente bien articulados. Las descripciones de la novela no tienen desperdicio y resisten cualquier atento comentario de texto: la vida de pensión, una corrala, una kermesse o fiesta popular con música, la claque de un teatro, una corrida de toros, la vida de los traperos, nada se resiste a sus palabras justas. Diálogos telegráficos, sin acotaciones, exentos de toda pose .

Y las afueras, siempre las afueras, de donde acuden al centro a buscarse la vida esos despojos no asimilables que la burguesía bienpensante tiende a ocultar y rechazar. Así, describe la casa de un trapero como un verdadero pozo de sombra:

“Entre el puente de Segovia y el de Toledo, no muy lejos del comienzo del paseo Imperial, se abre una hondonada negra con dos o tres chozas sórdidas y miserables. Es un hoyo cuadrangular, ennegrecido por el humo y el polvo del carbón, limitado por murallas de cascote y montones de escombros”.

Pero esas mismas afueras, paisajes tan humildes como sus moradores, resultan súbitamente embellecidas por un rayo de luz:

“La mañana era hermosa, húmeda; los árboles, de color de cobre, iban desprendiéndose de sus hojas secas, a impulso de las ráfagas suaves de viento; surcaban el cielo pálido nubes blancas; la carretera brillaba por la humedad; a lo lejos, en el campo, ardían montones de hojas, y las humaredas espesas corrían rasando la tierra”

Y tienes razón, el final es ejemplarizante, y hasta un poco maniqueo:

Aquella transición del bullicio febril de la noche a la actividad serena y tranquila de la mañana hizo pensar a Manuel largamente. Comprendía que eran las de los noctámbulos y las de los trabajadores vidas paralelas que no llegaban ni un momento a encontrarse. Para los unos, el placer, el vicio, y la noche; para los otros, el trabajo, la fatiga, el sol. Y pensaba también que él debía de ser de éstos, de los que trabajan al sol, no de los que buscan el placer en la sombra.

Pero viene de perlas al propósito de la novela y dice mucho del personaje de Manuel, que busca oscuramente permanecer incólume en cierto concepto de honradez, en medio de un ambiente hostil. El determinista Zola le hubiera condenado. Baroja, no. Aún le esperarán más pruebas en las otras dos novelas de la trilogía.

@sedacala hace 9 años

Saludos.

En tus votaciones, en las mías y, yo creo que, en las de casi todos, la distancia que hay entre un 8 y un 9, es la definitiva, la que diferencia los libros que nos han gustado, de aquellos otros que nos han entusiasmado. En cuanto vi tu 9 en “La busca”, sabía que esta te había entusiasmado y, ahora, tú comentario lo confirma.

Ya lo digo en la reseña, la novela es interesante, incluso añadiendo razones afectivas (es mi ciudad y fue mi barrio) o técnicas relacionadas con lo urbano, podría decir que es muy interesante; esas, quizás, fueron las razones que más me movieron a escribir sobre ella. Pero una vez rebasado ese efecto, mezcla de afectividad y urbanismo, lo que me quedaba no me pareció tan excitante como tú lo ves. Sí, no digo que Baroja no acierte con un enfoque profundo, de una estética fuerte e incluso poética, de los escenarios de la novela; o también con el talante de los personajes, sí, todo eso está muy bien, pero, sólo eso, no es en sí mismo suficiente para crear una gran novela. Para mí gusto, sus limitaciones son evidentes.

No sé si es que yo tengo unas ciertas dificultades para valorar la obra de Baroja, pero lo que más me gustó de todo lo suyo que leí, fue “Las inquietudes de Santhi Andía” y su lado aventurero. En cambio, “La busca”, “El árbol de la ciencia” y “Las noches del buen Retiro”, es decir las situadas en ambiente madrileño, me gustaron quizá algo menos, aun valorando positivamente toda la recreación de los ambientes con ese aire al estilo del cine neorrealista italiano.

Pero la ausencia de trama y el formato de novela-reportaje, me dejan un poco frío. Y el texto es muy sencillo y muy digerible, pero —es mi opinión— poco elaborado, demasiado sencillo para deleitarme con su lectura.

@FAUSTO hace 9 años

Buena reseña, sedacala. Tu crítica es más extensa y detallada en ciertos matices, pero coincidimos bastante, sobre todo en los puntos cruciales y el estilo de la narración. Me ha interesado especialmente tu exposición topográfica y social de la barriada madrileña y, cómo no, la comparación con “Fortunata y Jacinta” (suponiendo que sea el mismo prólogo, no logro recordar la alusión de Julio Caro) y las diferencias en descripción, sociedad y personajes entre la narrativa galdosiana y la barojiana, donde es lógicamente palpable la diferencia en la calidad literaria.
Si tienes intención de continuar con la trilogía ya conoces el percal, aunque, para ser justos o según mi juicio, si hay algunas diferencias entre los tres tomos; es evidente que no hablo del estilo, el cual es muy parejo en la trilogía. Si bien he calificado con la misma nota los tres libros, me gustó más y me pareció más redondo el segundo: “Mala hierba”. Esta novela, que sigue profundizando en la dirección de “La busca”, contiene un cariz más crítico con una mayor iniciativa del protagonista (en “La busca” me resultó demasiado apático y en ocasiones antipático, creo que se le fue la mano a Baroja al recalcar su pasividad) y esto se agradece bastante, es esa “pizca de sal” que echaba de menos, incluso se completa mejor la descripción de la miseria con lugares (cárcel, asilos…), personajes (policías corruptos, veteranos de guerra..) e intrigas, aunque éstas se pueden calificar de folletines. Con “Aurora roja” se desvincula un poco de la línea seguida con las 2 primeras novelas. El escrito, aparte de reflejar las diferentes clases (especialmente bajas) de la sociedad española de principios del siglo XX, se centra más en la problemática de los obreros y con un análisis más duro a las instituciones políticas y el gobierno. La dualidad entre utopía social y realidad cotidiana impregna el texto, donde es fácil adivinar cuál es la conclusión de este “estudio social”.

Ya que opináis sobre su calidad literaria, con mi corto bagaje bajoriano de 4 novelas, y como comento en mi reseña, me deslumbró mi primer acercamiento con “El árbol de la ciencia”. Tengo un grato recuerdo de ese libro pero no tan memorable para comparar la prosa de ambos escritos, ya que la diferencia en el tiempo de lectura es “abismal”. Pero reconozco que ante el precedente que evocaba mi memoria esperaba algo más de esta trilogía.

@Faulkneriano hace 9 años

Ya que os lanzáis al ruedo, mi novela favorita de Baroja es Camino de perfección, una absoluta obra maestra. El árbol de la ciencia, como ya dije en alguna ocasión, me parece una novela de ideas muy aburrida, aupada por los planes de estudio de la época del BUP.

Las dos novelas siguientes de la trilogía, desde mi punto de vista, tienen menos interés que La busca.

@Tharl hace 9 años

Muy buena reseña Sedacala, y comentarios.

De este Baroja solo leí El árbol de la ciencia y, aunque me gustó, contrastó mucho con mis expectativas, y no para bien. No me convenció esa recreación de personaje de la que habláis. A mi Baroja me pareció muy dicotómico, todo blanco o negro. No me pega esa mentalidad tan cuadriculada en un escritor, sí en un médico. Esa preocupación por la higiene, La Justicia, La Verdad y la norma… quitando cierta gracia kitsch me produce cierto malestar.
En su momento escribí:
“La cosa cambia cuando sale el médico que libro y autor llevan dentro. La higiénica estructura simétrica y muy marcada; las digresiones científicas y médicas de olor rancio; la agria actitud despótica del personaje y del narrador fruto de la seguridad de estar en posesión de la verdad y de ser superior al resto; y, sobre todo, la actitud hacia los personajes-tipos que pasan por las páginas.
La personalidad de los personajes barojianos es fisonómica. Un pobre miserable víctima de su estupidez ha de tener el labio caído; un mezquino miserable rasgos semíticos, etc. El semítico binomio esclavo-estúpido/mezquino-miserable parece suficiente para comprender la sociedad española y sus gentes. La maldad, la miseria, la bondad, parecen rasgo intrínseco e innato de las gentes grabados en sus rostros. Baroja, como otros miembros de La Generación del 98, fue un brillante observador de la sociedad española; pero donde en Unamuno encuentro comprensión, en Baroja encuentro el juicio y desprecio de un médico dogmático peligrosamente obsesionado por la higiene física y moral.”
Leyéndoos me pregunto hasta qué punto estas impresiones son eso, impresiones, impresiones infundadas.

Las aventuras de Shanti Andia, el otro libro que leí de él es otro cantar, si no fuera por la habilidad impresionista de Baroja, su capacidad de crear tonos y espacios con un par de pinceladas en 4 sencillas oraciones, jamás pensaría que son del mismo escritor.

Desde que al leer El árbol de la ciencia tuve conciencia de Camino de perfección, y de la complementariedad entre Andrés y Fernando Osorio, como dos caras de la misma moneda, el científico y el artista, que tanto determina sus destinos, he querido leerlo. No obstante tengo por casa La Busca y Zalacain… Con lo bien que se lee al vasco creo que pasaré primero por ellos.

Un abrazo!

@sedacala hace 9 años

Yo no sé si has interpretado bien el contenido de mi reseña y de los comentarios. Escribes unos párrafos en los que dices: La maldad, la miseria, la bondad, parecen rasgos intrínsecos e innatos de las gentes, grabados en sus rostros. Algo así recuerdo haber pensado yo de Mr. Hyde cuando leí “El extraño caso del doctor Jekyll y míster Hyde”, y me hizo gracia el recurso de Stevenson, en su intento de crear un ambiente gótico, de acentuar la idea de que Mr. Hyde llevaba la crueldad impresa en sus facciones. No creo que se pueda aplicar algo así a Baroja en “La busca”. Faulkneriano lo describe en su comentario, como una extraordinaria fusión de la sencillez literaria con lo atinadamente descriptivo hasta niveles casi sublimes. Yo no digo nada de eso, a mí, la novela me interesó y mucho (sino no hubiera escrito la reseña) pero no por su excelencia literaria, sino por su retrato del espacio físico y humano, que yo visualizo a la perfección, por su acierto descriptivo pero también porque lo viví (muchos años después y con un lógico salto hacia delante, supongo) y a más, a más, como dicen algunos, porque mi actividad profesional, vinculada al urbanismo, me lo hace más cercano. Lo que sí digo y escribí en la reseña, es que era un hombre absolutamente pesimista, precisamente la imagen que tenemos de él por las fotografías sí que parece delatarlo. Que no es que lo diga yo, cualquier biografía suya lo dice, pero es verdad que la lectura de sus libros lo refleja, sobre todo “El árbol de la ciencia” y “La busca” cuyos temas son especialmente propicios. Al respecto de su pesimismo y, sobre todo, de su escepticismo me llamó siempre la atención que el autor de un libro como éste que tanto incide en las miserias de las clases bajas urbanas que podría en la época de su publicación haber pasado por un activista revolucionario, pudiese, cincuenta años después, haberse sentido a gusto en el depauperado ambiente literario y político del régimen de Franco. Todas esas cosas me dieron mucho que pensar cuando leí éste libro.

Saludos.

@Guille hace 7 años

Hacía tiempo que tenía a Baroja en mi punto de deseo y por fin llegó la ocasión de leer del tirón esta que es una de las trilogías más ponderadas del autor. No lo he pasado nada mal pululando en medio de esta barahúnda que conforma el lumpen madrileño de entresiglos, aunque tampoco he terminado con ganas de más, si bien los elogios de Faulkneriano a Camino de perfección quizás me hagan volver a él en algún momento.

Sí quería comentar un aspecto que algunos habéis citado: el carácter pesimista del texto. Bien es cierto que Baroja es pesimista en cuanto a la naturaleza humana y a su posibilidad de modificación y mejora. Ve imposible erradicar de la especie la maldad, la mezquindad, el egoísmo, la crueldad, adjetivos que siempre nos definirán junto a otros muchos entre los que hay unos cuantos de los que, por el contrario y afortunadamente, sí nos podemos sentir orgullosos. Una imposibilidad que nos deja en situación un tanto complicada a la hora de alcanzar una organización social justa y eficiente. Baroja parece pensar que ambos objetivos son incompatibles al exponer sus ideas en la voz de Roberto Hasting para el que en la sociedad ideal (entre las posibles) no tienen cabida los débiles.

Sin embargo, todo este pesimismo social (si de tal forma se puede calificar) se trastoca en todo lo contrario cuando se trata la acción individual. No se puede decir que esta frase de Roberto Hasting, fundamental en el desarrollo de la novela, sea en absoluto pesimista: “Si quieres hacer algo en la vida, no creas en la palabra imposible. Nada hay imposible para una voluntad enérgica. Si tratas de disparar una flecha, apunta muy alto, lo más alto que puedas; cuanto más alto apuntes, más lejos irás”.