LEYENDO LA BIBLIA ENTRE LÍNEAS por EKELEDUDU

Portada de EL REY DAVID

Buen número de personas comunes albergan la idea de que la Biblia contiene sólo mitos y embustes. Es cierto que los libros que la integran consisten en recopilaciones de tradiciones orales puestas por escrito mucho después de la época en que presuntamente ocurrieron los hechos que refieren, pero de ahí a que todo sea inventado, hay un gran paso. Para corroborarlo, ahí tenemos el ejemplo de Alex Haley, el autor de RAÍCES, a quien la confluencia de dos tradiciones orales -una norteamericana preservada por la familia Haley, y otra africana y transmitida de generación en generación por un clan guineano- le permitió identificar al posteriormente famoso Kunta Kinte con un ancestro suyo al que se conocía como" El africano" y del que se decía que, cuando su amo lo llamaba Toby (el nombre que le había puesto en sustitución del original) insistía obstinadamente en que se llamaba "Kin-tay". Por otra parte, y volviendo a la Biblia, el hecho es que la arqueología no ha logrado demostrar fehacientemente la historicidad de los grandes personajes y sucesos bíblicos, pero tampoco ha podido desmentirlos. En otras palabras, y en el caso específico de David, ningún hallazgo arqueológico es contundente para demostrar su pretérita existencia, pero tampoco para demostrar que en aquella época el poder dominante en la región siriopalestina lo ejerciera Fulano o mengano y no él. En palabras de ciertos arqueólogos -citadas por Steven L.McKenzie, autor de la obra que nos ocupa ahora- "si la Biblia no los hubiera mencionado, se habrían visto obligados a inventar las figuras de David y Salomón". Precisamente, en el primer capítulo de EL REY DAVID, el autor nos habla de la escasez de las fuentes extrabíblicas, las razones de dicha escasez, y cómo las pocas con las que contamos tienden a confirmar los hechos básicos narrados en la Biblia.

Ahora, cómo se interpretan esos hechos ya es otro cantar. Quien haya leído el tercer tomo de LOS IMPERIOS DEL ANTIGUO ORIENTE, de Elena Cassin, Jean Bottéro y Jean Vercoutte, recordarán la descripción que allí se hacía del Rey David: se lo pintaba cruel, ambicioso y, en fin, de un modo muy poco halagüeño, por no decir nada. Tal retrato es tanto más sorprendente cuanto que no concuerda en lo más mínimo con la imagen que de él nos ofrece la Biblia, la cual no cuenta con desmentidas de otras fuentes según hemos visto. ¿De dónde procede, entonces, esta otra imagen tan desfavorable? Increíblemente, de la propia Biblia. McKenzie lo explica más en detalle, pero aquí podemos adelantar que David fue el único monarca que aportó alguna gloria a la por demás deslucida historia de Israel, que, como tantos otros antiguos estados siriopalestinos, se vio constantemente subyugado o al menos amenazado por vecinos políticos mucho más poderosos, como Asiria o Babilonia. Eso hizo que David fuera respetado y convertido en leyenda. Nadie se resigna fácilmente a vocear verdades amargas o sombrías acerca de una figura idolatrada, y para colmo los autores bíblicos perseguían fines moralizantes y piadosos; no pretendían oficiar de cronistas históricos. Por esa razón interpretaron muchos acontecimientos desde un peculiar punto de vista definitivamente distinto del histórico. Pero una sospecha que surge a los ojos del historiador que lee la Biblia es la gran cantidad de muertes que acaecen en el entorno de David, y de las que el texto pone mucho cuidado en declararlo inocente, pese a que cada una de ellas representa un escalón más en su ascenso hacia el poder. Y numerosas contradicciones y ambigüedades, a veces incluso dentro de un mismo bíblico (fruto probablemente de la intervención de distintos autores) parecen corroborar esa sospecha.

Es así como la investigación de McKenzie asume apariencias detectivescas en su esfuerzo por separar el trigo de la paja. Ya sólo por eso, el libro resultaría fascinante y ameno. Se analizan los humildes inicios de David, su servicio militar al rey Saúl, su enfrentamiento con Goliath, su amistad con Jonatán; en suma, todos y cada uno de los momentos de su vida. Ahora bien, ¿qué garantías tenemos de que el nuevo retrato que emerge de tan exhaustiva, minuciosa investigación, sea exacto?: ninguna en absoluto. Quien quiera apegarse a pies juntillas al texto bíblico, por improbable que parezca éste, puede hacerlo; quien prefiera insistir en la inexistencia de un rey de Israel llamado David , también puede hacerlo. Pero cabe aclarar que McKenzie -profesor de Biblia hebrea en el Rhodes College- es convincente en su exposición, y que su visión del más famoso monarca israelita coincide a grandes rasgos con la de la mayoría de los historiadores. En cualquier caso, se trata de una tesis elaborada en base a razonamientos, y en una época como la nuestra, tan proclive a elaborar hipótesis tiradas de los cabellos, eso es realmente digno de encomio.

Escrita hace 12 años · 0 votos · @EKELEDUDU le ha puesto un 10 ·

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