QUÉ RARO ES TODO por Guille

Portada de EL VIAJE VERTICAL

Qué rara es la lectura, y qué raro es todo, pero la lectura más. Y digo esto porque, siendo este un viaje al sur en lo físico (Barcelona-Oporto-Lisboa-Madeira-…) y al hundimiento total en lo anímico, mi viaje fue justamente el contrario, un continuo y empinado ascenso desde una posición sorprendentemente deprimida.

No soy novato con el autor y, sin embargo, los primeros tramos del viaje me dejaron bastante desorientado. Me confundió el convencionalismo de la propuesta, el que la ligereza irónica a la que me tiene acostumbrado el autor se me antojara simplemente ligereza, el que la metaliteratura brillara por su ausencia, el que Mayol, su protagonista, al igual que a su propio hijo, me pareciera un auténtico merluzo, el que el golpe desencadenante de la novela no se debiera a un descubrimiento interior, lo habitual, sino a uno propinado por su mujer y para más inri en una escena totalmente almodovariana (Julia, también de una edad provecta, le pide a bocajarro, en la cocina, que se marche, que le estorba para saber quién es ella realmente, tras lo cual prosigue tranquilamente su pela de guisantes), y, por último, me incomodaba la sensación de que lo estaba entendiendo todo: Vila-Matas me estaba privando de uno de los grandes placeres que me proporciona y que es ese que tan bien describe el propio autor en esta misma novela al relatar una conferencia a la que acude Mayol sin entender apenas nada pero que…

“lo suplía dejando que las palabras y frases sueltas que captaba le permitieran viajar por ellas inventándose la conferencia a su antojo.... era como si la cultura estuviera entrando en él a través de la música de unas palabras y frases sueltas que se le aproximaban viajando desde paraísos remotos para marcar el compás de una poesía extraña."

En resumen, con una claridad meridiana, me las estaba viendo con un nacionalista jubilado olvidado de su carrera profesional y política, abandonado por su mujer, decepcionado por sus hijos, convencido de que había desperdiciado su vida y que había hechos desgraciados a todos. No es de extrañar que el hombre quisiera convertirse en otro… yo rezaba para que así fuera.

Pero una vez acabado el planteamiento de la novela, una vez terminado el largo deambular gris y lluvioso por la Barcelona natal y tomada la decisión del viaje que le convertirá en otro, por fin, aparece el objeto de mi admiración en todo su esplendor.

Por fin encontraba al escritor irónico y libertario; por fin aparecía la risa que oculta la desesperación por una vida insoportable, aunque ello no mitigue la angustia de la muerte; por fin aparecía la tristeza melancólica por unos hombres con la “detestable costumbre de ser infelices”, por unos hombres cuya auténtica vida es la que no llevan, que aborrecen el hogar confortable sin saber si en el exterior también les espera “el mismo silencio trágico de las noches interminables en sus domicilios” con su perfecto, gris y miserable orden, unos hombres que se encuentran, en el más profundo de los sentidos, solos.

Por fin aparecía el Vila-Matas que convierte lo absurdo en revelador, lo azaroso en norma; el Vila-Matas que se recrea en los encuentros extraordinarios, en los personajes imposibles, en las conversaciones extravagantes, en los sueños visionarios, en los malentendidos esclarecedores, y es capaz de convertir todo ello en presagio, en oráculo, en mensajero de claves existenciales.

Tampoco se olvidó el autor de sus grandes obsesiones -la soledad, la vejez y la muerte, el suicidio, la identidad, la cultura y el arte- ni tampoco faltó a su cita el Vila-Matas sentimental…

“En ocasiones no es más que una cuestión de un instante, a veces el amor sólo exige el tiempo necesario para que una persona desconocida se cruce en nuestro camino y nos mire y nosotros al devolverle la mirada descubramos el sentido más profundo de la pasión.”

… ni el Vila-Matas que divaga y deambula sin perder el rumbo, ni el Vila-Matas que gusta de la unión de los opuestos, de encontrar, como en este caso, un hundimiento atractivo, una depresión entretenida, y, sobre todo, una victoria en la derrota y un pesimismo esperanzado.

“Todos los hombres están fuera de lugar.”

¿Se puede ser más pesimista? Y aun así todavía cree posible ir más allá de esa risa que “oculta con ironía la desesperación de quien ya nada espera”, todavía se encuentra en pos de la quimera que es encontrar “un nuevo camino a las Indias”.

Y, por último, tampoco se extravió el Vila-Matas que obliga al lector agradecido a encontrar su recorrido y su final, el Vila-Matas que se interna en la bruma de las posibilidades, el que concluye el viaje en el “país donde las cosas no tienen nombre y donde no hay dioses, no hay hombres, no hay mundo, sólo el abismo del fondo”. Un país que cada uno situará en su atlas particular y que, por cierto, también aparece en un viaje de LSD que se relata en su espléndida “París no se acaba nunca”.

En fin, que me gusta Vila-Matas. Pero, ahora que lo pienso, qué raro es que me guste Vila-Matas.

Escrita hace 6 años · 4 puntos con 2 votos · @Guille le ha puesto un 8 ·

Comentarios

@Poverello hace 6 años

Si al final voy a tener que leer algo de Vila-Matas. Por tu culpa, por tu gran culpa.

@Guille hace 6 años

Ya estás tardando.