SÍSIFO por Poverello

Portada de EL TAMBOR DE HOJALATA

Se lo llevó de nuestras vidas una pulmonía en 2015, cuando aún gozaba de unas ganas intactas para seguir escribiendo novela, ensayo y poesía… Se llevó la muerte a Günter Grass, pero ya no pudo impedir su eterno crecimiento -al contrario que Oscar, el protagonista de El tambor de hojalata- y que se haya convertido en un gigante de las letras, uno de los autores que más lúcidamente ha sabido plasmar las inclemencias del siglo XX, de manera particular Alemania, cuyo ejemplo es la obra que nos ocupa.

Grass, Premio Nobel y Príncipe de Asturias, puede ser sin duda paradigma del hazte famoso y comenzarán a lloverte piedras. El escritor, un hombre que, quizá por haber nacido de entrada en una ciudad ‘libre’, Dánzig, sometida tan sólo a la Sociedad de Naciones hasta la ocupación nazi, demostró su compromiso socio-político con la clase obrera y ante todas las circunstancias que cercaron Alemania y a los países del Pacto de Varsovia, no pudo evitar las críticas de determinados sectores por su participación, imberbe y medio obligada, durante la II Guerra Mundial bajo las órdenes del III Reich.

Es muy probable que quien critique ciertas locuras e insensateces de adolescencia no haya leído El tambor de hojalata, una novela no ya crítica a nivel social y cultural, sino verdaderamente despiadada por momentos, y hasta cruel en su sátira.

En una entrevista, decía Grass que a nivel filosófico, más allá de su evolución personal, “no estaba bajo la influencia de Heidegger sino de Camus. Es decir, que vivimos ahora y tenemos la posibilidad de hacer algo ahora con nuestra vida. Es El mito de Sísifo, que conocí después de la guerra. Con el transcurso de los años me di cuenta de que tenemos la posibilidad de la autodestrucción, algo que antes no existía: se decía que la Naturaleza era la que la producía las hambrunas, las sequías, algo cuya responsabilidad estaba en otra parte. Por primera vez somos responsables, tenemos la posibilidad y la capacidad de autodestruirnos y no se hace nada para eliminar del mundo ese peligro”.

Y buena parte de ese mito, de esa capacidad terrible que puede conducir a la raza humana a la desaparición, ya se hace presente en la vida de Oscar, el niño que se negó a crecer apenas cumplidos tres años, como una tremenda alegoría sobre una sociedad enferma que descompone al individuo, lo deforma, y después de cargárselo tiene la desvergüenza de convertirlo en Mesías, porque conviene, porque es lo que toca, porque mejor un mesías medio freak que ya poco tiene de inocente, que uno que intenta ser libre, aunque sea a consta de renunciar a determinadas responsabilidades. El propio Grass lo expone con una claridad manifiesta en las últimas páginas de la novela: “esto podría ser el punto de partida para un tratado acerca dela inocencia perdida; podría colocarse aquí al Oscar con tambor, en sus tres años permanentes, al lado del Oscar jorobado, sin voz, sin lágrimas y sin tambor”.

No voy a caer en el optimismo de decir que El tambor de hojalata es una lectura fácil, pero es peculiar el estilo de Grass a lo largo de la obra, y ese curioso símbolo de referirse el propio narrador a sí mismo en tercera persona, más habitualmente según avanza su vida, como si fuera de otro, como si necesitara olvidarla… Porque Oscar, tanto el divertido y jocoso como el sufriente y sometido, es, igual que la mayoría de los seres mortales, un tipo que necesita darle sentido a su historia y sobrevivir al caos, aunque en parte deba para ello idearse un padre mejor o creerse padre de quien seguramente no lo es.

¿Puede haber algo tan tristemente sardónico como poder resumir la propia existencia en un párrafo de 8 líneas? Oscar-Grass lo hace, con un miedo no superado, aunque ausente de rencor: “nací bajo bombillas, interrumpí deliberadamente el crecimiento a los tres años, recibí un tambor, rompí vidrio con la voz, olfateé vainilla, tosí en iglesias, nutrí a Lucía, observé hormigas, decidí crecer, enterré el tambor, huí a Occidente, perdí el Oriente, aprendí el oficio de marmolista, posé como modelo, volví al tambor e inspeccioné cemento, gané dinero y guardé un dedo, regalé el dedo y huí riendo, ascendí, fui detenido, condenado, internado, saldré absuelto; y hoy celebro mi trigésimo cumpleaños y me sigue asustando la Bruja Negra. – Amén”.

Escrita hace 6 años · 5 puntos con 2 votos · @Poverello le ha puesto un 9 ·

Comentarios

@sedacala hace 6 años

Hola Poverello. Leo que te parece optimista decir que El tambor de hojalata es una lectura fácil.

Yo no creo que lo sea tanto; tú sabes que a mí se me atragantan las lecturas complicadas, y sin embargo leí este libro a toda mecha y con mucha facilidad y satisfacción. Además acabo de terminar un librito suyo que se llama: A paso de cangrejo, en el que narra todas las circunstancias que afectaron al mayor naufragio de la historia (en cuanto a pérdida de vidas humanas), el del Wilhelm Gustloff, un barco alemán de pasajeros torpedeado en enero del 1945; lo del Titanic fue una broma en comparación: 9.300 muertos.

Bien pues no es que el libro valga mucho, pero todo el interés que tiene, para mí, reside en la forma en que escribe Grass. Cuenta toda la historia con un estilo que a la vez es elaborado y distendido, y resultando finalmente absorbente; escribe de forma que te atrapa y te conduce por donde quiere con toda facilidad. Leyendo ahora tú reseña y teniendo tan cercano ese último texto, me ha sorprendido un poco que calificases El tambor de hojalata como “dificilillo” aunque desde luego coincido contigo en que peculiar sí que es.

Saludos.

@Poverello hace 6 años

Hola, sedacala.

Puede que tengas razón. El término fácil o difícil generalmente se pone en relación con algo que tenemos en mente y El tambor de hojalata no me parece una lectura fácil por su componente filosófico y simbólico, que es a lo que hago referencia a lo largo de la reseña. No puede compararse desde luego en dificultad a la obra de otros autores que seguro que ambos tenemos en mente y que se te suelen atragantar, pero hay novelas que no me parecen ágiles por determinados aspectos relacionados con el modelo de narración o el estilo: La montaña mágica, Muerte a crédito, Crimen y castigo... aunque esta es una opinión del todo subjetiva, porque a mí me resultó ágil Guerra y paz y para qué voy a explicar nada más.

Pero lo que no voy a negar es que el estilo de Grass engancha y no quiero que nadie se eche para atrás por esa expresión de que no es fácil, porque que algo no me parezca sencillo ni siquiera quiere decir que sea difícil, porque no lo es. Hay una gama intermedia infinita entre la facilidad y la dificultad.

Un abrazo.

@Faulkneriano hace 6 años

Bienvenido sea cualquier elogio (si está bien razonado, como es el caso, mejor) de Gunter Grass, que ya no está con nosotros: echo de menos sus bigotes y sus discusiones airadas. Grass es, ante todo, un gran escritor, y su Tambor es una de las grandes novelas del siglo XX. La pena es que parece autor de una sola obra; en sopadelibros, con alguna excepción, pasa eso mismo. Yo he leído cuatro obras más del de Danzing: sus memorias, Pelando la cebolla (iba a decir "deliciosas", pero no me parece el adjetivo que les cuadran, aunque a mí me lo parecieron) y tres novelas: de menos a más, Malos presagios (de una gran sencillez, por otra parte), Es cuento largo (lleno de claves internas, difíciles para un lector no alemán) y El rodaballo, una ambiciosa novela-río, donde la escritura casi alucinada de Grass raya a gran altura. Y luego, claro, la historia de Oskar, que ha encandilado a varias generaciones. Cada país debería tener al menos un escritor que analizara su historia de forma tan profunda e innovadora como hace Grass en esta novela con la herencia nazi de Alemania.

Me encanta el párrafo que citas, Poverello. Cuando gastaba flequillo me lo sabía casi de memoria. Nutrí a Lucía, olfateé vainilla: esos sí que son hitos biográficos...