CATARSIS DE UN LABRIEGO AIRADO por sedacala

Portada de LA FAMILIA DE PASCUAL DUARTE

“La colmena” y “La familia de Pascual Duarte” son quizá las novelas más características de Camilo José Cela. Ambas se publicaron a poco de terminar la guerra civil, y en ambas su autor destaca por el vigor de su estilo narrativo y por su capacidad para la creación de personajes vitales y desgarrados; las dos marcaron una fractura en la narrativa española de la época, que adoptó, a partir de ahí, un estilo mucho más áspero y realista. “La familia de Pascual Duarte” toma forma de crónica retrospectiva; en ella, su protagonista, condenado a la pena capital, refiere por escrito los episodios de su trayectoria vital, desde pequeño, hasta los últimos delitos que fueron la causa directa de su condena definitiva, quedando configurada la novela como la narración de su historia con el acompañamiento puntual de su propio comentario. Esta es, simplificadamente, la estructura de la novela, sencilla y con el atractivo que suele caracterizar a las autobiografías, hace que el interés del asunto se centre en desentrañar la personalidad de su protagonista y en averiguar en qué medida las duras condiciones que vivió, podrían haber condicionado o, al menos en parte, justificado su proceder.

La verdad es que leyéndola me venía a la mente el recuerdo de otras dos novelas de asunto relativamente cercano; una, “Los santos inocentes” (M. Delibes, 1981), por la coincidencia del medio rural extremeño y, quizá también, por la cruda exhibición de extrema pobreza de la gente del campo; la otra, “Réquiem por un campesino español” (R. J. Sender, 1953), por transmitir un mensaje casi coincidente con éste, sobre la trágica inexorabilidad de un destino prefijado por las circunstancias. Se puede observar por las fechas que “La familia de Pascual Duarte” es muy anterior a esas otras dos, pero como yo las leí antes, ésta me recordó a las otras, cuando la influencia real —si es que la hubo—, fue seguramente en sentido contrario; Cela pudo influir en Delibes o, sobre todo, en Sender; en la novela de éste, que es la que realmente me la recuerda más, el sentido trágico de las cosas obedece a la fatalidad de los acontecimientos, en cambio, en la de Cela, yo, leyendo, tuve a veces cierta sensación de que su componente trágica obedece a la decisión de una mente puñetera dedicada a pergeñar las más tremendas desgracias, más que a la auténtica fatalidad del destino; y tuve esa sensación, por el resabio que me dejó la lectura de “La colmena”, de la que me quedó el nítido recuerdo de la maña que se daba Cela creando personajes perversos o esquinados. Claro está que, aunque un elemental principio literario obligue a que la creación de personajes se sujete a cierta lógica para conseguir verosimilitud, los límites de esa lógica tienen que ser amplísimos, y en este caso creo que Pascual Duarte encaja bien en ellos.

Una vez conocido el tema, yo particularmente esperaba de este hombre una narración retrospectiva con la falta de criterio que podía esperarse de un ser elemental, primario, y malvado. No es exactamente así. Él reflexiona sobre su existencia de manera lúcida, inquisitiva, y mucho más ordenada de lo esperable; él no es un hombre simple cuya maldad natural brota inexorable de una mente elemental en momentos de obcecación, o quizá si lo es, pero esa personalidad suya convive con la otra, con la reflexiva que aparece después, cuando llega el sosiego que sigue a la furia, como la calma sigue al temporal, eso sí, llega cuando ya no hay remedio. Sea como fuere, el caso es que me llegó mucho más, me creí mejor a este Pascual que a doña Rosa (La colmena), en la que siempre vi una deliberada exacerbación de los rasgos de alguna señora de aquel estilo, que Cela debió conocer en algún café. No es que me desagradara como personaje, pero encontré exagerada la fea catadura moral que exhibía y que tan bien daba María Luisa Ponte en la película de Mario Camus. El caso de Pascual Duarte, para mí, es el contrario, tras leer la novela, veo en el personaje muchos más pliegues y aristas que los que yo preveía, lo que le convierte en un tipo más complejo y menos primario de lo que, a priori, se hubiera podido vaticinar; es como si Cela hubiera conocido el caso real de algún condenado por asesinato y, al llevarlo a la ficción, hubiera incrementado en el personaje las capacidades humanas de las que careciera, en la vida real, dicho sujeto. Puede parecer excesivo que pondere aquí la capacitación moral de un personaje que comete atrocidades —alguna ciertamente terrible—, pero lo cierto es que las reflexiones con las que Pascual acompaña su relato tienen su miga; ¿acaso no la tenían también los personajes de Stendhal en Le rouge et le noir, y Dostoyevski en Crimen y castigo, o Valle-Inclán con su esperpento, o Baroja con La busca, fuentes, todas ellas, en las que bebió su autor? Lo cierto es que estas matizaciones e interrogaciones sobre la personalidad del protagonista, adquieren la mayor importancia en una obra como ésta, en la que toda la fuerza de la narración se concentra en el “yo” del protagonista, como consecuencia inevitable del carácter dual de su texto, que por un lado es una solitaria recapitulación autobiográfica, pero por otro es también el acto de confesión seguida de contrición, en que se acaba convirtiendo el relato.

Es verdad que esa calidad humana relativa y mayor de lo previsible, encierra algunas contradicciones. En particular me llama la atención todo lo relacionado con el lenguaje con el que está escrita. Cela en esta novela ni utiliza un castellano perfecto ni lo pretende, como es lo lógico en un personaje inculto que ya dice al principio que apenas sabe contar, leer y escribir; por tanto no debería tener ni el dominio del lenguaje, ni la lucidez anímica necesaria para entregarse a semejante catarsis, ya me parece bastante que sea capaz de expresar lo que siente en un libro de ciento cincuenta páginas, algo, ya en sí mismo, bastante sorprendente; pero el caso es que Cela resuelve muy bien este aspecto de la novela, porque su texto conjuga perfectamente las características expresivas básicas, esperables en un campesino inculto y pobre (hablar de elocuencia hubiera sido ya un milagro), con los localismos propios del habla del campo extremeño, y con el vigor inherente a la personalidad, un tanto excesiva, de su temperamental autor.

En resumen, Cela en esta novela sí que me ha gustado, haciendo desaparecer de mi valoración algunos inconvenientes que, en su día, vi en “La colmena”. Es una cuestión de gustos y comprenderé bien a todos aquellos que me digan lo contrario, pero a mí, personalmente, me ha gustado mucho más esta exhibición de tremendismo del drama rural carpetovetónico contado de manera directa y vigorosa, que la recreación de aquella, un tanto caótica, miscelánea de personajes urbanitas tratando de sobrevivir en el miserable Madrid de la posguerra.

Escrita hace 7 años · 5 puntos con 1 voto · @sedacala le ha puesto un 8 ·

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