NOVELA CON RÍO Y NIÑOS por sedacala

Portada de LA NOCHE DEL CAZADOR

“La noche del cazador” es una novela, del escritor norteamericano Davis Grubb (1919-1980), ambientada en los años de la Gran Depresión. Para hablar de ella hay que referirse inevitablemente a la película del mismo título, dirigida en 1955 por el actor inglés Charles Laughton; su escaso éxito de crítica y de taquilla hizo que fuera su única película como director. Pese a ello, las sucesivas generaciones de espectadores y críticos que la han visto posteriormente, la han convertido en una película única, en un auténtico e inolvidable clásico.

Las escenas de la película siguen paso a paso y con un rigor absoluto la acción del libro, pocas veces se ha visto una traslación tan inmediata de las páginas a la pantalla. Sin embargo, los formatos literario y cinematográfico que dan soporte a ambas obras derivan necesariamente en sustanciales diferencias. La película tiene un cúmulo de rasgos expresivos y estéticos que la emparentan claramente con el cuento, los personajes y las situaciones son mucho más líricas que realistas, y toda la historia tiene un aire de fabulación, subrayado por la música, los claroscuros, y el carácter sesgado de sus protagonistas, efectos todos ellos que Laughton buscó de una manera consciente y decidida. Esos efectos, independientemente de que gusten o no, son abrumadoramente impactantes, y además, encajan muy bien en el formato de película de hora y media.

La novela en cambio, aun compartiendo el mismo enfoque tenebrista, disfruta del privilegio de poder desarrollar los hechos en un libro de casi trescientas páginas; eso hace, inevitablemente, que la historia cobre mucho más sentido, que todo esté bien justificado, y que haya un porqué para cada situación, y que ese aire que tiene la película de cuento expresivo y esteticista pero un tanto inverosímil, parezca en la novela mucho más asumible después de que el texto haya situado cada cosa en su sitio. De todas formas el libro le debe mucho a la película porque hay que reconocer que nunca la habríamos leído de no haberse rodado ésta, pero eso es algo que forma parte inseparable de la grandeza y la servidumbre del cine, como ocurre también con la visualización permanente durante la lectura de la temperamental presencia (figura, rostro y voz) de Robert Mitchum haciendo de Predicador. Pero, dicho todo esto, pasemos a la novela que es lo que aquí nos ocupa.

Sus características me han recordado constantemente ese estilo de novela, muy americano, que yo definiría como “novela con río”; y lo digo así, porque me recuerda mucho los escenarios y la situación de aquellos personajes que viven sus tramas condicionados, en buena medida, por la presencia de esa gran corriente de agua que, circunstancialmente, une o separa a los habitantes de ambas orillas, que sirve como permanente medio de comunicaciones, y que marca con su hábitat específico el estilo de vida de los ribereños, muy particularmente de los niños. Podría haber habría acabado antes, citando directamente a Mark Twain, porque es inmediata la identificación de sus obras con esos ambientes, pero mi referencia iba intencionadamente dirigida a los ambientes físicos, más que a sus narraciones sobre Tom Sawyer, o Huckleberry Finn, con las que no encuentro auténtico parecido. Claro que, en este caso, el río no es el Mississippi sino el Ohio, afluente del Missouri que a su vez lo es del Mississippi, pero eso aquí importa poco, al tratarse de otro río de considerable tamaño que también contiene un abundante tráfico fluvial. Otra característica muy reseñable es su carácter de “novela con niños” (que no infantil), no solo por la presencia de éstos, sino porque una buena parte de la narración sale de boca de John, el niño de nueve años que está en el centro de la historia; él y su hermana Pearl, de cuatro, tienen una presencia constante a la que hay que añadir tres niños más en su tramo final. El río, y los niños, son dos rasgos muy marcados que le imprimen a la novela un carácter entrañable y soñador.

Pero el asunto central, el que queda como leitmotiv del libro es la presencia del “mal”, representado aquí por este Predicador que, en cuanto puede, enseña los dedos de una y otra mano marcados con las palabras love y hate (amor y odio), y suelta su pretencioso sermón; este hombre desequilibrado (muy pronto se nos desvela esa condición), recorre ominosamente el depauperado medio rural americano, entre la pobreza sobrevenida durante la Gran Depresión. En aquel ambiente enrarecido, aparece la figura del hombre que se mueve por el territorio al amparo de las religiones que por allí medran; las distintas ramas protestantes, presbiterianas, metodistas, o evangélicas, basándose en la libertad de comunicación que la religión luterana otorga a sus fieles en su relación con el Creador, conferían una autonomía ilimitada a sus ministros, para que, al margen del control de cualquier Iglesia, recorrieran el territorio organizando asambleas de fieles, e impartiendo mensajes rígidos y estrictos que remitían a un inminente apocalipsis: ¡Si los hombres no vuelven su mirada hacia Dios, la cólera de éste caerá implacable sobre ellos! ¡Amén!, contestaban a coro en la asamblea. Y ese tremendo y amenazador discurso integrista calaba fácilmente entre las gentes.

En ese territorio duro y deprimido, el paro y la miseria produjeron infinidad de historias de hombres, mujeres, y también de niños, que se vieron obligados a sobrevivir vagando por lugares en los que todos, incluso quienes tenían medios de subsistencia, sufrían las nefastas consecuencias de la depresión; algunos lo hacían mendigando, pero otros recurrían a la delincuencia, dando lugar a oleadas de disturbios y linchamientos. La irrupción en el pueblo del Predicador, y su incorporación a una familia que ya vivía unas circunstancias especialmente difíciles, sitúa la acción en un ámbito doméstico presidido por el terror y la nocturnidad, en el que las mentes infantiles han de gestionar sus casi irresolubles traumas con la incomprensión y el abandono de unos adultos que no entienden sus problemas. La narración de esos conflictos internos de los niños, con los recuerdos constantes de su padre en la horca, con la ineficaz ayuda de una madre atolondrada, y con la cerril oposición de sus vecinos, permiten al autor crear un mundo infantil en el que los recuerdos del niño protagonista se mezclan con la realidad presente hasta confundirse en un magma informe, borroso, e irreal, del que solo consigue escapar cuando visita a su único amigo, un viejo borrachín que vive en su casa/barco amarrada al pantalán del río.

Esas son las dos partes más potentes de esta historia, la tensión latente que aporta la obsesiva y maléfica presencia del Predicador en el ámbito doméstico; y el desarrollo de la historia desde el punto de vista de John, el niño protagonista que lleva hasta el final el relato de sus vivencias contadas con la sinceridad, la firmeza, y la ternura propias de un chico de su edad. Estas dos partes acaban siendo con mucho, las más atractivas de la novela, hasta el punto de superar en interés a la resolución del asunto del botín, que preside la trama central, que al final acaba quedando un poco desdibujado. Y todo ello sin olvidarnos de que la historia va inserta en un contexto histórico y geográfico, que el libro explica a través de la visión adulta de un narrador omnisciente que expone y desentraña los conflictos sociales y religiosos de base, que dan sustento a esta historia.

Para resumir lo que supone la lectura de este libro: hay dos situaciones posibles, una que se conozca la película del mismo nombre; en ese caso la lectura va a servir para recrearse en una historia ya conocida, y para disfrutar con toda su tensión y todos sus oscuros terrores, pero ello con la aportación de las ventajas que conlleva el soporte literario: la profundidad que permite su longitud, sin merma alguna de la tensión que se vivió en el cine y el cúmulo de información sobre las circunstancias históricas que ayudan a situar correctamente la trama en su lugar y época con una eficiencia que la película no tenía posibilidad de conseguir. La otra posible situación, es que se desconozca absolutamente la película de Charles Laughton, en cuyo caso es mucho mejor aún, porque, a lo dicho con anterioridad, hay que añadir el disfrute también mucho mayor del ambiente terrorífico y la tensión subsiguiente, al pillar absolutamente de nuevas. Además, esa situación sin referencias previas facilita varias cosas: la mejor valoración de un texto pletórico de fuerza en el desarrollo de la trama; la inquietud por la problemática social que soportaba aquella época convulsa; y, sobre todo, la posibilidad de disfrutar con la extraordinaria sensibilidad que aflora en el discurso de las mentes infantiles.

El hecho de que su autor no volviera a escribir nada más con ese grado de relevancia no desmerece la calidad de esta obra. De todas formas, aparte de algunas otras novelas, escribió series de relatos cortos que fueron en algunos casos utilizados por Hitchcock en su serie televisiva. Además no fue este un caso único, porque, unos años después, le ocurriría algo parecido a Harper Lee con su To Kill a Mockingbird, también ubicado en la Gran Depresión y, en aquel caso, con auténtico éxito literario (Premio Pulitzer) y con un extraordinario éxito cinematográfico. En definitiva, es una novela que está muy bien escrita y que se lee con un grado de satisfacción extraordinario y sin desmerecer un ápice de la excelencia de su secuela cinematográfica.

Escrita hace 7 años · 5 puntos con 3 votos · @sedacala le ha puesto un 8 ·

Comentarios

@ hace 7 años

Buena reseña, sedacala, tal como nos tienes acostumbrados.

Me incluyo en el primer supuesto: he visto la película, que además es una de mis favoritas. Por tenerla tan fresca (es el privilegio de las grandes películas) nunca he tenido curiosidad por leer la novela original. Ahora tengo más razones para hacerlo.

Buena descripción: película con río, como Huckleberry Finn. No sé cómo desarrolla Gubb esa espléndida escena en la que los niños y la abuela huyen por el río, siendo arropados por la naturaleza toda, que contempla y vela su avance (una de las más hermosas de la película)

Desde luego, tiene mucho en común con Matar a un ruiseñor (he visto la película, pero no he leído la novela: mea culpa, de nuevo) y no solo por la presencia central de los niños, pero también, por lo que cuentas de los predicadores y las extrañas resonancias de sus figuras en el imaginario norteamericano, con novelas sureñas como Sangre sabia, de Flannery O'Connor, con un ministro no menos extraño que el encarnado por Robert Mitchum, o con el reverendo Hightower de Luz de agosto, de Faulkner.

Parece claro que la historia del botín es lo menos interesaba a Laughton y, por lo que dices, a Grubb.

@sedacala hace 7 años

Me parece estupendo que te gustara en su momento esta película, yo la he visto justo después de terminar la novela, y me ha parecido verdaderamente memorable, y precisamente por eso la recuerdo muy bien y…, vamos, que no hay ninguna abuela; sí que hay una mujer mayor, miss Cooper (la estrella del cine mudo), que es quien acoge a los niños, pero no los acompaña en el bote en su huida por el río, se van ellos solitos huyendo del perverso predicador que se queda berreando metido hasta el cuello en el fango de la orilla.

Para imaginar cómo desarrolla Grubb esa escena, no hay que calentarse mucho la cabeza, bastaría con describir la escena rodada por Laughton, claro, con una extensión mucho mayor como es lógico tratándose de un libro. Pero toda la belleza de las imágenes de la pantalla, parece estar contenida en su prosa, y toda la inquietud de sus momentos más tensos, está contenida en sus páginas. Como decía en la reseña, el salto de la novela a la pantalla es inusualmente fiel, a tal punto que cualquiera que haya leído el libro podría perfectamente pensar que la belleza contenida en las imágenes de la película, la haya sacado el director directamente de sus páginas. Esto no supone menosprecio para Laughton, cuya labor es espectacular, sino una mayor valoración de la novela sobre la que se trazó la película, que verdaderamente está muy bien.

También, como dices, es muy interesante ver como el autor desarrolla todo el tema de la religión en el ámbito del Medio Oeste (la novela se sitúa a caballo entre los estados de Ohio, West Virginia y Kentucky, que no son exactamente el Medio Oeste, pero nos vale para entendernos). Por tanto no es el Sur, pero es parecido y este predicador, efectivamente, recuerda a toda esa generación de retóricos colegas suyos, un poco chiflados, que mencionas, aunque éste sea algo más que un simple chiflado.

Desde luego, lo del botín se mantiene en la historia hasta el final, por el tremendo carácter simbólico que tiene para los niños el mantenimiento de la promesa hecha a su padre. Toda la novela trasciende de esos detalles materiales y adquiere un tono enternecedor y bellísimo que está, exactamente de la misma forma, en la película, sin duda, perfectamente captado por Charles Laughton.

Nunca pensé, antes de leerla, que todo ese carácter personal e innovador de la película, pudiera tener su auténtico origen en la obra literaria que le sirve de base, pero es así.