TESTIMONIO por Guille

Portada de EL FIN DEL «HOMO SOVIETICUS»

Una polifonía de voces sobre el fin de la era soviética. Es, por tanto, un libro que exige del lector un doble compromiso de confianza, con el autor y con las voces, de que todo lo leído son auténticos testimonios y de que los testimonios son, a su vez, veraces. Las dramáticas revelaciones, confesiones, confidencias sobre la vida que llevaron antes, durante y después de la revolución, si así puede calificarse a todo lo que ocurrió en los años 90 en la extinta Unión Soviética, se justifican por sí solas, pero tanto estas como todas las reflexiones y juicios recogidos en el libro exigen también la convicción por nuestra parte de que son algo más que meras opiniones personales y que en verdad representan y retratan una época o, al menos, la situación social, económica, sentimental y política de una parte más o menos amplia de la gente que lo vivió.

Yo asumo todos esos compromisos y mantengo todas esas convicciones. ¿Por qué? Por algo así como una razón ontológica: el libro me parece tan terrible, tan bello, tan cruel, tan conmovedor que se me hace muy difícil pensar que entre sus muchos dones no se encuentra por encima de todos ellos el de la verdad. El libro me ha impactado por su dureza, por la humanidad con la que trata a víctimas y verdugos, no siempre fáciles de distinguir, por la inteligencia con la que indaga en la naturaleza humana, por la belleza de esos testimonios que muchas veces funcionan como auténticos relatos literarios.

“Homo sovieticus” es un término despectivo referido a una cierta forma de pensar, de sentir, de comportarse, de aquellos que vivieron la era soviética y que ahora se ven incapaces de adaptarse o comprender el mundo que se abrió tras la caída de la URSS. Es también una burla sobre ese hombre nuevo que traería el comunismo y de cuya posibilidad este libro es una concluyente refutación. Es un término que distingue a esa generación que se reunían cada noche en las cocinas a hablar de su vida cotidiana, de su vida sentimental, y que a los cinco minutos ya discutían, en susurros, sobre cómo enderezar el destino de Rusia. Y eso es este libro, una larga conversación en la cocina, tumultuosa a veces, íntima las más, en la que gente de muy diversa procedencia, ideología, vivencias hablan de ellos mismos, de sus padres o hijos, de vecinos o amigos y, sin que medien preguntas, vierten sus vidas y la influencia que sobre ellas tuvieron el experimento comunista y todo lo terrible que vino después. ¿Quién que ha sufrido es capaz de resistirse a contar su vida?

Parece que alguien dijo una vez que “en Rusia todo puede cambiar en cinco años, pero no cambia absolutamente nada en doscientos”. El libro, que parece marcarse como objetivo demostrar la verdad de esta frase, expone como en apenas 20 años los exsoviéticos pasaron del reinado del partido comunista a una mala copia del mismo tras el paso por la glorificación de “su Majestad el Consumo”; de la ortodoxia del marxismo leninismo a la Iglesia ortodoxa rusa; del odio a Stalin a su rostro en camisetas y posters; del sueño de una felicidad eterna y compartida al sueño de un nuevo Mercedes-Benz privado; de una país de soviéticos a muchos países de georgianos, abjasios o rusos; de compartir el mismo autobús, los mismos colegios, los mismos libros, el mismo idioma a matarse unos a otros, los vecinos a los vecinos, los escolares a sus compañeros de clase; de un zar despreciado y vilipendiado a un zar añorado y adorado; de que los defensores del socialismo pasaran a ser una panda de criminales para acabar siendo un mal menor, quizás necesario entonces y ahora; de ser humilde a ser gentuza; del honor a la vergüenza de ser comunistas para acabar avergonzados de ser liberales; del miedo al KGB al miedo a las mafias para volver al miedo al estado; de que los bandidos se conviertan en gente respetable; de los poemarios prohibidos a los anillos de brillantes; de vivir en una casucha sin comodidades, ni agua, ni tuberías, ni gas, a lo mismo; de comer solo macarrones y patatas a lo mismo; de tener solo un abrigo a tener el mismo. Todo ello a través de voces nostálgicas, rabiosas, arrepentidas, desencantadas, cínicas, furiosas, afectivas, furiosas, desesperadas, tristes en las que se repiten una y otra vez palabras como guerra, gulag, miseria, amor, refugiados, violencia, vodka, crueldad, suicidio, perestroika, heroicidad, frío, torturas, marginación, revolución, hambre, xenofobia, piedad, delación, libertad, mezquindad, amor, esperanza, especulación, sacrificio, manifestación, patria, sueños, miedo, solidaridad, sagrado, poemas y canciones, ideales, el imperio perdido.

Un libro que hay que leer y que recomiendo muy especialmente a aquellos que, como yo, vivimos la transición española. Aunque aquí no tuvimos que sufrir el tránsito al capitalismo –los piratas, que a miles surgieron en la extinta URSS al hedor del negocio, tuvieron aquí décadas para borrar sus huellas mafiosas antes de convertirse en esa gente bien que ya eran a la muerte de paquillo y que permitieron por su propio beneficio y con amplias condiciones el cambio político sin apenas desprenderse de un gramo de su poder-, sí vivimos la triste desilusión de todo lo que pudo ser y no fue.

Escrita hace 7 años · 0 votos · @Guille le ha puesto un 10 ·

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