YA NO HAY NADA QUE SE PUEDA HACER por Guille

Portada de JAMÁS EL FUEGO NUNCA

Este 2016 está siendo un magnífico año de lecturas. He descubierto autores como Perec, Woolf, Ville de Mirmont, Offill, Pessoa, Berlin, Guimaraes Rosa, Julien Green, Döblin. He vuelto a disfrutar lecturas de Vila-Matas, Bufalino, Bernhard, Coetze, Walser. Me he reencontrado con Marías o Cercas. Pues bien, esta que aquí comento no desentona lo más mínimo entre este gran ramillete de autores.

Descubrí a la escritora en una de esas listas en las que se recogen las mejores novelas de los últimos años. Hasta tres de sus obras figuraban en aquella lista de 100 (Los vigilantes, Lumpericas y El cuarto mundo). No hace mucho, leí una crítica a la segunda de sus novelas publicadas en España (Periférica) en la que Ernesto Ayala escribía “Fuerzas especiales es una de las mejores novelas escritas en castellano que he leído en los últimos tiempos. Lo es por su excelencia narrativa y por la perspectiva desde la que está narrada”. Finalmente, este libro que ahora comento figura en el puesto número 22 de la lista de los mejores libros en español de los últimos 25 años que hace bien poco publicó Babelia por su 25 aniversario.

Pues bien, las grandes expectativas que todo ello me generó no se han visto defraudadas en lo más mínimo. “Jamás el fuego nunca” es una muy buena novela.

Una mujer derrotada y fracasada en su compromiso político (con la dictadura de Pinochet como trasfondo) y despojada y acabada en lo personal (tremenda la historia del hijo) monologuiza recordando su vida, confesando su vida, denunciando su vida, ante su pareja, líder de la célula política a la que ambos pertenecieron, pero también ante sí misma. Su voz es la novela, su forma descarnada, fría, seca de describir el día a día con su cuerpo, con el cuerpo de las personas a las que cuida en su trabajo, con el cuerpo del hombre con el que convive más por compromiso político, por lealtad a un tiempo pasado, que por amor o cariño, y al que pretende enfrentar con el recuerdo de los años de militancia, de luchas fratricidas, de clandestinidad, de cárcel, de represión y todo lo que por ella tuvieron que sacrificar. Todo es analizado en un monólogo planteado en términos políticos, con un lenguaje muy pegado a una lucha que fracasó y por la que muchos, ella y él entre ellos, tuvieron que pagar un precio inconmensurable e inútil. Una voz que resuena en una pequeña habitación repleta de fantasmas del pasado y separada de un mundo presente que ya no es el de ellos, una voz proveniente de la pérdida, dominada por el dolor, capaz de detenerse durante varias páginas en la descripción del aseo de un cuerpo decrépito, maloliente, moribundo, metáfora de otros cuerpos que también viven en la derrota, en un sistema destructor. Una voz que mantiene durante toda la novela un discurso salido de las entrañas, de un cuerpo que solo espera su final, del odio, del rencor, de la desesperanza, del autodesprecio, pero que se estructura desde la razón, desde el análisis, con términos estrictos, certeros y que sin embargo, o a lo mejor por eso, conmueve.

El título está tomado de un poema de César Vallejo titulado "Los nueve monstruos", en el que se dice: "Jamás, hombres humanos/hubo tanto dolor en el pecho, en la solapa, en la cartera,/en el vaso, en la carnicería, en la aritmética!/Jamás tanto cariño doloroso,/jamás tan cerca arremetió lo lejos,/jamás el fuego nunca/jugó mejor su rol de frío muerto!/Jamás, señor ministro de salud, fue la salud/más mortal”. El poema termina con un “¡Ah! desgraciadamente, hombres humanos/hay, hermanos, muchísimo que hacer”. La novela de Eltit no es, desgraciadamente, tan optimista.

Escrita hace 7 años · 5 puntos con 2 votos · @Guille le ha puesto un 8 ·

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