DESCUIDADO POR LA VIDA por Guille

Portada de EL AYUDANTE

Los libros de Walser pueden engañarnos con su humor, con sus descripciones detallistas y entusiastas de una naturaleza casi siempre acogedora, con los destellos de felicidad instantánea que experimentan sus protagonistas, con ese tono ligero e irónico con el que Walser envuelve su literatura, pero todo ello esconde un profundo conflicto interior del autor (¿qué gran obra no lo hace?). Pasa con Jacob Von Gunten, pasa con El paseo y también pasa con El ayudante.

Esa guerra que está presente en cada uno de sus libros está muy bien explicada por Vila-Matas (que sirva esto como disculpa por mi discrepancia con él acerca de Jacob…): “(Walser) Es un héroe –o un antihéroe- actual: primero, porque busca apartarse; después porque, cuando se aparta del mundo, cree que lo van a buscar y no es buscado por nadie y descubre que está solo y que nadie piensa en él.”

Ese afán por desaparecer es en realidad una huída, no cae derrotado quien no lucha. Walser vive como quiere vivir pero no como es capaz de vivir y esa es la verdad que encuentro en cada una de sus obras. Sintomático que quisiera ser actor antes que escritor, dos profesiones que, como él mismo comentó en “El paseo”, están expuestas a la cruel opinión ajena, una opinión ajena tan trascendental como perniciosa: “Ha sido siempre lo bastante ingenuo como para suponer que los demás se alegrarían de su alegría de vivir y compartirían su felicidad, cuando lo cierto es precisamente lo contrario.”

Es esta novela, para mí peor acabada que las otras dos ya leídas, cuestión de gustos particulares, seguramente, la tragedia que supone la incapacidad de ser aquello que se desea queda reflejada en el fatal fracaso de Tobler, en el alcoholismo y la marginación social y laboral de Wirsich, en la altanería que da paso al coqueteo de Frau Tobler. “El ayudante” es un libro sobre el desencanto, sobre la resignación triste ante lo irremediable, como irremediable y arbitrario es el carácter de Silvi (“¡Qué vieja era Silvi en plena flor de su infancia! ¡Qué injusticia!) o la respuesta que recibe de todos los que la rodean y que refuerza y da razón a su carácter.

El protagonista, Joseph, se siente descuidado por la vida, sin un sitio por el que pueda tener un sentimiento de pertenencia, necesitado de ser lo que no es y sabedor de la imposibilidad de conseguirlo (llamativa y divertida esa escena del sombrero).

"Qué viejo había sido ya de joven! ¡Cómo la conciencia de no tener un hogar en ningún sitio había logrado paralizarlo y asfixiarlo interiormente! ¡Qué hermoso era pertenecer a alguien en el odio o en la impaciencia, en el amor o en la melancolía! Un triste entusiasmo se apoderaba de Joseph siempre que desde alguna ventana abierta sentía que el mágico calor de un hogar se reflejaba en él, el solitario, el errante, el apátrida, de pie en medio de la calle fría."

Si ningún cambio es posible, si el mundo es enteramente de aquellos que “disimulan su perfidia bajo la gordura”, hay que olvidarse de las grandes palabras (“Siguiendo la moda, ambos amaban entonces a la humanidad… dejó de amar a la humanidad para adorar a su hijo”), de los grandes gestos, de las grandes tareas. Mejor dejar de pensar y pensarse (“Mala costumbre… es esta necesidad de reflexionar al instante sobre todo lo que me ocurre en la vida … Ahora iré donde Frau Tobler. Tal vez tenga una tarea doméstica que encomendarme.”), mejor la sumisión que le permita la libertad del paseo y la observación, la felicidad insuficiente del instante.

“El hecho de estar atado, encadenado a un sitio es a veces más cálido y rico en secretas ternuras que la libertad sin fronteras, que deja abiertas puertas y ventanas al mundo entero y en cuyas estancias luminosas el hombre es muy pronto atacado por un frío glaciar o un calor opresivo. Aunque la libertad a que Joseph se refería era, Dios santo, la cosa más bella y conveniente del mundo, y contenía una magia inmortal”.

Será por la humillación que consiga el acceso a la alegría pura; será la opinión de los otros, la negación que reciba de los otros, la que permitirá la satisfacción de sus deseos. Es la erótica del pecado, el mayor servilismo posible, que hasta tus placeres dependan de la opinión ajena.

“Quien pueda mostrarse en público con sus placeres y apetitos, quien por sus condiciones de vida pueda hacerlo con facilidad y complacencia, acabará por extinguir muy pronto, en su alma y en su corazón, todo cuanto en ellos ardía.”

Escrita hace 7 años · 5 puntos con 1 voto · @Guille le ha puesto un 7 ·

Comentarios

@Faulkneriano hace 7 años

Buena reseña, Guille. Esta novela es tan melancólica como el solitario que contempla pasar su juventud sin remedio.

Del todo de acuerdo, salvo en una cosa, o mejor dicho, dos palabras: "peor acabada".

@Guille hace 7 años

Gracias, Faulkneriano.

Ya aviso que es una cuestión de gusto paricular. Me impactaron más las otras dos, y pueder ser que la novedad fuera un factor determinante que ya no ha funcionado en esta de igual forma.