LOS DÍAS LABORABLES por Guille

Portada de DUBLINESCA

Me gusta leer a Vila-Matas: es como encontrarse con uno de esos amigos con los que da igual el tiempo que podamos llevar separados que la relación se renueva al instante en el momento exacto en el que lo dejamos. Un amigo un tanto especial, eso sí; alguien un tanto esquivo, contradictorio, enigmático y hasta incomprensible en ocasiones, y no solo por esa costumbre suya, que tanto agradezco, por otra parte, de subrayar sus pensamientos con lo dicho por otros, con todas las referencias y relaciones culturales que ello conlleva, y para las que no siempre consigo estar a la altura. Aunque bien pudiera ser ese precisamente el secreto de su éxito conmigo, pues también podría yo decir algo parecido a eso que una vez le leí al propio Vila-Matas: “siempre me funcionó una manera muy simple de averiguar si algo me gusta o no: me atrae lo que no entiendo; si lo entiendo, lo abandono corriendo.” Y es que no entender algo del todo lo hace mucho más sugerente pues precisa de interpretaciones, implica posibilidades que no terminan de fijarse, supone no terminar el libro del todo y, puede que sea lo más importante, te involucra como parte activa e importante del libro que uno lee.

En cualquier caso, a estas alturas ya tengo muy claro que no es el tema lo más importante a la hora de que un libro me guste, aunque aquí todo se conjuga muy favorablemente. Esta, como todas las que de él llevo leídas, es una novela en la que es fácil perder el hilo o, mejor dicho, perderse entre los muchos hilos que este Vila-Matas-Spider (de la película de David Cronenberg) nos tiende hacia su búsqueda de lo extranjero, su necesidad de misterio, su carrera hacia el entusiasmo, o hacia ese fin de época en el que ya no quedan genios, ya no quedan buenos lectores, o hacia la mucha literatura que le enamora y hacia toda esa metaliteratura sobre el futuro de “la novela”(de la que incluye en el libro toda una teoría en cinco puntos), o hacia su drama existencial, ese desastre, ese espanto que es envejecer; esos hilos con los que nos enreda en su mundo que como casi todos los mundos tienen necesidad de literatura (“El mundo es muy aburrido o, lo que es lo mismo, lo que sucede en él carece de interés si no lo cuenta un buen escritor”), de significativas casualidades, de intrigantes fantasmas, de traviesas apariciones de gente que no te esperas para nada, de presencias que nos observan y que desaparecen en la niebla. Y en eso Joyce fue el gran maestro al tomar lo “absolutamente mundano para darle una base heroica de alcance homérico”. Todo se mezcla en los libros de Vila-Matas en un tratamiento que no siempre puede ser recubierto con esa ironía que busca la levedad “como reacción al peso de vivir”, la levedad que en definitiva implica no tomarse en serio, hacerse ficción, esa gran solución que está tan cerca del fin perseguido, en este caso de forma muy seria, por ese budismo de la mujer del protagonista al que tanto teme este.

Una novela que, como sus admiradas novelas irlandesas, habla de “enfermedad, vejez, el invierno, el clima gris, el aburrimiento y la lluvia” y en la que el autor es consciente de que por mucho que lo intente nunca podrá mejorar lo “ya dicho por tantos otros acerca de las grietas que separan las expectativas de la juventud y la realidad de la madurez. Lo ya dicho por tantos otros sobre la naturaleza ilusoria de nuestras elecciones, sobre la decepción que culmina la búsqueda de logros, sobre el presente como fragilidad y el futuro como dominio de la vejez y de la muerte.”

“Vejez, enfermedad, clima gris, silencio de siglos. Aburrimiento, lluvia, visillos que aíslan del exterior. Fantasmas tan familiares de la calle Aribau. No hay que buscarle paliativos al drama de sus padres y al suyo propio, envejecer es un desastre. Lo lógico sería que todos los que ven declinar sus vidas gritaran de espanto, no se resignaran a un futuro de mandíbula colgando y babeo irremediable, y aún menos a ese brutal despedazarse que es la muerte, porque morir es rasgarse en mil pedazos que empiezan a desperdigarse vertiginosamente para siempre, sin testigos."

Son las grandes cuestiones que libro tras libro Vila-Matas indaga sin resolver: por qué hablar de lo que ya está todo hablado, por qué cuestionar lo que es imposible de conocer, por qué intentar atrapar lo que es inasible, cómo defenderse de lo irremediable, como bregar con “el pasado ya inalterable, el presente fugitivo, el inexistente futuro”. Al final es el arte, la literatura en este caso, el que ofrece el gran paliativo de la vida (¿realmente?). Una literatura y unos autores que conforman la columna vertebral de cada uno de sus libros y que sustenta todo los demás con el fin de llegar a ser ese “escritor capaz realmente de soñar a pesar del mundo; de estructurar el mundo de manera diferente”.

"La realidad sabe escabullirse perfectamente detrás de una sucesión infinita de pasos, de niveles de percepción, de falsos sondeos. A la larga, la realidad resulta inextinguible, inalcanzable. Aunque sea a tanta distancia, por fin vi algo de Dublín, lo vi desde lo alto de estos acantilados que se adentran en el mar. Grupos de aves reposan sobre las aguas. La tristeza fascinante del lugar parece acentuarse con la visión de esas escuadras de pájaros sonámbulos, en pleno día, y es como si el vacío se anudara con la honda tristeza y ésta de vez en cuando cobrara voz con el chillido de alguna gaviota. Trataré de poner en pie y mejorar mi mustia vida de editor retirado. Pero algo se ha desfondado por completo en el cuarto. Alguien se ha ido. O se ha borrado. Alguien, quizá imprescindible, ya no está. Alguien se ríe a solas en otra parte. Y la lluvia se estrella cada vez con más delirante fuerza sobre los cristales y también sobre el aire vacío y sobre el hondo aire azul y sobre lo que está en ninguna parte y es interminable. "

Una literatura que es para Vila-Matas tanto una forma de estar como una forma de ser y tanto su enfermedad como su cura, una forma de vivir permanentemente en la extrañeza, una forma de indagar en “esa gran verdad que cuentan las mentiras”. Al fin de cuentas todavía quedan “miles de conexiones de luz por restablecer (con la palabra) en la gran oscuridad del mundo” o, lo que a lo mejor es lo mismo, “quizá tienen razón los días laborables”.

También puedo traer aquí lo que el propio autor ha dicho de la novela… seguro que habrá alguno por aquí que lo entienda:

“Dublinesca –le digo a ese amigo- es una especie de paseo privado a lo largo del puente que enlaza el mundo casi excesivo de Joyce con el más lacónico de Beckett y que a fin de cuentas es el trayecto principal de la gran literatura de las últimas décadas: el que va de la riqueza de un irlandés a la deliberada penuria del otro; de la era Gutenberg a google; de la existencia de lo sagrado (Joyce) a la era sombría de la desaparición de Dios (Beckett), de lo epifánico a la afonía…

Escrita hace 7 años · 4 puntos con 1 voto · @Guille le ha puesto un 9 ·

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