LA BELLA Y LA BESTIA por sedacala

Portada de CASA DESOLADA

Lo primero que llama la atención de “Casa desolada” es su complejidad, inesperada, viniendo de alguien tan popular y afamado por su sensibilidad y de quien antes esperaríamos ternura que complicación. La crítica actual parece colocarla como su mejor novela, pero los comentarios de algunos lectores son menos elogiosos, no negativos, pero sí menos entusiastas que en otras novelas. Tratando de explicarme esa aparente contradicción, he indagando en sus páginas en busca de las razones de unos y otros para opinar así.
No soy muy partidario de clasificarlo todo, y más en cuestiones no mensurables, pero he de decir que esta novela es de las más avanzadas y, tal vez por ello, de las menos populares del autor. Recuerdo que cuando leí “La sombra del ciprés es alargada” de Miguel Delibes, pensé que su carácter de “novela de tesis” (la que se escribe al objeto de desarrollar una opinión o ideología) está en el origen de sus defectos, y creo que pasa lo mismo con “Tiempos difíciles”, en la que la introducción del tema obrero y la cuestión social, daña la novela. Digo esto porque creo que nunca hay que generalizar y, en este caso, la queja contra el mal funcionamiento del sistema judicial en el Reino Unido, que es la tesis que aborda la novela, no la perjudica en absoluto, y no lo hace porque el escritor conoce la materia, porque encaja en su planteamiento literario, y porque este asunto le obsesionó toda su vida y se lo tomó como cuestión personal. El nefasto funcionamiento del poder judicial llevó a la cárcel por deudas a su padre, quedándole a él el trauma y la obsesión de denunciar y combatir al sistema judicial británico con todos los medios a su alcance. “Casa desolada” se convierte así en un claro alegato contra la justicia inglesa sin salir, por ello, perjudicada, al contrario, la tesis le imprime un fuerte carácter, vindicativo en este caso, arrogándose la responsabilidad de su propia grandeza y a la vez de su inhabitual complejidad.
Aunque la novela sea una diatriba contra los juicios de la Inglaterra victoriana, no se trata este asunto de manera exclusiva, sino, complementaria. Comienza la historia central con “el relato de Esther” (título de sus capítulos), que forma su espina dorsal y se desarrolla a modo de relato tierno, con profusión de buenos sentimientos, personajes entrañables y planteamiento genuinamente dickensiano; el otro asunto lo ocupa el ya mentado juicio y su desarrollo, enseñándonos capítulos tan ásperos como el desagradable tema que tratan: la causa judicial “Jarndyce vs Jarndyce”, gente extraña, pintoresca, tipos estrafalarios, insólitos, o prácticamente inverosímiles, que, pese a ello, acaban por cobrar sentido una vez situados en ese patético submundo londinense gris y contaminado por la insalubre niebla. Esta parte referida a lo judicial, está contada por un narrador omnisciente que podríamos con toda certeza identificar como Dickens, que, desde su posición, utiliza algo así como el presente histórico para plantear los diálogos, a veces en tiempo real, otras veces resumidos a posteriori, mientras juzga y saca deducciones de los hechos, con su moraleja y, sobre todo, con fuertes dosis de un humor ácido o irónico, a veces entrañable, otras corrosivo. Son capítulos difíciles por la constante introducción de nuevos personajes que, inicialmente, no se sabe a qué vienen, se supone que tendrán que ver con la historia pero desconocemos el vínculo y si unimos a ello el sofisticado lenguaje dickensiano, queda un marcado estupor al que contribuye la naturaleza extravagante de los personajes; son raros, raros, pero la mayoría terminan por ser aceptados —pese a su excentricidad—, al envolverlos el autor en un halo de familiaridad que los hace grotescos pero entrañables, llevándonos a admitir finalmente que sí, que se pueden encontrar tipos así en el mundo real. Hay aquí historias de urdimbre espesa e inextricable, en las que el autor utiliza un estilo relativamente moderno —mucho más de lo que yo recordaba—, porque narra con soltura, sin demorarse en explicar quién es ese que se incorpora, qué es lo que le vincula al resto, dónde se sitúa, o cuándo sucede su intervención. Por el contrario, la parte que narra los sucesos de la trama principal se lee con absoluta facilidad, de manera amable, y contada dulcemente por Esther, protagonista y a la vez narradora, siguiendo una secuencia lineal de acontecimientos en la que el lector nunca se pierde.
Lo expresado hasta aquí, podría hacer pensar en una novela organizada en dos partes, una, con una trama poblada por personajes mayoritariamente burgueses, y otra, por pícaros, abogados, jueces y policías, y ello repartido aleatoriamente por sus páginas. Y efectivamente esas son las partes, pero su distribución no es aleatoria sino claramente prefijada; los capítulos de ambas se alternan uno tras otro de manera terca y sistemática: empieza la novela con uno de Esther, y le sigue otro judicial, otro de Esther, otro judicial… y así sucesivamente hasta el final. Esta alternancia conlleva, para el lector la exigencia de cambiar de estilo narrativo en cada capítulo, y siendo tanta la diferencia estilística entre ambas partes, esos cambios no son nada desdeñables, lo que hace que la lectura evolucione en la cabeza del lector, según avanza la novela, hacia un compromiso mental en el que la dulzura de la historia de Esther se equilibra con la dureza de las ásperas fases judiciales.
Si la crítica social es consustancial a la obra de Dickens en su conjunto, en “Casa desolada” tal tendencia adquiere carácter de obsesión permanente. No escapan a ella el sistema judicial, los manejos de la abogacía, la contaminación del aire londinense, el deplorable sistema de vida de los más desfavorecidos, la explotación de los débiles, la petulancia de la nobleza, los celos de ciertas mujeres, la violencia que sufren otras en sus matrimonios, la terrible opresión de los prejuicios en la sociedad victoriana, la irresponsabilidad de algunos filántropos despreocupados, la arrogancia de los franceses, y muchas cosas más que ahora no recuerdo. Tan estrafalarios son los tipos que allí se exponen y tan numerosos los pecados que representan, que acaban conformando en sus páginas una tribu peculiar y desquiciada, a ojos del estupefacto espectador, poblada por personajes kafkianos de cuando Kafka aún no había propiciado el adjetivo, si bien es cierto que el trato que Dickens aplica a esta gente, a base de caricaturización y trazos sentimentales, camufla en alguna medida su absurdo y disparatado carácter “cuasikafkiano”. En todo caso a Mr. Skimpole (ese indolente niño grande) yo no me lo creí, pese a la profusión de explicaciones y matizaciones que aporta Dickens para darle consistencia. Sólo al final, por boca del policía, el autor razona el porqué de su existencia: Skimpole simboliza la caricatura de personas que, tras una apariencia bobalicona e infantil, con indolencia y abandono de sí mismos, abusan de los demás escondiendo su interesado egoísmo; tal vez el autor conociera a alguien así, yo, tal como se describe el personaje en el texto, no soy capaz de imaginarlo.
El balance de su lectura durante los primeros dos tercios del libro, es controvertido y cambiante: los capítulos denominados “El relato de Esther”, se leen con la normalidad con que se suelen leer sus novelas, y los que atañen al juicio, no digo que con dificultad, porque el texto característico del autor, incluso aquí, se sigue bien, pero sí con la desafección que produce el saber que su contenido, muchas veces, no tiene una repercusión inmediata en la trama (aunque sepamos que la acabará teniendo), produciendo una sensación de impaciencia ingrata para el lector. Quien lea con tiempo y sosegadamente, tal vez disfrute con el estilo, incluso más que en otras novelas suyas, porque puede que esté aquí el mejor Dickens, el más desinhibido e innovador (estilisticamente hablando), pero el lector habitual de sus libros, que además tiene tendencia patológica a devorarlos, encontrará demasiado abstrusos algunos episodios. Sin embargo suele ocurrir que, en estos libros extensos que superan las mil páginas, llega un momento, el último tercio, en el que ese complejo tejido de tramas y personajes empieza a encajar en la historia principal con la precisión de un rompecabezas, mejorando la percepción del lector que toma un cariz más positivo según avanza hacia el final, terminando por dejar un muy buen sabor de boca. No comparto demasiado algunos comentarios sobre lo duras que resultan las situaciones de miseria o desigualdad que refleja este libro, no me lo parecieron tanto; puede que acentúe un poco más que en otros, los aspectos más dramáticos o angustiosos que soportan los personajes en sus páginas, o por decirlo de otra forma, puede que resalte algo más la indigencia, el desamparo y la fragilidad que eran norma en la sociedad del siglo XIX. Pero vivir entonces era muy duro, las penurias de las clases bajas eran atroces y endémicas, la ciencia médica o los medios que facilitan hoy la vida no existían, y se moría uno por cualquier nimiedad, y eso queda reflejado en todos sus libros y no sólo en éste.
Al igual que he escrito sobre el acentuado afán crítico de Dickens en esta novela, también quiero opinar sobre su posición de referencia en la sociedad de su tiempo en la que yo creo que no era, ni por asomo, un revolucionario, ni un socialista, ni nada parecido; sé que hay quienes lo creen así, pero me parece que esa idea surge de las apariencias y no de un análisis sereno y reflexivo. Sus novelas influyeron en ciertas mejoras sociales en el Reino Unido, es cierto, pero por la sencilla razón de que utilizó su arrolladora popularidad para hacer propaganda (indudablemente creía en la causa de los más débiles) contra las injusticias sociales, y a la vez que la hacía, entretenía al personal y ganaba un buen dinero. Y así lo debieron entender sus lectores (muchísimos y de todas las extracciones sociales), porque sus críticas se recibieron más como razonables reproches a una sociedad con cierto cargo de conciencia, que como furibundos ataques contra los estamentos o las personas objeto de ellas. Y cuando en “Tiempos difíciles” intentó poner el acento en los problemas sociales de verdad, en los del proletariado, el resultado defrauda, con esa misma novela como la más floja de las suyas que he leído. Yo creo que el carácter de denuncia que tienen sus libros (chocante por directo e innovador), era sin embargo absolutamente inocuo desde el punto de vista político y si surtieron algún efecto benéfico sobre la legislación, fue por vía de un reformismo absolutamente integrado en la sociedad, asumido por ésta y exento de cualquier carácter rupturista o simplemente ideológico. Su mensaje no traspasaba el ámbito de lo privado de sus personajes, ese era el terreno en que se movía con aplomo y eso era lo que sus seguidores esperaban de él. En mi opinión, lo genuinamente suyo no era introducirse en terrenos ambiguos por su proximidad a lo político, su auténtica especialidad era crear historias tremendas, con increíbles coincidencias, en las que se mueven unos personajes tan bondadosos y tan idealizados que cuando, al acabar la novela, todo sale bien, el lector siente una profunda satisfacción al comprobar que la vida, al final, es maravillosa y merece la pena esforzarse por vivirla; o sea, una especie de cuento de hadas hecho novela de mil páginas. No lo digo en tono sarcástico, al contrario, lo digo con pleno convencimiento; esto es así, y es lo que hemos sentido todos los que leímos a Dickens de pequeños, entonces nos producía y, en alguna medida nos sigue produciendo, un efecto casi insuperable, hasta el punto de consagrar aquellas lecturas como las de recuerdo más querido y más arraigado. Particularmente, tengo ese tipo de consideración por “David Coperfield”, que es una novela de tintes autobiográficos, que leí de pequeño y luego de mayor, y que me dejó en ambos casos un extraordinario recuerdo.
“Casa desolada” no alcanza a producirme tan cálidos efectos, por la sencilla razón de que la he leído con una edad excesiva. Pero aun así, me dio la sensación de ser una gran novela, una de las mejores de su autor que, sin embargo, requiere un mayor esfuerzo (y no me refiero con ello a su extensión), por su propio carácter de novela exigente con el lector que, además, provoca una notoria percepción de gran calidad, que la convierte, quizá, en una de sus mejores obras; y no creo que eso entre en contradicción con el hecho (comprensible en razón de su exigencia) de que no sea de las más apreciadas por un número muy extenso de lectores.

Escrita hace 7 años · 5 puntos con 5 votos · @sedacala le ha puesto un 7 ·

Comentarios

@Tharl hace 7 años

Coincido punto por punto con lo que dices y me surge una pregunta. ¿Hasta qué punto le beneficia a Dickens la etiqueta de “realismo”? Sus personajes NO son creíbles, y no tienen por qué serlo. Son caricaturas. El mundo de Dickens no es el nuestro (ilusión del realismo), es un mundo posible. El mundo habitado por alguien que percibe todo lo que se sale del éxito, el confort y lo burgués como amenazador (y atrayente), pero que no lo conoce realmente.
La historia que más asocio con él, y no sé si llegó a escribir nada parecido, trata de un niño burgués y mimado que de pronto se encuentra perdido en los suburbios. La visión de la realidad del jovencito gentleman está distorsionada por su imaginación lectora y exagera lo amable y lo grotesco, asustándose con frecuencia. Allí debe aprender a sobrevivir con sólo su inteligencia hasta que alguien le rescate, porque ese niño siempre va a percibir la pobreza como amenazadora y a anhelar el paraíso entre algodones: una renta estable, un hogar cálido, un hueco frente a la chimenea y el cariño y las atenciones de una madre afectuosa. Hay algo infantil en Dickens, en el mejor y más oscuro sentido de la palabra.
Es lógico entonces que Dickens sea más un moralista que un crítico de su tiempo.
Al escribir esto me viene a la memoria “Los viajes de Sullivan”.

@Poverello hace 7 años

Saqué la novela varias veces de la biblio y al final empecé a leer otras. Básicamente por la edición: no me gustaba el tipo de letra, glup. Pero me la has recordado, me gusta lo que dices en tu reseña y más pronto que tarde le meteré mano.

De Dickens sólo leí cuentos y Grandes esperanzas. En esta, los personajes sí que me parecen realistas, aunque puede ser que cada cual entienda a su modo dicho término por lo comentado tanto en la reseña como en los comentarios.

@sedacala hace 7 años

Hola Tharl, con relación a lo que dices sobre el realismo, la verdad es que no he querido introducir en la reseña el debate sobre el mayor o menor realismo de la novela sobre todo teniendo en cuenta que, quien más y quien menos, casi todos conocemos a Dickens y sabemos de qué pie cojea; así que preferí centrarme en la propia novela, que es un producto bastante particular y específico dentro del conjunto de su obra.

Pero sí, se puede llevar el debate también al terreno del encasillamiento en un estilo u otro. La época, no hay duda, es la época del auge del realismo, pero dentro de ese movimiento hay que reconocer que el realismo británico tiene unas características propias que lo alejan un poco del modelo francés que es, quizás, el más prototípico. La estabilidad política del Reino Unido en la era victoriana y, como consecuencia, su menor tensión social, hizo que su realismo fuera un poco menos realista y conservara un punto de romanticismo muy querido por los ingleses, con ese toque gótico tan frecuente en sus autores y autoras; eso por un lado, y por otro, hay que reconocer que Dickens, formaba ya él sólo su propio movimiento literario, con su estilo tan especial y tan diferenciado de cualquier otro.

Dices que sus personajes no son creíbles, pero, que no tienen por qué serlo, porque a lo que Dickens juega no es a trasladar la realidad de la vida al papel, sino a crear su propia interpretación de la realidad, que se basa en ella, sí, pero que la interpreta a su gusto como le conviene; es decir, que es una caricatura de la realidad y hay que reconocer que las caricaturas reflejan la realidad aunque sea deformada. Vamos, que sí, que Dickens es un escritor realista porque gusta de llevar al papel lo que ve en la sociedad; claro que según una visión aumentada y deformada, pero real al fin y al cabo. Es por tanto como dices una ilusión de realismo o una caricatura del mundo que conoció, que es su versión de éste, y que como tal seguramente era posible, aunque no fuese del todo real.

Pero como decía yo más arriba, las novelas de Dickens crean su propio y muy particular género literario y hay montones de rasgos que así lo delatan, pero el más significativo es el de sus personajes. A muchos de los tipos que crea no es fácil que se los encuentre uno por la calle, porque al igual que creó su propio género literario, también se sacó de la manga, muchos de sus personajes que son una auténtica creación suya. Y a fuerza de aplicar su talento de escritor, los acababa de perfilar y de convertir en figuras verosímiles. Obviamente no tienen la profundidad de carácter que tendrían en otro tipo de literatura, pero los lectores de aquel momento no demandaban eso.

Y de paso, Poverello, relaciono eso con el debate que estáis manteniendo ahora con Faulkner y Joyce, Dickens sí pensaba, mientras escribía, en los deseos de sus lectores. Y sus personajes, en un análisis frío y objetivo, son poco realistas, si por realismo entendemos la posibilidad de cruzarse con uno de ellos al salir a la calle; son, en cambio, bastante realistas si consideramos que, al ser trasladados a sus páginas, han sufrido una alteración que magnifica sus características. Pero creo que esta novela cumple los requisitos necesarios para que te guste más que ninguna otra suya, quizá, junto con “Nuestro común amigo”, su última novela.

Lo que no comparto mucho Tharl, es eso que dices del carácter infantil de este autor, no lo veo por ningún lado, moralista sí y crítico más aun, pero le veo poco de infantil por más que manejara frecuentemente esos papeles en sus personajes. Más me encaja lo de “Los viajes de Sullivan” porque en esa película aparecen unos cuantos tipos que podrían parecerse a los suyos, empezando por el papel protagonista que hace Joel McCrea.

@Poverello hace 7 años

Pues más ganas me entran, sedacala.

La división -por llamarla de algún modo- que haces entre asas dos formas de entender el realismo es un poco a lo que me refería, pero no puedo dejar de recordar a contemporáneos de Dickens y que si ponemos en relación puede verse la radical diferencia en este sentido. Los miserables es de 1862, dos años después que Grandes esperanzas y posterior a Casa desolada y el romanticismo late por todos sus poros. No voy a decir que Dickens inaugurara el realismo literario, pero entendiendo el concepto a mediados del siglo XIX se le acerca mucho. creo yo.

@Faulkneriano hace 7 años

Muy cierto, sedacala: el mejor Dickens está aquí. También comparto tu idea de que el realismo británico no tiene nada que ver con el francés y que, obviamente, Dickens escribía pensando en su público, incluso en una novela tan oscura como esta (que, económicamente, debió ir mucho peor que David Copperfield, pongo por caso)

Y tienes tu parte de razón, Tharl, cuando ves a Dickens como un niño de posibles al que le arrebatan la pelota y le mandan a una fábrica de betunes porque su padre es un poco manirroto: en cierto modo, toda su vida pretendió la seguridad que el confort victoriano podía darle, alejando cualquier posibilidad de volver a la miseria: pero, afortunadamente para sus lectores, lo que hizo Dickens para conjurar el peligro fue escribir, una tras otra, jun montón de novelas maravillosas.

Cuando estuve en Londres me acordé mucho de esta novela, paseando por los Inns of courts, por el Temple y por la zona donde estuvo Old Bailey, todas la sgrandes instituciones judiciales londinenses. También estuve en una de las casas que Dickens habitó, convertida en museo, y vi su famoso atril de lecturas públicas, que llevaba de un sito a otro en sus interminables tournées. Como ahora estoy en plan relectura (será que me vuelvo viejo) no estaría mal volver sobre Casa desolada.

@Tharl hace 7 años

Seguro que cualquier psicoanalista de salón podría relacionar la biografía de Dickens, la relación con su padre por un lado y con su madre por otro, su vida burguesa, su fascinación, desconocimiento y horror por la pobreza y su éxito temprano con sus obras: que si regresión, que si un trauma infantil, Eros y Tanatos, etcétera. Pero ya que felizmente no tuve el gusto de conocerle y que apenas le he leído, quiero centrarme en lo dickensiano. El mundo literario dickensiano es infantil. Sólo así se explica que su Ley sea la Ley moral, demiurga de la acción, jueza de las recompensas y castigos, patrona de los finales felices (a menudo herencias y generosas apariciones filantrópicas mediante), vara de lo bello y lo grotesco, único enfoque crítico. No las leyes de la física y la biología, ni de la economía, de la historia o las estructuras sociales: la Ley moral. La moral como ontología y destino; el funcionamiento del mundo. Esta es la perspectiva, en efecto, de un niño; aunque extremadamente inteligente. Por eso no es casual que el punto de vista y los protagonistas de sus novelas suelan ser, efectivamente, niños.

¿Hay algo malo en ello? ¿Es “infantil” necesariamente peyorativo? ¿Hace a Dickens menos interesante? También lo infantil tiene sus sombras, ampliadas además por la viveza de la imaginación ante lo desconocido (la pobreza, por ejemplo). Y no dudo que nadie haya sabido explorarlas como Dickens. Leyendo Grandes esperanzas, en mi caso, y reconociéndome en el infantilismo burgués de su gentleman protagonista, tomé conciencia como nunca de las perversiones de ese modo de ser que no atiende a edades: el infantilismo.

Habría disfrutado mucho más esa novela si en lugar de identificar el mundo de Dickens con el mío, provocando constante fricciones y desencuentros, lo hubiera leído como el mundo posible de un niño. Leer una novela es aprender a leer(la), y por lo menos yo saqué esta conclusión: ignorar la tonta diatriba del Realismo y separar siempre el mundo de la ficción del mío, para apropiármelo más tarde.

@Faulkneriano hace 7 años

Dickens es un niño, aunque muy sagaz: su infantilismo le lleva, en sus obras más populares, a ser maniqueo, a trazar personajes buenos y malos, malos muy malos y buenos extraordinariamente buenos, más exagerados que los malos. Luego su obra se llena cada vez más de sombras, cuando constata que la bondad no siempre puede prevalecer: se hace mayor. Preferir sus obras más solares o más sombrías es cuestión de gustos: unas y otras están muy bien escritas.

@Poverello hace 7 años

Después de más de mes y medio, gozosamente terminado.

Releída tu reseña y confirmada casi punto por punto. No es nada fácil entrar en la novela de Dickens por su complejidad y su profundidad. La miríada de personajes secundarios, espectacularmente bien definidos (algo tan genuino de Dickens), hace que en los primeros dos tercios de novela cueste amarrar por los cuernos la trama principal sin despistes, a menos que tengas una libretilla al lado, aunque es de una pulcritud en la escritura que es casi imposible no disfrutarla, pero el último tercio y el final son asombrosos. Una maravilla. No dejo de sorprenderme de la forma en la que Dickens deja caer sus resoluciones, como si nunca terminaran, como si todo volviera a comenzar.

El británico no es Tolstoi ni Hugo, y las más de 1.000 páginas narran la historia. Sin digresiones, sin extensas descripciones... Son 1.000 páginas a pulso, en las que no se puede uno dar el lujo de pensar en sus cosas o algo va a quedar colgando en la trama.

Me ha gustado, vaya. Y paso de esas cosas tan serias de si los personajes son creíbles o no. Yo me los creo. Lo mismo porque soy un vaina, pero es lo que tiene ser vaina, que disfruta uno con 'tontás'.

@Poverello hace 7 años

Hay historias que no nos gustan, precisamente, porque lo personajes no son creíbles y como no lo son no entramos en ellas.

Pero hay otras historias en las que entramos perfectamente, por la puerta lateral, o por donde sea, el caso es que entramos y una vez dentro, ¿cómo no vamos a creernos a unos personajes que viajan en nuestro mismo tren?

El punto de vista es fundamental, los personajes no nos suelen defraudar por su propia naturaleza, sino porque el autor no nos ha sabido subir a su tren y desde fuera, no es lo mismo. Dickens lo hace desde la primera página, y eso es tanto como tenernos ya sujetos a su magia hasta que se acaba el libro.

De todas formas, sigo diciendo que con Skimpole, Dickens se pasa un pelo, claro que leyendo se asume perfectamente y eso es lo importante, pero aun así, quería reseñarlo.

@sedacala hace 7 años

¡Otra vez! ¿donde tengo la cabeza?, esto empieza ya a ser preocupante.
Era yo, claro.

@Poverello hace 7 años

¡Ay, Mr. Skimpole! Transcribo textualemnte la primera intervención de este adulto con la irresponsabilidad de un niño de pecho. Capítulo VIII.

"El señor Skimpole estuvo tan agradable en el desayuno como lo había estado la noche anterior. Había miel en la mesa, lo cual lo llevó a un discurso sobre las Abejas. No tenía nada que objetar a la miel, dijo (desde luego que no, diría yo, pues parecía gustarle), pero protestaba contra las pretensiones de ejemplaridad de las Abejas. No veía en absoluto por qué iban a proponerle a él como modelo la industriosa Abeja; suponía que a la Abeja le gustaba hacer miel, porque si no, no la haría: nadie le había pedido que se pusiera a hacerla. La Abeja no tenía por qué convertir en un mérito enorme el hacer lo que para ella era un placer. Si todos los pasteleros se pasaran la vida zumbando por ahí, metiéndose contra todo lo que se les interponía en el camino y exigiendo egoístamente a todo el mundo que se dieran cuenta de que estaban trabajando y de que nadie les debía interrumpir, el mundo sería un lugar totalmente insoportable. Además, después de todo, era algo ridículo que lo privaran a uno de la posesión de su fortuna justo cuando uno acababa de hacerla, nada más que con echarle azufre. Si alguien de Manchester se dedicara a tejer algodón nada más que por tejer, la gente tendría una opinión muy mala de él. A su entender, los Zánganos eran la encarnación de una idea más agradable y más sabia. El Zángano decía sin ninguna afectación: «Ustedes perdonen; ¡no puedo ponerme a trabajar! Me encuentro en un mundo en el que hay tantas cosas que ver, y tengo tan poco tiempo para verlas, que debo tomarme la libertad de echar un vistazo y rogar que subvenga a mis necesidades alguien que no tenga curiosidad por ver las cosas.» Ésta le parecía al señor Skimpole la filosofía del Zángano, y la consideraba muy acertada, siempre de suponer que el Zángano estuviera dispuesto a llevarse bien con la Abeja, y, que él supiera, siempre lo estaba, con tal de que el otro animalito, tan ocupado siempre, lo dejara en paz y no presumiera tanto de su miel".

Yo me creí tanto a Mr. Skimpole al principio, que estaba totalmente de acuerdo con este planteamiento, e incluso llegué a verlo como una crítica inusual al mundo del trabajo en la sociedad de la revolución industrial. Poco a poco vas viendo que es un verdadero impresentable, experto en sofismas. El caso es que conozco a más de una y de dos personas expertas en sofismas (a mí mismo me acusaron hace poco de ello), que sueltan sólo estupideces argumentativas, pero tan asumidas o queridas por la comodidad del mundo que resultan hasta difíciles de refutar.

Sigo pensando, desde hace tiempo, que el trabajo remunerado es la moderna esclavitud de los siglos XX y XXI.