¡QUÉ VERDE ERA MI VALLE! por sedacala

Portada de EL CAMINO

Para cualquier lector desinformado, este libro tiene aspecto de novela infantil de pequeño formato, poca enjundia, y niños protagonistas. Pero verlo así es fiarse de las apariencias, así que mejor nos olvidamos de ellas y pasamos a su contenido.
La novela tiene dos objetivos básicos: el primero, acotar y explorar el fortísimo vínculo que une a esos tres chavales con su entorno natural, y el segundo, narrar los encuentros y desencuentros surgidos de su relación con la gente del lugar. Lo primero, su vinculación con el territorio circundante, afecta a un buen número de asuntos, que abarcan desde los perros, los pájaros, las vacas, las alimañas o la fauna en general, hasta las plantas, los árboles, las piedras, la tierra de los caminos, y el agua de los arroyos, pasando por el viejo tren de vapor que surge regularmente del túnel y recorre el valle aturdiéndolo con sus ruidos y con sus humos. El otro objetivo es trasladar a los sucesivos episodios, los habituales líos y desavenencias propios de los pueblos, en los que los chicos, que preferirían retozar libremente, se ven irremediablemente implicados, muy en contra de su voluntad.
La mencionada sencillez estructural de esta novela, es como una fachada frágil y humilde, que hay que franquear para poder desvelar unos atributos forjados a base de amistad, cariño, emotividad, y pasión por la naturaleza, y por la vida en general, que la convierten en una de las obras maestras de Miguel Delibes. Nada menos, que eso. Seguro que otras novelas suyas habrán disfrutado de una estructura más compleja, un argumento más elaborado, o temas de superior trascendencia social o histórica. Pero en pocas, o en ninguna como en ésta, supo su autor encontrar las claves necesarias para valorar tal multiplicidad de relaciones personales, bien sea por medio de una activa manifestación de sentimientos, o bien diseccionando con precisión las aristas del temperamento humano, y eso, sean niños o adultos los sujetos de todas esas efusiones. ¿Lo convierte eso en su mejor libro?, todo es opinable, habrá lectores a los que no seduzcan los argumentos que aquí se manejan, pero para alguien como yo, que, cuando pondera lo que lee pone este tipo de aptitudes en lo más alto de su personal e hipotética lista de preferencias, “El camino” es un libro extraordinario.
En las cien páginas iniciales de “La sombra del ciprés es alargada” se apreciaba la calidad de Delibes, pero el inadecuado enfoque de aquella novela primeriza, dejaba la muestra convertida en un indicio fallido de sus potencialidades, en espera de mejor ocasión para explotarlas. Hubo una segunda y poco conocida novela, “Aún es de día”, y fue en la tercera, en “El camino”, en la que, con un planteamiento absolutamente sencillo y, quizá, por eso, absolutamente adecuado, consigue desarrollar su talento sin trabas, como si la simplicidad de la novela le dejara las manos libres para aplicarse a aquello en lo que realmente era muy bueno: en la corta distancia. Y tal ocurre en la relación de Daniel “el Mochuelo” con sus dos amigos y compañeros; o en el denso y prolijo monólogo —casi diálogo, tal es su desdoblamiento— que mantiene consigo mismo para analizar la conveniencia de lo que se le impone por su propio bien; o en su relación con ese territorio que tanto idealiza, como si las cumbres que delimitan su valle marcasen los confines últimos del mundo; o también en el dulce trato con su madre, o en el más adusto con su padre, relaciones, ambas, preñadas de unos intereses y obligaciones que eran la parte menos divertida de su relación personal con el exterior, pero que entendía como su obligada deuda con un amor filial en el que sabía que debía confiar.
Y sin embargo toda la novela se debate entre preguntas, con respuestas de rechazo, a veces, de aceptación resignada otras veces, pese al propio convencimiento de que se le proponen cosas que no son las que él quiere para sí. Él sabe bien que no es un ente aislado, identifica claramente sus circunstancias, y sabe que debe sujetarse a ellas sin remedio. La novela está contada por un narrador omnisciente que sitúa perfectamente al lector en el interior de la mente del protagonista, que es como decir en el epicentro de su mundo particular; desde allí retransmite las inquietudes que le acompañan en sus peripecias, en una sucesión de episodios que cubren su niñez, desde que tiene noción de su propia existencia, hasta la tarde anterior a la narración. En la novela aparecen también otros personajes, generalmente, sencillos y prototípicos, sin grandes complejos ni profundidades, pero con la suficiente vida propia como para intervenir en la medida en que la historia lo demanda. No recuerdo a todos: el cura, sus padres, los padres de sus amigos, las beatas, el tabernero, el indiano y su hija, o aquella niña feúcha a la que nuestro protagonista acabó cogiéndole tanta ley; ellos y otros como ellos, son las vidas que se cruzan con la suya, creando unos vínculos que van definiéndose en cada episodio, modelándose así la forma y el sentido de una novela en la que, por encima de todo, brilla la impronta que se va depositando sobre su carácter, acuñando en él una personalidad nueva, más recia, más abnegada, y cada vez más acoplada a la realidad de los hechos, por desagradables que estos puedan ser.
Esto desvelaría, en cierta medida, el mecanismo ideológico con el que Delibes hace su particular panegírico de la vida en el campo, mostrando los beneficios que tiene, no sólo, para los cuerpos sino también para el equilibrio y la fortaleza de las almas. Miguel Delibes pasaba los veraneos de su infancia en Molledo, pueblo situado en un valle del interior de Cantabria y aunque no está dicho en ningún sitio, parece que es allí donde situó la historia de Daniel “el Mochuelo”. Hay que suponer, por tanto, que aquel fue el lugar en el que se forjó su conocida afición a la vida en contacto con la naturaleza y, por extensión, su afición por la caza, a la que, en la propia novela, le dedica un significativo capítulo.
Para terminar, resumo diciendo que no recuerdo ninguna novela con niños protagonistas, tan seria, tan trascendente ni, sobre todo, tan carente de la natural alegría infantil como ésta. Semanas después de haberla leído, puedo evocar aún el lenguaje utilizado por los chicos, perfecto reflejo del propio de su edad, aunque en él pueda distinguir un aliento pesimista infiltrado entre los renglones, que enturbia la alegría juvenil y que impregna la novela de una severidad inseparable del sentido profundo de la existencia propio de la persona adulta. Podría pensarse que los avatares, duros por momentos, que se viven en la novela fueran la justificación de esa severidad percibida. No lo creo así; más me inclino a achacarlo a la capacidad de un texto que va creciendo en intensidad y en trascendencia con el transcurrir de las páginas, alcanzando un tono en el que, subrepticiamente, se detecta ese aura de desesperanza que, repito, nunca habría encontrado en ningún otro libro protagonizado por niños y que consigue convertir la novela en un muestrario de comportamientos humanos que van mucho más allá del contenido habitual de una novela de niños, a pesar de que sean niños sus protagonistas. Así lo veo yo y es algo que, desde mi perspectiva, no desmerece la novela sino al contrario, la eleva a un nivel de excelencia que me convence de que Delibes, además de escritor sólido, dominador del lenguaje y gran tramador, fue también un escritor cálido y entrañable, muy al margen de cierta frialdad que había yo detectado en algunos otros libros suyos y que, en esta novela, no he visto por ningún lado.
Dotado de tan convincentes cualidades, consiguió aquí la calidad y el acierto necesarios para convertir lo que aparentaba ser una pequeña e insignificante novela de temática infantil, en una de las mejores obras, de uno de los mejores novelistas en lengua castellana del siglo XX.

PD. A pesar de haber indicado en la reseña que el carácter de esta novela es tanto o más adecuado para adultos como para niños, “El camino” es quizás la obra más leída de Delibes, por su frecuente recomendación al público juvenil en los colegios. De hecho es, con diferencia, la novela de Delibes que más votos acumula en SdL.

Escrita hace 8 años · 4.8 puntos con 5 votos · @sedacala le ha puesto un 9 ·

Comentarios

@Tharl hace 8 años

Cuando el John Ford irlandés rodó “Qué bello era mi valle” estaba filmando el desmoronamiento de un mundo que ya no existía y, lo que es peor, que nunca existió. La Irlanda idealizada de sus padres, la infancia que quisiera haber tenido, un hogar que nunca tuvo; el paraíso perdido. No se puede regresar al hogar (ni a la infancia o al pasado), parece decirnos Ford años antes del retorno imposible de Ethan Edwards; aquí la fuente del tono nostálgico de su melodrama. Tal vez éste sea también el porqué de la severidad y el tono de Delibes en “El camino” (no lo he leído, aventuro la hipótesis al azar desde las impresiones fordianas que me transmitió tú reseña). Madrileño y urbanita condenado como soy, no puedo evitar preguntarme si el mundo de Delibes sigue existiendo. Para leerle necesito un diccionario a modo de intérprete entre su mundo, con ese léxico tan terruño, y el mío.