EL APOCALIPSIS por sedacala

Portada de VOCES DE CHERNÓBIL

“Voces de Chernóbil” es una de las pocas obras publicadas en castellano de Svetlana Aleksiévich, la bielorrusa premio Nobel de literatura de 2015. Ni novela, ni reportaje; es una retahíla de testimonios — voces, dice el título— recogidas de afectados a los que la autora quiere ofrecer vías de expresión de su ira y su desaliento. Conocido ese formato podría suponerse que fuera pesado el resultado pero es entretenido, lo que lleva a concluir que la escritora tiene el don natural de escribir captando el interés del lector, si bien hay que decir que, en este caso, toca un tema muy sensible, que lo facilita.
El libro no es un reportaje de la catástrofe. Da su versión de los hechos, es verdad, pero ocupando sólo las treinta o cuarenta páginas del inicio. En ellas, sin extenderse demasiado, narra la secuencia del accidente nuclear para, una vez cumplido el trámite, pasar a lo que es la auténtica vocación del libro: trasladar a sus páginas una larguísima letanía de testimonios de afectados por el desastre. Y ya está, no hay que ir más allá para explicar la conformación básica del libro. “Voces de Chernóbil” es eso y poco más.
El principal factor que afecta a cualquier juicio literario que se quiera emitir sobre este libro, es que no hay en él una trama al uso; lo que no significa que no haya un asunto, lo hay; y tampoco significa que no haya unos personajes, también los hay y son multitud. Pensando en esto me vino a la memoria “La colmena”, porque allí también había muchos personajes, y todos tenían su pequeña trama, básicamente, parecida para todos ellos: sobrellevar sus miserias económicas y espirituales, ambas poso indeseado de la guerra civil española. Esto significa que los dos libros tienen un mismo “modus operandi”, que es darle voz a mucha gente y en eso se parecen. Se diferencian en que las voces de “La colmena”, tienen el tono literario que aporta Cela, en su condición de novelista, mientras que Aleksiévich, adopta un lenguaje periodístico, con protagonistas con nombres y apellidos que dicen lo que ellos quieren.
Por tanto, no hay una trama de enredo novelesco; sí que hay un argumento: una concatenación de episodios relativos al asunto: la catástrofe de Chernobil. Aunque todos hablen de lo mismo, cada personaje reacciona a su manera, con un discurso controlado por la pluma, periodística, si se quiere, pero equilibrada, directa, y sensible de la autora, que asume el claro compromiso de retransmitir tanta desesperación, perplejidad, dolor y espanto. Podría pensarse que el dolor es el más intenso de esos cuatro estados de ánimo, como en las guerras en las que la pérdida de seres queridos supera a todo lo demás. En Chernóbil, la desesperación, la perplejidad, o el espanto, son tan fuertes como el dolor, porque al desgarro interior de las personas se suma el estupor ante lo nunca visto, con un miedo y un desánimo, solo equiparables a los vividos en la catástrofe bélica de referencia, que aquí en la antigua URSS, es indudablemente la segunda guerra mundial. La contienda contra Alemania fue terrible, y son varias las voces que, a lo largo de este libro, se retrotraen a la niñez vivida en aquella guerra, para encontrar traumas con los que comparar. Particularmente me impresionó una voz, que cuenta que vivió en su infancia los novecientos días que duró el cerco de Leningrado, (¡Dios!, más de dos años de hambre, violencia y frío), y un día de invierno ve cómo pasa, por la acera de enfrente, un hombre andando lentamente —las fuerzas escaseaban por el hambre—, y ese hombre se para y se sienta, y al volver a pasar al día siguiente por el mismo sitio, ve con horror, que sigue allí sentado y que lo seguirá estando meses, hasta que llegue la primavera y el deshielo, y dice esa misma voz, que la guerra, la muerte, el frío helador, el hambre y los demás horrores de Leningrado, tenían una cara bien definida, sombría, macabra, espantosa, pero los seres humanos no pensaban que pudiera tener otra, ese era su único aspecto concebible y el único esperable. En Chernóbil, en cambio, horrores equivalentes se inscribían en un escenario magnífico, la catástrofe ocurrió a finales de abril, y los que llegaban para enfrentarse al desastre, se encontraban con una naturaleza en su plenitud, bosques exuberantes, animales vivaces, huertas ubérrimas y campos en plena explosión de fertilidad, ¿dónde está el terror, por qué la muerte se presenta con tan bello rostro? Era difícil digerir ese contrasentido, porque la belleza, por mucha que sea, ni disimula, ni mitiga el dolor o el miedo, y las mentes estaban acostumbradas a soportar las penas en un escenario sombrío, no entendían el horror en mitad de una naturaleza pletórica. Y sin embargo la muerte estaba allí, los dosímetros daban niveles de radiación decenas o cientos de veces superiores a lo admisible. Las consecuencias lo demostraron sin tardanza, como los bomberos que acudieron tras la explosión y murieron allí mismo, mientras otros aguantaron uno o dos meses de descomposición interna y externa de sus cuerpos, que, además de quemarse lentamente, emitían radiación nociva para sus mujeres, que les acompañaban y cuidaban; y después, niños, mujeres, ancianos, durante meses o años, con la lacerante incomprensión de las autoridades que reaccionaban con consignas al estilo de la guerra fría: “hemos de contrarrestar el ataque del capitalismo infiltrado”, “no hay que creer las mentiras de la propaganda antisocialista”, “¡el heroico pueblo soviético vencerá!”, todo de ese tenor, con una opacidad sangrante que nadie se creía allí a pesar de la incipiente perestroika, y mandaron hombres a recoger escombros encima de la cubierta del reactor, con una mínima protección que no les sirvió de mucho, por los brutales niveles de radiación. Obligaron a evacuar la población, pero los viejos no lo entendían, y volvían después a escondidas por los bosques, campo a través, y se encontraban saqueadas sus casas, y se llevaban sus patatas y sus cosechas contaminadas y los huevos de sus gallinas y la leche de sus vacas también contaminadas. Y más, mucho más, porque ya han pasado treinta años, y me entero en Internet que se está construyendo una cúpula gigantesca para cubrir el reactor y evitar que el sarcófago (estructura provisional que cubrió el reactor), apresuradamente construido después del accidente, pudiera hundirse y provocar un nuevo escape radiactivo, obligando a la comunidad internacional —Ucrania no podría asumir individualmente ese gasto— a construir una cubierta en la que cabría la catedral de Burgos, con sus dos torres dentro, pero, ojo, para minimizar los efectos de la radiación sobre los trabajadores, la están construyendo a 500 metros del reactor, lo que obligará, una vez acabada, a desplazarla sobre raíles hasta cubrir totalmente el reactor (por tanto, no sólo es gigantesca sino además transportable), permitiendo otros cien años de tranquilidad (¿?), antes de volver a deteriorarse. Y es que las construcciones no son eternas, la radiación no desaparecerá por las buenas en un plazo superior al milenio; algo tendrán que pensar dentro de cien años, pero lo único seguro es que lo pensarán otros. Lo que no se puede, por la reticencia de las autoridades a hacer esos cálculos, es saber cuántas víctimas han tenido como causa directa el accidente nuclear de Chernóbil. Los responsables sanitarios, son reacios a afirmar que muchos fallecimientos por tumores sean consecuencia directa de la radiación, a pesar de que los índices de afectados por enfermedades cancerígenas son altísimos en la zona. Yo personalmente, antes de leer este libro, conocía, incluso mejor que la mayoría de la gente, lo que pasó en Chernóbil, pero el concepto que tenía de la tragedia estaba alejadísimo de la magnitud real que he conocido leyendo el libro. Y la verdad es que es espeluznante, pone los pelos de punta, y lleva necesariamente a aborrecer la energía nuclear (si no se aborrecía ya antes), a pedir que cierren todas las centrales, y a que se aumenten las precauciones de manera exponencial porque cerrarlas tampoco evitará los riesgos que conlleva mantener sus instalaciones y sus residuos. En Chernóbil también se tomaban precauciones (el accidente se produjo en un simulacro programado de “incidente”), pero hubo errores y fallos, que, encadenados, dieron lugar al colapso del reactor.

Considerando el carácter trágico del asunto, habrá quienes no quieran saber nada de todo esto, y lo último que harán, será leer “Voces de Chernóbil”. No seré yo quien se lo reproche, pero, para los atraídos por el tema, o simplemente, para los que tengan algún interés o curiosidad, la lectura de estos testimonios puede reportar un saldo, muy positivo, en términos de un mejor conocimiento, enriquecido además por el humanitarismo y la autenticidad de los que, rebelándose contra el desastre, quisieron desahogar su impotencia expulsando todo lo que tenían, vaciándose sin dejarse nada dentro. Éste es un libro muy bien escrito, que permite poner al alcance de todo el mundo esa información, sin tener que someter a la mente a una lectura pesada o árida, todo lo contrario, Svetlana Aleksiévich consigue que llegue al lector sin esfuerzo especial y, consecuentemente, pueda ser procesada y valorada en su justa medida.

Escrita hace 8 años · 5 puntos con 5 votos · @sedacala le ha puesto un 8 ·

Comentarios

@Tharl hace 8 años

Es loable dar voz y realidad a una tragedia, sobre todo cuando parece ser cosa de los libros dd historia, una cuestión de cifras o una forma de lograr audiencia en los masa media. Gracias por compartir ls completa reseña, sedacala.

Una pregunta : el discurso de las víctimas se presenta crudo o narrativizado? Hay algún tipo de montaje o se presentan loa testimonios uno tras otro? Interrumpe en algún momento la voz de la autora? Sólo tienen voz las víctimas o también los responsables?

@sedacala hace 8 años

El discurso, en todos o casi todos los casos, es un monólogo que surge libremente de las personas, más de su corazón que de su mente, y está muy alejado de una narración. Cuando preguntas si es crudo, entiendo que te refieres a si refleja la literalidad de lo que expresan sus protagonistas, y no lo creo, porque si así fuese sería bastante indigerible, el hecho de que un discurso brote del alma de las personas no lo convierte automáticamente en un discurso bueno literariamente hablando, y en ese sentido creo que la autora transforma el texto para darle la corrección que tiene, ella ordena y guía las voces, pero, y ahí lo llamativo del asunto, sin que parezca que lo hace, sin perder un ápice de la fuerza que les imprime el hecho de haberles salido del alma a sus protagonistas. Son testimonios que van uno tras otro en pequeños capítulos sucesivos sin que la autora intervenga en ningún momento para añadir nada.

Preguntas también si tienen voz los responsables. Si se quisiese focalizar la responsabilidad al estilo en que hoy se busca a los responsables de todo, habría que dirigirse hasta los altos responsables de la URSS. Naturalmente esos no dicen nada, entre otras cosas porque nunca llegaron las cosas a esos niveles, la organización del estado lo impedía. Se saca la conclusión que la responsabilidad real, reside en una manera especial de hacer las cosas, de repartirse el trabajo, de valorar los cometidos de unos y otros, de establecer mecanismos para la promoción de los trabajadores, de una serie de hábitos que con el transcurso del tiempo habían venido modificando a peor la organización del trabajo en el sistema comunista hasta convertirlo en algo en lo que la gente ya no creía del todo. Y en ese sentido sí que hay algunas voces de gente que tuvo su cuota, pequeña quizá, de responsabilidad, y que dicen lo que piensan sobre lo que pasó, aunque ese proceso está muy tergiversado y es difícil que hablen y se sientan como auténticos responsables, sino que en ellos pesa más su condición de afectados, que también lo fueron, por ser siempre gente próxima a la central, con cargos importantes, pero cercanos al lugar de la tragedia.

@Tharl hace 8 años

Efectivamente, me expresé muy mal en el mensaje anterior -que escribí desde el móvil (perdonad mi ortografía en esos casos)- pero entendiste lo que quería decir. “Crudo” y “narrativizado” no eran los mejores términos. Quería saber si se trataban de testimonios propiamente dichos o de una recreación literaria, si eran una sucesión de monólogos individuales o un monólogo colectivo y acerca de la variedad de los testigos seleccionados. Gracias por tus respuestas.

Me gusta leer una obra de cada Nobel que va saliendo. Después de leerte me apetece probar con esta.

@Faulkneriano hace 8 años

Es más fácil, Tharl, leer una obra de cada Nobel que de cada novel.

Buena reseña, sedacala. Me da que esta Nobel no es excesivamente leída.

@Kodama hace 8 años

Viendo los títulos traducidos de Svetlana, y los que quedan por traducir, parece que de ficción u obras noveladas nada. Ensayo y periodismo (artículos, entrevistas...).
Ya que no existe el Nobel de Periodismo no veo nada mal que de vez en cuando le otorguen el de Literatura a algún periodista que lo merezca (incluso lo veo necesario hoy en día cuando el periodismo tiene más de partidismo, sensacionalismo, subjetivismo e interés, que de objetividad, libertad y ética)
No puedo decir si Svetlana lo merece o no pues no he leído nada de ella, pero leyendo opiniones parece que ha sido merecido. Enhorabuena a la ganadora (como dicen por ahi, primera escritora de no ficción que gana el Nobel de Literatura este siglo).

@Poverello hace 8 años

Me he acordado del documental "Shoah", aunque en este no hablan quiénes sufrieron la tragedia, sino más bien quiénes fueron testigos mudos y algún que otro responsable. Pero también es terrible y cruda esa sucesión de voces y testimonios. Helado se queda uno.

@sedacala hace 8 años

Lo has resumido bien Poverello. Helado te deja este libro.