LAS HORAS por Guille

Portada de LA SEÑORA DALLOWAY

Me ha impresionado Woolf con este libro, el primero que leo de ella y, con absoluta seguridad, no el último. Me ha gustado todo, letra y música; todos los modos de la narración me han parecido portentosos, desde ese narrador, espíritu juguetón que se va colando en el alma de los personajes para mostrarnos sus monólogos interiores que, como tales, son algo caóticos, enrevesados, entrecortados, dispersos y saltarines, pasando por esos diálogos icebergs donde se mezcla con tanta agudeza lo dicho, lo callado y lo ni siquiera pensado, los sueños y hasta el discurso más tradicional de un narrador omnisciente.

Virginia Woolf comentó en una ocasión que solo se creía capaz de inventar situaciones pero no de inventar argumentos. Esta novela es un claro ejemplo, no de su incapacidad para el argumento (no somos tan íntimos… por ahora), sino de su habilidad e inteligencia para las situaciones, tanto las que mantienen el hilo de pensamiento (en realidad no hay argumento como tal) como todas aquellas engarzadas para crear el ambiente adecuado, para transmitir el sentimiento correcto o para describir el rasgo definitorio de cada personaje.

Toda la novela transcurre en un día y el tiempo es un personaje importante del libro (la autora barajó en un principio el título de “Las horas” para su novela, tal como después se tituló la obra de Michael Cunningham y la película de Stephen Daldry en él basada). El “reloj que daba la hora: una, dos, tres; qué razonable era el sonido”, imperturbable, indiferente a las alegrías y a las penas de “estos miserables pigmeos, estos débiles, estos feos, estos pusilánimes hombres y mujeres”, ese tiempo que nos machaca sin piedad (“Nada podía ser lo bastante lento; nada podía durar demasiado”), que incomprensiblemente ya transcurría antes de nuestra aparición y seguirá avanzando igual de incomprensiblemente después de que nos hayamos ido; que mantendrá el ritmo de la fiesta a pesar de que la muerte haga su presencia en ella una y otra vez.

Un libro maravilloso sobre el paso del tiempo y la soledad, la soledad en un concepto amplio que abarca tanto la imposibilidad de comunión con los demás como el enfoque existencial de un individuo sin dioses, solo ante el mundo y ante sí mismo sin una base sólida a la que aferrarse.

Cada uno tenemos una visión del mundo que tiene mucho que ver con la idea que tenemos de nosotros mismos y lo contentos o no que estemos de habernos conocido. Woolf no parece pertenecer al grupo de los satisfechos y eso que salimos ganando los demás. La literatura debía de servir a la autora como una catarsis y, al mismo tiempo, como una posibilidad de comunicación, de nexo con los otros, siempre difícil, siempre imperfecta, siempre deficiente, siempre decepcionante. El libro está repleto de sus obsesiones, de sus miedos, de sus debilidades. Cada personaje recoge una parte de ella, una parte no querida de ella.

La visión de conjunto sobre el ser humano es desoladora. Un ser dejado de la mano de dios, necesitado de comunicación, de roce e imposibilitado para una intimidad real, para un profundo conocimiento del otro, que le deja desamparado. Un ser veleidoso, caprichoso, vanidoso y perplejo ante la complejidad de la vida, que es incapaz de comprender como las cosas no pueden funcionar de forma más sencilla, tan fácil como acercarse a esa bella muchacha que el azar, que no es el azar, ha puesto en nuestro camino y decirle “Venga conmigo a tomar un helado” y que ella nos responda naturalmente “Ah, sí”.

Woolf es dura con el ser humano en general, pero fundamentalmente con ella misma. Es dura con la cobardía de Clarissa ante la realización de sus deseos, con su debilidad ante la opinión de los demás, con su esnobismo. Es dura con la inseguridad de Peter Walsh, siempre manoseando su cortaplumas, con su falta de ambición, con su falta de lucha en la consecución de sus objetivos, con su cobardía para hacer frente a sus sentimientos. Es dura con la frialdad ecuánime de Richard, con su serenidad, con su falta de pasión, con su falta de sensibilidad artística. Es dura con la insustancialidad de Hugh, con su bobería, con su autocomplacencia. Pero sobre todo es dura, durísima, con la señorita Kilman. Lo cual es llamativo.

La señorita Kildman que parece encarnar a la mujer liberada, autosuficiente, alejada de injustos sentimentalismos y capaz de hacer frente a la opinión dominante si la cree injusta, concentra, sin embargo, una buena parte de los odios de Woolf, quizás de los odios contra sí misma. No deja de ser significativa la descripción física que hace de ella:

“La señorita Kilman tenía más de cuarenta años; y, al fin y al cabo, no se vestía para gustar… No podía evitar el ser fea … un cuerpo desagradable cuya visión la gente no podía soportar. Se peinara como se peinara, la frente seguía pareciéndose a un huevo, blanca y desguarnecida. No había vestido que le sentara bien. Fuese cual fuere el vestido que se comprara.”

Woolf odia su inteligencia (“la inteligencia es estúpida”); su falta de compasión, su trascendentalismo frío; sus aires de superioridad, su intolerancia, su afán por someter a los demás con su alta moral y, cómo no, también su debilidad (“¿por qué deseaba parecerse a ella? ¿Por qué?”, refiriéndose a Clarissa a la que detestaba por su superficialidad).

Solo dos personajes se escapan a esta impiedad con el ser humano. Uno es Sally Seton, posiblemente la representación de su deseo, de su ideal, el espejo donde Clarissa no quiere mirarse, la independencia sin pretensiones, la claridad de sentimientos y de ideas, la mujer libre y dueña de sí misma. El otro es, claro está, el encargado de, en base a sus opiniones y a su propia vida, darnos una buena parte de esa imagen tan descorazonadora del ser humano, el imposibilitado para sobrellevar la vida, para “llevar una máscara de muecas”, el desesperado que ve la muerte como un abrazo, Septimus Warren Smith. Parece que este también tenía mucho de ella.

Escrita hace 8 años · 5 puntos con 8 votos · @Guille le ha puesto un 10 ·

Comentarios

@nikkus2008 hace 8 años

Buenísima reseña Guille... tengo una cuenta pendiente con Woolf... empecé "Las olas" y me estaba gustando mucho, pero luego lo dejé, cosa que jamás hago salvo con el Ulises de Joyce, porque ya no podía concentrarme y disfrutar de esa prosa tan exquisita... me prometí dejarla para unas vacaciones, donde no sufriera interrupciones de ninguna clase...

En cualquier momento agarro alguno de los otros libros que aunque seguramente sean igual de buenos, no creo que contengan la carga poética de "Las olas".

@Poverello hace 8 años

De Woolf sólo he leído una colección de relatos, que me transmitió todo lo que dices, Guille.

Es una exquisitez como escritora, como narradora de los sentimientos de los personajes. En esto me acordé de ella cuando leí a Munro.

@Faulkneriano hace 8 años

Buena reseña, Guille. Me encanta eso de los "dìálogos icebergs", que muestra muy bien cuáles son las intenciones de Woolf en esta espléndida novela.

¡Qué poderosa inteligencia la de esta mujer! ¡Qué poderoso arte!

@Tharl hace 8 años

Woolf y Joyce. Son las lecturas pendientes que más me pesan. De Woolf tengo claro comenzar por este libro. A pesar de todo, el modernismo es maravilloso. Y me costa que estos ingleses figuran entre lo mejor.
La confesión de no ser capaz de inventar argumentos sino situaciones, no sé yo si no es más una bravata muy elegante que una confesión. Woolf, como tantos contemporáneos suyos y lectores de Conrad, no tenía ninguna gana de crear argumentos. Se trata de mostrar, no de narrar. Como si la novela (o el cine) pudiera no ser narración, como si la literatura tuviera acceso directo a la vida y no fuera mediación. Prodigiosa ingenuidad.

@Guille hace 8 años

Gracias a todos por vuestros comentarios.

Este ha sido solo el principio de lo que espero sea una larga amistad con Woolf. Tengo a Las olas y Al faro en mi punto de mira.

Sobre Joyce, espero poder reunir algún día las fuerzas suficientes como para acercarme nuevamente a él y que no me desprecie en la forma en que lo hizo la última vez.

Tharl, más bien creo que es una declaración de principios. Desde luego, está bien claro que no hace falta el argumento para crear una obra de arte (esta de Woolf lo es), pero tampoco lo contrario. No todos los caminos conducen al Olimpo, pero sí hay unos cuantos y en nosotros está poderlos disfrutar todos.

@Faulkneriano hace 8 años

Las novelas que mencionas, Guille, son de dificultad creciente. La señora Dalloway, pese al uso generoso del flujo de conciencia, es más fácil que Al faro y mucho más sencilla que Las olas, la más difícil de Woolf que yo conozca. Orlando, un experimento culturalista, queda un poco al margen. Solo he leído cuatro (cinco, con Una habitación propia) obras de Woolf, pero eso tiene fácil solución. Reseñas como la tuya me lo recuerdan.

@Guille hace 8 años

Entonces me alegro mucho de haber empezado por esta, que soy muy rencoroso y a poco que me falten rompo la relación y adiós muy buenas.

Gracias por la información, seguiré con Al faro.

@Guille hace 8 años

El problema de los caminos al Olimpo es que no siempre pueden repetirse los mismo. En nuestro tiempo, ser fiel al modernismo de Woolf implica no escribir como ella y sus contemporáneos. Tiene que haber algún camino que no caiga ni en el argumento (novela decimonónica, supongo) ni en las situaciones (modernismo).

Solemos encadenar demasiado a Joyce a su Ulises y nos olvidamos de que su obra más rupturista y difícil (e intraducible al castellano) es Finnegans Wake, o de que Dublineses y Retrato del artista adolescentes son obras con autonomía y dignidad propia y no preparaciones a ninguna obra maestra. Yo tengo claro que empezaré por alguna de estas dos.

Espero llegar pronto a alguna de estas lecturas, que leyéndoos a uno se le entran ganas de dejar lo que está haciendo y salir hacia la biblioteca más cercana.

@Volsung hace 8 años

Como decían más arriba, leyendo esta reseña dan ganas de salir disparado a por el libre. Gracias por compartir tus impresiones Guille!

@Guille hace 8 años

Gracias a ti, Volsung.

Como lector que lo que busca es disfrutar con la lectura (y ello no tiene por qué implicar superficialidad), la novedad no es para mí un valor primordial. No dudo que un genio lo es en cuanto creador de algo nuevo, de una forma nueva de ver o de una forma nueva de expresar, y que eso abre caminos a otros sitios y a otros escritores y etc, etc, etc. Pero eso atañe a la literatura, a su desarrollo, y no a la percepción que yo tengo de ella ni al uso que yo hago de ella.

@Tharl hace 8 años

Comparto tu postura, Guille. No quise decir que no podamos disfrutar de la lectura de los clásicos-clásicos o los clásicos-modernos (!). Pero, aunque me pesara, no puedo evitar ser un varón blanco y occidental del siglo XXI (los 90’); leo desde el tiempo presente. Desde una perspectiva contingente que es la mía y ni puede ni quiere ser ahistórica. Vivo en una sociedad regulada por el capitalismo tardío y bajo sus problemas y contradicciones. Es inevitable que el disfrute que me produce un texto del pasado dependa de su rendimiento intelectual al comprender mi mundo presente y a quienes dependemos de él. Y es bueno que así sea.

Pero hay temas, motivos y problemas que me preocupan y urgen ser tratados aquí y ahora. Y requieren formas nuevas. Ese es el compromiso literario (no moral, social o intelectual) que debemos exigir a un verdadero escritor. Y por eso me hastían tanto los escritores profesionales que siguen escribiendo como si el siglo XX no existiera o como si aún siguiéramos en él. Deberíamos estar a la altura del espíritu de Woolf antes que de sus técnicas.

La originalidad, el genio y otras cábalas del estilo son cosas que atañen a una literatura de museo que bien poco me aporta. Pero, como lector, desatender estos otros asuntos empobrecería mi disfrute (para ese tipo de entretenimiento preferiría los videojuegos). Como lector no puedo desprenderme de estas cuestiones.

Perdonad la digresión.

@Guille hace 8 años

No hay nada que perdonar.

Aquí volveríamos a entrar en la discusión que ya tuvimos y en la que fue imposible llegar a un acuerdo. Yo mantengo que existe una naturaleza humana inmutable que nos define a lo largo de tiempos y espacios. Y ello creo que es la base para que clásicos de hace 2000 años puedan seguir siendo interesantes hoy en día, para que lo escrito en China o en Tanzania se pueda leer con placer y no solo por exotismo en España o en Groenlandia. Personalmente, en literatura, me interesan poco los problemas políticos y sociales (creo que hay otros formatos más útiles para estos temas) y mucho más los humanos, esos que apenas han cambiado desde que bajamos del árbol.

El libro de Woolf no es el retrato de una época, que también, es un retrato de nosotros antes, ahora y, hasta que se produzca un nuevo cambio genético positivo para la especie que nos deje a nosotros en la cuneta, siempre.