PECULIAR HECHIZO DE MACCULLERS por sedacala

Portada de LA BALADA DEL CAFÉ TRISTE

He terminado de leer “La balada del café triste” con la convicción de que éste es uno de los relatos más sugerentes que leí, y como tal afirmación, en principio, podría parecer un poco excesiva, ésta reseña servirá para matizarla y contextualizarla.
Érase una pequeña y sencilla historia, sucedida, no en un pueblo, sino en una perdida aldea sureña, dilatada en el tiempo, y con apenas tres personajes, callados dos de ellos, locuaz el otro. Su tono es cálido y acogedor, como salido de la inocente boca de una niña de doce años, y sin embargo, también es bronco y abrupto, o al menos, la personalidad de Miss Amelia Evans, la protagonista, es más o menos así; en cambio, su deforme primo Lymon es de un carácter, cuanto menos, impreciso y tendríamos por insólitos los repentinos cambios de clima que aparentan surgir como respuesta a ciertos comportamientos humanos. Nada de esto último es cálido o acogedor, sino, fuerte, áspero y contrastado, ensanchándose, en consecuencia, los márgenes del relato. Por último aparece la incertidumbre de la mano de la propia autora que, con su punto de agitación, desasosiega un poco al lector; no nos dice quién es el primo Lymon, ni porqué aparece inopinadamente sin que se sepa su origen; ni nadie sabe tampoco por qué miss Amelia es especial, ni por qué su vida es, también, tan especial. Pero, más que desorientación, hay inquietud por saber el porqué del matrimonio de miss Amelia, extraño matrimonio y seguramente extraño desenlace. Tampoco se sabe que está pasando arriba, en las habitaciones del piso alto, en las que algo importante pasa, pero se desconoce. O sea, que la narración va sembrando, en toda su extensión, porqués, dudas, extrañezas, propagadas con un tono leve, con personajes contundentes y de manera enigmática. Sería natural que el lector anduviera confuso, pero no es así porque, sorprendentemente, todo esto siembra atractivo, no confusión, y eso que aún queda el rasgo más atrayente de los que, hasta ahora, le he atribuido a este relato de Carson MacCullers. Es aquello que dije de que parece salido de la inocente boca de una niña de doce años: un aliento poético, sutil, fácil de percibir y difícil de explicar en su esencia, que se desprende de una escritura sorprendentemente próxima a lo naif y con la languidez propia de unos personajes que sentimos distantes. Ellos se nos muestran abstraídos en su mundo interior; por más que la escritora determine sus peculiaridades de forma precisa, sus personalidades son insólitas y borrosas. MacCullers acierta con una locuacidad sencilla, deliciosa hasta rozar la candidez, pero a la vez, cargada de inquietud por todo lo que rodea el relato convirtiéndolo, como dije, en uno de los más sugerentes que haya leído nunca. La intención de la autora al crear esas incógnitas, no es introducir mecanismos de misterio o intriga al estilo policíaco. Cada insinuación añade al espíritu de los espectadores del pueblo, curiosos y entrometidos como lo son siempre en los pueblos pequeños de cualquier parte, una estimulante curiosidad. También al lector le asalta la incertidumbre, pero sin inquietarle; más que eso, le cautiva e incluso le desafía, con estimulante descaro, a pergeñar explicaciones o hipótesis que acentúen, más aún, el tono cadencioso y melancólico del relato. En el texto se amalgaman sensibilidad y técnica tramadora en dosis perfectas, buscando conformar un espacio tangible y propicio para que en él brote y se desarrolle su ingenio. El resultado es cálido, inspirado, sin bajones de intensidad en su desarrollo y con un final abierto en el que disfrutar la sensación de leer algo de impreciso atractivo, por estilo, por trama, y por su capacidad de crear ensoñación. Podría decir muchas más cosas sobre esta historia: que cómo era Miss Amelia al principio, que cómo era después, que si el amor está en el centro de la trama, que si su matrimonio…, pero no lo haré porque no creo que el argumento sea la clave. Encuentro más las claves en la extraña personalidad de la protagonista, y en el talento literario de la autora, sobre todo en esto último, que es lo que he tratado de desmenuzar a lo largo de la reseña.
Pero como suele ocurrir con frecuencia con el talento en literatura, su identificación puede ser difícil. Yo he creído verlo en este relato, y por eso fueron buenas mis sensaciones, pero tampoco puedo dejar de reconocer que los comentarios que aporto, son imprecisos, subjetivos y etéreos, de lo que fácilmente puede extrapolarse que otros verán otras cosas. Para que cualquiera valore positivamente la novela, habrá de sintonizar con las cualidades que la autora ha esparcido por el texto (o al menos, con lo que algunos pensamos que lo son). El lector que no lo haga, se preguntará por qué el relato “La balada del café triste” está tan valorado, y sólo le parecerá uno más de la colección que Carson MacCullers incluye en su libro homónimo en el que, por lo demás, ninguno llega al acierto de éste.
Eso es todo lo que tenía que decir sobre esta novelita de 82 páginas, pero, también, quería añadir algo sobre su autora. Leí hace tiempo “Reflejos en un ojo dorado”, novela que pasó por mi mente sin decirme absolutamente nada y en la que, distraídamente, no fui capaz de apreciar el especial carácter de la pluma de Carson MacCullers. Claro, yo, entonces, no sabía quién era Carson MacCullers. Tiempo después, leí “El corazón es un cazador solitario”, y recuerdo que estuve una temporada yendo en metro y me llevaba ese libro para pasar el trayecto leyendo, y lo recuerdo porque fue el momento en que, algo se despertó en mí, y empecé a interesarme por ese tipo de historias desgarradas, ambientadas en aquella convulsa sociedad, hasta extremos nunca alcanzados con otros autores sureños que había leído. Tal descubrimiento, inoculó en mí el interés por su persona, enseguida busqué su biografía y, encontrada, me lancé a leerla con la sana intención de que el conocimiento y la comprensión de su mundo particular, me ayudasen a entender mejor sus novelas, y, en ese proceso, me sorprendió mucho su extraña y casi incomprensible personalidad. “La balada del café triste”, está en esa línea de sofisticación, extraña e incomprensible pero sumamente sugerente y atractiva, de la escritora. Como en casi todos los creadores de historias, sobre todo los que tienen características tan acusadas, los aspectos autobiográficos están siempre al acecho, preparados, esperando el momento oportuno para hacer su aparición. Miss Amelia Evans, la protagonista de “La balada del café triste” es, en una gran parte, la mismísima Carson MacCullers; un metro ochenta y uno de mujer adusta, desaliñada, andrógina, de enorme talento musical, con una desmedida y autodestructiva afición por el alcohol y el tabaco, curiosamente desafecta al sexo, y de temperamento recio y reseco pero, terriblemente vulnerable, con los treinta y cuatro años que tenía, cuando se publicó esta singular novela corta, el año de gracia de 1951

Escrita hace 8 años · 5 puntos con 4 votos · @sedacala le ha puesto un 9 ·

Comentarios

@Tharl hace 8 años

Leí esta colección de cuentos en el entusiasmo que me despertó "El corazón es un cazador solitario". Solo recuerdo el que comentas y no le ha tratado bien mi memoria, aunque en su momento me gustó mucho. Lo que hoy más recuerdo es ese olorcillo naif, un estilo algo ñoño, como de fábula fantástica y una molesta pretensión de dar lecciones sobre el amor… También recuerdo cierta perversidad inseparable de la fábula que fue lo que más me gusto. Me lo apunto para una relectura, aunque solo sea porque rememorando el “hechizo” del cuento se me vino al pensamiento esa rareza irrepetible que es “La noche del cazador”.

@sedacala hace 8 años

Hola Tharl. Tu comentario es un claro exponente de eso que digo en la reseña. Te puede caer bien y gustarte mucho, o te puede parecer un sinsentido; las dos opciones, y otras muchas intermedias, son perfectamente posibles. Lo raro es que dices que te gustó pero que con el paso del tiempo dejó de gustarte. Hay lecturas que, aunque te gusten, enseguida se te olvidan; hay otras que no te gustan tanto, pero que, poco a poco, mejoran en tu recuerdo. Pero que te guste leerlas y que luego la memoria transforme ese recuerdo hasta convertirlo en ñoño y pretencioso es algo que se me hace raro y que, desde luego, no recuerdo que a mí me haya ocurrido nunca.

Cuando mencionas “La noche del cazador” supongo que te estás refiriendo a la película dirigida por Charles Laughton. No sabía yo de su existencia, o mejor dicho, me sonaba muchísimo porque estuve a punto de verla, en el programa de Garci, hace muchos años. A lo mejor me animo a verla ahora. Lo que no recordaba es la identidad del director, pero bueno, para eso está Internet.

@Tharl hace 8 años

Efectivamente Sedacala, me refiero a “La noche del cazador” de Charles Laughton, quien no volvió a rodar por el fracaso tras la cámara de su única película y obra maestra, y con un gran Robert Mitchum. Guste o no, es una película única. Pero no sé hasta qué punto está justificada la extraña relación que se ha establecido en mi recuerdo entre este cuento de McCullers y la la película.

Me sucede con frecuencia esto que a ti te extraña, más que el que un libro crezca en mi memoria, y es maravilloso cuando sucede; e incluso que un libro que me entusiasmó caiga en el olvido. Tiene una explicación sencilla y sé que ambos disfrutamos de estos análisis reflexivos sobre el componente subjetivo de toda lectura. Cuando un libro me gusta es porque lo leo de cierta manera que me inclina a fijarme en ciertos aspectos que valoró de modo positivo y que serán los que queden grabados en mi memoria. A medida que voy leyendo nuevos libros y reflexionando sobre cómo leer y por qué voy cambiando me manera de leer, ergo me fijo en otras cosas y las valoro de modo diferente. Es lógico que este cambio se proyecte retroactivamente en mi recuerdo y, por tanto, que juzgue mis lecturas pasadas desde mis nuevos criterios y que el resultado no sea tan positivo. Evidentemente no es un juicio en el que hay que confiar, porque si leyera de nuevo esas obras las leería fijándome en otros aspectos que podría valorar (o no) positivamente y que haría que me siguiera encantando el libro, pero en mi memoria sólo puedo valorar mi lectura anterior.
A veces he releído un autor que en su momento estaba entre mis favoritos pero que, al cambiar mi gusto lector, me he ido distanciando de él y se confirmó mi distanciamiento. Herman Hesse, que antes de los 20 era mi escritor favorito, ahora, a raíz de mi lectura de Un lobo estepario, me resulta insoportable. También me ha sucedido lo contrario. En cine, que es más cómodo de revisar, me sucede mucho. “La noche del cazador”, mismamente, pasó de parecerme ridícula a resultarme una de las películas más fascinantes que he visto nunca. Y eso que hace muchas cosas (simbolismo, moralismo ingenuo, preciosismo, etc.) que no soporto.