IGNATIUS REILLY, MEDICINA Y ENFERMEDAD por Tharl

Portada de LA CONJURA DE LOS NECIOS

El éxito de Ignatius es como para preocuparse. Habrá pasado los treinta e Ignatius Reilly no ha hecho nada con su vida. Lleva la existencia de un parásito en casa de su sobreprotectora madre, explotando a la desgraciada mientras finge ser un genio incomprendido, como Boecio; escribe libros que jamás verán las librerías; acude religiosamente a su cita con la televisión y el cine comercial decidido a enfadarse y despotricar contra ellos para alimentar su ego; se justifica en los fallos -¿psicosomáticos?- de su “válvula”, esconde sus miserias en la superficie de un pensamiento medieval cargado de “teología y geometría” y vive obsesionado con la única mujer -a excepción notable y freudiana de su madre- que le ha prestado atención: Myrna Minkoff, su reverso “progre”, otra descerebrada y parásito con quien mantiene una ridícula relación epistolar. Ignatius es un ser patético. Un imbécil, un inútil para la vida. En resumen, un necio. Y sin embargo, visto su éxito en el mundo de la novela y entre los lectores, parece ser un genio.

En verdad Ignatius no podía ser de otra manera. Es el producto de un mundo absurdo, esa Nueva Orleans del sinsentido, el capitalismo y la industria del vicio y el entretenimiento que él tanto critica y de una crianza sobreprotectora en un estado del bienestar. Es síntoma de algo que funciona mal en este mundo y, al mismo tiempo, su mayor enemigo: la medicina-reacción a sus propios males que produce una sociedad enferma. Ante este mundo loco, esta sociedad capitalista y la miseria moral, desde el sofá Ignatius dice NO. No está dispuesto a entrar al juego y trabajar. Ignatius, el héroe de la resistencia, la última barricada, el refugio en el cinismo y la ironía.

Pero el sistema es implacable y en forma de accidente automovilístico le obligará a trabajar. Aquel día que Ignatius salió de casa en busca de empleo, algo cambió para siempre. Con una estructura quijotesca, “La conjura de los necios” relata las sucesivas salidas de Ignatius y sus aventuras laborales y de quienes se cruzan en su camino. En ellas se desenmascaran todas las miserias y absurdos de este mundo, que es el nuestro con el disfraz de la sátira, condensado en la Nueva Orleans de la novela. Ignatius Reilly: síntoma, medicina y diagnóstico de un mundo enfermo.

Pero tal vez lo más sorprendente sea que un personaje aparentemente tan disfuncional y tan necio sea el único capaz de tener éxito en un mundo como este y su principal motor de cambio. Especialmente si atendemos que la causa primera de todas sus aventuras no es otra que la seducción de Ignatius hacia el lector y hacia sí mismo. Y en verdad lo consigue a base de cinismo e ironía. Quiere convencernos (y convencerse), igual que a Minkoff, de que en realidad no es el patético parásito que parece, sino un genio. Y, juzgando por cómo se resuelven las cosas, parece serlo. Accidentalmente Ignatius pone en marcha unos hilarantes mecanismos que resuelven la trama policial y conceden a cada personaje un final feliz a su medida: su madre, Marcuso, Robichaux, Miss Trixie, Minkoff, él mismo… Y lo más importante, todo sale de maravilla para las empresas para las que pasa. Así, tras su paso por Bermudas Levy y de su habitual vagancia, irresponsabilidad y locura, la empresa abandona su decadente modelo fordiano a favor del taylorismo y una estructura más afín al neoliberalismo. La medicina suele ser, al mismo tiempo, veneno; e Ignatius no es la excepción. En un mundo absurdo sólo un ser igual de absurdo sabe cómo moverse y salirse con la suya, aunque todo sea por accidente. Ignatius, el vago, el cínico, el revolucionario, es quien acaba haciendo avanzar el sistema y quien lo perpetúa con todos sus sinsentidos. No es que él sea un genio o lo contrario, es que cuando el mundo se ha convertido en una conjura de los necios, el más necio de todos es el rey.

He aquí mi propuesta de lectura: La conjura de los necios no es contra Ignatius, es, en realidad una conjura desquiciada e impersonal. Algo así como la conjura de la conjura, por parafrasear en clave afín a la novela aquello de “la voluntad de la voluntad”. Una estructura de la que nadie se beneficia y en la que lo único que funciona es el absurdo que se perpetúa a sí mismo a través de Ignatius: su síntoma, diagnóstico, medicina-reacción y enfermedad. Un diagnóstico lúcido de nuestro tiempo.

Tal vez parezca precipitado hacer coincidir hasta tal punto el mundo de una sátira, grotesco y exagerado por definición, con nuestro presente; pero me parece que el éxito que sigue cosechando Ignatius más allá de las páginas, entre los lectores, lo legitima por completo. Ignatius Reilly ha pasado a esa larga lista de personajes irónicos (Holly Golightly, Scarface, El lobo de Wall Street, etc.) que son leídos, admirados e imitados como héroes. En el papel, mientras lo lees, el personaje resulta cómico y aun simpático, ¿quién no ha soltado alguna carcajada con la novela?, pero al levantar la vista del libro y mirar alrededor no tiene ni puta gracia. Conozco demasiados Ignatius. Tal vez hay algo de él en todos nosotros, posmodernos. Productos del capitalismo de consumo, universitarios a quienes deberían haber graduado con una gorra de cazador verde. Productos de universidad incapacitados para el trabajo y la vida, adorando eufóricos la misma industria de consumo, aunque sea industria cultural, que critican y ante la que, como única respuesta y para sentirse mejores o, por lo menos, diferentes, adoptan una actitud cargada de ironía y cinismo. Cada uno suele ser el centésimo Bukowski del siglo XXI o el próximo Lenin, y si nadie edita sus textos es porque son demasiado “innovadores” o “provocativos” y el mercado demasiado “mainstream”. Y mientras en torno a unos vinos y una tabla de quesos pagadas con dinero de sus padres o de una beca de los contribuyentes se lamentan de su situación actual y critican la cultura de masas, todos brindamos por Ignatius Reilly, medicina y enfermedad de nuestro tiempo.

Escrita hace 8 años · 5 puntos con 4 votos · @Tharl no lo ha votado ·

Comentarios