VULGAR por salakov

Portada de UN HOMBRE ENAMORADO (MI LUCHA, TOMO II)

Vida vulgar. Existencia vulgar. Introspecciones pretendidamente elevadas, y sin embargo, a causa de ello, incluso más vulgares. Y esa prosa limpia y mecánica que destacan algunos medios, prosa pop, prosa ligera, también vulgar.

Empieza la novela: paseo a mis tres hijos por el parque, mi mujer se ha vuelto una extraña, voy a una insoportable fiesta de guardería de mi hija mayor, soy un calzonazos: 150 páginas. Ahora cuento un poco cómo conocí a mi esposa y me enamoré de ella (quizá las mejores páginas de esta novela): 300 páginas. Entre medias, inserto introspecciones “elevadas” (nótese el entrecomillado) sobre Dostoievski o conversaciones pretendidamente existencialistas con mi amigo Geir. Para que se vea que me quejo hasta la arcada de mi vulgaridad, pero muy en el fondo soy profundo que te pasas. No os equivoquéis.

Y prosigue la novela: no soporto a mi suegra (¿quién la soporta?), de vez en cuando como, de vez en cuando también bebo, tengo una vecina que me toca mucho los cojones: 500 páginas. Y pim pam, otra conversación trascendental entre amigos escritores, en ello que cambio un pañal, friego el suelo, miro árboles, cocino, otra copa con mi amigo Geir… y 600 páginas después de vida vulgar, existencia vulgar e introspecciones aún más vulgares, voy y menciono a Kiefer, —joder, ¡oh!, flipándolo ahí como lector, porque ya estaban tardando en hacer referencia a él todos los escritores del mundo, porque Kiefer es tan bueno que es raro que no lo mencione todo Dios—, y comienzas a leer con detenimiento y emoción:

«¿Has visto ese cuadro de Kiefer? Un bosque, no ves más que árboles y nieve, con manchas rojas entremezcladas, y luego están nombres de algunos poetas alemanes, escritos en blanco, Hölderlin, Rilke, Fichte, Kleist. Es la mejor obra de arte realizada después de la guerra, tal vez en todo el siglo pasado. ¿Qué aparece en el cuadro? Un bosque. ¿De qué trata? Bueno, pues de Auschwitz. ¿Dónde está la relación? No trata de pensamientos, penetra en lo más profundo de la cultura, y no se puede expresar mediante pensamientos El cuadro se titula Varus.»

Y arrrrrrggggh, tras este prometedor párrafo introductorio, que en mi opinión resulta explícito y suficiente, aguarda otra disertación pretenciosa, pedante y sin ningún tipo de sentido, otro tirarse el moco más del bueno de Karl Ove, quien escribe “para recuperar el mundo”, coño, joder…

«Cuando leo a Lucrecio, todo trata del esplendor del mundo. Y eso, el esplendor del mundo, es un concepto barroco que seguramente se extinguió con él. Trata de las cosas. Lo físico de las cosas. Los animales. Los árboles. Los peces. Si a ti te da pena que haya desaparecido la acción, a mí me da pena que haya desaparecido el mundo. ¿Pero qué es el Apocalipsis? Los árboles que desaparecen en Sudamérica. El hielo que se derrite, el nivel de agua que sube. Si tú escribes para recuperar la seriedad, yo escribo para recuperar el mundo. Bueno, no este mundo en el que me encuentro. Precisamente no lo social. Los Gabinetes de Curiosidades del Barroco. Los Cuartos de las Maravillas. Y ese mundo que está en los árboles de Kiefer. Es arte. Nada más.»

Y así todo.

¿Y sabéis lo peor de todo? Que le falta rabia. Es un llorón sin rabia, este tipo. Se queja, se lamenta, se hace cruces, alardea de ir a pecho descubierto… pero en el fondo le falta rabia. Un cagarse en Dios a tiempo, le falta, una prosa más fuerte, un exabrupto más sincero, un poco de humor sarcástico y cabrón sobre lo miserable de su existencia. Es un cronista del patetismo, un cronista sin sangre. Y en la “literatura del yo”, eso resulta imperdonable.

Así las cosas, este segundo tomo de “Mi lucha” (4ª mejor novela del 2014 para Babelia, cuidado, como para volver a hacerles caso: http://cultura.elpais.com/cultura/2014/12/18/babelia/1418927732_556078.html), resulta una lectura entretenida, incluso ágil, pero bastante insatisfactoria. Su ingenuidad no da lo que promete. O al menos lo que yo busco en la gran lectura introspectiva y personal: Pessoa, Pizarnik, etc. Eso mismo que encontré en la fantástica “Una cuestión personal” de Kenzaburo Oé. O en escritores noruegos, eso que supe ver en el Thomas F. de Kjell Askildsen. Un desangrarse. Una voz que se alce. Un compendio de revelaciones. Un grito.

No un diario inane del lamento, no una escenificación de la rutina. No la frialdad de esta crónica de la repetición que es “Un hombre enamorado”.

Y eso.


P.D.: “Varus” es un gran cuadro, como todos los de Kiefer, pero a los que habéis llegado hasta aquí recomendaros otros dos cuadros del alemán: “Las célebres órdenes de la noche” o “Flores de ceniza”. O buscad también la instalación: “Las mujeres de la revolución”. De nada.

Escrita hace 9 años · 5 puntos con 6 votos · @salakov le ha puesto un 4 ·

Comentarios

@Tharl hace 9 años

Me habían recomendado el primer tomo. Del segundo me advirtieron que era peor. En cualquier caso son demasiadas páginas para correr el riesgo, más después de leerte. No seré yo quien niegue que la rabia es estimulante, la ironía el mejor modo de sentirse inteligente, pero a veces la reflexión (en todos sus sentidos) es, en el fondo, más literatura aunque menos comercial. Claro, que si el autor confunde reflexión con la pretenciosidad...
Proust, ni rabioso ni irónico, era un genio. Esa es la ironía que a mí me gusta, la que se deja al lector; no la que rebaja a los personajes para reafirmarse como narrador

@salakov hace 9 años

A mí me gustan la rabia y la ironía. Pero, en cualquier caso, lo que demando de la literatura del yo es... INTENSIDAD. Esa es la palabra concreta. Algo que eleve, que sobrecoja por su prosa, que escueza de puro buena que es. Y, en mi humilde opinión, este libro no llega.

@Tharl hace 9 años

También me gusta la rabia, pero cuando tiene razón de ser. Me molesta mucho la impostación de ellas, la moda de ser un enfant terrible o un poeta maldito. La ironía en literatura me gusta según la forma. Me suele molestar la sátira cuando deshumaniza a los personajes convirtiéndolos en caricaturas; me molesta cuando su único propósito es ensalzarla inteligencia del narrador y agasajar la del lector a costa de los personajes; cuando la ironía es tan burda que sesga la interpretación en una única dirección empobreciendo la obra. Me gusta, en resumen, la ironía como ambigüedad. La rabia y la ironía si no aportan nada, me producen el efecto contrario. Pienso ahora mismo en esa chorrada de “Relatos salvajes”, por ejemplo. Así que estamos de acuerdo, lo importante de esta literatura es la intensidad. Y yo añadiría la penetrancia, la capacidad de sugerir e iluminar lo oculto y los autoengaños, las trampas mentales y personales, todo aquello que suele quedar al margen en las narraciones del yo, aquellos hilos de nuestra vida que solemos dejar abandonados. Proust, al menos en el tomo 1, era un genio en esto.
Volviendo al libro, me basta una humilde opinión fundamentada como la tuya para ponerme en alerta. Mucho me tienen que convencer si quieren que lo lea, que son muchas páginas y ya estoy sobre aviso.
Un abrazo

@salakov hace 9 años

A mí "Relatos salvajes" me gustó mucho, fíjese. Los cortometrajes del Audi y de la boda, sobre todo. Y es que creo que, muy en el fondo, pese a nuestra pretendida educación y robótica urbanidad, no estamos tan lejos de convertirnos en animales furibundos e irreflexivos.

A mí, al menos, a veces me pasa. Vaya.