ALDECOA Y LA POSGUERRA por sedacala

Portada de CUENTOS

Seguro que a cualquier español le habrán dicho alguna vez aquello de “tienes más cuento que Calleja” (Saturnino), pero de la guerra para acá, el mejor escritor español de cuentos es, por lo visto, Ignacio Aldecoa. Así que armado con esa fe, que me ha sido previamente revelada, me dispongo a leer los cuentos suyos que incluye esta recopilación de Cátedra.
Vaya por delante que, no siendo aficionado a relatos de menos de cuarenta o cincuenta páginas, dudo que su lectura me llegue a producir ningún éxtasis y, en ese sentido, he de dar la razón a los que han dicho, empezando por el mismo Aldecoa, que el relato corto constituye un género en sí mismo, no como pasarela de acceso al estrato superior de la novela, sino con entidad propia, con mecanismos de creación y de interpretación independientes, y con tanta categoría como los demás géneros literarios. Por ello, en razón de sus coordenadas específicas y de complicado acceso para mí, tengo que suponer a priori la improbabilidad de que pueda aportar lo que el género exige, que es mucho, y me llevará seguramente a disfrutar sólo parcial y limitadamente.
La primera observación que anoto es que casi todos los cuentos son muy cortos, incluso de menos de diez páginas, lo que, inevitablemente tiene consecuencias directas en su contenido: son pura anécdota (por breves, no por insignificantes), son apenas, retazos de realidad, decía yo para expresar lo mismo refiriéndome a “Dublineses”, son instantáneas extraídas de la vida, que apenas duran unos minutos, pero, ¿qué son unos minutos en la vida si, además, suele tratarse de los más cotidianos? Pues apenas nada, ese tiempo es sólo un destello, sus cuentos tienen poco contenido, son poco densos; pero por más que representen tramos cortos de vida, hay que convenir en que, para cada personaje, las circunstancias vividas en esos destellos podrían tener importancia, de hecho, con seguridad, la tienen.
Así pues, su pequeña extensión y el efecto subsiguiente, su ligerísima trama, tiene como consecuencia un relato en el que pueden ocurrir dos cosas; una, que el meollo de la pequeña historia de tan obvio no pueda escapar a la captación del lector; otra, que esté solapado, que, camuflado bajo su aparente sencillez, sea difícil dar con él. Según mi experiencia, en la mayoría de casos no descubro tal meollo, (si es que existe), lo que me hace percibir el relato como un texto extremadamente simple que así, en un pronto, ni catalogo como bueno, ni como malo.
Entonces, ¿qué se puede deducir del contenido del párrafo anterior? Mi conclusión es que, el impacto que ejercen estas historias, viene impuesto por la sintonía que tenga el lector con las circunstancias propias del cuento; si traspasa el umbral que permite entrar a contemplar la historia desde dentro, no desde fuera, el panorama cambia.
Pongo dos ejemplos: El primero trata de un grupo de trabajadores del campo pillados en el paréntesis que hacen en los momentos más duros de su trabajo, aprieta un calor inclemente, se adivina el frescor del agua del botijo, se lo pasan entre comentarios rutinarios, surge una leve conversación entre unos y otros, y… y ya ha terminado. ¿Sintonía de este lector?, poca. En el segundo ejemplo, un matrimonio se sienta a la mesa en la periódica comida de los domingos, con sus hijas y con sus maridos; conversan, ellos de negocios, ellas sobre chismes, después llega el hijo soltero y la conversación se desplaza hacia una incómoda incursión en las convenciones sociales, se acaba la comida y la conversación, y se van al futbol. ¿Mi sintonía?, mucha, me interesó y, por tanto, me gustó. Esta recepción radicalmente diferente de ambos relatos, ¿tiene sentido? En ninguno de los dos la ínfima trama da cambios bruscos, la situación de los personajes permanece inmutable en su escasa duración, los diálogos expresan estados de ánimo, o la manera de pensar de los personajes, pero, en ambos relatos por igual, ¿por qué entonces uno sí y otro no? Se me ocurre pensar que soy un lector demasiado ajeno al mundo rural, que no siento con la debida intensidad el pequeño drama, o la pequeña comedia, que están representando esos campesinos en su escenario natural, que es la tierra, es algo externo a mí mundo y, aunque lo intente, no consigo sentir la impronta que conlleva; en tanto que yo, ese mismo lector, que he vivido siempre en familia, en mi ciudad, con unos hábitos parecidos y con unos vecinos o amigos que también llevan una vida similar, percibo la sobremesa dominical de estos vitorianos (supongo que habla de sus conciudadanos), como algo que capto desde dentro y que, desde ahí, me afecta y lo reconozco como propio y casi casi diría que lo vivo como supuestamente lo viven los personajes y como probablemente lo vivió, el propio Ignacio Aldecoa, el día que lo escribió.
Hay otra cuestión que me interesa traer a colación, porque viene muy al hilo del razonamiento del párrafo anterior; se dice a menudo con referencia a estos cuentos o a cualquier colección de cuentos o relatos en general: “… son irregulares, los hay muy buenos, pero también menos buenos, los altibajos son inevitables, el autor no puede mantener siempre el mismo nivel de excelencia …” Para poder enunciar con cierta base la manida frase anterior, habría que establecer la valía de cada cuento, ser capaz de ponerles nota, de catalogarlos como buenos, o como menos buenos; ¿acaso hay algún patrón, alguna vara de medir, alguna referencia válida a la que arrimar estos cuentos para poder, en la comparación, dilucidar si son buenos o no? Yo no creo que el manejo del lenguaje establezca diferencias entre unos y otros, porque todos están bien escritos y en cuanto a su argumento, es tan leve que malamente serviría para anteponer unos a otros. ¿Qué queda entonces para poder evaluar la categoría del cuento; habrá tal vez algún criterio oculto, o de difícil concreción, que a mí —inexperto consumidor de relatos cortos—, se me haya escapado? No lo creo y si he de guiarme por mis sensaciones para valorar, sólo me queda el asunto que tratan, el ambiente en que se ubican y el talante de sus personajes. Así que vuelvo tercamente a lo que ya dije; si empatizamos con todo eso, el cuento nos agradará y nos parecerá muy bueno, si no, la lejanía afectiva nos lo hará aparecer como flojo. Quiero decir que, objetivamente, los cuentos de Aldecoa son todos buenos, están bien escritos y su estructura es tan sencilla que no pueden ser malos. Ahora bien, podrán entretener, emocionar, sorprender, hacer meditar… o también podrán pasar de largo sin producir casi ningún efecto, todo ello en función de los gustos particulares de cada cual y de su facilidad para sintonizar con las situaciones. Al menos, así me están afectando a mí; los ejemplos contrapuestos del mundo rural y de la burguesía, son extensibles a los otros temas que aparecen aquí y que fluctúan entre el interés y la desafección.
Pero hay una última cuestión, que también puede influir en la reacción que produce el cuento: la tristeza que caracteriza el ánimo mayoritario de la franja de población que suele protagonizar sus cuentos; una tristeza desesperanzada, cuando se trata de pobres y oprimidos y si son burgueses, la tristeza preñada de amargura de los vencedores que —en lo más profundo de su ser—, sienten que no son ganadores del todo. Ese ánimo decaído de las capas populares y parte de la burguesía, influye en sectores muy sensibles de la sociedad —caso de los movimientos literarios—, que adoptan una actitud crítica, al menos, en la medida en que les era permitido. Estos relatos, por su datación, están dentro de los movimientos literarios de los años cuarenta y cincuenta; en plena depresión anímica, Aldecoa muestra su malestar al régimen y lo demuestra con su inclinación a acentuar los padecimientos sufridos por seres desvalidos y vulnerables, o en caso contrario, por mostrar la mediocridad de una burguesía deleznable, que detestaba. Aun así, lo triste no ha de producir necesariamente mala impresión, literariamente hablando, incluso podría producirla buena; empero, es verdad que leer repetidas historias cortas hace que la tristeza desanime más, por reiterativa, que si se tratase de novelas largas en las que, una vez dentro del libro, se acomoda uno pronto a la situación.
He escrito esta reseña según leía los cuentos, pero no de un tirón sino espaciadamente, teniendo así la oportunidad de ir corroborando poco a poco lo ya dicho, y efectivamente me reafirmo en ello, como lo prueba el hecho de que el cuento que más me ha gustado, incide aún más que los otros en temas para los que estoy especialmente predispuesto. “Young Sánchez”, que se sitúa en un barrio de Madrid —no dice cuál pero da lo mismo—, contiene un retrato magnifico de Paco, de su mundo y de las personas que lo habitan. Paco, es un chaval que intenta salir de su incierto destino particular triunfando en el boxeo. Paco vive, con una madre esclava del trabajo, su padre enfermo y una hermana poco agraciada, en la modestísima vivienda familiar; cuando sale charla con todos, con los amigos en la calle o en la barra del bar, también con los vecinos, con los antiguos compañeros de colegio, con los vendedores de las tiendas o del mercado, con el quiosquero que le vende el Marca, con una plausible novia que es dependienta, con su manager y entrenador, con otros compañeros en el gimnasio, o con los jugadores de mus del bar que le adulan en sus ilusiones boxísticas. Paco tiene una inminente pelea en Valencia en la que está toda su ilusión y en la que está su única posibilidad de escapar de su destino, porque sabe que el mundo del boxeo es el último asidero al que agarrarse para salir de la mediocridad; bueno pues, pese a todo, Paco tiembla, la ansiedad le puede.
Todas estas cosas me llevaron, como urbanita innato que soy, a visualizar en la memoria el recuerdo de aquel lejano universo del barrio que conocí y que se parecía mucho a éste de “Young Sánchez”. Los personajes de este cuento se expresan con un lenguaje muy específico, muy propio del ámbito urbano que lo acoge, lo que me viene al pelo para terminar la reseña hablando de los diálogos que utiliza y de la precisión con que refleja el habla, o la jerga propia de cada ambiente.
Me agrada menos cuando trata del mundo rural y no sólo porque me sea menos afín, sino también porque creo que se excede con su empeño de adoptar, en las dos o tres páginas iniciales, unas maneras preciosistas, con demasiados cultismos, utilizando palabras inhabituales (rescoldo de su vocación poética) que exigen tirar de nota a pie de página, en una especie de introducción poética que, pasado ese comienzo, deja, para volver y centrarse en la pequeña trama del cuento, otra vez con los diálogos sobrios, elocuentes, costumbristas, amanerados, o como sea que hablen los personajes de cada grupo social, o geográfico en que se ubiquen sus personajes.
Me agrada más, sin embargo, cuando los escenarios campesinos dan paso a los urbanos, en “Young Sánchez” volví a oír, tras muchísimos años, formas de expresión populares sacadas de mi infancia, vocablos que entonces hacían furor, tics chulescos, giros verbales constantemente en boca de la gente de los cincuenta, en calles de entrañable carácter, en el omnipresente metro, en unos bares que eran el sustitutivo de la sala de estar, en unos billares que ocupaban el tiempo sobrante, en el mercado por el que nuestra madre nos arrastraba de la mano, por no hablar del querido u odiado colegio, según cada cual… formas de expresión, en definitiva, que con asombrosa facilidad me retrotrajeron en el tiempo al mundo de los barrios populares de Madrid en los cincuenta, mundo que me es fácil visualizar ahora con estética de película en blanco y negro, del coetáneo cine neorrealista italiano, tan querido por Aldecoa, aun siendo consciente de que es un mundo que, es seguro ya que no existe, o, al menos, no, tal como era en los cincuenta.

Escrita hace 9 años · 5 puntos con 3 votos · @sedacala le ha puesto un 8 ·

Comentarios

@Faulkneriano hace 9 años

Buff, ahí es nada lo que apuntas. Directo al asunto: lo que hace bueno o no a un cuento. Eso da para un contenedor lleno de tesis doctorales.

En el caso de Aldecoa, lo que lo hace tan interesante es la extrema condensación de su prosa: cualquier frase, cualquier adjetivo, está ahí para reforzar y amplificar el tema central, que suele ser mucho más amplio de lo que parece sugerir la mera anécdota (que, dada la extensión canónica del cuento) suele ser breve. Aldecoa es el prosista por excelencia al que hay que someter al concienzudo comentario de texto, porque lo que cuenta no está en el tema sino en las palabras. Sus comienzos son modélicos; sus finales, demoledores.

Muchas cosas dices, sedacala, y todas de interés. Tu reseña propicia una reflexión sobre el género "cuento" que no se despacha así a la ligera.

@Poverello hace 9 años

Como siempre, magnífica reseña, sedacala.

A mí, particularmente, de Aldecoa me llegan todos sus cuentos y sus personajes, pero no por identificación, sino porque, como bien apuntas al final, es neorrealismo puro, y por ende, aburrido a reventar porque en la vida de los pobres y de los obreros generalmente no sucede nada del otro mundo salvo pasar necesidad, y eso suele ser la mar de aburrido. Obvia todo melancolismo, buenrollismo y exaltación, y seguramente será de los primeros escritores que le concede el protagonismo absoluto a los inexistentes u olvidados, que diría Buñuel. Y además escribe como los ángeles.

Por cierto, de Young Sánchez, hizo Mario Camus una película que puede verse sin temor a urticaria.

@sedacala hace 9 años

Bueno Poverello, no te entiendo. Los cuentos de Aldecoa te llegan y todos además. No cómo a mí, que unos sí y otros no, y no porque te identifiques con sus circunstancias, como es mi caso, sino porque es aburrido a reventar, dices, que a los pobres y a los obreros no les pasa nunca nada, sólo, pasan necesidad. O sea que, ¿te llegan por aburridos? Eso es lo que no entiendo. Sí, ya sé, escribe como los ángeles. Bueno, yo no lo expresaría exactamente así, pero, digamos que escribe bien. No sé cómo te pueden llegar unas historias tan sencillas si, además, te aburren por más que estén muy bien escritas.

Es cierto lo que insinúas de que algunos de estos cuentos presentan historias banales, o cotidianas, o… un tanto insípidas, por así decirlo, esas son las que yo decía que pasaban por delante de mi sin decirme nada, pero hay otras como Young Sánchez que, sin tener tampoco mucha chicha, me llegan, tienen unas referencias afectivas o personales, que hacen que me sumerja en esas historias con facilidad. En realidad, pensándolo bien, ¿qué es lo que a mí me suele gustar más en cualquier libro de cualquier tema? Sin duda, los nueves que yo he adjudicado en SdL han ido a parar siempre a libros que me han emocionado, que me han tocado la fibra sensible, no los perfeccionismos lingüísticos, no los argumentos más perfectos o estructurados, sino los que además de esas virtudes aunaban también capacidad de producir emoción. Unas cosas con otras, he detectado en estos cuentos una buena dosis de calidad. Por eso me han gustado varios de ellos pese a ser muy cortos; pero la cortedad de cualquier lectura no me agrada, esa es la razón por la que detecté calidad pero también, en conjunto, una cierta frialdad.

De verdad, Faulkneriano, me admira que digas que hace falta un contenedor lleno de tesis doctorales para explicar las claves de esas diminutas historias. Yo me imaginaba ya en poder de esas claves y resulta que es todo tan complicado. A lo mejor me pongo a leer “Vida y destino”, quizá sea más fácil.

Cordiales saludos para ambos.

@Faulkneriano hace 9 años

Sedacala, con lo del contenedor de tesis me refería, no a los cuentos de Aldecoa, sino al género "cuento", a sus posibilidades, especificidades y demás, que es de lo que hablas al comienzo de tu reseña.

@Poverello hace 9 años

Lo de aburrido era un decir que intentaba explicar luego, malamente parece ser, haciendo referencia al cine neorrealista. A mi los cuentos de Aldecoa no me parecen aburridos, porque mi vida no es aburrida porque intento entenderla dentro de sus límites banales, que no lo son, porque ese aburrimiento al que hago referencia tiene siempre un por qué. Criticaban los puristas de entonces a Rossellini, Visconti, De Sica, porque en sus películas muchas veces no pasaba nada y se detenían con una paciencia que puede parecer desesperante en detalles nimios como diez minutos de alguien haciendo la comida, paseando por la calle, trabajando... Y todos esos minutos sobran en el cine de Hollywood por poner un poner. Hay un ejemplo extremo de esta característica, mucho más reciente, que se llama "Elephant", del peculiar Van Sant, o toda la filmografía del director coreano Sang-soo, pero todo tiene un sentido profundo de cómo interpreta y percibe la realidad el autor de la obra, que para mí es lo que me impresiona de Aldecoa. Su simplicidad me toca la fibra, su forma de narrar la nada en la vida de los que nadie echa cuentas me toca la fibra... y eso claro que puede parecer aburrido, como mi vida habitualmente, aunque a mí no me resulte así. Lo normal no es ir por ahí deshaciendo entuertos a todas horas como Don Quijote o resolviendo casos de asesinato como Marlowe, que cada vez que aparece pasa algo.

Por otro lado, reconozco que a mí sí que me supone un plus considerable el estilo y la escritura de una novela.

Abrazotes, sedacala.

@Tharl hace 9 años

Habrá que leer a Aldecoa. Me encantan los cuentos. Y cada vez más. Y más. Puede que hasta empiece a ser un problema. Ya no soy tan capaz como antes de leerme un interminable folletín; o una novela de más de 300 páginas. ¿Cosas de la vida moderna? ¿de la falta de tiempo? ¿cambios de sensibilidad en una sociedad con el cine como referente? ¿o Borges tenía razón al hablar de la novela?
Tanto da. El caso es que a mi me encanta el cuento, y su condensación, trabajo de estilo y uso de elipsis. No sabéis cuanto me alegro de conocer cuentistas en español. Y si Aldecoa está entre los mejores, me acabo Cortazar y salgo corriendo a la biblioteca.
genial reseña Sedacala, y comentarios, aunque a mí el cuento y el neorrealismo, me encantan.

@Faulkneriano hace 9 años

Eso pensaba yo, Tharl: que el cuento sería el género del siglo XXI, por lo de la brevedad. Pero no: este siglo sigue siendo el de los novelones (uno por año) que se leen en la playa, tumbado en la toalla y haciendo pesas.

@sedacala hace 9 años

Faulkneriano. He estado buscando en el correo antiguo, sin encontrarlo, un memorándum de bastantes renglones que me enviaste hace ya bastante tiempo, en el que enumerabas, con tu proverbial lucidez, una por una las varias dificultades que conlleva leer narraciones de pequeña extensión y, en consecuencia, haciendo ver lo tremendamente exigentes que son para el lector, mucho más de lo que pudiera parecer a priori. No recuerdo bien cuales eran esas dificultades, pero había algo así como lo difícil que es empezar cualquier libro hasta hacerse con la situación y los personajes. Creo que esto es algo que, en mayor o menor medida, sufrimos todos en las primeras páginas de casi todos los libros. Ya sé que es un sufrimiento muy relativo y, en todo caso, es un sufrimiento que ya está descontado desde antes de empezar. Pero es que, en una novela de mil páginas, hay que sufrirlo sólo una vez; en cambio en un libro de cincuenta relatos de veinte páginas cada uno (o sea, también mil páginas), hay que sufrirlo cincuenta veces. Es decir, que hay que pasarse las mil páginas desentrañando datos continuamente, el esfuerzo sería agotador. O, tal vez, alternaría el esfuerzo con el aburrimiento si, como dice Poverello, las peripecias que ocurren son tediosas y hay que encontrarles la punta, que no digo yo que no la tengan, pero que hay que encontrársela o, en todo caso, esperar que esa simplicidad te toque la fibra cómo él dice. De hecho, en la biblioteca dispuse de ese otro tomo que contiene los cuentos completos de Aldecoa y ni se me pasó por la mente cogerlo. Ahora, memorizando esforzadamente, creo recordar que, entre aquellas dificultades de los relatos cortos que enumeraba Faulkneriano, dejaba también caer una sugerencia: aconsejaba él leerlos, moderadamente, sin darse atracones y alternando otras lecturas entre ellos.

En fin, que me alegro que seáis tan buenos lectores, ya quisiera yo. Vuelvo a lo de la reseña, me tendrían que decir algo que fuese especialmente interesante para mí. Y eso, obviamente no me pasa con todos.

@Faulkneriano hace 9 años

Pues claro que es más difícil leer cuentos que novelas, por eso que dices: ponerse en situación cada quince o veinte minutos (depende de la longitud del relato y de la velocidad lectora) ¿Por qué te crees que las editoriales se lo piensan mucho a la hora de publicar colecciones de cuentos y están deseosas, siempre, de novelas?

@sedacala hace 9 años

No, si tú a mí no tienes que convencerme de eso, ya lo sé yo de sobra, sólo trataba de explicar lo difícil que es para los lectores corrientes, puesto que creía que tú esos problemas pedestres no los tenías. Si los tienes, todavía me sorprende más, porque eso evidencia lo mucho que, como compensación, tienes que sacar de este tipo de lecturas. ¡Chapeau!

@Poverello hace 9 años

Comparto eso de que los cuentos habría que leerlos mejor en alternancia con otras lecturas para no despacharlos como si fueran un sorteo de la primitiva. Así del tirón considero que es difícil apreciarlos en la consideración que muchos autores, dedicados casi en exclusiva al relato, se merecen. Por mi parte es lo que suelo hacer y quitando puntuales excepciones como K. Dick o Bocaccio me doy mi tiempo. De otro modo creo que me sería imposible haber disfrutado tanto de Lispector, Borges, Maupassant, Anne Porter... el propio Aldecoa o la recién descubierta Alice Munro, de quien cada cuento es un exprimidor de mentes.