¿TODO VERDAD? ¿TODA LA VERDAD? por Guille

Portada de EL HUÉRFANO

Quizás en esta reseña debería limitarme a exponer que esta interesante novela, dura novela, atrapa desde la primera línea y, aunque el ritmo decae en algún momento –la novela tiene más de 600 páginas-, te mantiene asqueado y horrorizado y, sin embargo, pegado a la historia de este no huérfano hasta su último suspiro. Pero, siendo todo ello verdad -en mi caso, se entiende- no sería justo decir solo esto.

Como también es verdad que la prosa sea clara y directa; la estructura de la obra, brillante, con grandes aciertos, como esos capítulos donde se recoge la voz en off que informa y advierte diariamente a los ciudadanos norcoreanos a través de una extensísima red de altavoces y que contrasta de esa forma tan esperpéntica y monstruosa con “la verdad” de la historia... aunque en su última parte ayude a transmitir esa sensación de irrealidad a la que me referiré a continuación; o como esa ruptura del estilo entre la primera y la segunda parte, más fraccionado en esta última, tras el paso de nuestro héroe por el campo de prisioneros.

Sin embargo, un fantasma recorre toda la novela: ¿será verdad todo lo que cuenta? ¿lo que cuenta será toda la verdad?

Aparte de un par de puntos destacados del argumento de la novela que chirrían un tanto (y que podemos obviar dentro del concepto de licencia literaria), si creemos en las palabras del autor, esta no es una historia distópica: cada hecho está respaldado por declaraciones de norcoreanos huidos y muchas otras fuentes diversas e incluso por una visita que hizo el propio autor al país asiático. Y no es que los hechos nos puedan parecer inverosímiles, a estas alturas de la película nada de todo lo que nos cuenta puede extrañarnos, horrorizarnos, sí, pero no extrañarnos.

Pero, si uno de los objetivos de la novela, o el gran objetivo, es contar qué es Corea del Norte y lo que un estado represor puede llegar a conseguir de sus súbditos, resulta excesivamente chocante que, tal y como parece desprenderse del relato, cada minuto de cada hora de cada día de cada año y todos los años de la vida de cada ciudadano (hasta que esta termina, parece que la mayoría de las veces antes de tiempo) está controlada, vigilada y guiada por el todopoderoso líder y sus secuaces y ni estos últimos escapan a la voracidad del régimen. Y esta omnipresencia de la opresión (incluida la propia autoconciencia y autocensura de cada coreano) es lo que induce a pensar la novela como otra historia distópica más, perdiendo así una buena parte de su fuerza.

También pierde gas con otro aspecto relevante, ese otro fantasmita que, con escaso protagonismo expreso, está implícitamente presente en todo lo narrado: las bondades del modelo occidental, al que las únicas críticas que se realizan se hace desde esa surrealista voz de los altavoces, consiguiendo en nosotros, naturalmente, el efecto contrario (la diferencia entre ambos regímenes es abismal, pero eso no significa que por aquí vivamos en un paraíso terrenal que es lo que parece querer comunicarnos).

Tampoco ayuda en este sentido esa visita del héroe del relato a la casa de un senador de Texas, donde la bondad, los grandes valores democráticos, el amor al prójimo y el temor de Dios impera en la vida de todos ellos, senador, familia (incluida la asistenta), asesores, guardaespaldas, espías y hasta en el perro.

Como dice la mujer de un senador tras escuchar el relato de un supuesto encuentro que nuestro héroe coreano tuvo con soldados americanos:

“Entiendo que en tiempos de guerra ningún bando tiene el monopolio de las atrocidades... Pero estamos hablando de nuestros mejores chicos, soldados que operan bajo el mando de los mejores y que representan la bandera de su país. No, señor, se equivoca. Ninguno de nuestros soldados ha hecho algo así. Lo sé. Lo sé a ciencia cierta."

Si esto no es una crítica sutil a la comedura de coco que por aquí también impera (y creo que no, dado que nuestro héroe miente en este caso, aunque muchos sabemos de las atrocidades de las que son capaces "nuestros" soldados; y es tan sutil que dudo mucho que la mayor parte de los americanos la entendieran) es una prueba de la comedura de coco que sufre el propio autor del libro (o a la que quiere colaborar) y de que este mundo nuestro, el occidental, muy superior al coreano, no es, no obstante, ese paraíso idílico que parece intentar vendernos el autor.

Escrita hace 9 años · 5 puntos con 1 voto · @Guille le ha puesto un 7 ·

Comentarios

@_567_ hace 9 años

Buena reseña, Guille. Una novela a la que le tenía echado el ojo, de ahí que creara la ficha en su momento para no perderle la pista. A su favor, me interesa la manera en que un escritor norteamericano se ha metido a contar las interioridades de un país tan sumamente complejo como Corea del Norte, de ahí que esa pregunta que tú te haces (“¿Será verdad todo lo que cuenta?”) incite a leerla, así a bote pronto yo de ese país me lo creo todo ya que he leído cosas realmente increíbles al respecto, en prensa escrita más que en literatura, eso sí. En su contra, que es un escritor relativamente novel y desconocido fuera de los EE.UU…

Otra baza que tiene esta novela es el Pulitzer 2013, centrándonos en los galardonados del Siglo XXI, en general me gustaron mucho los premios que obtuvieron Michael Chabon (2001), Jeffrey Eugenides (2003), Cormac McCarthy (2007) y Junot Díaz (2008)… a ver esta que tal, ya te contaré si me da por leerla.-

@Guille hace 9 años

Y es posible que todo sea verdad. Mi problema o mi sospecha viene de que todo lo descrito es realmente estremecedor, todo. Que todo el mundo duda de todo el mundo, incluso entre padres e hijos, que el estado administra, controla y vigila absolutamente todo y que la propaganda del régimen está completamente interiorizada por cada uno de sus ciudadanos. Demasiado negro todo. Por eso me hago, sobre todo, la segunda de las preguntas que titulan mi reseña.

Pero, como digo al inicio, la novela consigue engancharte a ella y no te suelta hasta el final.