FINA IRONÍA GERMANA por sedacala

Portada de OPINIONES DE UN PAYASO

Lo primero que se me ocurre decir sobre “Opiniones de un payaso” es que no es una novela convencional sino una retahíla de ideas que salen de la mente de un joven de veintiocho años con una visión muy especial de todo lo que le rodea. Ya el título del libro informa exactamente de su contenido, porque, son sus “opiniones” lo que más abunda, superando en extensión a los propios hechos narrados. Éstos consisten en una sucesión de episodios vividos en tiempo pasado por su narrador y protagonista, Hans Schnier, que describe, pero sobre todo, comenta, dichos episodios en un flash-back ininterrumpido. Schnier tiene sus propias razones para, con su análisis crítico y mordaz, airear su propia historia personal, sus opiniones sobre el funcionamiento del catolicismo a orillas del Rhin (Renania), o su perspectiva sobre la nación alemana; y esto último, además, en años tan delicados para los alemanes, como lo fueron los inmediatamente posteriores a la segunda guerra mundial. Adopta un comportamiento, verdaderamente, incisivo basándose en el desencanto que siente, como ser sensible y vulnerable que es, ante el entorno duro, frío y materialista de una Alemania de pasado reciente, turbio e intencionadamente opaco. En tal tesitura, Hans Schnier contempla el mundo que le rodea, perplejo, desde una actitud vital de existencialismo ateo y al margen de los resortes que mueven a los demás seres humanos. Pero en contraste con ese agnosticismo, el autor coloca la religión católica, minoritaria en Alemania, en el epicentro de la novela, lo que es explicable por la condición de católico ferviente y muy comprometido que tenía Heinrich Böll, que además nació en la ciudad de Colonia, en Renania-Westfalia, estado que, al igual que Baviera, es mayoritariamente católico. Böll utiliza la novela como un tremendo alegato contra el catolicismo y su ataque se dirige principalmente contra elementos del clero, contra sus acólitos o contra muchos creyentes, que se comportan, según él, con actitudes hipócritas, mezquinas y adocenadas, claramente desviadas de los objetivos primigenios que están en el origen de la religión católica. Por tanto su intencionalidad es más regeneradora que destructiva, aunque resulte un tanto sorprendente la ferocidad y el tono de acritud que utiliza para ello.
Hasta aquí los aspectos formales y la explicación del leitmotiv de la novela, pero, falta aún añadir las razones que aconsejan su lectura y a eso dedico el resto de la reseña. No había mencionado la profesión de payaso del protagonista, por estar su comportamiento más influido por otras circunstancias, como el hecho de ser ateo, como ser el hijo de un adinerado magnate de la minería, o por su propia situación sentimental. Su posición ante la sociedad, visceralmente enfrentado a ella, le convierte, pese a su distinguida cuna, en un ser descreído y descarado, que utiliza sus capacidades histriónicas para expresar una postura personal existencialista, aunque con escaso éxito, pero, no es el único personaje de parecidas características, hay algún otro y pronto se ve que ellos son los predilectos de su autor y que una de las razones de ser de la novela, es darles voz y defenderlos. Para cumplir con esa tarea, la elección de payaso como profesión, fue todo un acierto, por cuanto un payaso por su anonimato, por su insignificancia y por su descaro, es perfecto para representar la voz de la conciencia colectiva de un grupo. Y así sucede en esta novela, con el repaso que da Hans Schnier a los estrictos curas católicos y a los que los secundan, y aprovecha de paso la oportunidad, para enseñar también la cara de una Alemania que sale estupefacta del trance más duro que jamás pasara desde su creación, quedando reducido el vergonzoso y humillante (según ellos) tratado de Versalles de 1919, a una insignificante nimiedad. El tema, para mí, es interesantísimo y me sugiere mil cuestiones en las que fijarme, como ya me ocurrió cuando, tras leer la novela “Doktor Faustus” de Thomas Mann, escribí largo y tendido sobre todo lo relacionado con Alemania y los alemanes en el periodo comprendido entre 1871 (año de la creación del estado alemán) y el estallido de la segunda guerra mundial. Con aquella enésima versión del mito de Fausto, Mann propiciaba la posibilidad de hacer balance, entre las admirables capacidades artísticas y los avances de los alemanes en todos los campos, con esa otra faceta suya, más oscura, representada por una descarada actitud prepotente y arrogante que hace que a uno le quede cierto mosqueo para con ellos. En el caso presente, la guerra había terminado, pero la posguerra mantenía sus secuelas en estado latente y la sociedad trataba más o menos de olvidarse de tan enojoso asunto, pese a que lo recordase mucho mejor de lo que hubiera deseado por estar la guerra ahí a la vuelta de la esquina, por haber afectado prácticamente a toda la ciudadanía y por haber sido de una magnitud apocalíptica. Al igual que a Mann le correspondió el papel de vocero de las excelencias históricas alemanas desde 1871 hasta 1939, a Böll le corresponde aquí el de conciencia crítica de Alemania tras una guerra que terminó, como quien dice, anteayer. Así que, la voz de Schnier, que es la voz de Böll, está ahí presente para refrescar permanentemente el recuerdo de todas esas cosas.
En todo caso, al margen ya del inevitable influjo directo de los antecedentes bélicos, el texto permite hacer un repaso detallado de los defectos, las manías, o los tics de estas personas (los alemanes), que parece que fueran de otra pasta diferente a la nuestra, pero que no se privan en absoluto de ostentar defectos tan criticables como los nuestros. Estos señores están dotados de una sensibilidad innegable (la acción transcurre en Bonn, cuna de Beethoven) y de una lógica aplastante, pero con una rigidez de aplicación práctica, fría y despiadada, que parece, como si en aquellos tiempos difíciles en los que aún no eran la locomotora de Europa, sus defectos aparentaran ser mucho más fuertes que ahora que se han enriquecido y sostienen la sartén por el mango. Al margen del tiempo y las personas, Hans Schnier permanece aislado, tras su máscara de payaso, de una sociedad a la que no comprende bien, a la que detesta y que, en “justa” reciprocidad, le devuelve su incomprensión. Leer está novela con ecuanimidad comporta esforzarse en intentar desbrozar y apartar de su mensaje lo que el tiempo ha dejado trasnochado o lo que tiene de misantrópico, y para poner en valor lo que pueda tener de auténtico o que esté por encima de las épocas cambiantes. En el bien entendido de que, a pesar de la evidente permanencia de muchos de estos defectos en los alemanes de hoy, algunos de ellos son perfectamente extrapolables a otras sociedades (como la nuestra) que se podrían haber contaminado con ellos como demostración de que, en realidad, los pueblos no son tan diferentes unos de otros. Lo que quiero señalar con todo esto, es que el tema de la personalidad germana es, para mí, el gran tema de esta novela que casi no es novela, sino una especie de memorándum de las debilidades humanas.
El que lea estas líneas y conozca cómo funcionan mis resortes en la reseña de libros, estará ya pensando que aún no me he pronunciado sobre el estilo con que está escrito el libro y seguramente acertará, si supone que voy a elogiarlo, porque un libro que trata temas tan interesantes pero tan complejos, para gustar, tiene que estar escrito de una manera especialmente atractiva y fácilmente podría ser calificado de infumable si su estilo fuese áspero o, simplemente, intrincado. Así que, por más que me guste el tema alemán, lo que más me atrae de este libro es su estilo, la forma en que está escrito, y sobre todo, la impagable forma de razonar de este señor, dotada para mi gusto de una lucidez, una inteligencia y un desparpajo, que consiguen que su lectura sea entretenida, divertida, brillante y a la vez inteligente y profunda. Ciertamente, a veces parece un estilo un tanto incendiario e insolente, pero el punto ácrata que tiene creo que, incluso, forma parte inseparable de su atractivo. A veces también, resulta amargo, pero su amargura no ataca a mí sensibilidad por estar totalmente revestida de humorismo, con un sentido del humor cargado de ironía, burlón, cínico tal vez, pero que, a mí, con su agudeza y su ingenio me blinda herméticamente contra cualquier pesimismo que pueda destilar.
Heinrich Böll, fue un escritor de fuerte personalidad, que tocó temas comprometidos y manejó personajes débiles o vulnerables por su situación económica, social, racial, política, religiosa o cualquier otra; y para desarrollar esa defensa, su texto, muy particular, retrotrae a cierta actitud mental, apreciada por mí en algunos autores que voy a citar a continuación. No pretendo que se extraiga ninguna conclusión de lo que voy a decir porque hablo sólo de un simple tic, de un “algo” insustancial y difícil de concretar en palabras, que pasa por mí mente raudo como un destello cuando leo a Heinrich Böll y a los otros escritores que voy a enumerar a continuación, y si no, obsérvese lo variopinto de la lista: Miguel de Cervantes, Laurence Sterne, Charles Dickens, George Eliot, Benito Pérez Galdós, Thomas Mann, Italo Svevo, Miguel de Unamuno, Robert Walser, P. G. Woodehouse, Ramón Gómez de la Serna, Enrique Jardiel Poncela, Luigi Pirandello, Wenceslao Fernández Flores, J. D. Salinger, Gonzalo Torrente Ballester, Fernando Fernán Gómez, Groucho Marx, John Updike y otros que seguro que se me olvidan. Como se ve, la disparidad de estilos y categorías de estos autores es muy amplia, no existe entre ellos ninguna vinculación, ni yo pretendo que exista, ni que influyan unos en otros, o al revés. Pero, como decía, detecto un nexo de unión imperceptible entre ellos, que yo (insisto en lo personal de esta apreciación) siento cuando los leo, y encuentro que hay algo en sus maneras de encadenar palabras e ideas, que me recuerda a los demás. Cuando leí a Heinrich Böll por primera vez, lo metí sin dudarlo en esta categoría. Ocurrió, leyendo aquella novelita llamada “El honor perdido de Katharina Blum”, en la que en lugar de tirar con bala, como hace aquí, contra las desviaciones del auténtico sentido cristiano en la Iglesia Católica, disparaba, también con bala pero explosiva, contra la irresponsabilidad del gremio periodístico. Al margen del asunto, su estilo me encantó y ahora ha vuelto a hacerlo; esa y no otra, es, en definitiva, la verdadera razón que me ha llevado a escribir esta reseña.

Escrita hace 9 años · 5 puntos con 5 votos · @sedacala le ha puesto un 8 ·

Comentarios

@Faulkneriano hace 9 años

Boll debe ser de una regularidad a prueba de bomba: a los tres o cuatro libros que he leído suyos les he puesto la misma nota,un siete. No es, en mi opinión, un gran estilista: tiene, eso sí, una prosa sencilla y eficaz, heredera directa del realismo más que del modernismo literario (que es, claro está mi favorito) Es, por lo que recuerdo, un hombre serio, no por su gravedad (tiene espacios para un sentido del humor algo especial) sino por el rigor con el que aborda la literatura. Escribe sobre la difícil posguerra alemana (Casa sin amo, El pan de los años mozos, Billar a las nueve y media, libros que leí hace demasiados años, cuando todavía era adolescente: Boll era muy popular entonces en España, a diferencia de ahora, cuando ya pocos le recuerdan, a pesar de su premio Nobel) pero también se lanza hacia adelante en esa novela tan peculiar que reseñas, sedacala, desde luego mucho más ambiciosa que las que cito, pero, para mi gusto, menos entrañable, más intelectual, menos realista. Me temo que mi lectura es demasiado lejana para opinar con justicia.

Lo que excede mi comprensión es qué puede unir a escritores tan distintos como los que tú citas del tirón. ¿el sentido del humor?

@sedacala hace 9 años

Es absolutamente lógico que exceda a tú comprensión cuando yo apenas consigo que entre dentro de la mía, a pesar de ser yo el que ha elaborado la lista, pero ya dije que el nexo de unión era casi imperceptible y entra más en el campo de actuación del “feeling” que en el de la comprensión consciente.

En cualquier caso apuntas bien cuando atisbas a ver que tiene que ser el sentido del humor el único nexo de unión posible entre nombres tan dispares. Sin embargo hay un rasgo de esta lista que he observado después de haberla elaborado y que me ha llamado la atención, como es la sorprendente ausencia de nombres franceses en ella y, la verdad, no sé a qué factor habría que atribuirlo. También puede sorprender la inclusión de dos actores en la lista, y puntualizo que incluyo a Fernán Gómez más como actor que como escritor que también lo fue y del que leí algún libro. Pero creo que, al igual que Groucho, Fernán Gómez tenía una expresividad dotada de cierta forma de creatividad que yo percibía con claridad meridiana y que conecta con los demás y, efectivamente, la gama de matices humorísticos que va de la franca comicidad a la sutil ironía, está presente en prácticamente todos los nombrados.

@_567_ hace 9 años

Muy buena y completa reseña, Sedacala, como de costumbre. Vi que estabas leyendo esta novela en una asomada por aquí e intuí que te iba a gustar conociendo tu trayectoria por la página, me alegro que haya sido así. Sobre el libro, me gustó más que “El honor perdido de Katharina Blum”, para no repetirme dejo un pequeño comentario complementario (que no reseña) que escribí en mi blog el pasado 28/10/2014 por si a alguien más le interesa conocer a Schnier o meterse en el universo Böll a través de esta novela:

Entrañable este Hans Schnier, 28 años, el payaso ateo de Böll. Uno simpatiza con él, con sus opiniones, por multitud de razones aunque probablemente la más importante sea que una vez conociéndolo en profundidad acabas convencido del todo de que, por encima de todo, es una buena persona; y todo eso a pesar del maltrato al que lo somete su propio autor: Católico fervoroso, Heinrich Böll intenta denodadamente convertir a su personaje a su religión y no escatima ningún medio, ficticio o real, para conseguirlo (sus padres, su hermano Leo, el recuerdo de su hermanita Henriette, su novia Marie, sus amigos… todos ellos intentan arrastrarlo al pozo progresista de la fe cristiana)… pero Hans Schnier, que no tiene nada salvo dignidad y nobleza es un hueso duro de limar. El enfrentamiento, a ratos rozando lo metafísico, entre autor y protagonista es una de las mejores bazas de una novela, esta, que tenía muchas ganas de leer desde hace tiempo. También me ha gustado ese toque de ‘expresionismo alemán moderno’ tan decadente que flota sobre toda la narración y que invita a pasear por un Alemania (creo que años 60’, difícil situarte en el espacio-tiempo en que transcurre) reconvertid en un país post nazista que pretende redimirse con los errores de su pasado a través de la religión. Ciudades teutonas en ruta para la gira de un payaso incomprendido y vilipendiado por la crítica artística y por su entorno más cercano, y que acaba componiendo un brillante, oscuro a la vez, retrato de una de ellas en particular: Bonn.

Es también una novela de llamadas telefónicas intempestivas, cable prehistórico sin móviles de por medio, y de sesudos diálogos teológicos al aparato. También tiene Schnier un preciado don que permanecerá en mi memorándum personal al recordar esta novela y es que, en una narración en donde todos los sentidos están a flor de piel, nuestro querido payaso posee uno en particular: un prodigioso olfato que es capaz de oler a cualquier interlocutor que se encuentre al otro lado de la línea telefónica, y este bien podría ser su otro gran acierto a nivel argumental, ¿a qué huele realmente la peña?... Böll intenta, consigue por momentos, hacer culpable a Schnier del peor de los pecados que puede cargar un payaso en su equipaje vital: despertar compasión; pero puede que su gran paradoja le acabe estallando en la cara… como un globo de color carmesí.-

Saludos.-

@sedacala hace 9 años

Sí que resulta entrañable el personaje, es cierto. Ello es así, en mi caso, influido por dos factores. El primero, de alguna manera, lo esbozas en tu comentario cuando dices lo del expresionismo alemán en un ambiente posbélico, con estética triste en blanco y negro, añado yo, y relacionado con el trauma culpable de la herencia del nazismo. El segundo factor es el de su estilo, Böll pone en boca de Schnier una locuacidad arrolladora que combina ingenuidad y amargura revestidas de un humor al estilo Jardiel, quién, dicho sea de paso, a mí me encanta y que en conjunto configuran una personalidad por la que no se puede sentir más que ternura; también influye en ello, creo yo, su posición de perdedor en las lides amorosas que es algo que siempre inspira cierta simpatía.

No creo que sea difícil ubicar en el espacio-tiempo esta novela (al menos en mí caso). Mantengo en la memoria, a través de algunas películas de los años cincuenta, recuerdos de cuando era pequeño en los que aparecía una Alemania gris (me parecía entonces el país más triste del mundo). Entre eso y un estilo literario que me llega con facilidad, mi lectura fue muy agradable.

Saludos.

@Tharl hace 9 años

Empecé hace poco y abandoné a las 20pp. “El honor perdido de Katharina Blum”. Me estaba gustando pero derrepente comenzó a darme pereza seguir. Mis percepciones se ajustan a vuestros comentarios: una prosa sencilla, intelectual, critica, inteligente, irónica, comprometida socialmente... Una novela de temas. Deben tener razón los alemanes más engreídos cuando presumen de tener la lengua del pensamiento y la filosofía: en sus novelas no hacen otra cosa... Goethe, Zweig, Mann, Hesse, Durrenmatt, Kafka en cierto modo...
Lo admito: tengo los más ricos prejuicios contra la literatura alemana. Tampoco hay nada tan alemán como la búsqueda de la "personalidad germana"

@Guille hace 9 años

La conexión con una forma de narrar u otra es uno de los grandes misterios de la literatura, Tharl. Yo nunca calificaría a esta novela como una novela de temas, que los tiene, indudablemente.

Para mí, este libro es principalmente un libro triste (aunque suene a tópico esto del payaso triste, no me cabe ninguna duda de que hay pocas imágenes más patéticas), de “Una tristeza como al pensar en los besos dados a muchachas que se han casado con otros.” Un libro sobre la derrota del ser humano, sobre la hipocresía (al acabar la guerra todos eran antinazis, como al acabar aquí la dictadura todos eran demócratas), pero sobre todo triste, tanto como la imagen final de la novela en la que el payaso, mal maquillado, pobremente vestido, sentado en las escaleras de la estación de tren por la que su amada debe volver de su luna de miel, cantando canciones profanas, exponiendo su sombrero a la generosidad de los paseantes y en el que solo ha podido meter un cigarrillo como reclamo de futuras limosnas, ve pasar ante sus ojos el bullicio y la astracanada alegría de la fiesta de carnaval.

@Guille hace 9 años

Por cierto, buena reseña sedacala.

@sedacala hace 9 años

Como quería hablar sobre lo que comenta Guille, me pongo a escribir y, ya que lo hago, diré también algo sobre lo que dices Tharl. No me gusta hurgar en aquello que se dice de una manera tan rotunda, tan desprovista de dudas y, sobre todo, tan mencionada ya con anterioridad, pero en dos renglones te digo que a pesar de ser un libro pequeño, “El honor perdido…” sólo me empezó a gustar a partir del tercio del libro o cosa así para acabar entusiasmándome, de ahí el 9. Sí lo dejaste con 20 páginas te dejaste lo mejor. Pero procura deshacerte de prejuicios.

Cada uno, Guille, tenemos éxito con “una forma de narrar”, como tú dices, y fracasamos con otra sin que sea fácil predecir el porqué. A mí, como traté de explicar en la reseña, el estilo literario de Böll me inmuniza contra esa amargura que detecto (no niego que está ahí), pero no me afecta y leo con el espíritu sosegado, que no amargado ni triste. No veo la consabida estampa del payaso desolado, sólo un poco jodido por lo mal que le sabe lo de su ex, pero lo superará.

@Tharl hace 9 años

Los prejuicios están para ponerlos a prueba, amigo Sedacala. Yo estoy deseando hacerlo con Döblin.

El libro de Böll apenas considero haberlo empezado. Es habitual en mí comenzar un libro, leer unas pocas páginas y decidir que no me apetece, que lo dejo para más adelante. Ya leeré algo de Böll. De momento no me urge.

@Tharl hace 9 años

Y tanto que apenas considero haberlo empezado. Mosqueado por los comentarios a la brevedad del libro y movido por la curiosidad me he vuelto a acercar a él y vaya mi sorpresa cuando veo que estamos hablando de obras distintas. Qué desastre de memoria la mía. El libro al que yo me refería es “Retrato de grupo con señora”... Este y “Billar a las 8 media” son los únicos que tengo por casa suyos, así que alguna caerá. Lástima que no sea el de Katharina Blum, al final me picó la curiosidad.

@Guille hace 9 años

Bueno, sedacala, no seríamos tú y yo si no viéramos y sintiéramos cosas distintas ante un relato ;)