EL TRAJE NUEVO DEL EMPERADOR GAFAPASTA por salakov

Portada de JOTA ERRE

«—¿Está escribiendo un libro? —Se volvió bruscamente, sus gafas tocaron la mano de él, que colgaba.
—Sí, pero todavía está, no está terminado, estoy…
—¿Una novela?
—No, no, es una, no, no, es más un libro sobre el orden y el desorden, más un, una especia de historia social de la mecanización y las artes, el elemento destructivo…
—Suena un poco complicado, ¿lo es?
—Todo lo complicado que puedo hacerlo.»

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Sirva este fragmento de esta misma novela, Jota Erre, de entradilla a esta reseña. Porque el álter ego de Gaddis, aun refiriéndose a otra novela que está escribiendo realiza aquí toda una declaración de intenciones: «Todo lo complicado que puedo hacerlo».

¿Y de qué manera decide Gaddis complicarnos la existencia durante 1136 páginas? Mediante un ejercicio literario delirante, disparatado, brillante en algunas ocasiones, irritante en las más: una sucesión ininterrumpida de diálogos y más diálogos —diálogos cotidianos, diálogos aburridamente técnicos, diálogos atropellados, balbuceos,…— entre un amplísimo grupo de personajes, sin pautas, sin pistas, sin asideros que ayuden a una lectura más comprensible; un ejercicio de cacofonía con el que Gaddis pretendía escenificar la vulgaridad y pandemónium de voces de la sociedad capitalista actual. En sus propias palabras, «un caos inconexo, una tormenta de ruido» que demanda una paciencia a prueba de bombas, una fe inquebrantable en la lectura, un propósito lector.

Y bien, si ese era su objetivo marcado, sin paliativos hay que concedérselo: lo consiguió.

Ahora bien, ¿es esta muestra de estilismo suficiente? ¿Yo, como lector, debo dejarme abrumar por este océano bravío de diálogos, por este ejercicio de voces? En absoluto. Porque a Gaddis la forma interesa más que el fondo, el sonido más que la letra, el conjunto más que el detalle, esto es, la crítica al egoísmo e individualismo de la sociedad capitalista a través de la insignificancia y vulgaridad de quienes la componen que un retrato de dicha sociedad en sí.

Por tanto, no veo en Jota Erre la gran novela satírica americana que esperaba encontrar. Es más, con el esfuerzo y tiempo que he dedicado a leerla —leyendo en diagonal algunas conversaciones más o menos intrascendentes, para qué negarlo— estoy seguro de que podría haber leído, por ejemplo, la obra completa de Kurt Vonnegut, en mi opinión más ácido, mordaz y accesible —importante esto último— como sátiro estadounidense.

Por esto, me sorprende la cantidad de reseñas que ensalzan esta novela y la elevan a los altares de la literatura. Que claro, entiendo que después del agotador esfuerzo mental que demanda, ganas le dan a uno de poner también esta novela por las nubes y a ver si algún incauto me lee, me cree y pica. Pero hecho el esfuerzo, no creo que lo valga. Demasiadas páginas, demasiadas voces, demasiados pasajes inanes. Joder, cuesta leerla más que a Faulkner y no tiene el valor del mismo.

Pero entiendo que estamos ante el enésimo ejemplar de novela de culto, que si no la tildas de sobresaliente es que el postmodernismo ha pasado de ti. Demasiado miedo a no seguir la corriente, cuando la corriente es novedosa y brillante. A modo de ejemplo, Foster Wallace sigue siendo un estandarte de esta tendencia crítica para bien, y desde aquí afirmo que el susodicho puede ser un escritor tan genial (El neón de siempre) como aburrido (Señor Blandito), sin término medio. Y lamentablemente Jota Erre de Gaddis se asemeja más a Señor Blandito que a El neón de siempre. Porque imaginemos: si por un suponer alguien se sentara en la confluencia de un Centro Comercial y recopilara las conversaciones cotidianas y voces inconexas de los distintos consumidores, recopilándolas sin más, sin ofrecer más profundidad del personaje que sus palabras más o menos intrascendentes y sus motivaciones más o menos pueriles, sin duda obtendría un retrato cercano de la vulgaridad de esa sociedad consumista a la que pertenece, ¿verdad que sí? Pero literariamente, ¿qué aportaría?

Pues eso, concluyendo, Jota Erre me parece bien como ejercicio literario, como documento, como experimento narrativo, como curiosidad estilística,… pero lamentablemente no creo que como lector aporte el disfrute que (se) anuncia. Como novela es una rara avis, cierto, y como tal le doy el valor que tiene —vuelvo a repetir que Mr. Difficult consigue plenamente su objetivo marcado—, pero como obra literaria no tiene el poso y la trascendencia que, al menos yo, busco cuando hablo de obras maestras.

Está bien, sin más. Me quedo con su rareza, con su originalidad, pero no me dejo deslumbrar por su desnudez. No compro las alabanzas a este traje nuevo del emperador gafapasta. Más allá de la rutilante forma, a este emperador le falta fondo.

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Escrita hace 9 años · 5 puntos con 3 votos · @salakov le ha puesto un 6 ·

Comentarios

@Guille hace 9 años

Como ya comenté en la reseña de Faulkneriano, mi intento con esta novela fue fallido y, aunque no me atreví a decirlo en su momento, me retiré pensando algo parecido a lo que tú expones aquí. De las cuatro o cinco escenas que llegué a leer, varias me parecieron divertidas (sobre todo la primera, con ese par de señoras que bien pudieran haber protagonizado Arsénico por compasión) pero sin más. Las transiciones entre escenas tienen partes que me resultaron incomprensibles por más que lo intenté y no acabé de pillar la gracia a ese empeño por enturbiar los diálogos para que no quede claro quién dice qué. Por fin, agaché la cabeza y me di por derrotado pensando que el esfuerzo, al fin y al cabo, no merecía la pena. Una idem.

@Faulkneriano hace 9 años

El gafapasta que suscribe, obviamente, no está de acuerdo con vosotros.

El estilo no consiste en enjaretar párrafos deslumbrantes, perfectos, y quedarse tan pancho.

El modernismo literario nos ha enseñado que el material literario puede ser deleznable. Joyce trascribió idiotas conversaciones de pub lleno de humo y salivazos y le salió algún memorable capítulo del Ulysses. Sánchez Ferlosio puso el oído (y hay quien dice que la grabadora) en un merendero abarrotado de bañistas y le salió El Jarama. Son ejemplos.

Gaddis no tiene culpa de que buena parte de la comunicación habitual esté formada por ruido. Desde luego, le echa valor. El resultado, como todo, es discutible.

@Guille hace 9 años

Bueno, Faulkneriano, tú te la leíste enterita y yo apenas la arañé un poquito, así que no puedo polemizar. Quizás le acabe dando una segunda oportunidad algún día.

@salakov hace 9 años

No pretendía llamarle gafapasta, señor, sino señalar esa tendencia general de ensalzar todo lo moderno y rupturista como algo necesariamente cojonudo. Me disculpo si se lo ha tomado usted por lo personal.

Y esos párrafos deslumbrantes que usted señala existen, de hecho lo comento, pero son los menos. Porque coexisten, por ejemplo, con treinta páginas ininterrumpidas de farragosa información de compra-venta mercantil de acciones (tan apasionante como suena) que buf. Pero buf buf. Ruido terrible.

De todas formas, no se me amohíne que sabe usted que valoro su opinión y su juicio. Incluso cuando, como es el caso, no coincidimos.

@Volsung hace 9 años

Una duda, ¿en vuestro tomo también pasa que las "efes" y las "íes" se juntan y desaparece el punto? ¿En palabras como fiel o final o fideicomiso?

@Volsung hace 9 años

Una duda, ¿en vuestro tomo también pasa que las "efes" y las "íes" se juntan y desaparece el punto? ¿En palabras como fiel o final o fideicomiso?

@Faulkneriano hace 9 años

Pues no me acuerdo, Volsung, de ese detalle, y el libro está devuelto hace mucho a la biblioteca. Además, con el jaleo que había cualquiera se fijaba en eso...

@Volsung hace 9 años

Hmmm, lástima que no lo tengas a mano, la verdad es que es un error sistemático en el mío. Tengo curiosidad por si se da en todos los impresos, o sea, si es un problema de la máquina que lo hico (porque realmente la f y la i aparecen fusionadas, como si fuese una letra más, que existiera) o si es puntual.