MOMENTOS HUMANOS por Tharl

Portada de CUENTOS

Sencillamente, Hemingway es enorme. Solía presumir de sus aventuras, sus dotes como amante y su capacidad; pero aquel gigante fanfarrón era un hombre introvertido, volcado hacia sí mismo y no era raro verle estallar en lágrimas. Como un iceberg, mostraba una superficie consciente de todo lo que ocultaba bajo las aguas. Era un hombre de tremendas contradicciones, en continua tensión consigo mismo, enfrentado entre el escritor retraído que era y la imagen mítica que había proyectado de sí mismo. Tensiones incompatibles y aplastantes, como plasmó en su testamental obra maestra “Las nieves del Kilimanjaro”, el comienzo de su trágico final. 25 años antes. Ernest Hemingway “había amado demasiado, perdido mucho y acabado con todo”. Y supo proyectarlo en sus cuentos.

A pesar de la sinceridad de un escritor que se desnuda ante el papel para plasmar sus experiencias vividas, presenciadas o escuchadas, es necesario separar al hombre de la obra, al mito de sus logros y partir de sus cuentos.


La mayoría de sus cuentos son muy breves. Unas pocas páginas, suficientes para capturar un momento efímero y humano. Aparentemente, banal. ¿Cuántos de estos momentos somos testigos en una vida? Pocos ¿Cuántos pasan de largo sin que nos demos cuentas? Muchos. Y no me refiero a anécdotas y recuerdos sin vida, transfigurados por palabras gastadas, y que podrían pertenecer a otro. Me refiero a aquellas experiencias sin importancia, donde parece no suceder nada y, sin embargo, parece haberse rasgado un velo y haber sorprendido la vida en bragas. Y por un instante, y bajo la superficie, intuimos una humanidad insondable en la otra persona, con todo su dolor, sus recuerdos, sus trampas para evadirse, sus mezquindades y sus virtudes y una fuerza épica que le hace seguir hacia adelante; y aunque solo atisbamos la punta de un iceberg y el resto es tan solo una intuición, quisiéramos comprenderle y acercarnos a aquel destello lleno de vida.

Puedo dar la más variadas interpretaciones a estos momentos, o relacionarlos con mi propia experiencia; pero siempre me queda la sensación de no abarcarlo del todo, de poder revivirlo con la seguridad de que una segunda lectura renovará la primera. Y es que la vida de esos momentos radica en el misterio, en todo lo que permanece implícito, ocultado, en lo que proyectarnos. En los silencios, la sugerencia. Y es que cuando cada segundo antecede al anterior con la precisión de un reloj suizo, cuando parece que el menor detalle participa en el todo, basta con insinuar la puntita brillante de un iceberg... Y no hay otra forma.

Ante todo Hemingway es un esteta. Lo importante de estas experiencias no está en su contenido, sino en la forma en que se presentan. Y pueden darse en cualquier parte. En la barra del bar, el café de la estación o volviendo a casa atiborrado de alcohol; en una habitación del hospital, un campamento indio, el compartimento de un tren o el cuarto de un hotel; en una corrida de toros, un viaje, un campo de batalla, una partida de caza, safari, esquí o pesca, o las laderas del monte Kilimanjaro. Y pueden tratar de cualquier cosa, pero sobretodo del amor, la pérdida y la muerte. De víctimas vencedoras de la guerra o la derrota, de la mujer amada o del padre perdido; de la soledad; de la vida o de la muerte; de la violencia o el hastío.

Así es la prosa de Hemingway. Su mirada captura con furiosa sencillez estas experiencias y las encierra en la máquina de escribir. Callando, depurando, ocultando. En un estilo engañoso. Trabajadísimo y complicado en su sencillez. Hemingway es lo contrario de un escritor fácil. De la misma forma que en el día a día pasamos de largo ante todos estos momentos sin prestarles importancia por falta de atención, de sensibilidad en el momento dado o las meras prisas; puedo leer un cuento suyo pensando en cada momento “menuda gilipollez” y releerlo más tarde entusiasmado. Como los personajes de sus historias, no siempre soy consciente de la significación del momento, pero dudo que el autor de “Un cambio radical” deje algo al azar en algún momento. En sus jornadas de esquí en los Alpes suizos debió de aprender el secreto de sus relojes.

En el día a día puedo pasar de largo banalidades llenas de vida como una revitalizadora jornada de pesca en una mente devastada por la guerra, la gran losa que siempre estuvo ahí o surge levemente sobre los hombros de una relación, el cambio radical de un amante, la exitosa derrota de un luchador, la dignidad y voluntad recuperada de un burgués, el afrontamiento de un crío tras descubrir su propia mortalidad, el descubrimiento de la vulnerabilidad e imperfecciones de un padre, la primera ruptura de un muchacho y su repentina y subterránea recuperación; puedo ignorar e incluso menospreciar, al borracho en busca de un lugar claro y bien iluminado, al hombre escondido bajo las sábanas, al boxeador sonado, al viejo en el puente, los asesinos y la mujer americana que quiere un gato; pero Hemingway me recuerda la importancia de estos momentos, les pone un marco de tinta, los resalta y me permite (re)vivirlos cuándo lo necesite. Y por eso el gigante del cuento moderno americano es tan importante, porque nos enseña una nueva forma de mirar, porque nos recuerda que sobre la superficie que miramos se esconde el cuerpo insondable de un iceberg. Porque sus cuentos están llenos de vida. Porque están repletos de “hallazgos simples y deslumbrantes”. Porque sin él la literatura de hoy sería muy diferente. Por eso, porque Ernest Hemingway amó demasiado, perdió mucho y acabó con todo, incluido con uno de los más grandes escritores de su tiempo. Pero nos legó sus cuentos.

Escrita hace 10 años · 4.8 puntos con 5 votos · @Tharl le ha puesto un 9 ·

Comentarios

@Faulkneriano hace 10 años

... Difícil reseñar un libro de cuentos, Tharl. Recuerde los incluidos en este volumen como tremendamente irregulares: pasa en todas las colecciones, pero en ésta más.

Hemingway es para mí uno de esos escritores a los que se respeta pero no se aprecia. Como cuentista, bueno (y a veces mucho más que bueno) Como novelista, confuso, cuando menos. Como escritor de no ficción, a veces detestable. Se nota que Papá no es santo de mi devoción ¿eh?

@Tharl hace 10 años

No puedo opinar del Hemingway novelista. No soy capaz de imaginarlo. La mayoría de sus cuentos no pasan de las 10 páginas, y no le veo capaz de hacer algo de más largo que "Las nieves del Kilimanjaro" o "La corta vida feliz de Francis Macomber". Debe resultarle difícil conservar la intensidad de sus cuentos y su habilidad con los silencios en las novelas.

Como cuentista, me parece excelente. Me sorprende la mala acogida que tiene en la web. Puede que ningún autor haya llevado a tal extremo, ni con tanta fortuna, el dicho de "menos es más" en los cuentos. Hemingway escribe con una precisión, una sensibilidad, una cantidad de matices y una capacidad de sugerencia formidable. Nada está al azar y cada párrafo de frases cortas y declarativas esconde varias páginas a rellenar por el lector. Como los mejores escritores de cuentos logra que en muy pocas páginas el lector se sumerja en ellas, y no las viva como una narración que le cuentan, sino en primera persona. Reviviéndolas. Y con una tremenda sinceridad. La mayoría de sus cuentos son tan cortos y sencillos que incluso los más flojos se leen sin molestia.
Esta colección está repleto de obras maestras y pequeñas joyas: “La corta vida feliz de Francis Macomber”, “Las nieves del Kilimanjaro”, “Un cambio radical”, “Los asesinos” (me recordó a cierto relato del Aleph de Borges), “Colinas como elefantes blancos”, “Gato en el agua”, “El gran rio de los dos corazones”, “Campamento indio”, “Ahora me acuesto”, “Padres e hijos”, “El final de algo”, “Un día de espera”… y hablo solo de los que recuerdo inmediatamente porque me impresionaron especialmente y/o los releí, sin necesidad de acudir al libro.
Creo que el problema es que por su sencillez formal y la escasa longitud de muchos de sus cuentos, resultan mucho más discretos y pasan desapercibidos. Y puede que sea cierto. Los cuentos de Hemingway tienen un efecto acumulativo. Quitando un par de títulos excelentes, a los cuentos que cité les podría un 8. Es la mirada que ofrece en conjunto lo que me anima a poner un 9 a la colección.
Admito, eso sí, que esta edición, “Los cuarenta y nueve primeros cuentos”, es la suma de cuatro colecciones previas, tiene 600 páginas y, de un atracón, puede indigestarse o simplemente, cansar. Sobre todo puede llegar a la mitad, cuando llega un momento en que se suceden 4 o 5 cuentos que suponen un bajón respecto del conjunto.

Entre Hemingway y Chéjov, me he aficionado a los cuentos.

@Faulkneriano hace 10 años

Pues tiene novelas bien largas: yo leí Por quién doblan las campanas en dos tomos...

Que es un buen escritor de cuentos (y a veces muy, muy bueno) lo reconozco sin ambages. Si todos los cuentos fueran como Los asesinos... Desde luego, el libro se lee muy bien, y lo recomiendo.