LA RISA QUE EMANA DE LAS AMARGAS PALABRAS por FAUSTO

Portada de HISTORIAS DE SAN PETERSBURGO

El humor, lo que provoca la risa, suele tener un efecto gratificante, placentero, relajante que puede surgir de una situación meramente graciosa; sin embargo, hay otra clase de ingenio, menos habitual, con improntas de agudeza, sátira y crueldad que incita a reírnos de nosotros mismos, la sociedad, las instituciones y que nuestra sonrisa o risotada siempre va acompañada de la reflexión, logrando intensificar la visión crítica del mundo que nos rodea. La carcajada genera la meditación.
Gogol ha utilizado con maestría este lado afilado y cortante del humor que constantemente va asociado a circunstancias que, a priori, no son aptas para provocar la hilaridad, como son las situaciones tristes, atroces y dolorosas. Algo que expresa a la perfección el epitafio que grabó en su tumba: “Se reirán de mis amargas palabras”.
En la literatura universal hay cuantiosos ejemplos de este recurso, y en nuestro Siglo de Oro tenemos maestros que lo han cultivado como Quevedo, Cervantes o la denominada novela picaresca. Salvando las distancias, Gogol es un encomiable heredero de la comicidad de la tragedia.

Dicho lo cual, matizo la importancia que tiene el humor en la prosa del escritor ucraniano (lo he destacado porque me encanta esta particularidad y más cuando está escrito con pericia, como es el caso de este libro), es “simplemente” un ingrediente más de la fórmula empleada, pues la originalidad y la esencia del cuentista (en el sentido narrativo) va más allá de esta virtud. Su escritura está plagada de “contradicciones” o, mejor dicho, está basada en la diversidad: abundan los contrastes, la belleza y la crítica. La citada variedad abarca varios dualismos: realismo-fantasía, humor-tragedia, análisis-disparate. Este abanico de antítesis crea un lenguaje estilístico, artístico e inteligente que le es propio e insólito, siendo la clave del poder atractivo y fascinante de su escritura.

La obra se compone de 5 relatos que tienen como nexo común, y como indica el título, la ciudad de San Petersburgo. Prácticamente ha sido una relectura, pues hacía tiempo que había leído un librito que contiene tres de estas narraciones, y relativamente hace poco volví a disfrutar de uno de ellos.
Comienza con el sensacional “La avenida Nevski” (la primera vez no me había hecho mella los matices y la profundidad de la historia, o eso creo) con tres partes diferenciadas. La primera versa sobre la descripción de esta hermosa calle, una de las más reconocidas de Rusia, con una exposición que traspasa el paisaje urbano al detallar el torbellino humano que la frecuenta. La relación de personajes extravagantes y típicos que concurren por la avenida es una alegoría sobre la vida y la sociedad rusa de su tiempo. Este episodio descriptivo y didáctico ya contiene numerosas muestras de humor irónico. A continuación el narrador nos presenta dos amigos (cada uno es el foco de las otras dos partes) y narra sus respectivas historias de amor. Las aventuras amorosas se desarrollan como las dos caras de una misma moneda: ambos amigos tiene un carácter y una actitud totalmente opuestas; sus “amadas”, al igual que ellos, son dispares, tanto físicamente, inteligencia, naturaleza y condición social; los sentimientos son opuestos, desde el amor puro hasta la picaresca sensual; el tono narrativo es contrario en ambas tramas, por un lado un cariz trascendental y trágico, y por el otro con pinceladas rufianescas y jocosas.
Un texto que refleja la cotidiana realidad y, a la vez, tiene cabida sucesos oníricos con gran importancia sobre las apariencias engañosas.

El último cuento, “El capote”, es su más emblemático texto, no en vano Dostoievski llegó a expresar su famoso aforismo: “Todos venimos de El capote de Gogol”. Este escrito es el “pistoletazo de salida” que inicia el realismo ruso introduciendo la crítica social-gubernamental y el retrato del hombre vulgar y corriente. La influencia que ha suscitado en posteriores autores y tendencias es, para mí, más que evidente.
Es la tercera vez que me deleito con las desventuras de Akaki, y, por supuesto, no será la última. El literato hace un esbozo de un personaje gris, un burócrata, que tiene como adornos la insignificancia y su nulidad como ente social, incluso el significado de su nombre es un fiel paradigma de su nimiedad. La imagen patética de Akaki está expuesta con mucho humor, pero un humor amargo y lúgubre que incita a la lástima y nos provoca simpatía por el protagonista; un hombre que transmite la idea de un “insecto”, el antecedente kafkiano de George Samsa. Un funcionario que sólo disfruta con su trabajo rutinario y de escasa importancia, una cualidad que recuerda a las figuras obsesivas salidas de la pluma de Zweig. Su único objetivo es pasar desapercibido y tener el menor contacto con los demás compañeros, un “gemelo” de lo que será el memorable Bartleby de Herman Melville, y como éste, tiene su emblemática frase para dirigirse a sus compañeros cuando es objeto de bromas y burlas. Su recalcitrante pasividad soportará todo tipo de injusticias con la más implacable resignación.
El único hecho que trastoca sus monótonas costumbres, la adquisición de un capote, supone un quebradero de cabeza y, a la vez, será todo un acontecimiento que le cambiará la vida. El capote (personaje que ahora se convierte en principal, símbolo de un espejismo y una loca quimera) logrará una ruptura vital que acarrea una efímera gloria y el replanteamiento de su identidad. En su angustia existencial se mezclarán las visiones febriles y la certeza de que toda notoriedad y pomposidad sólo son trivialidades, un tema recurrente en todas estas narraciones.
El final, que rompe con el estilo anterior, gira hacia un tono más fantástico, irónico y con cierto grado moral y justiciero que deja, como broche de oro, una sonrisa al lector. Aunque no desentona este desenlace, ¡Dios me libre!, siempre me ha parecido que hubiera sido ideal que Gogol concluyese el relato con el mismo acento ácido, satírico y pesimista empleado desde el principio.

De los tres restantes títulos, hay otra joya, “El retrato”, que además de lo mencionado (crítica, realidad-fantasía, la ilusión de la apariencia, lo trágico) y escrito en dos partes diferenciadas, es un alegato de la lucha interior del ser humano, entre lo sublime y lo material, una pugna del binomio bien-mal donde el arte debe trascender a lo mundano. Todo esto aderezado con gotas fantasmagóricas y de terror. Es fácil que por la mente del lector sobrevuele la imagen de Dorian Gray.
“La nariz”, el relato más peculiar del quinteto, describe una situación surrealista, una historia bufa que, parafraseando a Góngora, narra las peripecias de un hombre despegado de su nariz y las tribulaciones de dicho apéndice. Una apología de lo absurdo que resulta ser la vida cotidiana, una reflexión acertada si se piensa con frialdad.
Por último, “Diario de un loco” es el más flojo del volumen, mezcla el humor, la fantasía y, como parte principal, el surrealismo, sin olvidar la crítica.

Un libro recomendable, especialmente por los tres primeros relatos referidos, donde sobresale “El capote”, una obra maestra que es esencial y necesaria su lectura y revisión.

Escrita hace 10 años · 5 puntos con 3 votos · @FAUSTO le ha puesto un 8 ·

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