LOS ESTRAGOS DE LA GUERRA por Tharl

Portada de AGAMENÓN

Imagínense un tiempo sin apenas mediaciones: sin publicidad, sin televisión, radio ni imprenta; sin apenas conocimiento de la escritura. Imaginen lo que entonces debía ser la representación teatral. Unas pocas veces al año, en celebración de fiestas y rituales, los ciudadanos atenienses y extranjeros tenían ocasión de ir al mayor espectáculo de Grecia: el teatro. Ahí podían ver cobrar vida a los héroes e historias que tantas veces les fueron contadas por la tradición oral. El drama tenía tintes de realidad, probablemente no estuviera del todo clara la conciencia de la representación y por unas horas, para el espectador, el actor se transmutaba realmente en personajes “reales” perdiendo su cualidad humana tras ponerse la máscara. Había bailes, música y la cadencia de la lengua griega. El espectáculo al que esto daba lugar no nos lo podemos ni imaginar.
Por más que leamos LA RETÓRICA de Aristóteles jamás podremos imaginar cómo debía de ser asistir al teatro para un ateniense que había sobrevivido las Guerras Médicas; igual que Averroes nunca podía tener éxito en su borgeana búsqueda del concepto de comedia y tragedia. Nunca podremos hacer una lectura como la que entonces se hacía, pues para empezar estas obras no eran hechas para ser leídas y el texto no es más que una parte de ellas (falta la danza, la potencia del canto coral, y toda la poesía de la representación). Y aun así las seguimos leyendo. Y siguen causando impresión, siguen resultando hermosas y pudiendo emocionarnos. Empatizamos con los conflictos morales que Esquilo nos plantea, simpatizamos con unos u otros personajes y disfrutamos de este teatro que da sus primeros pasos. Nuestra lectura no será igual que en esos tiempos helenos y jamás conectaremos del todo con el sentido y el significado que pretendía transmitir Esquilo; tampoco leeremos la obra como en el medievo, cuando los clásicos se copiaban y leían como ecos y conocimientos de otro tiempo hasta el punto de idealizar a Virgilio en una especie de sabio-profeta; ni como humanistas del Renacimiento en busca de Belleza; y sin embargo, nuestra lectura, aunque distinta, será enriquecedora y placentera. No porque Esquilo llegara en sus obras a indagar sobre una inexistente alma y naturaleza humana, sino porque, como tantos otros genios, sus obras han dejado tal impronta en nosotros que leerle es reconciliarnos con una parte de nosotros mismos.

Así, a XXV siglos de distancia, AGAMENON puede parecernos una obra atemporal, de enorme vigencia y aun contemporánea en su temas. Aunque ignoremos la oposición de Esquilo al expansionismo de Atenas en tiempos de la Liga Ateniense, aunque no conozcamos su apoyo incondicional a la democracia y su rechazo a la guerra, vemos en el AGAMENON una potente obra antibélica sobre los estragos de la guerra.
A pesar de los vestigios de épica que hay en el drama esquiliano, donde los personajes y el coro hablan con palabras elevadas y grandilocuentes, tan enaltecidas como sus sufrimientos y pasiones -pues aun con todo, seguimos estando ante héroes y criaturas sobrehumanas que veneran y se relacionan con los dioses-; a pesar de ello, la primera parte de la ORESTEA es una obra “antihomérica”. Donde a la gloria y al botín de la guerra la acompaña la acompaña el exceso de orgullo (hybris) -materializado en el momento en que Agamenón pisa la alfombra tentado por su traicionera esposa-, la muerte de los hombres convertidos en cenizas, el sufrimiento de sus familias y la destrucción de vencedores y vencidos. Como dice Esquilo por boca del coro al principio de un hermoso, acertado y conciso párrafo: es “Ares, el dios que cambia por oro cadáveres”.
La guerra de Troya es una sombra omnipresente en la obra. Paris violó las leyes de la hospitalidad, luego la guerra fue justa y la destrucción de la ciudad justificada. Por eso Zeus hizo ganar al ejército heleno, no tanto por su mayor valía y coraje, sino por la justicia de su causa, como si de un justa medieval se tratara; pero, como toda guerra, también fue un atentado a la vida (esa visión de dos águilas devorando una liebre preñada), y sin sentimientos de piedad que suavizaran la crudeza de la venganza por parte del ejército comandado por Agamenón, la victoria se tornó en nuevas injusticias que deben ser castigadas. Algo malo ocurrió en esa guerra, en esa pérdida estéril de vidas, para que al regreso Menelao fuera muerto con su gente a manos de una tormenta. Desde el mismo comienzo de la expedición, cuando Agamenón hubo de sacrificar a su hija para poder lanzarse a la batalla, quedó claro que la guerra solo traería desgracias.
El comandante hubo de elegir entre la guerra, sus aliados y su honor, o la vida de su hija. Decisión más gris y funesta que la épica elección de Aquiles: Agamenón escogió la guerra, tras un leve quejido sacrificó a su hija sin piedad y deberá asumir su destino, mucho menos heroico que el del otro héroe. El sacrificio de Ifigenia es un crimen contra la tradición al que se sumará otro, el adulterio con Casandra, que atenta de nuevo contra la familia, y el héroe no tan heroico ha de pagar por ello iniciando (o perpetuando) una oleada de crímenes y venganzas. Este (re)inicio de los crímenes atridas es una mácula presente desde los primeros cantos de alegría por la victoria en Ilio que se va extendiendo hasta mancharlo todo en un magnífico clímax: la profecía de Casandra. Todo comienza con una sospecha a callar como si “un gran buey pisara nuestra lengua”. Sospecha sobre la que todos sabemos, salvo Agamenón, ignorante de su destino.
El único modo que tiene el hombre de aprender es por el sufrimiento, doloroso método inculcado por Zeus. Todo crimen llama a la justicia y la venganza y suele provocar nuevos crímenes en una escalada sin fin. Los crímenes de las cámaras manchadas de sangre de Clitemnestra se remontan a una generación atrás. Tiestes violó las leyes de la familia y cometió adulterio con la esposa de Atreo, padre de Agamenón y por ello fue vengado y ajusticiado por su hermano, quien le hizo devorar sus propios hijos violando así las leyes de la hospitalidad. Paris también violó dichas y tradicionales leyes y por ello fue arrasada Troya, que le prestó refugio y apoyo. Pero Agamenón fue orgulloso, se excedió en su venganza, sacrificó a su hija y cometió adulterio: será castigado, le asesinará su propia esposa en la bañera Clitemnestra, mediante engaños. Muerte irónica y poco heroica para quien quemó Troya. Clitemnestra en su venganza no sólo ha traicionado la confianza de su esposo y atentado contra la familia, sino que ha sido adultera con Egisto, y ambos deberán ser castigados. Así lo vaticina Casandra, la profetisa sin el don de persuasión.
Esta profecía realizada por la heroína troyana supone el momento más intenso de la tragedia. Casandra, en tierras extranjeras, ante un coro de ancianos sorprendidos, recupera el pasado, describe el asesinato presente y los futuros, y, aceptado su destino, entra a morir a palacio. Son las mejores páginas de la obra, sólo por ellas merecería leerse.
Los crímenes parecen imparables, al menos por la venganza. Tal vez si se atemperara con sentimientos de piedad y se delegara la justicia en las leyes humanas… o eso parece sugerir la obra y, sobretodo, mi introducción a ella.

Es sorprendente cómo Esquilo logra un magnífico ritmo con sus recursos y una obra amena a pesar de su forma grandilocuente. No molesta en absoluto el protagonismo del coro, ni la única presencia de dos personajes (el tercero lo incluiría Sófocles, justo antes de que Platón escribiera sus diálogos, forma natural de pensamiento). Los recursos limitados de su tiempo obligan a Esquilo a no mostrar la acción, sino describirla y relatarla en boca de sus personajes, mediante soberbios monólogos y grandilocuentes diálogos, haciendo mención al pasado, al presente y al futuro, pero sin restar ni un ápice de fuerza a lo que sucede. Impresionante.

Escrita hace 11 años · 5 puntos con 6 votos · @Tharl le ha puesto un 7 ·

Comentarios

@Faulkneriano hace 11 años

Excelente reseña, Tharl. Esquilo es sin duda el más correoso de los trágicos: Sófocles y Eurípides van enriqueciendo (y dulcificando) la técnica teatral, incorporando, como bien dices, personajes y modulando el coro, haciendo el texto más "teatral", menos abstruso, más reconocible para un espectador moderno. Los persas y Los siete contra tebas son duras pruebas para un lector del siglo XXI. La trilogía es algo más legible, aunque también se las trae. Yo la he visto representada un par de veces, con distinta fortuna (para eso vivo en Mérida) y, desde luego, impresiona.

Me ha resultado siempre muy curiosa Las moscas, de Jean Paul Sartre, que enfrentaba a Orestes a las consecuencias de su venganza.

Me encanta lo del buey. Tienes buen ojo para las metáforas poderosas.

@Poverello hace 11 años

Impresionante también digo, Tharl. Ha faltado que todos salgamos cantando

"Mas nosotros, inútiles
en nuestras carnes viejas, esperamos,
de esta empresa excluidos,
con el bastón rigiendo nuestras fuerzas
que a infantes nos igualan".

Otra a la saca. Sobre tu conciencia también quedan. Después de Homero, eso sí.

@Tharl hace 11 años

Desde que cursé hace dos años mitología en esos créditos extintos de "libre configuración" he querido ir algún día a Mérida a ver representada alguna obra. Aún lo sigo teniendo pendiente... :( (lo mismo llevo diciendo de Almagro)
Hasta que leí AGAMENÓN no sabía de la obra de Sartre, pinta, desde luego, curiosa como poco.

Tengo en mi haber, pove, pocas lecturas de clásicos, pero he disfrutado más esta lectura que cuando leí la ILIADA de Homero. Aun así, sin duda, mi clásico favorito es LAS METAMORFOSIS de Ovidio. Por ahí pendiente tengo su HEROIDAS. Leí alguna carta y me maravilló.
Con recomendaciones como esta se me queda la conciencia tranquila.

Saludos!

@Poverello hace 11 años

Las Metamorfosis las leí en Tercero de BUP y COU con un magnífico profesor de latín y griego al que aún recuerdo con sumo cariño.

Pues yo flipé con Ilíada, así que otro motivo más para apuntarla a pendientes. Cuando decía Homero me refería a Odisea, que me mira con cara de pena desde la estantería hace como seis meses.

De Almagro están muy ricas las berenjenas, je.

@FAUSTO hace 11 años

Me aúno a las felicitaciones, Tharl. No abundan las reseñas sobre teatro y mucho menos sobre el clásico griego con tu buen análisis. No conozco a Esquilo, y del teatro griego solamente al “Edipo” de Sófocles y casi la mitad de las obras conservadas de Eurípides, 9 tragedias. Tanto “Edipo” como “Medea” de Eurípides son de las mejores obras teatrales que he leído.
Además de Esquilo, están entre mis eternos pendientes Sófocles y el teatro clásico romano, aunque de este último he ido “picando” no hace mucho con Plutarco.
Y, por supuesto, también me encantaría ver alguna representación, aunque sea una “mísera adaptación” televisiva. Soy de buen conformar.

En cuanto a las obras clásicas preferidas también figuran “Las metamorfosis” y especialmente “La Odisea”, que me encanto, pero no puedo decir lo mismo del carácter bélico de “La Ilíada” y “La Eneida”, se me atragantaron tanta batalla.